Perdónenme, ¿qué quieren que le haga?
Álvaro Pintos se quedó durante una semana en la celda que le habían asignado.
Álvaro Pintos se negó por completo a probar algo antes de morir.
Álvaro Pintos escuchó que no se utilizaría la inyección letal en él, pues los fans de todo el mundo habían peleado hasta el cansancio por una ejecución que le hiciera sufrir.
No podía culparlos porque, de todas formas, el mundo creía que era un maldito homicida.
Alzó la mirada cuando escuchó pasos acercarse a su celda, sabiendo que la cuenta regresiva estaba llegando a su fin.
Los oficiales no tardaron en arrastrarlo fuera, aún cuando Alvin no se resistió en absoluto.
Los demás reos lo miraron con burla y desprecio mientras caminaban por el pabellón, algunos le soltaron insultos, otros le lanzaron escupitajos llenos de odio, y solo unos cuantos se mantuvieron al margen de la situación.
Maldijo en voz baja el momento en el que la banda se había vuelto tan famosa, y su propio pensamiento le hizo soltar una risa sin gracia.
Cuando cruzaron la puerta del lugar donde se llevaría a cabo su ejecución, Pintos creyó que quizás, todo lo que estaba pasando, lo merecía de sobra.
Alvin no pudo evitar tragar saliva al ver la silla electrica y a todas las personas dentro de la improvisada sala, esperando con ansias verlo morir para satisfacer su sed de venganza.
Había reporteros, periodistas con camaras, filmando con descaro aquel horrible momento. También se encontró con algunas caras familiares, de nuevo Riki y Tavella juntos, así como la familia de Marrero, donde la hermana mayor del mismo yacía completamente destrozada, mirándolo con odio.
Marcela Musso, Luis Angelero, Pedro Dalton y Ricardo Pintos, su propio hermano, también formaban parte del público.
Sintió un nudo en la garganta al ver a sus antiguos amigos ahí, mas que dispuestos a verlo sufrir.
Las lágrimas volvieron a picar en sus ojos cuando fue empujado por uno de los policías para obligarlo a caminar, directo a su muerte.
A pesar de que el lugar era frío, Alvin sintió el sudor bajar por su frente y recorrer sus mejillas. El llanto, casi imposible de retener, pareció asfixiarlo por un momento.
Cada paso que daba hacia la silla era como un eco en su mente, como el tic tac de un reloj anunciando su final, como un ritmo fúnebre que no se podía parar.
Mientras, las miradas del resto parecieron llenarse cada vez más de odio y morbosidad.
Pintos sintió su corazón latir fuertemente dentro de su pecho, casi saliendo del mismo. Cada segundo pareció estirarse hasta convertirse en una eternidad, las luces de las cámaras y los reflectores no ayudaron en absoluto, reduciendo su existencia a un animal de zoológico, enjaulado para el entretenimiento del resto.
Alvin sintió su respiración entrecortada, su cuerpo luchando contra la inevitabilidad de su destino. Su mente era un torbellino de pensamientos, recuerdos, emociones, todo mezclado en un caos desesperado.
La silla eléctrica parecía crecer en tamaño y Álvaro sentía su cuerpo temblar, con su voluntad quebrándose bajo el peso de la realidad.
Y entonces, todo se detuvo.
El tiempo se congeló.
Pintos finalmente llegó frente a la silla.
Ni siquiera tuvo el tiempo para procesar, en menos de lo que pensó, el frío acero bajo su cuerpo le erizó la piel.
Los oficiales ajustaron las correas y, después de revisar que todo estaba en su lugar, se alejaron de él, lo suficiente para no ser completamente ignorados por las cámaras.
El ex batero escuchó la voz del verdugo, distante y borrosa, mientras sus ojos perdidos lograron distinguir la mirada mordaz y satisfecha de Tavella.
Riki estaba junto a ese hombre.
Pero Riki estaba a salvo.
Santiago lo había prometido, ¿no?
Sonrió, provocando la repulsión de los demás.
Sonrió por agradecimiento, por el terror que sentía, porque ya no había nada más que hacer.
Y Tavella le correspondió, con una sonrisa sutil, que lo hacía parecer la reencarnación del mismo diablo.
Ricardo Pintos apartó la mirada justo antes de que el oficial activara la silla.
Alvin sintió un calor insoportable en su pecho y cabeza cuando la electricidad comenzó a fluir. Su cuerpo se tensó lo suficiente para que su espalda se arqueara.
La sensación era como si su cuerpo estuviera en llamas, quemando sus tejidos y órganos.
No pasó mucho antes de que el olor a carne quemada se hiciera presente, el silencio sepulcral que antes había inundado el lugar, ahora era interrumpido por uno que otro alarido de horror.
Mientras sus sentidos se iban apagando, Álvaro no pudo evitar pensar en los buenos momentos que pasó con las personas que más amaba.
Con la familia que había escogido.
La hemorragia cerebral llegó compañado de un último sentimiento de culpabilidad y tristeza, al saber que la justicia jamás llegaría para ellos.
Álvaro Pintos fue declarado muerto a las tres con cincuenta y siete minutos de la tarde.
A las cuatro, el video de su ejecución ya se había filtrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro