17. Beomgyu
Maraton 1/3
—Mamá, ¿estás segura de que es una buena idea?
Me quedé mirando el armario que mi madre estaba pintando de color morado. Su sala de estar era una mezcla de colores, como si un arcoíris hubiera cagado allí. No sabía cómo su esposo, Andree, lo soportaba, pero lo hacía. Él asentía y sonreía a todas las locas ideas de mamá, sacudiendo la cabeza y acordando que parecía un gran plan.
Andree era diez años mayor que mi madre, y después de que mi padre se fuera, estaba seguro de que mi madre nunca volvería a amar. Y luego conoció a Andree, un extranjero dueño de la tienda de autos donde llevó su auto a que lo repararan. Se había divorciado hace muchos años y no tenía hijos. Mamá parecía llenar el vacío en su vida, igual que él el de ella.
—Me encanta el morado; por supuesto es una buena idea. Todos merecen ser felices en su espacio vital, hijo.
Mi mirada se desvió de la de ella hacia la ventana y al cielo sin nubes más allá. Mi espacio habitable era actualmente el espacio vital de Tae. La cercanía significaba que estaba enterándose de mi enamoramiento de la infancia de una forma que nunca había imaginado. Sabía a qué sabía, cómo gemía cuando lo besaba en el cuello y que prefería leche de almendras en su café. Sabía también que era un amigo leal y de toda la vida de mi hermano, y que estaba totalmente fuera de los límites.
Había pasado una semana desde que habíamos dormido juntos. Cinco días desde que le diagnostiqué alergia al látex. Esa noche pasamos el rato en la sala de estar, compartiendo comida de cartones de papel y platicando sobre recuerdos de la infancia que habíamos olvidado durante mucho tiempo, riéndonos del ridículo reality show de TV que estaban pasando.
Afortunadamente, él no estaba enojado conmigo por su situación. No es que fuera realmente mi culpa. Intenté mantenernos a salvo usando un condón, y ciertamente nunca quise hacerle daño.
Mi madre cruzó la habitación hacia donde yo estaba, secándose las manos en su mono mientras se acercaba.
—Te amo, Beomie—Se puso de puntillas y me dio un rápido beso en la mejilla.
—Yo también te amo, mamá.
Puede que no parezca mucho desde una perspectiva externa, pero incluso detenerme por quince minutos para ver cómo estaba, significaba mucho para ella. Andree trabajaba largas horas como dueño de un negocio, y yo sabía que mamá se sentía sola. Ella y yo siempre habíamos compartido una conexión especial. A pesar de mi humilde educación y las dificultades que habíamos pasado, ella nunca dejó de presionarme, nunca dejó de creer que yo podría ser más.
En algún momento, comencé a creerlo. Le debía todo.
Revisando mi reloj, vi que mi hora del almuerzo casi había terminado.
—Tengo que volver al hospital.
Ella asintió y luego me dio una palmadita en el hombro.—Ven a cenar el domingo. Haré tu comida favorita.
Simplemente asentí.—Hasta entonces.
Poniéndome la chaqueta, salí de la ordenada y excéntrica casa que compartía con Andree, hacia el fresco aire otoñal.
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