21. Mi acosadora
Karina ríe abiertamente, no le importa que sus padres escuchen y me pone nervioso. Debo confesar que siento mariposas en el estómago... Malditas mariposas. ¿Qué me está pasando? Es solo un beso. Un cuerpo. Dios santo, es Karina, mi acosadora, mi compañera de cuarto, la mujer que ha dificultado mi transición, mi momento de olvidar y superar. Ha eclipsado todo a su paso.
Ya no existen mis planes, ahora todo gira en torno a ella. Pero soy consciente de que fui yo quien la puso ahí, en el centro de mi universo. Karina Rivera, una mexicana excéntrica, de carácter indomable y decisiones firmes.
Ambos salimos del baño; ella camina directo a mi habitación y termina de cambiarse mientras yo me doy una ducha rápida. Debo aclarar que la ducha es fría para bajar la calentura que tengo.
Cuando salgo, me envuelvo en una toalla. Solo tengo que cruzar la puerta hacia mi habitación y listo. Abro la puerta del baño y me encuentro con Karina saliendo de la habitación. Ella me mira boquiabierta.
—Cierra la boca —le digo al pasar junto a ella—. Me cambiaré rápido, así estaremos listos para salir a desayunar.
—Gracias —responde con los labios apretados y las mejillas sonrojadas.
Cierro la puerta de la habitación con pestillo. No sé qué sucederá con Karina. Si seguimos así, terminará pidiéndome sexo al final del día.
Me cambio rápidamente y me pongo unas botas casuales, jeans, una playera tipo polo, mi chamarra de piel y mis lentes wayfarer. Tomo un poco de cera para peinarme. No tardo más de diez minutos y salgo.
—Estoy listo —anuncio a Los Rivera, que están sentados en la sala del departamento charlando. Cuando me ven, todos se callan de inmediato—. ¿Me he perdido algo?
—¡No! —dice Karina con un dejo de nervios en su voz—. Estamos listos, ¿nos vamos?
—Vamos —indico hacia la puerta y luego ofrezco mi brazo a "mi prometida".
Karina lo toma y ambos caminamos delante de sus padres. Tomo las llaves de la mesita de la entrada y abro la puerta. Todos salimos y cierro con seguro. Mientras bajamos, pido un Uber para trasladarnos.
—¿A dónde iremos? —pregunta la madre de Karina.
—Iremos a un restaurante donde puedan elegir lo que más les apetezca para desayunar —confieso.
El Uber llega y todos subimos. El traslado es rápido, Karina se dedica a observar la ciudad. Todo lo que ve a su alrededor, como si fuera la primera vez... aunque en teoría lo es.
—¿El trabajo queda muy lejos de casa? —pregunta con curiosidad.
—No, de hecho, pasaremos cerca —digo señalando la dirección—. Si vamos por aquí, solo son dos calles hacia arriba y listo.
—¿Cuándo volveremos a trabajar? —inquiere ahora.
El trabajo... tengo que hablar con Cindy y abordar ese tema.
—Ya lo veré más adelante, primero está tu salud —comento recordándole lo que dijo el médico—. Dijo que debes adaptarte y tomarte esto con calma.
—Sí, lo sé... solo preguntaba —dice, apretando los labios.
Noto que últimamente hace eso a menudo, antes no lo hacía. Al menos no que yo recuerde.
Llegamos al restaurante y desayunamos juntos. El bufé es variado y ofrece platillos de distintos rincones del mundo. Nos sentamos los cuatro juntos en una mesa, como era de esperarse.
—Esto es delicioso, ¿ya habíamos venido antes? —cuestiona Karina mirando a su alrededor.
—No, este lugar solía ser donde venía con mi padrastro, antes de que se divorciara de mamá —revelo, dejando a todos sorprendidos.
Es cierto, nunca les he hablado de mí. Ni a Karina antes ni después del accidente.
—¿Tu madre vive en la ciudad? ¿Ya la conozco? —la mujer a mi lado hace muchas preguntas.
—No, y no. Aún no se ha dado la oportunidad —explico brevemente antes de continuar comiendo.
—Oh... ¿Pero sabe que estamos comprometidos? —pregunta Karina.
Maldición... Karina tiene mil preguntas que me ponen en aprietos.
Pero esto es culpa mía por mentirle. No pude quedarme callado y dejar que se fuera. Ahora mismo estaría en México, a varios cientos de kilómetros. Quizás incluso ya hubiera recuperado la memoria.
—Creo que ese tipo de preguntas deberíamos dejarlas para cuando estemos solos —pido amablemente—. No suelo hablar mucho sobre mi familia —confieso, ofreciendo una breve explicación de mis motivos.
Hasta yo me sorprendo por mi comportamiento tan familiar. No suelo actuar así. Decido desviar la conversación hacia la vida familiar de Los Rivera.
—Entonces... ¿Cómo están sus otros hijos? —pregunto en un intento por cambiar de tema.
—Bien, Karla está en casa. Quería venir, pero aún no tiene la visa —explica el padre de Karina—. Los chicos están trabajando. No pueden venir... están encubiertos —dice en voz muy baja.
¿Encubiertos? Me pregunto sin dar ninguna pista de que no tengo idea de lo que están hablando. Además, ¿cuántos hijos tienen?
—Oh, ya veo...
—¿Crees que puedan venir pronto? Quiero verlos —pide Karina a su padre.
—No lo sé, hija. Ellos no han vuelto en un par de meses y quién sabe cuándo regresarán —declara su madre con pesar.
No sé a qué se dedican, pero el hecho de estar "encubiertos" me hace pensar que podrían trabajar para el gobierno. Ellos siguen conversando de manera normal, y Karina sigue indagando sobre su familia y las novedades en su pueblo.
Terminamos de desayunar y luego vamos a un supermercado a comprar provisiones. Me gustaría poder decirles que nunca hemos hecho las compras de víveres para el departamento.
Al regresar, como llevamos muchas provisiones, nos dividimos en dos autos. Karina y yo vamos en uno, mientras sus padres van en el otro. Subimos al departamento y dejamos todo en la cocina para luego empezar a acomodarlo. Incluso esta tarea se vuelve muy familiar, hasta que el timbre de la puerta suena.
—Qué raro —digo, acercándome para abrir la puerta.
Al hacerlo, un hombre que apenas me llega al hombro, con una mirada asesina y una actitud desafiante, me observa. Me parece familiar.
—¿Ramón? —pregunta Karina detrás de mí.
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