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COMO DOS NIÑOS PEQUEÑOS Ron, 5º año

"Júpiter tiene...", escribí, y mis ojos se cerraron pesadamente. Tenía bastante sueño, pero cuando mi cabeza comenzó a caer hacia adelante abrí los ojos rápidamente. No podía quedarme dormido haciendo los deberes.

"Venga Ron, ¡concéntrate! Tienes que acabar esta redacción para mañana". ¿Cuántos satélites tenía Júpiter? No me acodaba, así que escribí: "muchos satélites".

Pero finalmente no pude más y, echando la cabeza hacia atrás, me quedé dormido.

***

-¡Ronald Weasley, despiértate ahora mismo!- oí que gritaba una voz parecida a la de mi madre cuando se enfadaba.

Me desperté sobresaltado y miré a mi alrededor. ¿Dónde estaba? ¿No estaba en La Madriguera? Entonces vi a una chica castaña con los brazos en jarra que me sonaba mucho. ¡Claro, la Sala Común de Gryffindor! Miré a Hermione con cara de terror mientras escuchaba a alguien reírse a mis espaldas. Al final me había quedado dormido...

-Ya, ya... Estoy acabando- me apresuré a decir, y comencé a mover la pluma como si estuviera escribiendo en mi trozo de pergamino.

Cuando mi amiga levantó una ceja miré hacia abajo y vi mi redacción tirada en el suelo y la tinta de mi pluma goteándome sobre la túnica de Hogwarts. Harry estaba en el suelo desternillándose de risa, y hasta Hermione soltó una leve carcajada. Mierda, ¿por qué siempre tenía que hacer el ridículo? Pero entonces mi amiga se acercó mí y me alborotó cariñosamente el pelo, haciendo que cerrase los ojos ante ese contacto.

-Anda, prepárate que nos toca ronda de prefectos- anunció.

Sacó su reluciente insignia de prefecta y se la puso en la túnica. Entonces me metí la mano en un bolsillo y saqué la mía. ¡No, no se me había olvidado señorita sabelotodo! ¿Cómo podría olvidar que pasaría varis horas a solas con Hermione? Me la coloqué y me levanté, pero entonces vi mi redacción de Astronomía en el suelo.

-Vale, ¿y ahora cuándo se supone que acabo los deberes?- me quejé entre bufidos.

Parecía que los profesores se habían puesto de acuerdo para mandarnos todas las tareas el mismo día que yo tenía cosas más interesantes que hacer.

-Si los hubieras hecho cuando tenías que hacerlos...- me reprochó Hermione mientras se dirigía a la puerta.

Por suerte Harry se acercó a mí y me susurró:

-Tranquilo, tío, luego yo te los dejo.

¡Eso sí que era un amigo! Pero de repente Hermione se giró y nos miró seriamente. Harry y yo soltamos a la vez una risita nerviosa como si no hubiera pasado nada, aunque sabíamos perfectamente que ella nos había escuchado.

Finalmente seguí a Hermione y ambos salimos por el hueco del retrato de la Señora Gorda. ¿Quién me iba a decir a mí hace unos meses que yo iría con Hermione a patrullar los pasillos como prefecto? La verdad es que no podía culpar a mi amiga del error que cometió al pensar que el prefecto era Harry, porque era lo más lógico. Yo también estaba convencido de que Dumbledore lo escogería a él... ¡pero no me iba a quejar!

Comenzamos a caminar en silencio por los desiertos pasillos. Todo estaba muy oscuro; sólo la luz de la Luna entraba por algunas ventanas. La verdad es que estaba un poco nervioso de tener a Hermione así a mi lado, solos y de noche... Tenía que sacar algún tema de conversación. ¡Venga, Ron, piensa! Bajamos las escaleras hacia el tercer piso y entonces vi una puerta que me resultaba muy familiar.

-¿Te acuerdas de Fluffy?- pregunté señalándola.

Hacía cinco años que nos habíamos escondido tras esa puerta y nos habíamos encontrado con un perro de tres cabezas.

-Sí- contestó entre risas.

Qué risa más bonita tenía... Entonces comencé a hacer memoria y recordé que en aquella ocasión, para variar, estábamos comenzando una discusión.

-Creo que por aquel entonces todavía nos llevábamos mal, ¿no?- pregunté.

-Aún nos llevamos mal...- contestó con ironía.

Me dedicó una dulce sonrisa que yo le devolví, pero de nuevo nos sumimos en un incómodo silencio, al menos para mí, mientras subíamos al cuarto piso. Pasamos una hora dando vueltas sin hacer nada.

-Puf, esto es un coñazo- protesté, y me apoyé en la pared junto a una ventana abierta.

Yo esperaba que esta noche fuera distinta a como estaba siendo, más divertida y más... íntima. Hermione se puso frente a mí con los brazos cruzados y mirándome con el ceño fruncido.

-¡Bueno, Ron, y yo qué quieres que le haga!- exclamó enfadada-. ¡Es tu obligación y punto!

Pero yo no la escuchaba. Lo que menos me apetecía esa noche era discutir con ella. Me quedé contemplando el paisaje desde la ventana.

-Me gustan estas vistas...- dije señalando hacia afuera.

Desde allí se veía el lago, y me encantaba mirarlo porque las relajantes aguas me ayudaban a pensar. No sé, pero desde que Harry me contó lo del beso con Cho yo no paraba de darle vueltas a ese tema. ¿Cómo sería besar a Hermione? ¿Qué pasaría con nosotros si yo le confesase mis sentimientos? Realmente me asustaba la idea, así que lo mejor sería callarse. Porque aunque Harry llevaba enamorado de Cho casi el mismo tiempo que yo de Hermione, que nosotros fuéramos amigos sólo complicaba las cosas.

Entonces Hermione se acercó a mí aún con el ceño fruncido y se asomó a la ventana.

-Siempre me ha gustado contemplar el lago. Es... relajante, ¿no crees?- pregunté sin darme cuenta.

En cuanto me percaté de lo que había dicho y moví la cabeza soltando una risotada.

-Bah, qué tontería. Olvida lo que he dicho- dije haciendo un movimiento despectivo con la mano.

Mi amiga suspiró y se apoyó en la pared a mi lado relajando la expresión de su linda cara. Tuve que esforzarme por mantener la vista clavada en el paisaje porque temía que ella adivinase lo que pasaba por mi mente. Con la luz de la Luna haciendo que sus ojos color miel brillasen sentía el maldito impulso de besarla, pero debía contenerme.

-Qué fuerte lo de Harry, ¿no?- solté tras unos minutos.

Lo dije por sacar un tema de conversación, pero no estaría mal hablar con ella sobre eso para saber qué pensaba. Pero mi amiga se sobresaltó.

-¿Qué?- preguntó.

-Lo de Harry y Cho...- repetí, y sonreí-. El tío ya se ha morreado con alguien. Se nos ha adelantado, ha sido el primero de los tres.

Me quedé esperando ansioso su comentario, pero de repente mi amiga se quedó blanca como la nieve y con la mirada perdida durante un rato. Aquello comenzó a preocuparme. ¿Qué le pasaba?

-Hermione, ¿estás bien?- le pregunté mirándola de arriba abajo-. Te has quedado muy... pálida.

-¡Ah, sí! Sí, estoy bien- contestó precipitadamente con una voz muy extraña-. Sólo pensaba que... qué suerte tiene, ¿no?

Más tranquilo volví a dirigir mi mirada a los jardines.

-Sí...- susurré mientras asentía.

Claro que tenía suerte, ¡mucha suerte! Yo jamás había besado a una chica, aunque no me preocupaba, pero ver cómo a mi alrededor las cosas comenzaban a cambiar... era extraño.

-A ver cuándo nos toca a nosotros- se me escapó, y al segundo me arrepentí.

Hermione me miró con los ojos como platos y yo me puse totalmente colorado. ¿Por qué lo había tenido que decir en voz alta?

-Por separado, quiero decir- me corregí atropelladamente.

Nos quedamos unos segundos mirándonos, mi amiga con la ceja levantada. Noté mi corazón acelerarse y me di la vuelta para ponerme en marcha de nuevo y olvidar lo que acababa de pasar.

-Anda, sigamos patrullando- dije.

Me metí la mano en los bolsillos y comencé a caminar despreocupadamente seguido de Hermione, que trotaba detrás de mí. Seguimos andando durante un largo rato, de nuevo en silencio pero esta vez incluso evitando mirarla. De repente, al girar una esquina, me paré bruscamente al ver una vieja gata gris mirándonos con unos amenazadores ojos. Noté cómo Hermione se paró de golpe a mi espalda para no tropezarse conmigo.

-¿Qué pasa?- preguntó extrañada.

La gata del señor Filch maulló.

-La señora Norris- contesté Ron señalándola.

La gata continuó maullando llamando al conserje.

-No pasa nada, Ron, somos Prefectos, tenemos permiso para...- dijo Hermione mientras le mostraba su insignia a la gata.

Pero de repente se me ocurrió una idea. Podríamos pasarlo bien... Sí, seguramente podríamos pasarlo bastante bien. Agarré a mi amiga de la muñeca y comencé a correr por el pasillo en dirección contraria.

-¡Ah!- exclamó ella.

-¡Da igual, tú corre!- le ordené entre risas.

Lo que quería era correr, huir de Filch como lo habíamos hecho en primero y andar escondiéndonos por ahí para romper la rutina de esa noche. Hermione pareció entenderlo y me siguió el juego, y ambos corrimos y corrimos por los pasillos como dos niños pequeños girando a derecha e izquierda evitando ser vistos por el conserje.

Finalmente llegamos al retrato de la Señora Gorda. Ésta, que estaba dormitando apoyada en el marco de su cuadro, se despertó sobresaltada.

-¿Pero qué horas son estas? ¿Cómo se os ocurre formar tanto escándalo?- protestó enfadada, pero ni Hermione ni yo le hacíamos caso.

Los dos estábamos apoyados en la pared riéndonos a carcajadas e intentando retomar el aire.

¡Mi plan había funcionado! ¡Había conseguido hacer que nos lo pasásemos bien y ella se reía a carcajadas gracias a mí! Había sido una tontería, una locura lo que había hecho, pero el resultado era el que quería.

-Lágrimas de fénix- dijo Hermione entrecortadamente al tiempo que se secaba las lágrimas de los ojos.

-Correcto- contestó la Señora Gorda, y el cuadro se abrió-. ¡Pero que conste que no debería dejaros entrar! ¡Me habéis despertado y...!- el resto de su protesta no la pude escuchar porque la puerta se cerró tras nosotros.

La Sala Común estaba totalmente vacía porque ya era muy tarde, aunque el fuego seguía crepitando en la chimenea.

Entonces contemplé a mi amiga, que tenía la cabeza agachada. Seguí su mirada y me di cuenta de que aún la tenía cogida de la muñeca. A pesar de que lo que quería era agarrarla de la mano, dirigí mi mirada hacia el techo y carraspeé mientras me soltaba rápidamente.

-Creo que me voy a ir a dormir ya- comenté bostezando exageradamente.

-Yo también. Hasta mañana.

Dicho esto se dirigió a las escaleras que conducían al dormitorio de las chicas.

Tenía que decirle algo, ¡quería decirle algo!

-¡Hermione!- la llamé armándome de valor cuando su enmarañada melena estaba a punto de perderse de vista.

Ella se dio la vuelta y bajó las escaleras a toda prisa.

-Nunca pensé que una ronda de prefectos pudiera ser tan divertida...- dije tímidamente.

No sería demasiado, pero decirle aquello era mucho para mí. Entonces ella me regaló una cálida sonrisa y se dio la vuelta desapareciendo escaleras arriba. Yo comencé a subir las escaleras hacia mi dormitorio sin hacer ruido para no despertar a mis amigos. Me metí en la cama y miré a Harry, que dormía en la cama de al lado. ¿Debería contarle que me gustaba Hermione? ¿Debería pedirle ayuda...? No, no, seguramente lo vería extraño. Lo mejor era seguir comportándome como siempre... al menos de momento.

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