Capítulo 14 🦊 Con C de "Chase es un cretino"
Capítulo dedicado a gixdapg_ por sus comentarios del capítulo anterior. Gracias por compartir lo que piensas de la historia ❤️🔥
La idea de fugarme de casa para ir a una fiesta en casa de Mika me resulta descabellada, pero hacerlo saltándome al balcón vecino lo es muchísimo más. Como estoy con un pie en El Más Allá luego de haber escapado, o podía llegar y decirle a mamá:
—¿Me das permiso para ir a una fiesta?
Tenía que inventarme algo.
Fue Anne quien dio la idea de que fingiera que duermo en mi pieza para escapar por el departamento de Chase. Así que, luego de varias suplicas por parte de mi amiga y como es imposible decirle que no —aunque eso signifique hacer locuras como esta—, heme aquí: en el balcón de mi peor enemigo.
¿Saben que es lo peor de todo? Que es difícil atravesar el campo enemigo cuando él está allí dentro.
Le doy golpes al cristal.
Chase se tarda en responder y temo que en algún momento mamá entre a mi habitación y se dé cuenta de que ya no estoy. Vuelvo a golpear; esta vez, Chase asoma y abre. Basta con ver su torso desnudo para que gire la cabeza hacia otro lado.
—¿Podrías vestirte, por favor?
—Estoy vestido, tengo el pantalón puesto.
—Sí, pero arriba...
—¿Verme sin camisa te avergüenza?
Lo miro de reojo, haciendo un rápido recorrido por su abdomen ligeramente marcado mientras me muerdo los labios.
Podrías disimular un poquito, ¿no crees?
—¿Debo recordarte que estabas espiándome en el armario?
—Eso fue por mi gato —me defiendo, aunque por su carcajada sé que lo ha dicho para fastidiarme nada más.
—Bueno, ya me puse la camiseta. Entra, a menos que quieras que también me ponga con calcetines.
Qué fastidio es.
Que me haya complacido colocándose una camiseta es un punto que le doy a favor. Eso ayuda a que no tenga que ponerme demasiado nerviosa, pero cuando recuerdo aquella noche en la que él enfermó y caí encima de casualidad... ¡Mierda!, pensar en que casi nos besamos saca mi lado más torpe y termino tropezando con sus zapatos.
—Veo que tu coordinación desaparece en mi cuarto.
Volteo con la peor de mis caras, pero lejos de espantarlo, él me espanta a mí. Y es que verlo sentado en su cama, con las piernas abiertas, apoyado sobre los codos y el cabello mojado, es una imagen demasiado... tentador.
No, ¿qué estoy diciendo? Mejor sigo avanzando; esto es campo minado y yo estoy a nada de pisar una.
Con la mano en el pomo de la puerta recuerdo que Chase no vive solo.
—¿Tu madre está fuera?
Chase se incorpora, esta vez apoyando los codos en las piernas.
—¿Por qué? ¿Temes que hagamos mucho ruido?
—Eres bobo —gruño y abro.
Chase se ríe y me sigue a la sala.
—Margareth se fue unos días de viaje. Eso significa que tendrás que cuidarme otra vez —suelta en un tono aniñado.
—No voy a ser tu niñera —contradigo, por poco olvidando lo mal que se puso cuando quise irme a mi cuarto—. Supongo que tus amigos deciden hacer una fiesta cada vez que te quedarás solo.
—Creo que tenemos otros motivos para celebrar.
—No ganaste —le recuerdo.
—No, pero es mi cumpleaños.
Si tuviera un manual que me indique cómo reaccionar sería de mucha ayuda, porque ahora estoy de pie en su sala sin saber qué decir o actuar. ¿Lo saludo? ¿Lo abrazo? ¿Le doy la mano para que la estrechemos en plan amigos? ¡¿Qué?!
—Oh, bien, esto... —jugueteo con mis manos, nerviosa— Felicidades.
Sonríe echándose el cabello mojado hacia atrás. Ese maldito gesto se lo he visto un montón de veces cuando intenta contener su arrogancia.
Se me hace una falta de respeto que actúe así delante de mis pobres ojos.
—¿No me darás un regalo? —profundiza la voz y levanta las cejas, sugerente.
Quiero salir corriendo a pedir socorro. O bien a un exorcista que me quite cualquier pensamiento libidinoso que se me ocurra.
—Mi regalo es el placer de asistir a tu fiesta —digo a la defensiva, a un paso menos de la salida. Si Chase fuera el jefe de un videojuego, seguro que sería el final.
—Increíble, te cuelas en mi cuarto para ir a mi fiesta de cumpleaños y no me quieres dar un regalo.
Chasqueo la lengua girándome hacia él.
—Bueno, ¿y qué quieres?
—Si te digo saldrás huyendo.
De manera furtiva Chase baja su mirada a mis labios y las palabras de Anne —o más bien su regaño— resuena en mi cabeza. Pero no. No puedo creerme algo tan absurdo. El condenado quiere jugar con mi psiquis, como lleva haciendo desde que se mudó acá.
—¿Me vas a pedir las respuestas del examen? —pregunto a modo de broma.
Su respuesta es carcajearse. Eso alivia mi tensión.
—Es una buena idea —dice al tranquilizarse—, pero no olvides que tengo la mejor nota de la clase.
—Qué arrogante. Bueno ya, no te hagas de rogar. Suéltalo o me largo...
—Que me escuches.
Y lo ha soltado. Pero se me hace demasiado extraño que pida algo tan simple.
—¿Solo eso?
—Y un baile —añade tras fruncir el ceño un momento—. Que me escuches y un baile, eso es todo lo que pido.
—No me eches la bronca si te quedas cojo.
Sonríe otra vez y le sonrío de vuelta. Entonces el silencio de hace un momento regresa, y me percato de que estoy casi con la espalda en la puerta y él a tan pocos centímetros de mí que puedo oler su loción corporal.
—Me voy antes de que Anne se enoje —digo, antes de que consiga perderme en mis pensamientos.
—Nos vemos allá.
Es una despedida fría que me enfrenta con la siguiente prueba: pasar desapercibida. Si no viviéramos en un edificio tan pequeño que solo tiene un ascensor, todo sería más fácil en esta vida. Sin embargo, pertenezco a la clase media y no me queda de otra que correr el riesgo de pasar frente a mi puerta. Lo bueno es que traigo puesta mi capucha oculta-identidades y me voy por las escaleras.
Llego a la salida a salvo.
El auto que pedimos nos deja en la entrada del condominio donde McFly vive, lugar que se ve enorme y lleno de casas de aspecto alucinante. Anne, pide un aventón a una camioneta y nos subimos en la parte de atrás cómo podemos. Yo me siento Cenicienta, yendo a una fiesta para encontrarme con mi príncipe inexistente.
La casa de Mika McFly es tan alucinante como las demás, con un estilo mediterráneo y casi en una enorme colina donde estoy segura que mi telescopio podría ver todas las estrellas del cielo.
—Michina, te amo —Anne se aferra a mi brazo—. Creo que codearte con Chase es lo mejor que has podido hacer en tu vida.
—Solo es una casa —señalo, por si el destello en sus ojos verdes no le permite ver la realidad.
—Es la casa de Mika —me apretuja más, hablando confidente. Ella sabe actuar recatada frente a los demás—. ¿Sabes cuántas veces soñé con visitarla? ¿O en venir a una de sus fiestas?
—Ya vinimos a una y no fue la gran cosa.
—Hay un corredero de chismes de los que no te das cuenta. Eso es material puro, querida —explica ella, arrugando su linda nariz con malicia. Así que ha revelado sus intenciones detrás de la obsesión de ser invitada a las fiestas.
—Ahora me dirás que administras una página de chismes del instituto en secreto —bromeo. La verdad, no me sorprendería, a veces Anne tiene unas ideas...
—¿Me dejarías hacerlo?
—Claro que no.
—No me quedará de otra que ponerte en mi lista negra. No te quejes cuando hable de ti.
Estoy a punto de reclamarle que su broma me disgusta tanto como una patada en el estómago, sobre todo por infinidad de cosas que podría contar ahí, pero la silueta alta de un chico saliendo de la fiesta devora mis palabras. Poco a poco consigo discernir que se trata de Jax.
—Señoritas —saluda, aunque sus ojos sopesan en mi amiga.
—Caballero, ¿sería tan amable de llevarnos adentro?
Anne le sigue el juego y le tiende una mano para que Wilson bese sus nudillos. De pronto empiezo a creer que he consumido algún alucinógeno que me lleva a imaginar que estoy en el siglo XV. ¿Por qué este par tiene que actuar tan extraño?
—Será un placer —emite él, besando su mano sin quitarle los ojos de encima. Y haciendo gala de su lado más histriónico endereza la espalda y le tiende el gancho.
—Gracias —responde ella y pasa su brazo por debajo del suyo.
Quiero decirle que paso de hacerlo, pero a mi lado aparece Chase y me obliga a agarrarlo del gancho. Su toque me produce una corriente eléctrica que transita por todo mi cuerpo. O tal vez se trate de que la noche es fresca y yo llevo un vestido de tirantes nada más.
—Estamos listos —le dice a su amigo.
Jax le hace una seña y se adentra a la casa mientras nosotros les seguimos detrás.
El ambiente en el interior es amigable, tanto que me causa rechazo. He visto demasiadas caras conocidas de Jackson que seguro me pondrían mal gesto si me vieran con los harapos de siempre. Es impresionante cómo la apariencia de las personas cambia tanto su mentalidad. Aun así, hay algo que me causa inquietud.
—¿No es extraño que nos vean juntos?
—¿Por qué?
Temo que se burle de mí, pero me da más miedo generar algún rumor extraño alrededor de los dos.
—Es como si tú y yo fuéramos... cercanos —explico con tanta inseguridad que me avergüenzo de mí misma—. Es decir, las personas hablan, y que nos vean juntos pueden hacerles suponer que... no sé, tal vez le eres infiel a Heather.
—No creo que a ella le importe —dice con cierto desprecio—. Y en cuanto a los demás, déjalos hablar un poquito. Es mejor reírse de las suposiciones que sacan. Algunas son muy divertidas.
Eso despierta mi atención.
—Dime una que te divierta.
—Veamos... —se lleva una mano a la barbilla en lo que cruzamos el umbral a la sala principal—. Hace un tiempo Millie Hopper empezó el rumor de que me había visto vendiendo drogas y que una van negra me vino a recoger.
—¿Millie? ¿La porrista de tercer año?
Asiente lleno de ánimos.
—¿Y era cierto?
Eso le saca una risa nasal.
—¿Me ves cara de dealer?
Le hago un rápido repaso a su rostro. Está igual a como lo vi por la tarde en su departamento, con la diferencia de que tiene cierto aire misterioso y encantador.
—La verdad es que no, pero con mayor razón, nadie sospecharía de ti.
—Pues al parecer Millie Hopper sí. Me reí una semana de eso. Luego no fue tan divertido saber que con cada acción un rumor salía a la luz. Mi padre decía que la publicidad, buena o mala, siempre debe ser recibida porque están hablando de ti o tu trabajo; pero cuando se trata del colegio, a veces quisiera ser invisible y dedicarme a observar.
—Deberías escribir un libro: «Las desventajas de ser popular» —digo como anunciando el maravilloso slogan de una marca.
—El dinero extra me vendría bien —admite, enseñando que su sonrisa puede ser todavía más encantadora—. Sería como un segundo trabajo.
—¿Ya tienes uno? —curioseo y al instante me doy cuenta de que estoy pasándome por el nabo mis reglas.
Ya es un poco tarde para lamentarse, ¿verdad, Michi?
—Tengo un pequeño emprendimiento de bolsas plásticas hechas con residuos reciclados —dice, lo que no es una novedad gracias a su proyecto—. Y...
—¿Y...? —lo insto a hablar.
—No te rías —dice, mordiéndose el labio inferior. Creo que es la primera vez que veo a Chase en plan avergonzado. O frustrado. La bomba que quiere soltarme debe ser muy grande, algo que seguro Anne podría en su página de chismes.
—No lo haré, bobo —digo en modo solemne y lleno una mano al pecho—. Soy mujer de palabra.
—Te lo diré —suspira, preparándose—. Soy modelo de lencería.
Apenas lo escucho estallo. Luego miro su rostro y me digo que no debería reírme, pero también me da risa. Entre todos los trabajos que pudo decir, modelo de lencería fue el último que hubiera pensado.
—Dijiste que no te reirías —recrimina dolido, pero en su tono percibo cierta risita nerviosa.
—Perdón, es que fue inesperado.
—Sabía que te burlarías de mí —dice.
—No lo hago, te juro, es solo que me pareció curioso —inspiro hondo para demostrarle que ya me he calmado y añado—: Fue el último trabajo que me imaginé.
—¿Me imaginaste en bóxer?
—Ya te he visto en toalla, ¿hace eso la diferencia? —me encojo de hombros.
—Un poco, tal vez. La toalla deja menos a la imaginación.
Una imagen mental se me viene a la cabeza y el calor en mi cuerpo resulta insoportable. No quiero ser evidente de la revolución que significa pensar en ello, mucho menos demostrarle que su comentario ha hecho estragos en mi cabeza, así que decido cambiar el tópico.
—Hablemos de otra cosa, ¿sí?
Mi nerviosismo me lleva a buscar el apoyo moral de mi amiga, pero me doy cuenta de que Chase y yo estamos solos, rodeados de desconocidos y a varios pasos de nuestros amigos. Anne y Jax parecen divertirse al otro lado de la piscina. Pienso en la idea de contactar telepáticamente con ella, pero Chase vuelve a arrebatar mi curiosidad.
—Hoy lo hiciste muy bien —dice, dándome toquecitos en el brazo como apoyo.
—Gracias. Estaba tan nerviosa que ni siquiera recuerdo qué dije —ambos reímos—. Tú estuviste bien... como siempre.
—Nah, no fue tanto como tú. Te defendiste muy bien. ¿Ves? No fue tan malo después de todo y el traje te vino perfecto.
—Practicar valió la pena.
—Totalmente —seco una lágrima falsa del rabillo del ojo—. No quiero emocionarme, recién estoy asimilando si realmente pasó, pero un cazatalentos de Atkins me pasó su tarjeta.
—Michi, ¡eso es genial! —dice y me abraza por la cintura para darme vueltas en el aire.
Está más emocionado que mis padres cuando se los mencioné. Y me sienta bien saber que a alguien más además de mis seres queridos le importa un hito tan importante. Tras un momento me deja de nuevo en el suelo.
—Bueno, hasta que no haga algo más concreto no me sentiré preparada para ponerme en contacto, pero supongo que he dado un gran paso.
—Tendré que ponerme las pilas —suelta en modo dubitativo.
Por poco olvido que entre ambos existe una guerra que no terminará hasta fin de año, cuando las postulaciones para la universidad cesen. Es difícil saber que, después de todo, solo uno de nosotros conseguirá entrar a Atkins. La vida es un poco injusta en ocasiones.
—Creo que es momento de cobrar mi regalo.
La voz de Chase me saca de mis pensamientos. No tengo tiempo de saber qué pasa cuando, de la nada, me toma de la mano y se sitúa frente a mí. I Wanna Be Yours de Arctic Monkeys ha empezado a sonar.
—Nunca he bailado un lento —confieso, tan rígida como una piedra... si es que eso tiene algo de sentido.
—Siempre existe una primera vez.
—No es tan complicado —dice, profundizando su voz—. Tienes que colocar tus manos alrededor de mi cuello y yo pondré mis manos aquí...
Agarra mi cintura con una delicadeza inesperada. Aun así, despliega una corriente de nervios que me eriza la piel de los brazos. Espero que no lo note cuando me atrevo a entrelazar los dedos detrás de su cuello, obedeciendo. Hacer caso a sus palabras es demoledor para mi orgullo, mucho más regalarle este baile, pero supongo que se lo merece después de lo que hizo por mí.
—Si te piso el pie...
—Tranquila —me interrumpe—, llevo botas.
Miro sus pies, dándome cuenta de que lleva las zapatillas de siempre, las cuales ya están algo gastadas.
—Mentiroso —farfullo, sacándole una risa. De esas melódicas.
¿Es posible que incluso bailando un lento me fastidie? Parece que entre los dos solo puede existir esa clase de relación. Pero, a diferencia de antes, y ahora que lo conozco un poco más, no me molesta. Es extraño para mí decirlo —y admitir— que su presencia tan desagradable se ha vuelto reconfortante. De alguna manera se las ha ingeniado para atravesar la barrera que había creado desde que lo vi en Jackson por primera vez. Y el maldito lo ha hecho en tiempo récord. Quiero odiarlo. Quiero sentir ese sentimiento, y no puedo. Chase me sigue demostrando que detrás de su apariencia existe una persona completamente diferente. Y me da miedo. Me da miedo que tras tanto odio fingido tenga esa ventaja. Me aterra saber que mis sentimientos por él, esos que me obligué a sepultar, revivan.
Sería tan fácil decirle: «aléjate, no quiero que me gustes», pero ese sería una mentira, porque la verdad es que me gusta tenerlo cerca... aunque no me atreva a mirarlo a los ojos.
—¿Qué? —pregunta cuando me atrevo a hacerlo.
—Nada —esquivo sus ojos mirando hacia el cielo. Es tan difícil tenerlo cerca y que me mire sin ninguna preocupación. Qué fácil debe ser para él.
—Usualmente en los lentos debes mirar a la persona con la que estás bailando —replica.
—Te veo todos los días. Y el cielo está lindo —miento, pues el cielo despejado ha sido reemplazado por unas nubes grises.
—Tú también lo estás.
—No quieras tomarme el pelo —reniego antes de tragarme por completo su mentira.
—No, lo digo en serio —sonríe—. Te ves bien.
—Ah, bueno... —Me echo un rápido vistazo. Anne me ha prestado uno de sus vestidos de tirantes y me ha obligado a maquillarme un pelín; supongo que algún milagro hizo en mí—. Anne sí que sabe cómo mejorar mi aspecto.
—Yo te veo igual de linda que todos los días —suelta sin más.
—Sí estás bromeando conmigo.
Eso lo hace resoplar y ha borrado por completo su sonrisa.
—¿Por qué no puedes tomar en serio lo que digo? —cuestiona, muy serio.
—Porque...
Quiero decirle que una vez quise tomarlo en serio, pero que terminó mintiéndome en la cara. Que fui víctima de su buena apariencia y terminé con el corazón roto. Al final, prefiero decantarme por lo obvio.
—Porque yo soy yo y tú eres tú. Entre los dos hay un enorme trecho.
Esboza una media sonrisa y alza una ceja como diciendo «¿en serio?» y vuelvo a ser consciente de la poca distancia de nuestros cuerpos.
—Me refiero a que tú eres el chico popular, eres guapo, inteligente, extrovertido. Y yo soy lo contrario. Es más, si no estuviera hablando contigo nadie me habría tomado en cuenta cuando entré o ahora —señalo a nuestro alrededor y las miradas furtivas que los demás nos lanzan de vez en cuando—. Soy una chica invisible.
—Eso es una vil mentira —contradice—. Yo te estoy viendo justo ahora.
—¿Y qué ves?
—Veo a la persona...
«Está loquito por ti».
La voz de Anne resuena en mi cabeza y el miedo vuelve a poseerme.
—¡Aguarda un momento! —grito tan alto que mi voz se escucha por encima de la música.
Chase luce desconectado.
—¿Qué pasa?
—Me han dado unas ganas enormes de ir al baño —digo como excusa. Pésima, porque ahora pensará que estoy con cagadera—. ¿Dónde está?
—La segunda puerta del pasillo —indica, fuera de sí.
—Gracias, eres muy amable.
En modo flash me voy al baño. Debería ganarme la vida planificando escapes de situaciones apretujadas, aunque de esta no sé si me he librado de algo complicado o si simplemente Chase me iba a decir algo como que soy buena persona o la persona que ganará el primer lugar en la lista de notas.
¿Estoy sobrepensando?
Es una posibilidad porque ¿qué tengo yo que pueda gustarle a Chase?
Anne es una idiota.
Y ¿dónde carajo está? He venido a la fiesta por ella y se manda a cambiar con el chico más mujeriego del instituto. Es que yo no puedo entenderla.
Aprovecho mi turno en el baño para remojarme las mejillas. Las tengo hinchadas y calientes, tan rojas como si llevara rubor. El momento con Chase todavía me tiene los nervios activos, por lo que me quedo un instante haciendo el tiempo y luego salgo en busca de Anne.
La casa de McFly en el interior es mucho más bonita de lo que imaginé, se nota que su familia se asesoró con un diseñador de interiores para decorarla. Tiene algunos cuadros hermosos y también algunas fotos familiares que me aventuro a mirar. Parece que a nadie le interesa el hecho de que Mika McFly está sonriendo en casi todas las fotografías. ¿Dónde está el chico de sonrisa espeluznante que todos conocemos en Jackson? De esa persona no hay rastro. Me pregunto qué lo habrá hecho cambiar tanto. También me doy cuenta de que hay una grande estantería con libros y otras decoraciones por las que me contengo tocar, dada mi torpeza. Sigo mi recorrido hasta dar con la terraza junto a la piscina, lugar donde diviso a mi amiga acompañada de la garrapata Wilson, Chase y otros chicos más que no conozco.
—Hola, desaparecida —saluda mi amiga—. Vamos a jugar.
—¿Qué cosa? —pregunto.
Chase se ríe entre dientes, sabiendo exactamente de qué habla Anne.
—Es imposible que Michi quiera jugar a eso —Chase se cruza de brazos y niega con la cabeza—. Apuesto a que dirá: "Antes muerta que jugar a eso" —hace una mala imitación mía.
—¡¿Qué cosa?! —insisto al ver como no recibo explicación alguna. Anne me mira compadeciéndose de mi ingenuidad.
—Están jugando a "Beso o Trago" —responde con desinterés—. Es el juego de la botella, con la facilidad de no besuquearte con medio mundo, sino que tienes la posibilidad de beber un vaso de cerveza a cambio.
Anne me toma del brazo y me da una mirada cómplice. Huele a cerveza, piña y perfume frutal. Me fijo enseguida en que su maquillaje está corrido y tiene algunas marcas rojas en el cuello. No dudo que esas marcas se las haya hecho un mosquito llamado Jax. Puaj.
—Si quieres una excusa para besar a Chase esta es la oportunidad de tu vida —me murmura. Mi cara de horror es monumental. Chase no le recrimina y parece disfrutar de mi estado en crisis por decidir si juego o no—. Además, puedes destrozarle el corazón si te niegas a besarlo. Piénsalo.
No tengo tiempo de negarme cuando mi amiga me arrastra hasta el grupo de chicos sentados alrededor de una botella vacía. Para mi sorpresa, entre los rostros encuentro a Mika. Él no luce interesado en el juego, es más, creí que esta clase de juegos no le interesaría, por lo que es una sorpresa tener que compartir este ¿honor? Ni siquiera sé si llamarlo así. Pero, ya me entienden...
Como si no bastara con ser obligada a jugar sin poder chistar, quedo entre Anne y Mika, con Jax y Chase enfrente.
Trago saliva para mojarme la garganta. Un vago recuerdo se me viene a la mente. Uno que me corta la respiración el instante en que es el turno de Chase. Tengo un vago presentimiento, no sé si bueno o malo. Antes de hacer girar la botella, me lanza una mirada. Todos estamos expectantes por ver a quién apuntará. Después de unos segundos, se detiene frente a una chica de cabello castaño, quien se sorprende enormemente y se arregla el cabello. Chase le sonríe, pero agarra uno de los vasos con cerveza y lo bebe al seco.
Siento que la tensión en mi pecho desaparece. Y ruego a todos los dioses que haya sido un simple eructo.
Eso es asqueroso, Michi.
Tras dos turnos, una de las chicas gira la botella y esta termina señalando a Chase. Jax es el más animado del grupo —todo lo contrario a mí, que estoy devorándome las uñas— y codea a su amigo como remarcándole la suerte que tiene. Y vaya que sí, porque la chica es guapísima. Se arregla el cabello al acercarse a mi vecino y luego se relame los labios.
—Espero que tu novia no se moleste por esto —le dice.
No puedo ver qué cara ha puesto o si él le ha respondido con alguna sonrisa de picardía, como suele hacer, pero me basta escuchar los alaridos de Jax para saber que no es un simple beso. No, señores, se deben estar comiendo la boca, porque ni siquiera ha durado como el resto.
Y todo frente a mis ojos.
Empiezo a sentir un malestar en el pecho. Pero insisto, quizá tengo atorado algún gas.
Tras unos segundos eternos la chica vuelve a su lugar. Lo peor no es saber que han sido el beso más largo hasta ahora o haber tenido que escuchar los ladridos de Jax; lo peor es que Chase me mira y no puedo descifrar qué me quiere decir. Tiene los labios hinchados y manchados de labial. Hasta puedo notar que está más despeinado que antes.
«¿Qué? ¿Quieres presumir que una chica guapa te besó?», intento decirle con la mirada.
Él frunce el ceño en lo que llega el turno de Mika en girar la botella.
«¿O es que recordaste algo interesante?», insisto en hablarle con la mirada.
Sé que es inútil, porque él no debe recordar nada. Nada de nada. Algo que me alivia un montón.
Poco a poco la botella va dejando de girar. Es evidente que a la mitad del grupo le angustia saber si se detiene la en ellos; en parte porque todos quisieran saber a qué saben los labios de Mika y, por otro lado, le temen. Sin embargo, mi interés por saber quién será la persona «afortunada» se va en picada el instante en que la bendita botella traída del mismísimo infierno me apunta.
Sí, me apunta.
Repito: me está apuntando.
—No... —mascullo para mis adentros.
Mika sonríe macabramente, y luego gira a verme. Hace a un lado mi cabello, lo que causa que también voltee a verlo, sintiendo un escalofrío ante el rose de sus dedos sobre mi piel. Sus ojos están clavados en los míos, intimidantes. Trago saliva cuando siento que toma mi brazo y se acerca. Estando lo suficientemente cerca, alejo mi cuerpo de él sin poder quitarle los ojos de encima.
¡A la mierda!
Cierro mis ojos, pero abro uno cuando no siento nada.
Mika se detiene a centímetros de mis labios. Toma un vaso de cerveza y lo bebe.
Mi alma tarda una eternidad en volver al cuerpo. Pero todo lo que puedo decir es ¡gracias!
Gracias, Mika. Recordaré esto cuando sea Presidenta.
Yo soy la siguiente en girar la botella. La tensión me deja con las manos temblorosas y temo que esto sea evidente. Trato de mantenerme firme, con mi orgullo intacto como lo llevo manteniendo hasta ahora. Sin embargo, no es una tarea fácil; no con el torbellino de recuerdos que me viene de pronto. Pienso en la posibilidad de retirarme, de dar marcha atrás y decir que paso. Huir antes de que me arrepienta de los resultados. O, más bien, antes de que los recuerdos me consuman. Pero ya tengo la mano en la botella y a un grupo entero observando mis movimientos. ¿Dónde están los agujeros negros cuando se les necesita?
—Es para hoy —se queja Jax y algunos se ríen como burla.
Mi orgullo actúa y hace girar la botella.
—¿Ves?, no era tan complicado —insiste.
—Es que estaba rogando para que no me tocaras.
Mi comentario le borra la sonrisa de la cara. La satisfacción que me producen las risas de los demás desaparece tan rápido cuando la botella empieza a tambalearse y por poco queda entre el descerebrado de Jax y el arrogante de Chase. Pero entonces hace un movimiento hacia el lado y termina por apuntar a nadie más y nadie menos que Frederick.
¡Dios, por favor, llévame ya! ¿¡Qué quieres de mí!?
Una guerra mental se disputa en mi cabeza. Los cuestionamientos sobre mi mala suerte y mi buena suerte son una discusión que estoy segura sería tema de discusión en el club de debate. Tengo la mala suerte de que me haya tocado mi peor enemigo, mi némesis, la persona que más fácil consigue sacarme de mis casillas, a quien alguna vez quise, el fastidio hecho persona. El ser humano que se podría burlar de mí si llegara a besarlo mal como la novata que soy. Y, al mismo tiempo, tengo la suerte de poder besar al chico más codiciado de Jackson.
Viéndolo así, hay muchos más puntos en contra que a favor. Pero, la verdad es que pensar en besar a Chase me resulta demasiado intrigante. Sería como aventurarme en una travesía llena de riesgos con muy pocas posibilidades de salir librada. Y sería como volver al pasado, a ese tiempo en el solo era pequeña y mucho más ingenua.
Sería como devolverle mi primer beso.
Sería como cerrar un ciclo.
Bien; si de eso se trata, si me sentiré mejor a partir de este momento, entonces lo haré.
Voy a besarlo.
Me coloco de pie con torpeza. Las piernas me tiemblan y tambaleo. Chase también se levanta, algo extraño porque no lo hizo con la otra chica. Eso me inquieta más. Prefiero mil veces que permanezca en su lugar a que esté de pie, demostrando que me saca media cabeza de altura. Avanzo hasta rodear la mesa de centro donde están los vasos con cerveza y pienso, por una fracción de segundo, en la posibilidad de beber. Pero no quiero quedar de cobarde, mucho menos cuando ya me he levantado. Frente a frente, con su mirada en mí, inspiro hondo y...
—Bebe —murmura.
Eso me deja paralizada y algo descolocada.
—¿Cómo dices?
—Bebe —repite, señalando con la cabeza la mesa—. No quiero besarte.
No sé qué decir. Yo... Yo ni siquiera puedo pronunciar una palabra.
—Mejor yo beberé por ti —dice, agachándose para coger uno de los vasos y beberlo al seco—. Listo, asunto arreglado.
Ojalá tuviera la misma astucia que usé con Wilson para responderle. Ojalá tuviera las palabras adecuadas para echárselas a la cara. Ojalá la tierra me tragara para no tener que lidiar con esta humillación pública otra vez.
Ojalá, ojalá, ojalá.
Ojalá tuviera las agallas para seguir soportando la mirada de los demás, pero todo lo que puedo hacer es esbozar una media sonrisa y aguantarme las ganas de llorar.
El juego ha terminado.
Me doy media vuelta y me marcho tan rápido como mis pies me lo permiten. No tengo un destino fijo, solo quiero un lugar donde refugiarme. O desaparecer. Cualquiera de las dos opciones me viene bien.
—¡Michi!
Desearía que fuera Anne quien me llama, pero los milagros están siendo escasos en estos días. Rápidamente me seco las lágrimas y trago saliva para que mi garganta anudada no me impida hablar mal. Chase llega a mí interponiéndose en mi camino hacia la salida.
—¿Qué quieres? —inquiero con voz pesada.
Él se toma un momento para observarme antes de responder. Odio que lo haga, siento que está mirando a través de mi alma y eso hace más evidente lo mucho que me afectó su rechazo.
—Necesito explicarme —dice, sacándome una carcajada seca.
—Tranquilo, ha quedado todo muy claro allá afuera.
—No, Michi...
—«Wallas» para ti —le corrijo y siento que volvimos al tiempo en que recién intercambiábamos palabras—. Supongo que no importa que te corrija ese detalle ahora que me has humillado delante de media escuela.
—Perdón —pronuncia con aflicción. No sé si lo está en realidad o solo es una actuación—. Me expliqué muy mal, lo sé.
La risa como autodefensa me tiene fuera de mis cabales. No es usual que me ponga en ese plan a menos que mi orgullo esté tan herido como en este momento. Necesito demostrarle al mundo que no estoy tan afectada como aparente.
—Ni siquiera hizo falta que te explicaras, fue obvio que jamás tuve que aceptar jugar a ese estúpido juego otra vez.
Los recuerdos de mi infancia se atropellan en mi cabeza al darme cuenta de que estamos otra vez en una situación similar a la de aquella vez. Y duele. Por mucho que trate, duele tanto que de nuevo quisiera llorar.
—Soy una idiota... —me cubro la cara para que no me vea hacer pucheros—. ¿Es que no aprendo? Debí aceptar beber sin pensarlo.
—No eres idiota, yo soy idiota...
—Si hubiera notado tus intenciones desde antes humillarme así, yo...
—Es que no las has notado. Cuando te pedí que no me besaras no fue porque no lo quisiera...
—No lo querías y ya está —zanjo—. No hay que darle tantas vueltas. Ahora, por favor, si existe en ti el mínimo aprecio por mí, déjame en paz. Tengo que pedir un auto y largarme de aquí.
Intento pasar por el costado hacia la salida, pero vuelve a interponerse en mi camino.
—Maldición, Michi, no sé de qué forma decirte que me gustas.
—Y ahora te burlas de mí —ironizo—. ¿Es que no tienes suficiente?
—Escúchame —me coge de los hombros y busca mi mirada.
Por más que trate de esquivarlo, necesito que repita sus palabras. Aún guardo la esperanza de que sea sincero y me diga la verdad. Quiero que diga que esta vez sí es una broma y se disculpe con su sonrisa característica. Es todo lo que pido. Sin embargo, su seriedad es todo lo que obtengo.
—Estoy enamorado de ti.
Mis piernas tiemblan. Mi pecho se estremece.
—Cállate, no juegues conmigo —digo con voz temblorosa, animándome a apartar sus manos.
—No estoy jugando. Llevo más de un año dándote las señales, esforzándome en quedar primero en la lista de notas para ver si así podrías fijarte aunque sea una vez en mí. Le pedí de favor a Marshall estar juntos en el trabajo para estar más tiempo contigo. Convencí a mis amigos de llevarte a Wightown para conocer a tu autor favorito. Estoy viendo documentales de astronomía para platicar más de lo que te gusta. Le di la idea a Collins de que te pasaras a mi cuarto para que vinieras y poder decírtelo. No sé de qué otra forma decirte que me traes porque cada vez que lo intentaba tú lo evitabas. ¿Qué tengo que hacer para que me creas?
—Estás mintiendo —digo con tan poca fuerza como lo haría un enfermo—. Debes estar bromeando.
Chase resopla por la nariz.
—¿Me ves riendo?
No ríe. Está serio, algo que me perturba, porque ¿para qué llegar tan lejos con una broma? Pienso en la posibilidad de que sea una cámara oculta y me están haciendo una broma. Chase ha actuado antes en la obra escolar que hicimos en segundo año de instituto, sabe cómo manejarse en el mundillo. Sin embargo, no veo cámaras y todos los que están a nuestro alrededor se limitan a mirarnos con cierto temor. El mismo miedo que sus palabras me causan. A eso y a los cambios que esta noche traerá. Si algo tengo claro, es que ya nada será igual después de esto, ni para él ni para mí.
—A partir de aquí no hay retorno —advierto—. Estás cruzando un límite. No voy a permitir que me veas la cara de idiota y te burles de mí con tus amigos.
Se restriega la cara con ambas manos.
—¿Por qué no me crees?
Eso me saca otra risa.
—¿De verdad lo preguntas? Esto no puede ser verdad. Esto es un juego cruel.
Paso por su costado, pero esta vez me retiene agarrándome del brazo. Pese a que su tacto no es rudo, siento que me quema la piel.
—¿Qué hay de malo en que me gustes? ¿Cuál es el problema?
Me atrevo a mirarlo por última vez a los ojos y decido a hablar con sinceridad:
—Tú. Tú eres el problema.
Sé que estoy siendo hiriente, que mis palabras son igual de filosas que las suyas o peores. Sé que el límite acabo de ponerlo yo, que ya nada podría ser igual. Soy consciente de que, tal vez, la he jodido en grande. Pero necesitaba soltarlo. Por fin lo he dicho. Pero no me siento libre como pensé que me sentiría, sino que vuelvo a estar amarrada al pasado.
Chase lentamente me suelta. La confusión en su expresión ha sido reemplazaba por la decepción.
—Chicos, ya es suficiente —interviene Anne. Me agarra de la mano y tira de mí hacia la salida. Mientras tanto, Jax hace lo mismo con su amigo—. Ven, Michi, vamos a pedir el auto.
Fuera de la casa nos sentamos en la cuneta bajo un cielo nocturno que presagia lluvia, como si no tuviera suficiente con lo que acaba de ocurrir. A quien sea la persona que está escribiendo la historia de mi vida le encanta hacer todo más dramático, no me cabe dudas.
Para empeorar las cosas no puedo quitarme de la cabeza el rostro de Chase.
—Creo que la he cagado —musito, perdida—. Yo jamás le había dicho algo tan cruel a alguien.
—No hablemos de eso —murmura a modo de consuelo—. Fue algo del momento, Chase sabe que no lo dijiste en serio.
—Es que sí lo dije en serio —escondo la cabeza entre el hueco de mis piernas—. Fue algo que me salió del alma, pero creo que se pudo malinterpretar. Y ahora me siento como una idiota.
—Chase lo entenderá. Él... —Su silencio junto con el seguimiento de mirada que hace atrae mi atención—. Mierda.
—¿Qué pasa? —pregunto, mirando en su dirección.
—Heather Williams acaba de llegar.
Anne bloquea la pantalla de su celular. Quiero preguntarle si ya ha pedido el auto o el chisme no se lo ha permitido. Me ayuda a levantarme y, sin soltarme, me arrastra de vuelta a la fiesta. La música sigue sonando por lo alto, sin embargo, el interés de todos se ha convertido en Heather y el un mojado Chase. La chica le ha lanzado un encima un vaso de cerveza que ahora aprieta en su mano. Y en plena terraza con medio mundo mirándolos. El silencio es afilado, todos están expectantes.
—No fuiste —Heather toma la palabra. Parece que ha corrido una maratón. Tiene el maquillaje corrido, una bolsa de sombra negra bajo sus ojos, las finas líneas de sus lágrimas marcadas por la mejilla—. Ni siquiera fuiste a verme a la primera tocata que tendría. Me prometiste que lo harías ¡y no fuiste!
Chase, que de nuevo tiene el cabello mojado, permite que las gotas de cerveza caigan por el flequillo más largo que tiene. Luego se relame los labios para saborear la cerveza con una sonrisa muy similar a las de Mika. Es espeluznante. Causa miedo. Está molesto.
—¿Me estás echando en cara no ir a verte en mi propio cumpleaños?
—¡Precisamente porque era tu cumpleaños tenías que ir! —chilla Heather. Es tan extraño verla alterada—. Te dediqué la puta tocata ¿y así es como me pagas? ¿Y ahora vienes y haces una jodida fiesta? ¿Me estás jodiendo?
—¿Quieres hablar de responsabilidad afectiva, Heather? Hablemos de responsabilidad afectiva. Hablemos de cómo vienes a recriminarme no ir a tu tocata el día de mi cumpleaños mientras me jodía la espalda día tras día trabajando en mi proyecto.
Esto no pinta nada bien. Jax lo sabe e intenta frenar lo que Chase tiene para decir, pero él se zafa y sigue caminando. Guarda una distancia prudente y sigue:
—Hablemos de cuánta paciencia te he tenido durante todos estos años, porque mientras he tenido que lidiar con mis propios problemas, también he tenido que solucionar los tuyos. Y por Dios que he sido paciente contigo, Heather. Tú sabes muy bien que he estado para ti todos los jodidos días de mi vida. Todos. Incluso los malos.
—¿Y yo qué? ¿Acaso no lo he hecho? —reclama Heather. Da un paso hacia él, ignorando por completo la barrera que Chase había creado entre ambos— ¡También he estado todos los días para ti! ¡Soy tu jodida novia!
—¿Novia? —repite Chase, esbozando una media sonrisa— ¿¡Novia!? —se pasa una mano por la cara para quitarse de encima el picor de la cerveza—. No eres mi novia, bien sabes la razón. Dos veces he tenido que perdonarte. Dos veces te di la oportunidad. No eres mi novia, yo soy tu maldito títere. Si para los demás seguíamos siendo algo, fue porque así me lo pediste. Pero esto... —los señala a ambos— lo que existe entre tú y yo, hace mucho que dejó de ser una relación de parejas.
—Vaya. Así que así de simple tratas esto. Me dejas como la manipuladora, la mentirosa y te libras de todo, ¿verdad? Justo ahora que...
—Una mierda, Heather —farfulla Chase—. Yo no soy quien te puso los cuernos. Tengo mis propios problemas, mis propias metas. Quiero avanzar. Intenté ser paciente y por tu bien aparentar que no habíamos terminado. Pero no puedo seguir con esta farsa. Te amé un tiempo, pero me equivoqué contigo.
—Me has cambiado.
—No, tú has cambiado. Y, para ser honesto, ya no me gustas.
Heather ríe. Es esa risa de autodefensa que ocupo yo. La risa que trata esconder lo destrozada que está por dentro. Tira el vaso al suelo mientras asiente.
—Sí, ya me he dado cuenta de eso —dice, volteando hacia mí. Por instinto me escondo tras Anne—. Felicidades, has sacado el premio gordo —me dice y se marcha.
El silencio se hace absoluto, solo escuchamos a las ruedas de un auto marcar la calle hasta desaparecer. De pronto soy consciente de que la música sigue sonando, del olor a alcohol en el ambiente, de la lluvia choca en el tejado y de que a pesar de la distancia que nos separa, Chase se me ha quedado viendo.
—Ya, ya, ya. No hay nada que ver aquí, sigan con lo suyo —dice Jax en una faceta conciliadora que no creí existente—. Vivan su vida y olviden lo que pasó aquí.
No basta con que lo diga, todo el mundo sabe que esta discusión será la comidilla de los pasillos el lunes por la mañana. Eso Chase lo sabe muy bien. Tal vez sea por eso que decide marcharse del lugar.
No sabemos de él durante toda la noche.
Tengo que confesarles una cosa: ahora sí que estoy castigada. Como me había molestado con Chase no podía pasar por su departamento, así que no me quedó de otra que bajar las orejas, poner el rabo entre las piernas y golpear la puerta de mi departamento.
¿El resultado? No puedo salir durante un mes a ningún sitio, a excepción del trabajo y el instituto.
Así que, heme aquí. Trapeando el piso del trabajo como lo haría Cenicienta después de haber ido al baile y perder su zapato. Claro, yo solo perdí mi orgullo, una cosa poca y sin importancia. Bueno, al menos lo que sucedió conmigo ha quedado desplazado con la discusión entre Chase y Heather.
Ahora mi mayor problema es acabar de trapear. Y por poco lo hago, de no ser por el tintineo de la campana que cuelga en la puerta. Odio trapear el piso y que entren clientes con los pies embarrados, todo mi trabajo se va al carajo.
Me doy media vuelta, resignada a encontrarme con las pisadas sin contar que con quien me encuentro es Chase.
Verlo después de lo de anoche me plantea la posibilidad de buscar algún tutorial en Google sobre cómo reaccionar ante una persona que le has llamado «problema». O tal vez buscar una guía para no seguirla cagando. También me vendría bien una para no ponerme nerviosa.
—Hey —saluda.
Ver a Chase tan desorientado y retraído es extraño.
Tengo que apretar el trapeador para que mis nervios no se reflejen, y tras una inspiración honda, opto por hablar.
—Heather no vino a trabajar hoy —digo sin siquiera saludarlo. Menos mal que el gerente no está cerca o ya me habría lanzado una mirada de advertencia por no ser cordial con un posible cliente.
—No estoy aquí por Heather.
—Pues si vienes para usar algún cupón, lamento decirte que ya no corre.
—Ni para comer —dice en un tono más profundo, aunque con la sonrisa de que mi intento de adivinación le ha caído en gracia.
—¿Vienes por el anuncio de nuevo empleado? Ese que está en la ventana desde hace meses, porque creo que el gerente ya no busca más trabajadores.
—Estoy aquí por ti —me frena.
Si tuviera ruedas hubiera derrapado hasta salirme de la autovía de la cordura. Intento no sonrojarme y demostrarle que sus palabras hacen un hueco en mi pecho, pero las reacciones de mi cuerpo jamás han respondido a mi cerebro. Reacción antes que la razón, un mal del que padezco.
—Ah, ¿sí? —carraspeo para que mi voz temblorosa no demuestre lo desconcertada que estoy— ¿Por qué?
—Quiero hablar contigo sobre lo de anoche.
No, no, no. No quiero hablar de eso. Me da miedo.
—Hoy es día de paga, volveré a casa tarde y...
—Esperaré afuera.
—Pero es peligroso —recrimino. Quiero que Chase se vaya a casa para que nuestra charla nunca llegue a concretarse—. Mejor hablamos en casa.
—¿Para que huyas de mí? —increpa con un dejo de sarcasmo— Ni lo sueñes, Wallas. Te espero lo que haga falta.
En lo que termino de limpiar miro hacia fuera. Chase está sentado en la acera, de espaldas a la pizzería y con los brazos reposando en sus rodillas. Luce tan solitario que siento lástima por él, aunque mi lado malévolo quiere burlarse por tener que esperarme. Hacerlo sufrir un poco nunca está de más, ¿verdad? Sé que no, pero mi Michi buena prefiere acabar pronto y buscar su paga antes de la hora prevista.
Con mi paga guardada en mi mochila, salgo de la pizzería por la puerta principal. Parece que Chase tiene un sensor para percibirme, pues se voltea el preciso instante en que coloco un pie en la acera. Me percato de que tiene una lata de soda en su mano, lo que le da un aire relajado.
—¿Y bien? ¿Qué es lo que sucede? —le pregunto, aferrada a los tirantes de mi mochila. Tengo un hormigueo en mi estómago por el cual no puedo decidirme si se siente incómodo o me gusta.
—Ven, hablemos sobre la vida —dice y palpa la acera a su lado invitándome a que tome asiento.
Ese es un tópico que le acepto y me siento a un metro de él.
—Está bien, pero soy mala hablando de mí.
—Tienes una muy mala impresión de tu persona, ¿no es así?
Me encojo de hombros.
—Soy realista. Mi vida es un desastre y ha sido mucho peor desde que te mudaste al lado.
—Me hace ver como si yo fuera la razón de todos tus problemas.
—No todos, Frederick. No te pongas arrogante.
—Hoy no quiero ser arrogante; quiero ser yo mismo.
Que lo diga de esa forma me da a entender que todo el tiempo lleva una máscara. Pienso en la sonrisa arrogante que lo caracteriza, la misma que me pone los pelos de punta. A continuación, pienso en lo afligido que se mostró anoche.
—¿Acaso no lo eres siempre?
—A veces es mejor fingir que todo anda de maravilla. Actuar arrogante y sonreír hacen las cosas más fáciles. Pero hoy no tengo ganas de mentir. Quiero ser yo mismo y demostrarte que lo que te dije anoche va en serio.
—Anoche dijiste muchas cosas —digo, emprendiendo mi huida—. Y yo también. Si te viene bien, hagamos como que eso nunca pasó. Incluso puedo olvidar tu discusión con Heather.
«El premio gordo», recuerdo sus palabras.
—¿Está mal si te digo que lo de Heather no me afectó demasiado? Estuvo mal lo que nos dijimos, también revelar lo que me hizo, pero estaba tan molesto... Por respeto a ella no me gusta hablar de nuestra relación, más de lo que ya hice. O quizá sea porque con Mika y Jax ya sé qué respuestas obtendré. Quise terminar hace tiempo, pero tiene algunos problemas en casa y acordamos fingir que seguimos siendo novios. La cuestión es que... las cosas entre ella y yo no andaban bien desde hace mucho.
—Pero tú todavía la quieres.
—Por supuesto —responde rápido y sin titubear—. Pero como a una amiga. En cambio, tú...
Mi miedo vuelve y los nervios me llevan a hablar demás.
—Y... yo qué tengo que ver con todo eso. Es decir, soy una pésima consejera, ni siquiera somos amigos. Claaaro, me lo cuentas porque sabes que mi vida es más penosa que la tuya. Qué sucia estrategia.
—Tú me gustas, Michi.
Me cubro las orejas y cierro los ojos.
—Por favor, ya basta de repetirlo.
En un rápido movimiento se aproxima a mí y me toma de las manos. Abro los ojos encontrando su rostro tan cerca que creo que me dará una embolia y moriré en este mismo instante.
—Voy a repetirlo hasta que te lo creas.
—Es que yo... ¿Cómo podría creerte? ¿Qué tengo yo para gustarte?
—Eres muy ocurrente, graciosa, sabes escuchar y no tratas de buscar soluciones como si fueras una sabelotodo o sueltas alguna frase rebuscada para que pueda enmarcarla y leerla cada vez que me sienta mal. Me gustas porque me inspiras y ni siquiera te das cuenta de eso.
—No bromees conmigo —me río, sacudiéndome para que me suelte— ¿Inspirarte yo? ¿Inspirar al chico más popular en Jackson? No intentes jugar conmigo. Yo no puedo inspirar a nadie.
—¿Por qué no? —pregunta regresando a su sitio para coger la lata de soda.
—Porque... Porque mírame. No me peino, mi ropa es anticuada y tengo un grano enorme en esta mejilla. ¿Lo ves? —lo señalo— ¡Horrible! Además, trabajo cuarenta y cinco horas a la semana por un suelto malísimo, no trabajo en la caja o atendiendo personas porque me da pánico, jamás he tenido novio, nunca me he embriagado con alcohol, apenas tengo dos amigos. Dos. Dedico mi vida al estudio, pero no puedo exponer delante de la clase porque me dan náuseas y la sola idea de hablar frente a una multitud me pone nerviosa. Y no importa cuánto me esfuerce, siempre termino después de ti.
—¿Y eso qué?
—Que no soy el tipo de persona que inspira. ¿Has escuchado lo que dije? Tú podrías inspirar. Tienes buenas calificaciones sin esfuerzo, los profesores te ocupan de ejemplo para todo, además eres bueno en deportes, no solo cuentas con una buena experiencia escolar, también has vivido como cualquier otro chico lo haría. Y, maldición, tienes las agallas de salir a cantar El pollito pio y nadie podría reírse de ti. Eso sin mencionar que tu apariencia es como la de un modelo y has conseguido un montón de trofeos para la repisa de Jackson. Eres un chico prodigio, mientras yo... Bueno, vivirá toda su vida con la frase «lo intenté».
Termino tan agotada que necesito llevarme una mano al pecho en caso de que mi corazón quiera reventar.
—¿Ya terminaste? —pregunta, haciendo caso omiso a mi discurso.
—Sí.
—Bien —le da un trago a la lata y se prepara—. Hablaste de tu apariencia físico, algo que no podré negarte, estoy bueno. Pero tú también lo estás. —Eso provoca que me esconda detrás de mi mechón de pelo predilecto—. No tanto como yo, algo que es bastante obvio, pero mala apariencia no tienes. Acné tiene todo el mundo, eso es lo de menos. Tu cabello no está despeinado, tiene un toque rebelde. Tu pánico es algo en lo que puedes trabajar y, tarde o temprano, superarás. Ya te lo dije, lo hiciste genial ayer. Tienes una voz atractiva y melódica, no es molesta. Has conseguido un montón de trofeos y medallas también, y estoy seguro de que podrías patearme el trasero en las competiciones. Si existe una razón por la que me va bien, es porque tengo una excelente memoria, pero tú consigues aprender la materia, entiendes de lo que tratan. Te va excelente en Física, Ciencias Naturales y Matemáticas. Das la talla para mucho más.
Chase ha demostrado que podría patearme el trasero en debate, porque me ha dejado sin argumentos. Estoy sin palabras, con la garganta hecha un nudo y las mejillas tan rojas que podrían estallar. Las cosas se ponen mucho más dificultosas cuando Chase coloca su mano en mi cabeza como si lidiara con su hermanita pequeña.
—Tal vez deberías dejar de compararte conmigo y empezar a mirar tus propios logros, ¿no crees?
Me muerdo los labios para no echarme a llorar.
Jamás en mi vida pensé que mi peor enemigo podría hacerme ver lo que por mucho tiempo he estado haciendo mal. Las comparaciones siempre existirán, y es complicado dejar de mirar al lado, pero cuando justamente es esa persona por la que soy la sombra me muestra el valor de mis hazañas, creo que todo se vuelve mágico.
—Es gracioso que lo digas. Tú, sobre todo —me animo a confrontarlo—. Irónico y un poco absurdo.
—Comprendo qué quieres decir. Soy muy fastidioso a veces.
Niego con la cabeza en lo que busco algún indicio de duda en su rostro.
—Ni siquiera lo recuerdas, ¿verdad?
—Recordar ¿qué?
Trago saliva.
Ya no hay vuelta atrás.
Si hay un momento adecuado para contar lo que me sucedió, es este.
Voy a soltarlo de una buena vez.
—Cuando estaba en primaria me invitaron a una fiesta de cumpleaños. No pasaba muy a menudo así que quise ir. Estaba nerviosa, me sudaban las manos y no sabía cómo relacionarme con los demás. El cumpleaños era muy diferente a los que solía haber ido; música de moda, niños actuando como adolescentes, miles de vasos rojos, ningún adulto a la vista. No sabía dónde estaban los juegos con balón, las escondidas, los juegos de mesa, la botarga animando, las piñatas... En fin, mi mejor amigo también había sido invitado y me divertí junto a él. Entonces tuvo la brillante idea de jugar algo que yo jamás imaginé jugar: la botella.
—Ese juego ha traído un montón de problemas —se queja.
Le doy la razón en silencio y continúo:
—Nos pusimos en un círculo e hicimos girar la botella. Fui la cuarta y esta apuntó al niño frente a mí. Era de mi colegio, íbamos en el mismo grado, pero en diferentes cursos. Un chico que resultaste ser tú.
La distorsión en su rostro queda grabada en mis ojos.
—A que no lo esperabas.
—No, yo...
—Para que te des cuenta cuán irrelevante somos en la vida de algunas personas —digo con pesar—. Y en cómo la historia se repite. Antes de que te excuses, tranquilo, en realidad, sí nos besamos. Fue extraño porque nadie del grupo había tenido la disposición de besarme. Nadie. Mis lentes les daban risa y mis frenillos asco. «¿Quién querría besar a la fea de Michi?», eso es lo que decían. Pero tú quisiste. Ni siquiera pusiste mala cara. Y eso bastó para que me empezaras a gustar.
Chase me mira serio. Tiene los labios planos y el entrecejo algo arrugado. Ha dejado a un lado la lata de gaseosa para prestarme toda la atención. Me pregunto si ya está recordando lo que sucedió.
—Supongo que gustarle a la fea era un poco desalentador porque mis compañeros no tardaron en darse cuenta y burlarse de este hecho. Pero, aun así, si te llegó algún comentario, tú jamás pusiste mala cara. Por eso me gustaste más y tuve la horrible idea de decírtelo. Te escribí una carta y estuve dispuesta a entregártela después de clases. Te retuve en el pasillo mientras nuestros compañeros salían de la sala. No puedo recordar mucho tu expresión o qué más ocurría, solo recuerdo que estaba tan nerviosa que podría haber muerto ahí mismo.
—Michi..., no es necesario que lo sigas contando.
—Ahora que tengo la oportunidad, no me voy a detener. Incluso si ya lo recordaste, no me detendré —le advierto, secando mis lágrimas—. Si voy a sacarlo, será frente a ti.
—Está bien —dice con pesar—. Continúa.
—Cogí la carta de mi bolsillo y te la tendí. ¿Recuerdas cómo me temblaban las manos? Estaba que me moría. Lo peor fue que nuestros compañeros se formaron alrededor para ver lo que pasaba. Éramos el foco de atención. Un penoso espectáculo. Dudaste; por una fracción de segundos levantaste tu mano para recibirla. Pero junto a ti, tu grupo de amigos formó muecas de asco. Y tú los escuchaste, los miraste y formaste la sonrisa que tanto detesto. «Qué asco», dijiste con desprecio. Me miraste como si tuviera alguna enfermedad y apartaste su mano para no tocarme. Junto a esas palabras vinieron muchas más, tantas que no pude prestarles atención. Lo que sí recuerdo bien son sus carcajadas. Me había vuelto la payasa de la escuela, porque ¿cómo un niño tan carismático y guapo como tú podría aceptar a alguien como yo? Era horrible, todos estaban de acuerdo en eso. Todos se rieron de mí. Lo hicieron durante dos meses hasta que no lo pude soportar y me cambié de colegio. No fue un lindo año para mí porque mi amigo se tuvo que mudar. Estuve demasiado tiempo sola, sin ganas de ir a clases, sin animarme a socializar con nadie, el miedo a sacarme fotos.
—Michi...
—Por eso no puedo creerte. ¿Entiendes? Porque... ¿cómo podría gustarle yo al mismo chico que hace unos años me rechazó públicamente?
—Te aseguro que este cretino no te hubiera rechazado.
—Pero lo hiciste. Pasó. Y no te culpo, yo fui una idiota que se ilusionó demasiado, pero no me pidas creer en tus sentimientos si desde el principio tú no aceptaste los míos. Me gustabas, Chase. Me gustaste incluso después de burlarte de mí. Ahora todo lo que queda es miedo.
Quiero esconderme del mundo, que la tierra me trague o me abduzcan los extraterrestres. Sería mucho mejor eso que enfrentar la mirada piadosa de Chase. Es demasiado difícil enfrentar el pasado, por eso prefiero ocultar mi rostro del mundo y esconder la cabeza entre mis piernas. No tardo en sentir el calor corporal de Chase a mi costado.
—Lo lamento —dice en un tono bajo—. Lo que hice está mal y estoy seguro de que nada de lo que diga podrá solucionarlo. Pero, si quieres golpearme como venganza, estoy dispuesto a hacerlo.
Emito una carcajada.
—¿Sabes qué es lo que más detesto de esto? ¿De lo que pasó? —Levanto la mirada. Chase está a mi lado, con las piernas flexionadas y los brazos sobre las rodillas.
—¿Qué?
—Que incluso después de lo que sucedió no puedo odiarte. Por más que intente poner barreras entre nosotros, pasar a la siguiente página y detestarte, no puedo. ¿Por qué? ¿Por qué no puedes ser un cretino y hacerte odiar?
—Supongo que por mi carisma.
Le doy un codazo en la tripa y se ríe con dificultad.
—O tal vez sea porque estoy bueno.
Previene mi codazo poniendo su mano como amortiguador.
—Quiero odiarte, ¿sabes? Odiarte es un sentimiento mucho más simple que el aprecio. Y no importa cuántas veces lo intentara, desde que te mudaste al lado, no has hecho más que demostrarme que me equivocaba. No es justo.
—La vida no es nada justa, Michi. Te lo digo yo que estoy enamorado de la chica que rechacé.
—No lo digas más, bobo, solo causas rechazo.
—Ya te lo dije: voy a repetirlo cuantas veces sea necesario.
—Con repetirlo no basta.
—Entonces dime ¿qué debo hacer para que me creas?
—¿Crees que tengo cabeza para pensar en estos momentos? ¡Acabo de contarte mi trauma de la infancia!
—Está bien, lo entiendo. Voy a contenerme y no lo repetiré tan insistentemente.
—Genia, Frederick, estás hablando mi idioma.
—Por ahora me conformaré con que lo sepas. Tendré paciencia hasta que los aceptes y correspondas.
—¿Perdón?
Se inclina hacia mí con su estúpida sonrisa y mira mis labios.
—Estás perdonada.
Querido Houston, las cosas se están poniendo muy extrañas aquí.
_____________________________
Al fin pude publicar este capítulooooo!! Llevaba tanto tiempo deseando contarles qué pasó entre Michi y Chase. T-T Admito que soy fans del cliché de los que se conocen en la infancia y no pude resistirme jeje
Y admito que no sabía cómo terminar este cap xD Pasaron muchas cositas, algunas feas, otras interesantes. Es el capítulo más largo hasta ahora y pensé en partirlo por la mitad, pero como la semana pasada no pude actualizar no me pareció justo.
¿cuál fue su parte favorita del capítulo? :O
¿Qué piensan de la discusión entre Michi y Chase?
¿Y la de Heather y Chase?
Creo que quedó medio aclarado la relación de Heather y Chase, y ahora él tiene el camino libre para amar a Michi 7u7
Que se besen~
Ahora saben que el juego de la botella trae problemas
¿Alguna vez jugaron?
Yo sí, en un cumple cuando estaba cabra chica, así que ya saben que me besé con Chase y me rechazó luego T^T okno
Pero confieso que sí me rechazaron feo cuando estaba en el cole. No me duele porque eso llevó a conocer al amor de mi vida: Norman Reedus. Así que recuerden, si no pasa con uno, es porque el destino les está buscando algo mejor
Salió una canción de la vieja versión, nos falta la icónica :P
Quiero comentarles que voy a tener que desaparecer de nuevo :( Me da mucha pena no poder continuar esta historia, pero contratos son contratos y faltar a uno sería perjudicial para lo que me dedico, que es escribir u.u por eso no les aseguro traerles algún capítulo la próxima semana. Y créanme, me duele un montón porque amo esta versión. Aun así, les prometo que haré lo posible, por último les doy capítulos cortitos :)
Espero que puedan comprenderlo </3
Voy a subirles adelantos a mi ig~~
Los jamoneo un montón yyyyy
no olviden bañarse :P
(perdí mi banner con las redes sociales así que imagínensela)
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