¿Celoso yo?
Karina lo dijo, no hace falta presentación, es el maldito de Ramón.
Cierro la puerta de una, quizás dándole en el rostro.
—¿Qué hiciste? —inquiere Karina mirándome con molestia.
—¿Qué diablos hace aquí? —pregunto encabronado.
Karina me ignora y pasa por mi lado para abrirle. Su rostro se transforma, en su memoria, ella lo ama. Lo puedo ver en su mirada perdida, embelesada.
—¿Ramón que haces aquí? —pregunta ella en un hilo de voz.
Yo lo veo y no lo creo, tan rápido se le ha olvidado lo que ese canalla le hizo que solo tiene ojos de venado a medio morir para él.
El tipo ni me ve, los padres de Karina están de pie detrás de mí, su mirada atónita y yo, como idiota sin saber qué hacer o que decir.
—Ricardo me avisó y vine enseguida —el bastardo se atreve a pasar y abrir sus brazos para estrecharla.
Karina parece estar congelada, Ramón le abraza, respira el aroma de su cabello a propósito y suspira.
—Dios, te he extrañado tanto —declara olvidándose que la engañó el día de su boda—. No sabes lo que ha sido mi vida sin ti. Este año ha sido una tortura. Te amo, Karina, te amo tanto, perdóname por favor.
El padre de Karina observa todo con horror. Su madre ni se diga. Y yo, bueno, estoy a punto de ir a quitarle su único Óscar a Leonardo DiCaprio y dárselo a él por excelente actuación que se ha montado.
—Ramón, suéltame —dice ella por fin.
«¡Aleluya!», pienso yo aliviado.
El susodicho parece no hacer caso, así que lo aparto de un empujón.
—¿Tú quién diablos te crees que eres? —inquiere este con aires de superioridad, con su mirada cargada de desdén.
—Soy su prometido, idiota —aclaro molesto por su actitud.
—¿Qué? —pregunta confundido.
«Tómala, papá. No te esperabas esto» pienso descaradamente para mis adentros. La cara del pendejo ese es un poema de horror.
Karina, que había permanecido atónita, reacciona y se abraza a mi brazo izquierdo.
—Lo que oíste. Este maravilloso hombre es mi prometido —afirma ella haciéndome sentir afortunado. como si en realidad estuviéramos comprometidos.
—¿Cómo pudiste? —inquiere él como si ella le hubiera engañado.
—¿Cómo pude? —Karina me suelta acercándose a él amenazadoramente, apuntándole con el dedo índice—. ¡Se te olvida que fuiste tú quien se cogió a mi mejor amiga el día de nuestra boda!
El rostro de Ramón palidece. No se esperaba lo que ella le dijo. Es como si solo supiera una parte de toda la historia sobre lo que le pasó a Karina.
—Dijeron que tenías amnesia... —musita llevándose la mano al cabello y restregándolo.
—Tengo amnesia, pero ya vi el video —refiere Karina—. ¿Creíste que presentándote aquí y fingiendo que no había pasado nada, yo te perdonaría?
Ramón no sabe qué decir, es claro para todos que eso es lo que pretendía. Es un idiota.
—Opino que deberías irte, no eres bienvenido en nuestra casa —digo ahora yo con tono desdeñoso.
Me hierve la sangre al verlo aquí, en nuestro departamento.
—Karina, por favor, si tan solo me dieras la oportunidad de hablar para explicarte —ruega con tono lloroso.
Paso mi brazo por encima de los hombros de Karina, está turbada, puedo verlo. Ella es como una hoja en blanco y cualquier emoción, sentimiento se registra fácilmente en sus expresiones. Es una persona fácil de leer.
El padre de Karina, el Señor Francisco, se acerca a Ramón perdiendo completamente la paciencia.
—¡Vete ahora, si no quieres que te golpee! —amenaza con voz alta y ronca, este le señala la puerta, pero Ramón no hace caso e intenta acercarse a ella.
Francisco le jala de la polera para intentar sacarlo, pero ramón se deja ir a los golpes contra el padre de mi prometida falsa, haciéndolo caer al suelo.
Suelto a Karina y me voy contra Ramón, un solo maldito golpe en la mejilla y este cae hacia atrás. Mi novia falsa y su madre socorren a Francisco mientras yo lidio con el pendejo de su ex.
—¡Te lo repito de nuevo, lárgate ahora, no eres bienvenido! —grito encabronado.
Ramón se pone de pie, pero no huye, al contrario, toma fuerza y se lanza contra mí abrazándome de la cintura con el afán de tirarme, no obstante no puede. Levanto la pierna fuertemente y lo golpeo en el estómago, lo sostengo de los hombros alzándolo para sacarlo.
—¡Ella me ama! A ti ni te conoce, ella me ama a mí —refiere en un alarido cuando lo lanzo contra la pared del pasillo y cierro la puerta con un portazo—. ¡Karina abre, solo dame una oportunidad! —grita desde el pasillo detrás de la puerta.
—idiota —murmuro dirigiéndome a ver a mi falso suegro—. ¿Cómo está?
La madre de Karina está buscando algo de hielo, que es lo único congelado que hay en el refri, para ponérselo en la mejilla.
—Bien, estoy bien —dice su padre—. El cabrón solo me rozó un poco —explica intentando fingir que no le duele, pero es claro que sí.
Él se quita la mano de dónde le golpearon y tiene exageradamente hinchado.
—Creo que debemos llevarlo al médico —sugiero al verle brotando sangre.
—Sí, papá, vamos al doctor, al parecer tienes partido —comenta Karina estando de acuerdo también conmigo.
Su madre llega con el hielo envuelto en una toalla de cocina que recién compramos.
—Toma esto, viejo —pide acercándole eso a la mejilla—. Póntelo y no te lo quites, te ayudará en la inflamación.
—Ah... está helado —dice el señor.
Los golpes afuera cesan, me acerco a la mirilla y veo que el hombre se mantiene sentado justo enfrente de nuestra puerta, con el ojo hinchado y el labio partido.
—Al menos el idiota de Ramón quedó más jodido —señalo la puerta al caminar de regreso.
—¿Qué? ¿Él sigue afuera? —pregunta Karina limpiando las palmas de sus manos sobre su pantalón.
Afirmo con un movimiento de cabeza, parece como si ella quisiera ir a hablar con él cuando se acerca a la puerta.
—Creo que debo dejarle bien en claro que él y yo no tenemos nada que ver, que lo nuestro se acabó —sugiere.
—¿Por qué harías eso?, ¿qué le debes? —inquiero sintiendo molestia y enojo por la forma en que se preocupa por él.
—¿Estás celoso? —pregunta risueña.
Frunzo el ceño. Por supuesto que no estoy celoso, ¿por qué lo estaría si no somos nada? Bien, en su mente si somos algo.
—Sabes lo que pienso.
—No lo sé —aclara—. Al menos, no lo recuerdo.
Cierto...
El padre de Karina y su madre pasan por enfrente de nosotros y se dirigen a la habitación de ella, cierran la puerta dándonos privacidad.
—Solo será hablar con él, lo conozco y sé que si se lo dejo en claro no volverá a molestarnos —vuelve a insistir con la intención de que acceda.
Pero por los mil demonios, no dejaré que se acerquen de nuevo. No cuando él le causó mucho daño. Cuando he visto los estragos de la mujer que está frente a mí en un video, que soltó una carcajada porque le daba temor romper a llorar.
—¡Por supuesto que no te dejaré acercarte a él! —declaro molesto—. No después de lo que te hizo.
—¡Tú no tienes derecho a decirme que hacer y que no hacer! —refiere acercándose a mí también enojada—. Mejor admite que estás celoso.
—¿Celoso yo, de ese tapón de alberca? —me burlo de su tamaño.
No es que sea un maldito sin corazón, pero vamos, no nos parecemos en nada.
—Ese tapón de alberca fue mi prometido, y también necesita que hable con él —dice ella insistiendo.
—¡Que no, no te dejaré! Y tienes razón, fue tu prometido, tu ex, es pasado —a punto eso con cautela, no quiero que salga de contexto y luego eso lo use en mi contra—. Mejor admite que sientes algo por él. Es la verdad, tú ni siquiera me recuerdas, en tu memoria él es a quien amas.
Sé que la verdad duele, pero debía decirla. Ella se queda perpleja por lo que he dicho.
—Eres un idiota —dice intentando darme una cachetada.
La detengo de la muñeca y la empujo contra la pared con cautela.
—¿En verdad crees que soy un idiota?
—Sí, y no admites que te guías por tus celos —refiere—. Solo fíjate cómo te comportas, irracional.
¿Soy irracional? La tengo contra la pared, con sus manos sujetas por encima de su cabeza y nuestros cuerpos unidos, mostrando mi masculinidad porque ese tapón de alberca me hace sentir celoso.
—Pero soy «tu irracional» —aclaro pasando mi mano por su cintura. La pego a mi cuerpo y ella se remueve.
—Suéltame —dice, pero no se mueve. No soporto nuestra cercanía, la forma en que se amolda su cuerpo al mío.
—Luego.
La beso, ella responde a mi tacto. Me abraza y me suelta pasando sus brazos por encima de mis hombros y me sujeta de la nuca.
—Como dije, estás celoso —dice brevemente antes de besarme de nuevo.
Sí, son celos.
Karina es irresistible, no puedo negarlo. Meto mi mano por debajo de su blusa y siento su piel tersa, suave al tacto.
Ella abre cada vez más profundo su boca, pasa su lengua por la mía. Eso que siento es un tiro directo de electricidad a mi entrepierna. Empujo mi pelvis por mero instinto contra su cuerpo y ella gime.
«Maldita sea, este no es el lugar indicado»
Poco a poco me detengo, aunque no quiero. Quisiera continuar hasta sentirla completamente desnuda debajo de mí, encima, de lado o como quiera. Ella capta que no es el momento también y se va apartando.
Su cabello está despeinado y revuelto, sus labios carnosos enrojecidos por mis besos y su piel está caliente, tanto como mi entrepierna.
—Te ves preciosa —afirmo con una sonrisa de lado.
Ella se sonroja y sonríe de igual manera.
—Tú no te quedas atrás, te ves guapísimo —alaga tomándome de la cintura y acercándome a ella.
—No te puedes apartar de mí, ¿cierto? —presumo, aunque la verdad, soy yo quien no se puede apartar ya de ella.
«¿Qué diablos me está pasando?», me pregunto en silencio abrazándola contra mí.
Karina recarga su cabeza contra mi pecho y suspira. Ella suspira, maldita sea.
Ahora no sé qué hacer, ni que decir...
Apenas tenemos "poco" de prometidos, falsos, pero no hay problema. Me he dado cuenta de que Karina y yo tenemos un "no sé qué". Bueno, sí sé, es una atracción inigualable que jamás había sentido, ni siquiera por mi ex.
Es como si ella y yo estuviéramos en la misma página.
—La verdad, no sé qué hacer —confiesa aferrándose a mí cuál salvavidas.
—Lamento comportarme como idiota —declaro con sinceridad—. Sé que no debí haberte dicho eso, es cierto que eres libre para decidir si quieres hablar con él o no.
Karina se mantiene en silencio y luego se aparta para verme.
—Solo deja que sea clara con él y se irá para siempre de nuestras vidas —asegura como si ella conociera el corazón de ese bastardo.
—Vale, solo recuerda que él te engañó y te demandó —recuerdo muy a su pesar.
—¿Qué me demandó? —pregunta sorprendida, alejándose de mí. Su mirada inquisitiva cae sobre la mía y está más que nerviosa.
Mala mía, que olvidé contarle ese pequeño pero grandísimo detalle.
—Perdón, apenas me enteré, queríamos esperar a contártelo —explico brevemente.
Ella me sigue observando de una manera que me dice que quiere saber más al respecto.
—Explícame —exige con vehemencia.
—Solo leí el documento rápidamente, pero él y tu otra amiga te demandaron por difusión ilícita de su intimidad...
—¿Qué? ¿Ese maldito idiota? —grita con el rostro enrojecido.
No la detengo cuando camina enfurecida a la puerta, quita el pestillo y la abre.
Ramón ya no está en el pasillo. Ella sale a verificar todo el pasillo y al parecer no está porque regresa cerrando la perta de un portazo.
—¡Ese maldito idiota se largó! —menciona lo que había imaginado.
La madre de Karina y su papá, salen a ver que sucede. El señor sigue con el hielo en la mejilla.
—¿Ustedes sabían de la demanda? —inquiere Karina en cuanto los ve.
—Sí, nosotros trajimos el oficio —señala su padre sentándose en una silla del comedor.
Martina va por el documento y se lo entrega a su hija. Esta se sienta a la mesa, al igual que su madre, mientras yo permanezco de pie a su lado.
Karina estudia el documento atentamente y luego comienza a llorar, nadie entiende qué sucede, así que la abrazo.
—Lo recuerdo —dice ella y siento cómo el mundo se abre bajo mis pies.
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