Capitulo 5 || Secretas decisiones que salen la luz.
Aquella mujer yacía frente a él, medio drogada para mantenerla en calma, mientras trataban de darle a una solución a sus pesares, pero sabían que ya no había solución para ese tan dañado y cansado corazón. La única solución que sabían, era esperar el desenlace inevitable.
Sabía que tenía que dejarla en paz y solo esperar el momento en que encontrara la paz que nunca buscó en su vida, pero él no iba a pasar la oportunidad de dejarle a saber una pequeña, pero a la vez, muy importante situación futura.
Él, a pesar de haberse preparado como médico especialista en enfermedades autoinmunes, siempre decía que era médico por sobre todas las cosas, y, por ende, tomo el favor que pidió uno de sus colegas y esa noche, era uno de los tres médicos que hacían guardia. Tenía que estar al tanto de todos los ingresos del hospital, además de sus propios pacientes en su propio piso, y por, sobre todo, del delicado estado de la señora De Vouivre, asegurarse de que su noche fuera tranquila, pero él, lo que menos quería, era que pasara una noche más en calma, cuando sabía que él mismo no había podido tener una noche en paz desde que lo separaron de Krest.
-No puedo creer que el final de mi vida deba de ser contigo en frente.
Zaphiri solo bufó y dejó salir una media sonrisa, que le hizo mucha molestia a la mujer, pero eso no le impidió olvidarse un momento de su posición en la sociedad y volver a ser un muchachito herido de diecisiete años que acababan de rechazar cruelmente en su vida sentimental.
-No estás al final de tu vida, Vouivre. Lastimosamente no lo estás. Te incluimos en una lista de pacientes de riesgo y tu nombre está primero para la lista de trasplantes de corazón, así que es más que seguro que no te vas a morir, para mi desgracia y la de tu esposo.
-Ex esposo.- Dejó salir con mucho desprecio a la simple mención de que aún podía tener alguna clase de relación con el francés. -Y no sé porque lo traes a cuenta en esta conversación. Él no tiene nada que ver con este asunto.
-Que mala memoria tienes. O al menos, que buena memoria selectiva que tienes.
-No sé de qué estás hablando.
El pelinegro no quiso seguir con ese tema, era obvio que, si se ponían a pelear por Krest, la mujer se iba a volver a encerrar en su fuerza de odio que la desgastaba y la llevaba a debilitarse un poco más a cada segundo. Zaphiri quería que se muriera, si era sincero, pero prefería que no fuera con él como médico a cargo de la noche.
-¿De verdad necesitas un corazón nuevo?
-No lo sé. Dímelo tú, eres el médico.
-Yo no lo creo. Estas grande y estas vieja. Con un corazón nuevo o sin él, no tienes ya mucha vida por vivir.
-Al final, el dinero que Krest gastó en ti, no fue en vano, al parecer.
-¿De qué hablas?
-¿Eres estúpido? Es el primer y único cumplido que te haré en mi vida y no te da mejor que idea que arruinar el momento.
Zaphiri estaba enojándose cada vez más, sorprendiéndose de lo mucho que esa mujer podía molestar con facilidad a alguien, por lo que volvió a repetir sus palabras, exigiendo que le diera una explicación a semejante declaración.
-¿Qué no te parece curioso que, después de que Krest te abandonara para casarse conmigo, te llegara una beca completa, que te cubría hasta el más mínimo gasto, para estudiar esa carrera que tanto querías? De la nada y sin que nadie te avisara de ante mano... ¿Nunca tuviste curiosidad por ver o averiguar sobre tu misterioso benefactor? Después de todo, te había salvado de morir en la más grande miseria en la que tu familia te hizo vivir siempre y en la cual, yo hubiera sido feliz que jamás salieran.
El hombre apretó con furia sus puños y su mandíbula se tensó a la par de esa acción. No podía creer la maldad que podría tener una persona, y mucho menos que, estando al borde de la muerte, no se arrepintiera de nada, es más, que se pusiera aún más ponzoñosa que antes. De verdad que siempre había odiado a Garnet, pero ahora ese odio se le potenciaba y sentía que le carcomía lo poco sano que le quedaba del alma.
-Ojalá nunca te mejores, Vouivre.
-Si los Mettaxas y los Scarlet hubieran sido felices en su miseria, yo nunca hubiera perdido a Calvera.
-¿Te importaba tu hija, en serio?
-Solo mantener mi apellido.
-Entonces que bien hizo en elegir morir.
La dejó con todas las posibles palabras en la boca, estaba demasiado molesto ya como para seguir oyéndola, por lo que abandonó la habitación, poniendo una sonrisa muy ensayada, para todos los que se cruzaban por el camino, y llegó a su pequeña oficina, de donde comenzó a hacer llamadas a todos los conocidos que pudo, para que lo reemplazaran por esa noche, usando de excusa que su hijo había tenido un problema y debía de regresar a su casa lo más pronto posible. Al escuchar su "problema", uno de sus compañeros no dudo en darle ayuda y en menos de media hora, Zaphiri ya estaba abandonando el hospital, gritando de furia apenas si se subió a su coche, prometiendo a viva voz, que ese "enano del demonio", como le gustaba llamarle para hacerlo molestar, iba a explicarle cada palabra que Garnet le había arrojado.
Ya se estaba haciendo a la idea de todas las vueltas que le daría el otro pelinegro para responderle esa situación, pero lo conocía bien, así que estaba más que preparado para enfrentar esa situación.
Para lo que no estuvo preparado, es para recibir una llamada, una hora y media después de haberse ido, donde la misma persona que lo suplantó, le dijo que debía de regresar, ya que Garnet había tenido un colapso y la habían ingresado de urgencia al quirófano. Zaphiri lo comprendió y no dudó en volver a salir.
-No me vuelvas a usar de excusa, por favor.
-Cállate y vete a dormir.
-Tengo examen mañana.- Le dijo luego de dar vuelta la hoja del libro que tenía como principal fuente en su escritorio y volvía a tomar su taza de café. -Es de practica y no quiero equivocarme con nada.
-¿Estarán en la morgue?
-Posiblemente.
-Trata de no desmayarte.
El castaño rió y le hizo una seña con la mano, a modo de despedida, pero el mayor se le acercó y le dio un fuerte y rápido abrazo.
-No importa cómo te vaya, sabes que estoy orgullosos de ti.- Le dejó también un beso en el cabello, antes de alejarse. -La morgue no es fácil para nadie, ni aunque ya hayas estado diez veces, si no es lo que deseas hacer, siempre será difícil, así que no te sientas en presión de ser fuerte.
-Dímelo, por favor.- Le dijo mirándolo con una enorme sonrisa, que por poco más e iluminaba toda la sala.
-Vomité cuatro veces en mi primera practica con un cadáver. ¿Feliz?
-Buena suerte, papá.
-Qué te encuentre durmiendo cuando regrese.
Abandonó su hogar con una enorme sonrisa. Estaba de verdad feliz, siempre supo que su hijo lo haría más feliz de lo que podría imaginar, pero eran momentos así, en conversaciones un tanto bizarras con esas, en las que se sentía que había tomado la decisión correcta con respecto a ese chico.
Era lo único bueno que le había sucedido en los últimos treinta y cinco años de su vida, y eso que el jovencito apenas tenía dieciocho.
El viaje al hospital se le hizo corto, al estar pensando en todo el tiempo que pasó con su hijo y en todo lo que estaba seguro que lograría en su futuro, y entró con un aire muy diferente al que tenía horas atrás, cuando abandonó aquel edificio. Sentimiento que, dejando de lado toda ética profesional y hasta humana, se hizo más fuerte cuando una de sus compañeras, le entregó un manojo de hojas, muy conocidos para él.
-Eres quien está a cargo esta noche, así que te corresponde llenarlos.
-Hora de deceso, 05:45 de la madrugada.
-Eso es todo, supongo.- Susurró tratando de contener una sonrisa satisfactoria. -Lástima que no pudimos hacer más nada por ella.
-No podíamos tampoco, así que no te lamentes.
-No lo hago.- Sin más, se dio la media vuelta y volvió a su oficina, donde sí dejó salir una enorme sonrisa de felicidad. -Más te vale que si me cumplas, ahora que está muerta... O te voy a obligar a que lo hagas, que estoy seguro de que no te molestarás, si, después de todo, amabas cuando me ponía en dominante contigo, cubito.
*
*
*
No dio detalles acerca de las demandas que su ex esposa presentó contra Milo, Kardia, los Diamonds, Shaina e incluso Shion y Dohko, solo le dio la noticia de la muerte de la mujer, entregó todas las notificaciones acerca de esos asuntos legales y se excusó, diciendo que debía de arreglar un tema muy importante.
Milo solo lo miró a su abuelo y le susurro un "ya era hora". El hombre solo le sonrió y se metió a su auto, dándole al chofer la dirección del departamento en que tenía entendido, vivía aquel hombre que aún amaba más que a su vida misma. Algo en él dolía, no solo por el hecho de que lo abandonó cuando apenas eran jóvenes y podrían haber tenido una larga vida por delante juntos, sino que también dolía el hecho de saber que él había cuidado de Calvera en su momento y no se había dignado a investigarlo, también estaba muy molesto consigo mismo, ya que semanas atrás, Kardia le había dicho donde hallarlo, pero tampoco siguió los impulsos de encontrarlo, ya que temía que lo rechazara, pero agradecía que los hubiera seguido y se instalara en París, ya que él había tomado el cuidado de Degel y le había prometido seguirlo de regreso a Francia, si es que eso quería el mayor.
Si hacía un balance, no había diferencia si la vida acababa por unirlos en París o Athenas, porque lo que importaba era que volvieran a juntarse, pero le dolía el no haber tenido ese impulso antes y se recriminaba todo el tiempo que pasó sufriendo solo, en silencio, extrañando a ese zafiro negro que lo era todo para él. Desde lo más profundo de su corazón deseaba que el moreno se sintiera de la misma manera y lo recibiera como siempre lo hizo, cada vez que, en el pasado, se encontraban para amarse sin tiempos ni prisas.
Al llegar a destino, una enorme ansiedad y nervios se instalaron en medio de su estómago y la angustia de, tal vez, saberse rechazado después de haber compartido un amor tan fuerte, aunque fuera corto, no dejaba de haber sido intenso, y la angustia más horrible del mundo volvía a devorarlo totalmente. Un leve mareo, casi volviéndose vomito, le sobrevino cuando su chofer le abrió la puerta, y sin perder un solo segundo, volvió a cerrarla de un golpe fuerte y seco.
-¡No te dije que la abrieras!- Exclamó totalmente fuera de sí mientras bajaba la ventanilla.
-Lo siento, señor. Pensé que quería bajar de inmediato, ya que me pidió llegar lo más pronto posible.
-Pues ya ves que no quiero. Ahora regresa a tu lugar y yo bajaré cuando me dé la gana.
El hombre no dijo ni hizo nada más que asentir con su cabeza, mientras daba la vuelta al vehículo, haciendo exactamente lo que se le fue pedido. El silencio y la quietud reinó en ese pequeño sitio y no se escuchaba, por ratos, nada que la fuerte respiración del francés mayor, que trataba de controlarse y solo lograba respirar más fuerte de lo que una persona normal haría.
Casi una hora y media pasaron ambos hombres en aquel lugar. Krest no podía dejar de mirar hacia la puerta de aquel elegante condominio y, a pesar de toda la fuerza, convencimiento y seguridad con la que salió hacia el encuentro de Zaphiri, ahora no podía con la idea de ir hasta su puerta y enfrentarlo para pedirle que volvieran a estar juntos. Ese sentimiento de derrota adelantada, lo hizo tomar la determinación de regresar hacía la casa de los Belier-Libe, tratando de convencerse de que era lo mejor y que si iba a reunirse con Zaphiri, lo mejor era llamarle antes y pedirle verse, para que el otro francés también estuviera listo para verlo y no quedar sorprendido y casi perdido por tenerlo de improvisto en la puerta de su casa, sin siquiera dar un mensaje de aviso de ante mano. Trató de convencerse a sí mismo que eso era la mejor opción, pero parecía que el destino, la buena o mala suerte, o lo que fuera, estaba junto a él ese día, en ese momento, pues apenas si hicieron unos pocos centímetros para abandonar la calle privada que daba de entrada al edificio, un coche negro se les cruzó y después de un corto momento, el conductor del nuevo vehículo, recién aparecido, se bajó para ver si no había pasado nada malo, pero la sangre se le heló cuando reconoció ese coche, su corazón se detuvo cuando vio a Krest bajarse y dar unos pasos hacía él, pero detenerse en seco al oír que alguien les gritaba de lejos.
Ambos llevaron su vista hacía uno de los balcones y el francés más joven divisó a un jovencito, un poco más chico que su propio nieto, pero de unos ojos verdes profundos y una piel bastante pálida, que se contrastaba con los largos mechones de cabello marrón que le caían a los costados de sus hombros.
-¡Papá, no subas. Déjame que tomo un abrigo y vamos a comer afuera! ¡Tengo algo que contarte!
Zaphiri solo movió su cabeza, dándole a entender que lo esperaría, y apenas si el menor desapareció de aquel balcón, sus ojos volvieron a posarse en Krest que, a pesar de que se le notaba muy, demasiado, decepcionado y sus ojos algo turbios eran clara muestra de eso, su rostro mostraba un terrible enojo y él bien sabía, entendía y conocía, no iba a ser sencillo de que se le pasara.
Sin hacer o decir nada para impedir que se fuera, vio como el coche se alejaba de su visual, después de que el pelinegro solo le pusiera más mala cara y le impidiera dar un solo paso a su encuentro. Se sentía muy mal por eso, ya que sin Garnet a los alrededores, y obviamente, sin juicio de divorcio de por medio, Krest era totalmente libre para estar con él, pero que hubiera ocultado a Issac había sido un problema todavía peor del que imaginó y como ya bien conocía a su francesito, no iba a ser fácil de convencer, por más sincero que le hablara.
-Papá, ya estoy listo. ¿Nos vamos?
Zaphiri simplemente miraba hacía donde su eterno amor se había ido y dejó salir un suspiro lleno de melancolía, antes de volver sus ojos hacía el menor y sonreírle.
-Por supuesto, además, yo también quiero hablarte de algo.- Le comentó lo más calmo que pudo.
Para él, en ese momento, lo mejor era hablarle a Isaac de su pasado con aquel hombre y que, muy posiblemente, volvería a ser parte de su vida, por lo que tenía que advertirle, más que nada, rogarle, que fuera fuerte y se preparara para todo lo que iba a venir, que estaba seguro, que no eran cosas buenas.
Krest, de su propio lado, estaba con el corazón totalmente destrozado, ya que se sentía traicionado por el otro hombre. Sabía que era hipócrita, ya que, en un primer momento, él fue quien lo abandonó para casarse con Garnet, sin importarle que Zaphiri le haya rogado y pedido que no se fuera, que le diera un poco de tiempo y él se volvería digno de tenerlo como su pareja, pero Krest decidió no escucharlo y acabar con esa relación para llevar adelante su matrimonio.
Era hipócrita que le pidiera eterna fidelidad a Zaphiri, cuando él mismo no pudo hacerlo, pero le dolía tanto el saber que, cuando él estaba en sus últimos años de matrimonio con Garnet, solo unidos por intereses económicos en común, Zaphiri seguro andaba de recién casado, teniendo un hijo y siendo feliz, teniendo la felicidad que supuestamente solo iba a darle a él...
Él había tenido a Calvera, que hasta ese mismo día, era la niña de sus ojos y su eterno amor, pero no podía con la idea de que Zaphiri haya armado su propia familia y lo haya dejado de lado.
Se sentía terriblemente traicionado y no iba a perdonarlo con tanta facilidad, por más amor que le tuviera a ese estúpido, pero hermoso hombre.
*
*
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-¡Volvimos!- Gritó el gemelo menor, casi de manera burlesca mientras tiraba lo más lejos posible su valija.
-¡Saga! ¡Kanon!- Gritó la mujer de cabello gris, mientras miraba a sus hijos con los ojos llenos de lágrimas emotivas.
-¡Y nos vamos!- Exclamó el mayor de los hermanos, haciendo casi burla a lo que su igual había dicho momentos atrás, pero tomó la maleta que había sido arrojada momentos atrás e hizo lo posible por llevar las cuatro valijas en una mano y arrastrar a Kanon, fuera de la casa, con la otra mano libre.
Sus pasos se vieron detenidos por el portazo que Dohko dio y al darse la media vuelta, Shion estaba en silencio, señalando la sala de juntas, era claro que les pedía que se fueran allí y esperaran lo inevitable.
Al entrar, estaban todos sus compañeros, a excepción de Shura, Milo y Camus, pero estaban al tanto de que el español llegaría en unas horas de su país natal, mientras que también estaban al tanto, por parte de Dite, de que Degel estaba enfermo, aunque no sabían que era, comprendían la razón por la que ambos no estuvieran allí.
Todos los presentes, se miraron en silencio y el italiano les entregó un bloque de hojas y un bolígrafo.
-Nos dijeron que anotemos aquí todas las preguntas que tengamos, que harán lo posible por contestarlas.- Les dijo el de cabello plateado, al ver las caras de extrañeza de los gemelos.
El menor no esperó más y comenzó a escribir a toda la velocidad que podía, todo lo que necesitaba saber.
Sabía que no podía gritarle a su madre o golpearla, aunque se lo merecía, pero si podía masacrarla a preguntas, era obvio que aprovecharía esa oportunidad.
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