Secuestro.
—Rober —habló Tavella, mirándose al espejo mientras peinaba su bigote.
—¿Qué? —Le contestó el nombrado, que acomodaba la ropa de su amigo dentro de sus maletas.
Estaban preparándose para vacacionar fuera de la ciudad, era lo justo después de haber tenido una larga y cansada gira de la que todos parecían agotados.
Los cinco integrantes estaban muy emocionados por tener al fin algo de paz y diversión, sin embargo, Marrero era lo suficientemente impaciente como para insistir en que debían estar muy temprano en el aeropuerto, cosa a la que, por supuesto, Tavella no le dio mucha bola.
Así que, mientras el de bigote se arreglaba con toda la calma del mundo, Roberto lo ayudaba guardando sus cosas... y Marrero tocaba el claxón del auto, queriendo apurarlos.
—¿Por qué no vamos a pasear al parque antes de irnos? digo, tiempo tenemos, y de sobra.
El Musso se rió por las palabras.
—Si logras convencer a ese maldito pelado, yo con gusto te acompaño. —dijo, cerrando la última maleta.
—No bueno, le doy un vale para un fin de semana a solas con Topo y ya está.
Los dos hombres soltaron una risa burlesca, escuchando de nuevo el irritante sonido del claxón sonando.
Tras haber terminado de hacer lo necesario para irse, Tavella pidió a Roberto que se adelantara, y este accedió sin mucho drama.
El del bigote tenía la costumbre de siempre ir al baño justo cuando ya se iban.
Cuando el Musso salió de la casa, fue recibido por la voz un poco molesta del menor de la banda.
—¿Por qué diablos no se apuran? ¿Dónde se metió Tavella? ¡Pon las maletas en la cajuela de una vez! —reclamó, asomándose por la ventana del copiloto.
Roberto no pudo evitar reír ante el berrinche del tecladista, se le asemejaba bastante a un niño chiquito que no podía esperar por ir a ver una película que se le había prometido.
—Para un cachito, Marre, el aeropuerto no se va a ir.
—Pero sí el avión.
—Si viste la hora ¿no? es re temprano, pibe.
Marrero frunció el ceño y torció la boca, molesto.
—Sí, pero entre más antes estemos ahí, será mejor.
—Te vas a re aburrir y vos aburrido, sos insoportable.
—Ahg, maldito anciano.
Tras algunos minutos más de discusión, Tavella por fin se dignó a salir de la casa y parecía dispuesto a tratar de dialogar con el tecladista para ir a pasear un rato antes de tener que ir al aeropuerto.
Aunque las quejas de Marrero se hicieron presentes al instante, no duraron mucho, pues Topo abogó a favor de la idea, y entre besos cariñosos y palabras bonitas, logró cambiar la opinión del menor.
Roberto fue quien tomó el mando del vehículo, con Topo, Tavella y Alvin en los asientos traseros.
Se dirigió al parque más cercano que, por suerte, era uno bastante grande y fresco, con varios árboles en él, perfecto para el casi insoportable calor.
A petición del Santiago mayor, cambiaron el rumbo por el que siempre iban, cosa con la que nadie tuvo problema, pues gracias a Dios, Topo estaba entreteniendo bastante bien a Marrero con una plática sobre caracoles y lombrices.
A pesar de estar considerablemente más solitario, el camino también era mucho más tranquilo, así que no corrían el riesgo de ser reconocidos por algún indeseable fan.
Sin embargo, poco a poco Roberto empezó a sentir una presencia extraña, algo que lo incomodaba de sobremanera.
Al mirar por el espejo lateral, notó una furgoneta negra detrás de su propio auto.
Apretó su agarre en el volante, sintiéndose cada vez más intranquilo, pero, trató de mantener la calma ante la situación, pensando que quizás solo iban por el mismo camino, y que el aspecto de un auto no era suficiente para determinar las intenciones del dueño.
Hasta el momento, era el único que lo había visto, y no quería alarmar a los demás.
Decidió entonces cambiar de dirección, tratando de retomar la ruta de siempre, para asegurarse de que solo era paranoia suya.
Sin embargo, con cada vuelta que daba solo lograba aumentar sus temores, pues quien sea que estuviera en aquel vehículo simplemente no desaparecia.
—Che, ¿todo bien? —preguntó el mayor de los Santiagos, sin dejar de escribir quien sabe qué en su celular— ¿por qué te desvías?
Sin apartar la mirada del camino, Musso contestó en casi un susurro.
—Nos están siguiendo.
Alvin de inmediato se enderezó en su lugar.
—¿En serio? —preguntó, luego miró por el cristal trasero del auto, encontrandose con aquel auto color negro.
—Desde hace un rato. Hay que perderlos. —volvió a hablar Roberto.
Trató de desviarse por las calles laterales, acelerando poco a poco. Sin embargo, conforme mas trataba de despistarlos, parecía que más fácil los seguían.
La tensión en el auto comenzó a aumentar, y todos se miraban entre sí, preocupados por lo que pudiese pasar.
La respiración de Roberto estaba completamente acelerada, su pulso era un desastre e incluso manejar se le estaba complicando debido al temblor en sus manos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Topo, agarrando firmemente la mano de Marrero, que no dudó en corresponder el gesto.
—Voy a llamar a la policía. —dijo Tavella, entrando al teclado de llamadas.
Pero justo cuando el bajista colocó el celular en su oído, otro vehículo, esta vez una camioneta blanca, salió de repente frente a ellos.
Musso soltó un grito de miedo, al tiempo en que maniobraba en el volante para evitar chocar contra ella.
El resto de la banda trató de aferrarse a sus asientos por mero instinto, la mayoría con la seguridad de que ese sería su final.
El auto terminó por estamparse contra un poste de luz.
Los cinturones de seguridad se encargaron de, milagrosamente, mantener a los cinco en su lugar y evitar que pudieran tener alguna herida de gravedad.
Aunque esa no era la mayor de sus preocupaciones.
Roberto jadeó, la fuerza pareció abandonar su cuerpo, por lo que un cansancio repentino se hizo presente en él.
Una oleada de confusión lo hizo tener un mareo terrible. Trató de estabilizarse cerrando los ojos y regulando su respiración.
Cuando volvió a abrirlos, solo pudo mirar una figura borrosa frente a la puerta del conductor.
—¡Salí ahora mismo! —gritó el tipo, golpeando la ventana con fuerza.
—No abras la puerta —suplicó Marrero, su voz alterada por las lágrimas contenidas—, por favor, no abras...
Pero las palabras se sentían demasiado lejanas y vagas para el Musso, quien se parecía estar al borde del desmayo.
—¡La puta que los parió! ¡salgan del auto ahora mismo! —volvió a exclamar el hombre.
—Roberto, por favor. —el tecladista movió desesperado al mayor, en busca de cualquier respuesta.
Fue entonces que un estruendo hizo que el vocalista regresara de golpe a la realidad.
Miró al hombre de pie junto a su puerta, que de un momento a otro fue abierta con la misma facilidad con la que se abre un frasco de mayonesa.
-—Abajo! ¡abajo, rápido!
Con el cañón de una pistola apuntando a su cabeza, Roberto se movió de inmediato para salir del vehículo.
Topo, Tavella, Alvin y Marrero obedecieron tras mirar al líder de la banda.
Una vez afuera, les obligaron a arrodillarse y colocar sus manos detrás de ellos. Los amordazaron y ataron sus muñecas, el agarre era lo suficientemente violento como para arder.
—¡Levántense , hijos de puta!
Siendo tomados por el brazo, los forzaron a subir a la furgoneta negra, que procedieron a cerrar una vez que estuvieron todos dentro.
Las esperadas vacaciones habían sido remplazadas por una inesperada pesadilla.
Y ninguno tenía idea de lo que pasaría después.
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