Capitulo 8 || Deshilando el pasado. Hilando el futuro.
-A pesar de que mí esposa era muy apasionada por estas cosas, yo nunca lo consideré algo para mí.
-Y sin embargo, aquí está hoy. Dígame, señor Mettaxas, ahora que me dice que la señora Calvera era muy creyente de la terapia, ¿Nunca intentó hacerlo con ella?
Kardia apenas dejó salir un sonido parecido a una risa y, sin mirar al menor, siguió hablándole con calma.
-Eran tiempos en los que yo creía que la terapia era para los locos y para quienes no pueden resistir mucho bajo presión. Atribuí la decisión de mi esposa por ir a terapia una vez por semana, al simple hecho de que, estaba en mucha más presión que yo, por el trabajo, los viajes que a veces debía hacer de manera intempestiva, Milo y la constante lucha con su señora madre, porque no acababa de aceptar el destino que había tomado. Al menos son las cosas que se me vienen a la mente para nombrarte. Siempre creí que las mujeres no resisten mucho la presión y que todo eso era lo que llevaba a Calvera en busca de personas como tú, pero...
-¿Pero?
-Ahora ya no sé.- Dijo derrotado, bajando su mirada.
-¿Qué no sabe?- Sabía que ya no quería seguir hablando del tema. Aunque era joven y recién iniciaba su carrera, tenía la suerte de contar con una buena cantidad de pacientes, de ambos lados de sus títulos y si había encontrado un patrón en ambos, era que cuando una persona se ponía del modo en que Kardia estaba, era imposible sacarle una palabra más y él lo respetaba, pero estaba vez sería muy diferente, está vez necesitaba hacer que el griego hablara, que por una vez, creyera en la terapia y el bien que podía hacer en la mente de una persona, para que se desahogara y dejara ir todo lo que le atormentaba. No quería ser brusco, pero sabía que no había otra manera con él. -Kardia, necesito que me lo diga.
-Me atormenta pensar que Calvera hacía mucha terapia para lidiar con el error que fue casarse conmigo. Que estaba arrepentida de haberlo hecho y que, no quería separarse de mi para no hacerle mal a Milo, porque ella sabía lo mal que me había hecho a mí el divorcio de mis padres, y parecía claro que no le quería hacer pasar por lo mismo a nuestro hijo. De verdad que me pesa pensar que...
-Si ella hubiera estado arrepentida, pudo haberse ido mucho antes, pero nunca lo hizo. Sabía de usted incluso antes de conocerla, sabía de su fama de mujeriego y demás y, así y todo, jamás se alejó, más todo lo contrario... Calvera se unía mucho más a usted a cada día que pasaba.
El rubio no podía levantar su mirada del piso, se mordía los labios y su griego natal era lo único que se oía en sus adentros, maldiciendo e insultando a todo pulmón, pero al oír esas últimas palabras, sus ojos se levantaron con mucha prisa y se fijaron en Surt, quien no tuvo el valor para seguir preguntando o indagando en la mente del heleno, al ver lo roto que se veían sus ojos, repletos en lágrimas.
-¿De dónde sacas eso? ¿Por qué dices eso tan seguro?
-Kardia, si bien, usted y yo, tenemos temas que tratar, creo que este asunto en específico tiene que, primero hablarlo con quien más conocía a su esposa. Descubrir algunas verdades ocultas de la señora Calvera y volver a conocer a su esposa, para entonces volver conmigo y así, con, ya todos sus pensamientos y razones en orden, poder sentarnos a hablar y así comenzar a sanar todo lo que haya lastimado en usted.
-¿De verdad crees poder arreglar casi veinte años de mentiras y demás situaciones ruines?
-Se que con lo de "situación ruin", se refiere a su lesión cerebral, y sé que sabe bien la respuesta a eso. Lamento mucho todo lo que le pasó, señor Mettaxas, de verdad que se lo digo, pero no puede seguir pretendiendo que otros le den respuestas y soluciones a situaciones que usted mismo tiene que tomar el mando. Hágame caso.- Le dijo mientras paraba su grabadora, cerraba su libreta y se ponía de pie, dispuesto a salir de la habitación. -Busque a quien pueda hablarle con sinceridad de su esposa y así redescubrir la persona que Calvera Mikaelis era. Solo entonces retomaremos esta conversación, de acuerdo?
-Necesito mucho hablar contigo, así que sí, esta vez haré caso al consejo que se me ofrece.
-Perfecto. Nos vemos luego, entonces, señor.
El rubio se hundió en el silencio que la falta de Degel le brindaba, pero no por eso dejaba de pensar en él, en Calvera, en Krest, en cada persona que pudiera serle de utilidad para la tarea que Surt le había dado y se convenció todavía más de que era una estupidez hacer eso, que no podría tener resultado alguno, porque solo significaría hacerle saber a más personas de que estaba vivo y eso era algo que aún no podía darse a conocer, no mientras Degel no mejorara y toda la situación se volvió frustrante y sin salida en apenas cortos minutos.
Hasta que se dio cuenta de que si había alguien. Alguien detestable, pero alguien al fin.
Caminó con rapidez el pasillo, bajó las escaleras y se fue a las habitaciones traseras de la casa Belier-Libe, golpeando la primer puerta a su paso, con insistencia y hasta un poco de violencia, viendo, unos segundos después, una melena nuevamente castaña y una mirada algo cansada, pero con mucha soberbia plantada en sus ojos.
-Calvera...- Solo le dijo. Agatha le entendió, tal vez, su necesidad de hablar de su esposa, pero no acabó de entender del todo, la razón por la que la buscaba.
-Cierra la puerta.
Lo más calmada que pudo, dirigió su silla hacía donde sus valijas estaban acomodadas, aún sin deshacer, y de entre la más pequeña de todas, sacó una carpeta repleta de hojas y de entre ellas, un sobre algo arrugado y amarillo, por el paso del tiempo, que extendió con rapidez y el rubio no tardó en tomar. Su corazón volvió a romperse cuando reconoció la letra de su adorada morena en el reverso de aquel papel.
-No sé porque ahora quieres hablar de ella, pero este fue el último pedido que tuvo para conmigo. Entregarte este sobre y que luego, si quieres y te dan ganas, ven a verme. Tenemos mucho que hablar.
-No pienso hablar de Degel contigo.
-Yo no dije nada acerca de Degel. Aunque ya que lo nombras, tengo que avisarte que buscaré hablarle lo más pronto posible.
-No puedes, está enfermo.
-Eso es lo que tú dices, pero hoy lo vi salir de la casa, muy tranquilo acompañado de Camus. No parecía tener nada de malo.- Le comentó con mucho desdén en su voz y casi un ápice de burla.
-Está enfermo.- Dijo apretando los dientes con mucho enojo.
-Yo no pienso lo mismo, ya te dije que no lo vi mal. A mí solo se me hace que no quieres que se acerque a nosotros. Se que le hicimos daño, pero eso no te da derecho a mantenerlo encerrado en su cuarto, para que no nos crucemos con él.
-¡Qué está enfermo, maldita sea! ¡Tiene cáncer! ¿¡Qué no puedes usar el sentido común!? Si lo viste irse, ¿¡No pudiste ver lo delgado que esta!? ¡Sus ojeras, su rostro cansado, su molestia al caminar! ¡No todos se ven como Calvera, Agatha! ¡No todos son cadáveres vivientes que apenas si pueden respirar por sí mismos, pero no logran ponerse de pie!- Estaba ya realmente cegado por el enojo y no midió las consecuencias de sus actos, tomó a la castaña de las muñecas con tal fuerza que la levantó de su lugar y la puso lo más erguida que sus paralizadas extremidades podían darle, para mirarla directo a los ojos. -No vas a ponerlo más mal de lo que está. No voy a permitir que nadie más le haga daño, porque ya es suficiente con todo lo que yo le hice, así que ten por seguro de que, si tu o cualquier otro de estos imbéciles que se atrevieron a hacerle esto, se acerca a él, no me voy a contener y entonces sí que van a acabar muertos. ¡Te juro que los voy a matar si se atreven a acercarse a él!
La soltó con muchísima más fuerza de la que la tenía agarrada y la mujer acabó en el suelo, con la mirada clavada en la alfombra, tratando de procesar lo que Kardia le acababa de decir. Le parecía increíble aquello, porque pensó que, después de todo lo sucedido, lo único que iba a dañar a Degel, era la depresión que cargaba desde la muerte de su madre, pero el cáncer... Eso era algo que no podía concebir. No le importó quedar tirada en medio del suelo, sin fuerza para arrastrarse hacia la silla de ruedas y tratar de volver a ocuparla, simplemente se quedó allí, abrazando sus rodillas apenas sintiendo el calor que las alfombras que cubrían el cuarto, mientras un par de lágrimas caían al sentir como la culpa en su interior crecía, al creerse responsable de la enfermedad del pelirrojo.
Sentimientos que acabarían por compartir todos los adultos involucrados en el asunto.
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Krest no se sentía cómodo, pero para nada. Se removía constantemente ya que no lograba encontrar una posición que le quedase a gusto, por lo que, se decidió a acabar de despertarse y salir de la cama, pero se dio cuenta de que iba a ser más difícil de lo que creyó, ya que el mareo que le sobrevino, junto a las náuseas, lo obligaron a volver a recostarse sobre las almohadas.
Permaneció varios minutos en esa pose, con sus ojos cerrados y su mano en su frente, cubriéndose un poco del sol que entraba por la ventana y cuando se sintió un poco en mejores condiciones para abandonar el lecho, se dio cuenta de que esa no era su habitación. Esa no era el cuarto que Shion y Dohko le habían facilitado en la mansión, era totalmente diferente a aquel lugar y se sintió muy confundido, aunque esa confusión pasó a ser rápidamente espanto, cuando al salir de las sabanas, se notó en ropa interior... pero el terror absoluto lo dominó cuando escuchó un gruñido a su espalda y lentamente se dio la vuelta... para ver a Zaphiri en la misma cama que segundos atrás él estaba, pero cuando le retiró la sabana para cubrirse y tratar de evitar que el pelinegro lo viera así, volvió a tirarle aquella tela encima, porque el otro hombre estaba totalmente desnudo y Krest se abochornó completamente al volver a verlo así.
Se vistió con toda la prisa que pudo, mientras maldecía mentalmente a su nieto, porque estaba totalmente seguro que había acabado allí por el rubio menor, y una vez que estuvo más o menos arreglado, se aventuró fuera de la habitación, rogando por que las puertas estuvieran abiertas y pudiera marcharse rápido de allí, pero primero, buscaría algún teléfono en la sala, para llamar a alguien que fuera a recogerlo, pero apenas si puso un pie en el living de aquel departamento, dos jóvenes estaban sentados, mirándolo con bastante seriedad. A uno de ellos podía reconocerlo fácilmente, ya que era el joven que interrumpió su reencuentro con su amor de cabellos negros, pero el otro no tenía idea de quién podía ser. Si era sincero, no le interesaba averiguarlo, pero esos dos parecían decididos a presentarse y tener una charla con él.
-Un gusto, monsieur Mikaelis. Mi nombre es Issac, él es mi hermano Illias.
-Un gusto.- Apenas le respondió.
-¿Un café?- Finalmente habló el mayor de los hermano, dirigiéndose a la posible pareja de su padre.
-No, gracias. Tengo que irme.
La manera fría y distante en la que dijo eso, solo les dio fuerza a ambos jóvenes para retener al mayor e interrogarlo lo más posible. Si aquel sujeto era el gran amor que su padre quería recuperar, entonces ellos tomarían el papel de jueces y verían si ese amor valía la pena. Tal y como Zaphiri lo hizo cuando Illias tuvo un "enamoramiento" con un tal Radamanthys, que al final, solo resultó un encaprichamiento pasajero del muchacho, cuando el verano terminó.
-Disculpe que lo diga así.- Comenzó a decir Illias. -Pero usted no saldrá de aquí hasta que hablemos.
-No los conozco ni ustedes a mí, así que no tengo nada que hablar con ustedes. Si yo tengo asuntos pendientes que tratar, será con su padre, no con ustedes.
-Nosotros le debemos mucho a Zaphiri, así que, este asunto es tan propio nuestro como lo es de ustedes, así que, por favor.- Señaló al sofá individual frente a ellos y el mayor solo elevó su rostro, mirándolos con desgano, pero acabó tomando asiento.
-Negro, sin azúcar.- Solo comentó en referencia al ofrecimiento de la bebida.
Con toda la calma del mundo, más que nada para desesperar al francés, Illias le preparó lo pedido y cuando lo tuvo preparado, se lo acercó y luego se mantuvieron unos momentos en silencio.
-¿Dónde está su madre?- Dijo directamente y sin mirarlos. Si su zafiro estaba casado o lo había estado, quería saberlo de la manera más inmediata posible.
-Seguramente, en algún lugar de Rusia, viviendo en paz con nuestro padre, mientras fingen que nosotros dos jamás existimos.
Eso último dicho lo tomó totalmente desprevenido y su expresión, no solo facial, sino también corporal lo hicieron evidente.
-¿Cómo?
-Somos adoptados, señor. No es mucha ciencia.
Krest dejó en la mesita de centro su taza y se dispuso a darles su total y completa atención a los dos niños frente suyo.
-Los escucho.
Illias e Issac se acomodaron también, más que dispuesto a contar su historia y de esa manera, tan descarnadamente sincera, ver si ese hombre frente a ellos, era capaz de soportar la vida de sacrificio que Zaphiri había llevado y, hasta ese día llevaba y no estaba dispuesto a abandonar.
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El coche aparcó calmo, pero de el, los dos hombres bajaron con muchísimo apuro. Pudieron controlar su nerviosismo durante el largo viaje que venían haciendo desde China, lugar donde Belier los había mandado por pedido de su hermano, para mantenerlos más a salvo allí y en donde se quedarían hasta que todo acabase, pero apenas si Camus los llamó para decirles lo que estaba ocurriendo, Mistorya y Hyoga no dudaron en usar los pocos recursos que tenían a mano para regresar a París y estar al lado de su hermano en tan complicada situación.
Aunque su cadera dolía como si lo estuvieran torturando con un hierro caliente, Mistorya era el más apurado al subir las escaleras, que acabó haciendo antes de Hyoga, que iba unos pasos detrás suyo, pero entró al mismo tiempo que el pelirrojo mayor, al cuarto donde su sobrino les había avisado que Degel se encontraba.
Se exaltó al escuchar abrirse la puerta tan repentinamente, pero sonrió de tal manera grande y sincera, que todo su rostro se iluminó como antes nunca lo había hecho. Quiso ponerse de pie, pero las sensaciones de la maldita punción aún molestaba, por lo que tuvo que volver a sentarse, no sin dejar de maldecir y gruñir de rabia, porque hasta algo tan simple le estaba costando demasiado.
-No te esfuerces.- Casi le rogó el mayor cuando se acercó y lo abrazó con muchísima más fuerza que la última vez que se vieron. -Usa ese esfuerzo para recuperarte, no para cosas triviales.
-Esto no lo considero algo trivial. Abrazarlos es la mejor cosa que puede pasarme.
-De verdad que algunas veces, pareces mamá, Degel.
Los tres sonrieron y el menor abrazó a su hermano, que trataba de contener las lágrimas al ver que su creencia y pensamientos de que sus hermanos lo abandonarían por no poder ser fuerte como Unity le enseño, era totalmente errada.
-Me alegro de que estén aquí.
-A nosotros también nos alegra estarlo. ¿Por qué no nos avisaste?
-¿Camus se los dijo, no? No les avisé porque ya suficiente tienen con todas las secuelas que les quedaron de aquel accidente. ¿Por qué tendría que hacerlos preocupar por mí?
-¿Por qué? ¿En serio lo preguntas? No podemos darte médula, pero podemos darte apoyo.
-Creo que eso es lo que más necesito ahora. Por la médula no se preocupen antes de entrar a quimioterapia, me hicieron una segunda punción para extraerla y tratar de conservar lo que más sano estuviera y así hacer un trasplante de rescate.
-¿Te aseguraron de que sería seguro y eficaz?
Degel cambió su mirar cansado en un abrir y cerrar de ojos y ahora se estaba comiendo con furia a su hermano, solo con sus ojos. A pesar de que daba un poco de miedo, los otros dos se sentían más que satisfechos al ver que el Degel frío y de temple asesino que Unity crió y creó aún seguía allí y estaba dando una lucha terrible para poder volver a salir a la luz.
En ese momento, los dos se dieron cuenta de que Degel, no solo estaba feliz porque sus hermanos habían vuelto a apoyarlo en su enfermedad, sino que también estaba feliz porque, en palabras de su padre, solo un diamante puede romper otro, pero esta vez, eran tres diamantes contra uno.
-Me da muchísimo más gusto que estén aquí hoy, porque convencí a Shion y Dohko de que los juntara a todos para una reunión, hoy. Esta mañana supe que Shura Armus llegó, que era quien faltaba, así que finalmente podremos reunirnos y contar como fueron realmente las cosas.
-Te apoyaremos, no lo dudes.
-Lo sé, pero lo que busco es más que apoyo.
-¿A qué te refieres?- Cuestionó interesado Hyoga. Si algo no podía negar, era que Degel tenía una mente maravillosa que sacaba mil ideas casi de la nada, pero que siempre funcionaban.
-Ya lo verán, pero antes, tengo que pedirles un favor. Uno muy grande.
Levantó su mano y dejó ver el mechón de cabello que se le acababa de caer y Mistorya se dio el permiso de reír por eso, ya que Degel estaba riendo.
-Por supuesto que sí, hermano.
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La sala repleta de silencio y pesadez. Los jóvenes enfrentados a sus mayores, que miraban despreocupados, mientras las miradas de los menores los destrozaban de mil maneras posibles. El whiskey se había acabo tan pronto como fue puesto en la mesa, y ahora las botellas de vino sufrían el mismo destino.
La presión en el ambiente crecía más y más, estaba todo tan tensionado que se podía cortar de un solo movimiento de tijera y ese sentimiento se hizo más fuerte y evidente cuando Shion y Dohko entraron y tomaron asiento en la punta de la mesa, su lugar usual y se sirvieron de aquel liquido borgoña, pero no dieron indicio de empezar nada aún.
-¿Cuándo?- Preguntó apenas Mu, quien sentían, era la única persona en condiciones de hablar en tan delicado ambiente.
-Pronto.- Solo dijo el castaño a su hijo.
El silencio se mantuvo durante un largo periodo de tiempo más, pero todos se pusieron expectantes cuando escucharon pasos acercarse hacía la sala donde se encontraban. Un fuerte golpe contra el piso, les hizo entender a varios que había un bastón involucrado en aquella caminata y los menores supieron el porqué del retraso.
La puerta se abrió y Mistorya, Hyoga y Camus miraban con frialdad a todos los presentes y no dijeron palabra alguna cuando se aventuraron y tomaron sus asientos correspondientes.
-¿Degel no bajará?- Camus solo miró con mucho enojo a Agatha y no le respondió nada, más que todo porque su respuesta estaba dándose por sí sola.
Agatha no había perdido tiempo y en cuanto pudo, les dijo a todos sus compañeros mayores de la enfermedad que aquejaba al diamante, por lo que todos quedaron con la mandíbula en el piso cuando lo vieron llegar, a paso firme y decidido, imponiendo ese respeto que siempre fue tan característico en él.
Se plantó con firmeza en la puerta y los miró aún más frío y poderoso de lo que antes podía hacerlo. Se notaba más delgado y unas ojeras apenas leves se aparecían debajo de sus ojos, pero no importaba, porque lo que se llevaba toda la atención del mundo era que su larga cabellera de fuego había desaparecido y ahora estaba totalmente corta, apenas tapando sus orejas. El traje negro seguía haciendo que se viera imponente y así parecía que era capaz de matar a alguien, no de morir en ese momento.
Caminó calmo hasta el lado de Belier y Libe, sentándose entre medio de ambos y mirando fijamente a todos, pero a la vez, ignorando a quienes no fueran su familia, que le devolvían la misma mirada que él tenía, ya que, mediante ese silencio, ellos se entendían mejor que nadie.
Shion le entregó una carpeta, la tomó sin apuro, para ponerse de pie y tirarla sobre la mesa, desperdigando todos los papeles que dentro de ella había.
-Hablen.- Fue lo único que pronunció.
Los menores le hicieron caso de inmediato y los mayores se sintieron devorados en el odio de cada palabra que salía de las bocas contrarias.
La bomba finalmente había explotado y Degel sonreía de gusto, porque por fin podía liberarse de la carga más pesada de su vida y sincerarse acerca de todo lo que había pasado para llegar a ese punto.
La verdad primigenia, finalmente iba a ser dicha.
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Ahhhhh quería subir esto ayer, porque sentí que, ¿Qué mejor regalo de cumpleaños para el cubito, que volver a dejarlo ser quien fue toda su vida? Mi regalito para él, es dejarlo recuperar su vida, al menos un poco 😅
No tuve tiempo en todo el día y me pasé media hora 😭 pero mejor tarde que nunca, no... So ¡Feliz cumpleaños, Degel!
Ahora lo importante... La loca hablará y contará el porque de ese loco plan suicida. (Mientras Krest "suicida" a alguien xD)
¡Besos! ¡Las quiero!
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