20. El mejor de todos
Mientras Karina se prepara para entrar a la ducha, su madre hace una sugerencia.
—¿No la vas a acompañar? —pregunta la madre.
—¿Qué? —respondo confundido.
—¿Qué tal si se marea y se cae en el baño? —cuestiona su madre.
Aunque ya había considerado esa posibilidad, escuchar a Martina decirlo en voz alta lo hace parecer más real. Así que decido acompañar a Karina al baño.
—Está bien, tiene razón. No queremos que se caiga y recupere la memoria —susurro mientras entro y cierro la puerta.
—¿Hemos tomado baños juntos antes? —pregunta Karina mientras se quita las pantuflas.
—Creo que no... Estoy seguro de que no —respondo en voz alta, apoyándome en el mueble del lavamanos.
—¿Quieres bañarte conmigo? —ofrece Karina sin inhibiciones.
No la reconozco. En otra vida, me imagino que ella me habría lanzado con el secador de pelo que dejó colgado junto al lavamanos.
Esto es simplemente surreal...
—No, báñate tú. Si te sientes mareada, avísame y estaré pendiente de ti —sugiero para no invadir más su privacidad.
No puedo permitir que esta mentira vaya más allá de lo "normal". Una cosa es fingir ser novios, ser su prometido, pero otra muy distinta es convertirnos en amantes. Porque supongamos que ella recupera la memoria, seguramente me demandará por daños y perjuicios, invasión a su privacidad, por mentirle, por dormir con ella... Quién sabe, incluso podría decir que soy un acosador o algún tipo de pervertido.
Y obviamente, no quiero eso.
Karina toma la orilla de mi playera y me doy cuenta de que está a punto de levantarla para quitársela por encima de su cabeza. Me giro con el pretexto de organizar su ropa que aún tengo en mis brazos, colocándola en el estante del baño.
Ella se ríe y escucho el sonido del agua de la ducha al abrirse. No me giro hasta que oigo que entra y desliza la puerta de cristal cerrándola.
—Y... ¿qué solíamos hacer? —pregunta ella mientras se ducha—. ¿Cuánto tiempo llevamos saliendo?
Siento cómo mi piel se enfría por el sudor. Esto es algo para lo que no estaba preparado.
—Solíamos trabajar juntos, salir de compras, hablar con tus amigas y tener conversaciones largas —digo sin entrar en detalles—. Pero, cariño, eso no importa ahora. No lo recuerdas. Propongo que creemos nuevas memorias juntos.
—Tienes razón —responde con la voz amortiguada por el sonido del agua—. ¿Y qué hay de nuestro aniversario?
"Maldita pregunta", pienso para mis adentros.
—En realidad, no tenemos mucho tiempo juntos —pienso en las fechas, apenas hemos estado saliendo por unos días—. Llevamos dos meses saliendo, pero yo te conozco desde hace un poco más de un año.
—¿Por la empresa? —pregunta ella mientras cierra la llave de la ducha.
—Sí —respondo rápidamente.
—Oh... Es un poco temprano para estar comprometidos, ¿no? —comenta ella mientras extiende la mano fuera de la regadera, esperando que le pase la toalla.
Le entrego la toalla mientras reflexiono sobre cómo responderle.
—No puedo decir si es temprano o no. Creo que cuando encuentras a la persona adecuada, el tiempo deja de importar, porque el corazón ya ha decidido a quién amar. ¿No crees?
Karina abre la puerta y me deja sin palabras. Si verla con mi playera fue algo extraordinario, verla envuelta en una toalla, con su piel bronceada y recién mojada, es simplemente increíble.
—Me has dejado sin palabras —declara ella, mirándome con ternura—. Esas son las palabras más hermosas que he escuchado en mi vida. Y sí, creo eso. Aunque no te recuerde, aquí —señala su corazón— siento un latido que nunca antes había sentido. Al menos, no que yo recuerde.
Pienso en su ex. ¿Acaso nunca le dijo cosas tiernas? No quiero imaginarme qué tipo de relación tuvo con ese desgraciado.
Me acerco a ella y la abrazo. No lo hago porque me lo pida o porque deba hacerlo, sino porque quiero hacerlo. Ella apoya su cabeza húmeda en mi pecho.
—Ojalá pudiera recordarte —dice con sinceridad—. Quisiera poder recordar nuestro primer beso... nuestra primera cita.
Karina levanta el rostro para mirarme y está tan cerca que siento que mis manos tiemblan. No puedo permitir que esto suceda. No puedo perder el control.
—No te agobies, todo volverá a tu memoria —declaro, incitando esperanzas. Aunque sé que sería en vano.
Los médicos, antes de irse, nos hablaron a sus padres y a mí, dándonos muchas esperanzas. Es como jugar con una moneda al aire, tal vez un día despierte y recupere su memoria, o tal vez nunca lo haga. Solo el tiempo lo dirá, pero lo mejor es no aferrarnos a esas esperanzas.
—Eso espero, Kenneth. No sé lo que he perdido, pero al verte, al sentir esto en mi corazón, me hace creer que he perdido mucho y apenas te conozco —confiesa mirando mis labios.
Mi corazón se acelera, mis manos tiemblan y la sujeto con fuerza. Karina pasa sus manos por encima de mis hombros y me agarra del cuello. Nuestros cuerpos se juntan, casi puedo sentir el latido de su corazón.
Su mirada es tierna, apacible. Sus labios incitan el deseo. Grabo su rostro en mi memoria, sus labios en el santuario de mis recuerdos. Me acerco a ella al mismo tiempo que Karina levanta su rostro. Nuestras bocas están tan cerca, su cálido aliento roza el mío. Siento cómo mi corazón late rápidamente y mis manos tiemblan.
Ella cierra los ojos y me pierdo en el momento. Me sumerjo en el calor de su cuerpo, en la suavidad de su cintura y en la inmediatez de sus labios. La beso, un hormigueo recorre mi boca, mi pecho se inflama, el día se convierte en noche y la magia nos envuelve. Es como si fuera el primer maldito beso que doy en toda mi insípida existencia. ¿Por qué lo hago? Porque necesito sentir esto que siento.
La suavidad de su lengua se entrelaza con la mía, es cálida, es audaz, es Karina siendo ella misma. Lo sé, porque no se reprime. Ella se acerca más a mí y la sostengo por la cintura. Deslizo mi mano por su cadera, y ella gime. Maldita sea, me estoy excitando.
Finalmente, me aparto.
—Tus padres están afuera —digo con mi frente pegada a la suya.
Ella sonríe y tomo su rostro entre mis manos, dejando un beso en su frente.
—¿Este cuenta como nuestro primer beso?
—Sí, el mejor de todos.
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