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7. Competencia de...

Kenneth

Karina Rivera tenía encantados a todos y cada uno de los asistentes de la reunión. Los principales inversionistas, así como los jefes de los departamentos, que en su gran mayoría son hombres, están encantados con ella. La actitud enérgica de ella es contagiosa.

—¿Tan mal te cae? —pregunta Cindy a mi lado.

Karina está rodeada de al menos seis hombres. Entre ellos Maxim Black. Un multimillonario, arquitecto, filántropo, playboy y adonis de Manhattan. Obviamente, Karina está escurriendo baba por él. Y esto no lo sé por qué sí, sino porque los últimos diez minutos, Cindy ha estado suspirando por él a mi lado.

—No, pero es claro que tú la ves como rival —respondo con una sonrisa de lado—. Deberías ir a hablarle con un pretexto y así te quedarías a hablar entre ellos.

—Por supuesto que no, es claro que él es muy guapo —responde ella sonrojándose—. Pero siendo sincera, no eres rival para él. Míralas —señala un grupo de cuatro mujeres, reunidas en un semicírculo, hablando entre ellas—. No han dejado de señalarlos, es claro que los están comparando.

—Como si me interesara —respondo escuetamente mirando mi teléfono—. Tengo cosas que hacer en la empresa, quiero conocer a mi equipo de trabajo. ¿Será posible que me marche?

Cindy mira su reloj.

—Dales un respiro —dice.

—¿A qué te refieres? —pregunto cuando no comprendo su comentario.

—Cuando no está ningún jefe, en la compañía suelen tomar almuerzos, mandan pedir comida y se relajan un poco —explica con una mirada risueña. Ella es amable, me cae muy bien—. Si vas, todos comenzarán a querer esconder todo o saldrán a escabullirse para almorzar incómodamente.

—¿No se supone que es contra las reglas comer en deshoras en las oficinas? —inquiero recordando el reglamento que tan cuidadosamente me aprendí anoche.

Cindy sonríe condescendiente.

—Las reglas son para romperse, ¿recuerdas? —toma de su copa de vino—. Te dejo, no volveremos a la empresa hasta las once, te aconsejo que busques algo que hacer.

Ella se aleja de mí dejándome ofuscado. Maldita sea. No quiero tener que acercarme a las chicas, tampoco es como si tuviera la necesidad de coquetear, no soy materia dispuesta en estos momentos, ni dentro de mucho.

Camino hasta la orilla de la baranda que da a la calle. Observo a los transeúntes mientras bebo de mi copa. Que tan lejos de mi idea de vida me encuentro, estuviera a cientos de kilómetros de aquí, en medio del campo como lo había planeado con ella. Sin embargo, estoy aquí. En una ciudad dónde no me gusta vivir, pero de la cual no me puedo librar por ahora. Al menos no por el año que se avecina. Después de eso, planeo irme lejos... muy lejos.

—¿Por qué tan aburrido? —inquiere Karina llegando a mi lado—. Creí que eras más de los extrovertidos que son el alma de la fiesta.

Solía serlo...

—No me gustan este tipo de reuniones —explico brevemente—. No como a ti, es claro que te gusta la atención de los caballeros.

Maxim Black me ve y levanto mi copa para saludarlo.

—Tienes un admirador —aseguro y Karina sigue mi vista para notar que el multimillonario nos observa cuidadosamente.

—Ni al caso —dice volviendo su atención a mí—. Deberíamos de volver.

—Dile eso a Cindy para que te regañe como a mí —comento riendo.

Ella me da una mirada cargada de curiosidad e intriga, así que le respondo antes de que pregunte.

—Dice que cuando ningún jefe está toda la empresa se toma su tiempo para hacer "convivencia" por así decirlo. Que debemos volver hasta las once.

—No jodas, eso es al menos una hora y media más...

—¡Kenneth Rexroth! —interrumpe la voz de un hombre muy conocido para mí—. Ven acá, hijo mío.

Todos se giran a ver al hombre que acaba de llegar.

—¡Señor Platt! —saluda Cindy acercándose a él.

—Cindy, un gusto verte —dice falsamente—. Permite que salude primero a mi hijo.

Los siete inversionistas, y ocho jefes de departamento de M&S Harvesting, Inc., me observan con cuantiosa curiosidad. Todos con sus trajes de miles de dólares y rostros arrogantes me escanean para deducir lo que está sucediendo.

—Ven, acá, muchacho —pide Michael Platt, extendiendo sus brazos.

Este se me echa casi encima y me da un caluroso e incómodo abrazo.

—Hola, Michael —alcanzo a decir mientras me ahoga con su abrazo de oso.

—Me alegra saber que decidiste venir, cuando me avisaron que sería la bienvenida del nuevo director de Recursos Humanos supuse que eras tú —confiesa soltándome.

—Lamento decepcionarte —confieso feliz de ver que una vez más no cumplo con sus expectativas—. Te presento a Karina Rivera, la nueva directora de Recursos Humanos.

Michael se nota confundido, él me señala a mí y luego a ella. Ha de creer que somos pareja.

—No, no es lo que piensas —aclaro antes de que haya de nuevo otra confusión—. Yo soy el responsable de formación y desarrollo. Karina es de RH.

—Mucho gusto, señor Platt —Karina sonríe ampliamente dejando salir su encanto natural para seducir masas—. Es un gusto conocerlo.

Michael parpadeó un momento antes de reaccionar.

—El gusto es mío, señorita Rivera —expresa extendiendo su mano para darle un apretón—. Kenneth, ¿Podemos hablar un momento?

Asiento por qué sé el sermon que se avecina.

—Permiso —se disculpa Karina y se aleja rápidamente.

—¿Me puedes explicar por qué no tomaste el puesto que te di? —inquiere Michael.

—Estoy aquí por Mandy —advierto recordándole el trato—. Tú sabes por qué vine, no tenía por qué trabajar en tu empresa, y, aun así, estoy aquí, por respeto al trato que tenemos. Me gustaría que dejaras de llamarme hijo.

—¡Pero lo eres! —recrimina enojado.

No sé si su cinismo es parte del juego o qué, pero me fastidia que me recuerde eso.

—Por favor, si saben que soy tu hijo, comenzarán a tratarme diferente... —explico y él hace una mueca—. Solo di que somos como de la familia. Es todo lo que necesita saber la gente.

Michael Platt, fue el segundo marido de mi madre. Puede decirse que fue mi padre por muchos años, hasta que engañó a mamá con su secretaria y bueno, todo se desmoronó. Ahora solo quedan los recuerdos.

Mi madre está enferma, mi viaje y estancia en México me dejaron sin recursos. Ahora Michael paga las facturas de mi madre, pero como soy un hombre orgulloso decidí trabajar antes que dejar que él pague todo.

—Vale, aun así, al menos, ve y visita a tu madre —recalca—. Ella te extraña.

—Bueno, eso lo veré yo con ella. Ya sabes, cosas de familia —refiero y él hace una mueca—. Nos vemos.

Le doy una palmada en el hombro y salgo del lugar, no quiero tener que soportar a todos los demás buitres que pululan a su alrededor.

Camino hasta la calle y paro un taxi. Este se detiene y subo, estoy por cerrar la puerta cuando alguien la detiene.

—¿Creíste que huirías sin mí? Qué iluso —dice Karina subiendo a mi lado. Por lo visto no me libro de ella.



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