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8. ¡Líos!

Kenneth

El taxista pregunta hacia dónde y antes de que yo pueda decir algo, Karina es la que habla.

—Nos lleva a Wáter Tower Place, por favor —pide y el hombre sigue su ruta por Morgan Street.

Karina no deja de hablar en cuanto el auto avanza.

—Al parecer tienes ya varias admiradoras —comenta mirándome con curiosidad—. Las chicas, excepto Cindy, quien parece estar colada por Maxim Black, no dejaban de verte. Pero no te preocupes, por lo que sé, también le encantas a Tommy. Prácticamente, eres el rompecorazones del momento y lo más curios...

—Para ya con eso —interrumpo y ella me frunce el ceño—. Deja de andar cotilleando sobre mi vida personal. ¿De acuerdo?

—Hum... qué delicado eres —resuelve mirándome de reojo—. Solo estoy intentando sacarte conversación. El desayuno estuvo aburrido, más que una presentación era una reunión donde todos los accionistas presumían cuanto más dinero habían acumulado. Todos, excepto Mr. Black, él fue un auténtico caballero y disculpa lo coloquial de mi comentario, pero fue el único que no sacó su verga para ver cuanto más larga la tenía.

Suelto una carcajada al escucharla. Cualquiera que no sea latino no lo entendería, pero el haber vivido en México lo últimos cuatro años, me ha servido mucho para identificar las frases coloquiales del país, así como sus modismos.

—Lo siento, pero es que me cansé de sonreír y ser amable —explica tallando su frente—. Eso de ser amable y fingir una sonrisa no es lo mío.

—No lo creería de ti, te veías tan cómoda entre todos esos caballeros que te adulaban —refiero con ironía.

Karina me ve sin creer que yo le esté diciendo tal cosa.

—Ahora resultaste espía... qué bonita cosa —dice burlándose—. No sabía que estabas tan pendiente de mí.

Con ese comentario me deja callado.

El taxi va por Chicago Avenue y gira a la derecha en State St. hasta llegar a Pearson Street. Durante el trayecto ya ninguno dice nada. Cuando el taxi se estaciona en la plaza bajamos y ella paga.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto sin saber por qué diablos me bajé.

—Acompáñame, debo cambiar de teléfono y quiero que compremos una cafetera, no pienso estar bajando a comprar café todas las mañanas —explica y camina hacia dentro, yo la sigo—. Te gusta expreso, a mi capuchino, algo debemos encontrar.

—Todo sea por salir a tiempo del departamento —resuelvo y camino junto a ella.

Al entrar ella va directo a una guardia y le pregunta por la tienda de teléfonos más cercana. La mujer le dice en qué lugar queda y prácticamente me lleva como su perro faldero. Al llegar, creí que ella iría por un iPhone, pero en su lugar compra un Samsung Galaxy. Vale, cada quien sus gustos.

Luego de hacer todo el trámite, ella paga y echa el teléfono a la bolsa.

—Vamos, ya me dijeron dónde hay una tienda departamental —explica y sigue caminando a mi lado.

—¿Qué tiene tu viejo teléfono? —pregunto por curiosidad.

—Se apaga... la pila no sirve —comenta mirando hacia enfrente.

—Ah... ¿Por qué no se los dejaste? Ellos tienen cómo desechar esas cosas —informo sin ánimo de ser intenso—. Una pila dañada puede ser de gran peligro.

—No tienes de qué preocuparte —asegura tomando conmigo las escaleras eléctricas para llegar al siguiente piso—. Yo me haré cargo.

—Vale —musito y caminamos a la tienda departamental.

Karina va directo a una dependienta que nos lleva dónde están los electrodomésticos. Nos va mostrando uno a uno y Karina revisa rápidamente las características. Personalmente, no soy de andarme fijando en esas cosas, simplemente las compro y ya. Pero Karina no, se nota que es meticulosa.

—Dame tu tarjeta de crédito —demanda y niego—. Yo aún no tengo tarjetas en el país, se nota que tu sí. Además, eres ciudadano. O lo compramos a crédito, o espero que traigas doscientos dólares en la billetera.

—¿Cuánto costó esa cosa? —pregunto horrorizado—. Solo es una cafetera...

—Una que hace expreso y capuchino, y con la que no tendrás que salir a la cafetería de la esquina a por café ¿Entonces?

—Que mandoncita... —confieso riéndome y saco mi American Express y se la doy—. Espero que me pagues en efectivo.

—Por supuesto, cuando me llegue mi primer cheque —aclara y me río porque no trae dinero y me ha sacado la cafetera.

Karina Rivera no pregunta, ella supone que uno va a hacer las cosas y lo peor del caso es que uno las hace.

Al pagar me entregan la cafetera a mí.

—¿Es todo? ¿No quiere comprar algo más su majestad? —cuestiono en broma.

—Ahora que lo pienso sí. Vamos —dice y sale disparada al lado contrario de dónde íbamos y entra a una tienda extraña.

Al parecer es de cosas relacionadas con los baños. Me siento en una banca justo afuera y la espero. Al cabo de diez minutos sale con una bolsa y un tapete.

—¿Qué diablos compraste? —pregunto mirando todo lo que trae.

—Compré una cortina nueva para la ducha, la que esta ya es vieja y sabe dios cuantos gérmenes tenga. Unos tapetes para el baño y uno para la entrada de la casa, ¿si te diste cuenta de que no tenemos?, ¿verdad? Y si llueve, no quiero que dañemos la madera —explica y apenas la sigo. No te preocupes —asegura al ver mi cara de asombro—. Prometo pagarte todo a fin de mes.

—Eso no es lo que me preocupa, me preocupa que solo estuviste diez minutos ahí y ya compraste media tienda —digo revolviendo todo lo que hay en la bolsa—. ¿Velas aromatizantes? ¿En serio?

—No nos conocemos y no quiero andar oliendo tus aromas cuando entres al baño... así prendes una velita y asunto resuelto —explica y me suelto una carcajada.

Me pongo de pie negando con la cabeza y ella me sigue con el resto de las compras.

—Pero ¿qué te da risa?

—Dices que no nos conocemos y has secuestrado mi tarjeta de crédito ... Y sin conocerme —confieso.

Noto como hace un puchero a mi lado, pero luego se recompone. Toma de nuevo esa actitud enérgica.

—¿Siempre eres así? —pregunto de la nada al salir a la calle.

Karina pide un taxi y no es hasta que subimos que pregunta.

—¿Así cómo? —me responde con otra pregunta y luego le da la dirección al chofer del taxi de nuestro destino.

—Así de... no sé cómo explicarlo —comento primero, pero no hay palabras distintas para lo que preguntaré—. ¿Siempre estás dando órdenes? ¿De esta manera es como esto va a ser?

Karina me mira con un poco de confusión en su rostro, luego se recompone.

—Lo siento, si creíste que te di órdenes —se disculpa—. Lo cierto, es que tenemos prisa, no se nota que seas de las personas que les guste tomar la iniciativa, así que simplemente no quise esperar horas a que me dieras tu opinión. Sabía que te gusta el expreso y con base en eso elegí la cafetera. Ya sabes, algo que nos guste a los dos. Y lo del baño... mea culpa. Quería aprovechar el viaje. Sobre la tarjeta, es cierto, solicitaré mis cuentas bancarias en cuanto me sea posible. Vamos. Solo tenemos tres días aquí.

Todo me parece lógico, pero también me doy cuenta de que habla mucho.

Mucho...

—¿Siempre hablas tanto? —pregunto con curiosidad.

Ahora Karina me observa enojada.

—Bueno, ya para, no te gusta nada de lo que hago por lo visto —deduce, pero no es eso.

Es que ella es... distinta. Otras mujeres se sienten cohibidas a mi alrededor, ella no.

—Ya, perdón, no seas tan tóxica —digo a manera de broma.

—¿En serio me estás diciendo tóxica cuando eres tú quien cuestiona hasta el aire que respiro? —pregunta dolida y un poco exaltada.

—¡Perdón, era una broma! —confieso y me da molestia que no se pueda bromear con ella—. Con razón te dejo el novio...

Suelto esa bomba e inmediatamente me arrepiento.

—¡Pare! —le exige al taxista y este de inmediato se orilla.

Karina toma su bolso y baja casi corriendo.

—¡Karina, perdón! —expreso intentando bajar, pero ella se acerca a la ventanilla del chofer.

—Tome, le doy cincuenta si lo lleva ya mismo —el taxista sale patinando y yo apenas alcanzo a cerrar la puerta.

Veo por la ventana trasera cómo es que lleva sus manos al rostro mientras rompe a llorar.

Sí que la he liado.

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