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PIRULETAS CON FORMA DE CORAZÓN Hermione, 3º año

 -Vieja estúpida- soltó Ron.

-¡Ronald!- lo regañé.

-¡Pero es que es verdad!- se excusó.

Era el día de la primera excursión a Hogsmeade, el pueblecito que había junto a Hogwarts, y todos estábamos muy ilusionados. Todos menos Harry, cuyos tíos no le habían firmado el permiso de salida. Acababa de pedírselo a la profesora McGonagall, pero ella había dicho que no podía firmarlo, por lo que Ron se había puesto a insultarla en voz baja.

-Harry, lo siento mucho, pero es que la profesora tiene razón, ella no puede hacerlo- le expliqué a Harry a pesar de que él no había abierto la boca.

Estaba triste, y lo entendía perfectamente, pero ya nada se podía hacer.

-Te traeremos un montón de regalos- le prometí a mi amigo, y él asintió con la cabeza no muy animado.

-¡Última llamada para Hogsmeade!- gritó la áspera voz de Filch, el conserje.

-Adiós, Harry- me despedí.

-Luego nos vemos, tío.

-Hasta luego, chicos- dijo Harry dándose la vuelta y metiéndose en el castillo.

Ron y yo nos dirigimos al grupo de gente que esperaba impaciente a las puertas del castillo. Una vez que la abrieron, comenzamos a caminar por un camino de tierra que conducía al pueblo.

-Maldita profesora...- volvió a murmurar Ron.

-Ron, ¿quieres parar ya de una vez?- espeté.

-¡Pero es que es verdad! ¿Qué le costaba firmar ella el permiso?

-Pero es que no puede, Ronald. Lo tiene que firmar el padre, madre o tutor legal, y si ella no lo es pues no puede firmarlo y punto.

-Parece que te da igual que Harry no venga con nosotros...

-¿Pero cómo puedes decir eso?- exclamé enfadada-. Me encantaría que Harry viniera, pero...- no quería empezar el día discutiendo, así que respiré para tranquilizarme-. Mira, vamos a pasarlo bien, ¿vale?

Miré a Ron con mi mejor sonrisa y él sonrió también.

-Vale.

Era la primera vez que pasaría un día entero con Ron, y aunque era uno de mis mejores amigos la idea me asustaba un poco. Con Harry hablábamos de cualquier cosa sin discutir, pero con Ron todo era distinto... Pero bueno, al fin y al cabo podíamos pasarlo bien, incluso sin Harry con nosotros... ¿no?

Caminamos durante varios minutos por el sendero charlando animadamente hasta que divisamos unas casas con tejados altísimos acabados en pico. Habíamos llegado a Hogsmeade. Los de tercero, que íbamos por primera vez, soltamos algunas exclamaciones, y Dean, Seamus y Neville salieron corriendo hacia una tienda. Llevaban varios días sin parar de hablar de Zonko, una tienda de artículos de broma. -Bueno, ¿a dónde quieres ir?- me preguntó Ron.

-A todos sitios- contesté mirando a mi alrededor.

-¿Qué te parece si empezamos también por Zonko?- propuso.

-De acuerdo- asentí sonriente.

Nos dirigimos a una tienda con la fachada color verde claro y entramos. Toda la tienda estaba llena de artículos de broma, tanto mágicos como muggles, de todas clases y colores. Estuvimos un buen rato allí dentro, apartando a la gente a empujones (parecía que todos los alumnos de Hogwarts estuvieran allí), probando algunos artículos, ayudando a Dean a gastarle una broma a Seamus con un artefacto muggle que te pegaba si lo abrías y guardando cola en la caja. Finalmente salimos de allí con una bolsa repleta de cosas, la mayoría de ellas artículos que Ron se había comprado para él y dos chivatoscopios que compré yo, uno para Harry y otro para mí.

De allí fuimos a la oficina de correos, una gran estancia con más de doscientas lechuzas que revoloteaban por ahí o descansaban en anaqueles y llevaban indicadores de la velocidad de cada una. Esas lechuzas estaban muy bien preparadas para ir a cualquier parte del mundo. Después fuimos a Dervish y Banges, una tienda de artículos de brujería... La verdad es que lo estábamos pasando muy bien, y el pueblo era genial.

-Oye, ¿te parece que paremos un momento a descansar?- le pregunté a Ron antes de que saliera disparado hacia otra tienda.

Llevábamos todo el día de un lado para otro sin parar, cargados de bolsas de cosas que habíamos comprado y regalos para Harry (las cosas más chulas que habíamos encontrado) y yo ya estaba un poco cansada.

-Bueno, vale...- contestó Ron-. Dicen que el mejor sitio es Las Tres Escobas.

Señaló un pub que se encontraba en una esquina y asentí. Entramos en el abarrotado pub, donde hacía un calorcito muy bueno, y nos sentamos en una mesa para dos situada en una esquina. Con un estruendoso ruido soltamos las bolsas en el suelo y resoplamos a la vez, lo que nos hizo comenzar a reír fuertemente.

Jamás pensé que sería tan agradable estar un día a solas con Ron: era muy divertido, de eso no tenía duda, pero también tan patoso a veces... Y por primera vez yo había conseguido pasar un poco la mano y no enfadarme tan fácilmente, y el resultado era muy bueno.

-¿Qué os pongo, chicos?- preguntó la camarera cuando llegó a nuestra mesa.

Tenía los ojos oscuros y el pelo rubio y rizado, un sucio delantal y se limpiaba las manos con un trapo. Era bastante guapa a pesar de su sucia ropa y su cara de cansancio.

Ron no contestó. Se había quedado mirándola de arriba abajo con la boca abierta.

-Em... Eso- dije señalando la mesa de al lado, donde unos chicos estaban tomando una gran jarra de algo que tenía buena pinta.

La camarera se giró para ver qué señalaba.

-Dos cervezas de mantequilla, ¿no?- preguntó.

-¿Cerveza de...?- exclamé.

Eso no sonaba demasiado bien.

-Tranquila, hija, podéis tomarlas- aclaró.

Bueno, si ella lo decía... Vale.

-Pues sí, dos por favor- contesté finalmente.

-¡Rosmerta!- llamó alguien desde otra mesa al tiempo que levantaba la mano.

-Ya voy- contestó la camarera dándose la vuelta.

Ron la siguió con la mirada hasta la otra mesa, y después hasta la barra. Cuando finalmente se perdió tras una puerta se quedó contemplando el lugar por donde acababa de desaparecer con cara de bobo. Me reí.

-Oh, veo que te has enamorado, Ronald- dije con sorna.

Ron volvió a la realidad y sacudió la cabeza.

-¿Pero qué dices?- contestó bruscamente.

Yo me reí aún más fuerte.

-Aquí tenéis- la camarera acababa de llegar y colocó dos jarras sobre la mesa-. Buen provecho- nos deseó antes de irse.

Ron había estado todo ese rato con la vista fija en la mesa, pero yo sabía que no iba a aguantar mucho... Y, efectivamente, tras unos segundos lanzó una rápida mirada a la camarera otra vez. Levanté una ceja y suspiré. Hombres... A veces hasta daban pena.

-Se llama Rosmerta, ¿sabes?- dije distraídamente, y le pegué un buche a mi cerveza de mantequilla.

Por las barbas de Merlín, ¡estaba riquísima! Se me podrían hasta saltar las lágrimas. La verdad es que con ese nombre no estaba demasiado convencida, pero estaba deliciosa.

-¿Quién?- preguntó Ron.

-Ella- contesté señalándola con la cabeza.

-Ah, vale...- murmuró como si no tuviera importancia. Entonces reparó en que tenía un vaso frente a él-. ¿Y esto qué es?

-Cerveza de mantequilla. Pruébala, Ron, te va a encantar.

Ron se llevó distraídamente la cerveza a la boca y su expresión cambió totalmente. A él también le había gustado. Cuando terminamos nuestras bebidas mientras charlabamos pagué la cuenta y nos fuimos.

-Gracias por invitarme- me dijo Ron cuando salimos.

-Oh, vaya Ron, que amable te has vuelto- dije con ironía, aunque en el fondo me sorprendía un poco que Ron me diera las gracias.

-Ey, que yo puedo ser amable si me lo propongo- exclamó entre risas, y cogió las bolsas que yo llevaba en las manos.

Parpadeé un par de veces y le sonreí.

-¿Vamos a Honeydukes?- propuso.

Sus ojos azules comenzaron a brillar. Honeydukes era la mejor tienda de golosinas del mundo, según había oído.

Nos dirigimos hacia allí y entramos: la tienda estaba llena de gente y golosinas inimaginables. Había grageas de todos los sabores, algodón de azúcar, ranas de chocolate... Ron y yo probamos de todo, cogimos una bolsa y comenzamos a llenarla de cosas.

-No, coge de los de sabor a calabaza, a Harry le gustarán- le dije a mi amigo, que llenaba la bolsa de caramelos.

-Bueno, yo le echo de todo- Ron se encogió de hombros y continuó llenando la bolsa.

Cuando acabamos nos giramos para ponernos en la cola y vimos dos carteles enormes que ocupaban una pared. Uno de ellos anunciaba un palo de regaliz multicolor, y otro piruletas muggles redondas o con forma de corazón pero de tamaño gigante.

-Wow, yo quiero una de esas- exclamó Ron señalando el cartel de las piruletas.

Yo levanté una ceja. Con la cantidad de cosas increíbles que había en esa tienda, ¿y Ron se fijaba en una simple piruleta?

-Ron, son piruletas normales y corrientes.

-No, Hermione, ¡son piruletas GIGANTES!- exclamó, y yo me reí.

Entonces nos pusimos en la cola para pagar, pero había tanta gente que comencé a agobiarme.

-Ron, dame las bolsas, te espero fuera- dije cogiendo las bolsas de las otras tiendas.

-Vale- contestó.

Salí afuera entre empujones y miré mi reloj. Quedaba poco para que volviéramos a Hogwarts. La verdad es que me lo estaba pasando tan bien que no quería volver... Al cabo de un rato mi amigo pelirrojo salió de la tienda. Llevaba dos grandes piruletas rojas con forma de corazón. Puse los ojos en blanco y suspiré. Habíamos tomado cerveza de mantequilla, habíamos probado todas las chucherías de la tienda y dentro de poco cenaríamos en el Gran Comedor, ¡y este chico no paraba de comer! Y no sólo una piruleta, sino dos. Pero entonces...

-Toma...- murmuró Ron extendiendo un brazo y ofreciéndome una piruleta con forma de corazón.

Abrí mucho los ojos, aquello no me lo esperaba.

-No quedaban de las redondas- explicó con la cara de un rojo intenso y mirando al suelo.

Unos segundos de silencio...

-Gracias- contesté finalmente con una sonrisa, y cogí la piruleta.

Y aunque la explicación de Ron parecía verdad, juraría que vi salir a un chico con una piruleta redonda tras él...

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