Jimin estaba frustrado. Pensando en todo lo que había pasado, era mucho y tenía todos sus sentimientos mezclados. Ya ni siquiera sabía lo que sentía.

Soltó un bufido cuando escuchó la puerta ser tocada dos veces. ¿Quién podría ser a esas horas de noche sí no había llamado a recepción? La idea de que su madre estuviera afuera se le vino a la mente.

Furioso se levantó y cuando abrió la puerta de par en par…

—¿Qué…?

De repente, se quedó sin palabras a media frase. Y con la boca abierta. No era su madre, sino Jungkook. Con un brazo apoyado en el marco de la puerta y la otra hundida en el bolsillo de su buzo.

Iba vestido igual que en la mañana. En su hombro tenía colgado su bolso de viaje.

Dentro de la cabeza del omega reaccionaron todas sus terminaciones nerviosas al mismo tiempo, lo que acabó provocando un cortocircuito.

Porque antes incluso de darse cuenta de lo que hacía, saltó sobre él, le rodeó el cuello con los brazos y hundió su cabeza entre en él. Jungkook correspondió a su abrazo enseguida. 

Jimin se aferró tanto él como pudo, sus cuerpos quedaron pegados de pies a cabeza. Todo lo que había sucedido hasta ese instante de repente dejó de tener la más mínima importancia.

Lo único que importa es que Jungkook estaba allí.

—¿Estás bien? —preguntó el alfa, apartándose un poco de Jimin.

El gesto fue cuidadoso y suave, Jimin no dejaba de mirarlo. Sintió un anhelo ardiente crecer en todo su interior y no podía evitarlo.

Jungkook lo miraba con insistencia, estaba preocupado.

——¿Puedo hacer algo por ti? ¿Qué necesitas, Jimin?

Jimin asintió poco a poco y recorrió su rostro con la mirada hasta detenerse en sus labios. Sus dudas duraron apenas. Luego levantó su mano y acarició la mejilla del alfa.

—A ti.

Eso fue lo único que dijo ante unir sus labios con los de Jungkook.