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Capitulo 20 || Crímenes ocultos y castigos a la vista.

"¡Rosor Fält!" era lo único que decía ese mensaje, pero el griego comprendió perfectamente a lo que se refería. No iba a fallarle a su amigo, por más que este lo había hecho, pero ahora no importaba el pasado, sólo importaba arreglar todos los problemas del presente.

Así que, sin decirle nada a su rubio adorado, que dormía plácidamente, abandonó la habitación de hotel y se dirigió con todo el apuro y prisa posible, hacia aquel lugar que él bien conocía, porque se le había mostrado tiempo atrás y con mucho orgullo.

*

*

Escuchaba voces, pero parecían estar tan lejos de él que ni parecían cercanos a su realidad. Había podido reconocer la voz de Zaphiri entre tantas otras, pero ahora ya no la oía y, por todas las drogas que tenía en el cuerpo, no podía hilar un pensamiento ni positivo ni negativo, lo único que su mente podía procesar era el sentir de relajación que los medicamentos le proporcionaban, pero también de alerta que no lo abandonaba desde que su hermano lo llamó.

Su hermano. La mente dejó de divagar en cuanta cosa absurda o importante se le cruzara y trató de concentrar toda su poca atención en las voces que se presentaban a lo lejos, era una tarea demasiado complicada, pero haría todo lo posible por transparentarlas y reconocerlas, aunque eso significaba tener que recobrar el sentido y dejar de lado la comodidad del medio sueño, pero necesitaba saber porque tanto escándalo estaba pasando, del que estaba seguro, su hermano estaba involucrado.

Sabía que Zaphiri se lo había llevado al hospital, ya que había recobrado un momento el sentido cuando ya estaba ingresado, pero más que eso no recordaba, pero sabía bien donde podía llegar a encontrarse, así que sus ojos se fueron abriendo con calma, pero confiados, esperando ver paredes blancas y una cortina tapando una ventana de vidrios en extremo transparentes, que dejan cruzar apenas un halo de luz, por la tela que tienen enfrente, pero nada de eso fue lo que sucedió. De inmediato se sintió recostado en un sitio más cómodo que una cama de terapia intensiva y la luz estaba más en tonos cálidos que las blancas cegadoras típicas de un hospital, cosa que le pareció en extremo extraña. Levantó su mano para restregarse los ojos, y allí más se confundió por qué, aunque tenía aún la vía puesta, no estaba conectada a ningún suero o transfusión, solo la aguja estaba puesta, dándole un poco de dolor leve, pero muchísima incomodidad en su mano. Trató de incorporarse, cosa que le fue dolorosa debido a su cintura, pero logró hacerlo, aunque solo más se confundió, porque se dio cuenta de que estaba acostado sobre un sillón, en medio de un living que le tomó unos momentos reconocer, pero cuando vio esa pintura, ese Rembrandt, supo inmediatamente donde estaba, ya que él había sido el artífice de ese regalo.

-Maldita sea... El marido resultó peor que la mujer.- Dijo mientas se sentaba mejor en el sofá y pensaba en todo lo que iba a tener que vivir con aquel hombre.

-¡Degui!- El rubio, apareciendo de la nada, se le tiró encima, sacándole un gran gruñido de dolor, además de un gran insulto a viva voz y un empujón que lo dejó en el suelo, a pesar de que estaba teniendo desde su espalda. -¿Por qué te portas así? ¿Estás bien?

-¿¡Es en serio!? ¿¡Eres estúpido o te haces!? ¡Me estoy muriendo y tú me haces esto!

Los mareos y las náuseas lo atacaron de nueva cuenta y casi se desmaya, pero logró sostenerse de uno de los bordes del sillón, evitándose ir al piso, pero lo que no pudo evitar fue que su nariz empezara a sangrar, cosa que alarmó mucho a Albafica, pero no pudo acercarse porque el francés se lo impidió, alejándolo nuevamente de un empujón, pero esta vez fue mucho más fuerte que el anterior.

-Déjame que te ayude. Te vas a poner bien, te lo juro. Solo permíteme ayudarte.

-¿Ayudarme?- Se estaba poniendo mucho más mal a cada segundo que pasaba, pero no quería hacerlo notar más allá de lo que le sucedía. -¡Me hubieras dejado en el hospital, maldito demente! Porque estoy totalmente seguro de que no estoy aquí por voluntad de mi hijo, mi pareja o mi médico, sino porque tú me sacaste de allí sin autorización de nada ni nadie.

-Bueno, puedes pensar que es algo malo que te haya traído aquí, pero solo lo hice para que te mejores.

El francés solo miró con remarcado enfado al rubio, que lo miraba con la sonrisa más grande y hasta tierna que podía demostrar, pero ni esa acción lograba apaciguar la ira que crecía en el interior contrario, a cada segundo que pasaba.

-Si voy a morir por la negligencia de alguien, será la mía propia y no la tuya.

-No morirás, amor mío. No lo harás, porque yo me encargaré de cuidarte y hacerte sanar.

Al escucharlo llamarle de esa manera, el enojo fue mucho más de lo que pudo soportar y, haciendo acopio de todas las pocas fuerzas que podía poseer en ese momento, se incorporó y quiso salir de allí lo más a prisa que pudiera, a pasar de que no tenía ni la más mínima idea de como regresar, lo intentaría, pero no logró nada de lo propuesto, porque Albafica lo tomó con brusquedad de la muñeca derecha y, sin delicadeza ni paciencia alguna, aun sabiendo de la situación ajena, lo volvió a arrojar al sofá y se le puso encima, haciendo presión sobre él, dándole malestar e incomodidad, sobre todo cuando se le acercó con mucho descaro, le pasó la nariz por las mejillas, bajó hasta su cuello y lo mordió con demanda y poca delicadeza, como si le perteneciera realmente y Degel disfrutara de eso, cuando en realidad, el francés sentía más que asco y dolor por lo que le estaba ocurriendo.

"El cáncer es un poema de amor, comparado con esta situación", pensó con la mente al borde de la adrenalina y la desesperación, pero a pesar de estar inundado por ambas sensaciones, su cuerpo estaba totalmente helado y parecía que no tenía intención de dar respuesta ni reacción alguna. Lo único que atinó a hacer fue cerrar con fuerza sus ojos y poner su mente en blanco, tratando de no pensar en nada y rogar que esa situación, fuera lo que fuera que acabara sucediendo, acabara pronto, pero allí estaba una vez más, su subconsciente traicionándolo por completo y haciéndolo pensar e imaginar un escenario que, por seguro, lo haría disfrutar muchísimo más que aquello que estaba ocurriendo ahora.

Las manos blancas y delicadas de Poisson se transformaron, de manera casi inmediata, en unas grandes y toscas manos morenas que, a pesar de verse fornidas y poco delicadas, lo tocaban con una suavidad increíble, que lo hacía sentir más cuidado de lo que jamás pensó. El cabello rubio siguió igual, pero era un tanto más corto y descontrolado, pero no dejaba de ser hermoso. El cuerpo contrario también se transformó totalmente y ahora era aquel dios griego que tanto adoraba, quien estaba con intenciones de amarlo una vez más, con todo el amor, delicadeza y pasión que siempre le guardó y demostró.

Su mente estaba lejos de allí, la había perdido con tanta facilidad que le dio un poco de miedo, pero ahora eso era en lo que menos quería pensar, en ese mismo momento, solo quería sentirse amado por Kardia una vez más, como hace tiempo lo deseaba y no había podido conseguirlo.

Por su lado, Albafica se sentía aún más en las nubes, de lo que el propio Degel podía llegar a sentirse, y sonreía con más que satisfacción entre los besos que el otro hombre le proporcionaba casi con deseo irrefrenable. Se sentía mejor de lo que creyó al ser consciente de que Degel lo haya aceptado con tanta emoción y apuro. Sentía que no podía haber nada mejor que eso y deseaba que ese instante nunca acabase, aunque de manera casi inmediata todo se le volteó y no pudo sentirse más desilusionado y decepcionado.

Sus labios habían vuelto a atacar el blanco y delgado cuello, metido sin pensar en su tarea de dejarle a saber el placer con el que lo deseaba desde hacía años, pero sintió que todos sus esfuerzos eran en vano, cuando, en medio de caricias desesperadas por toda su espalda, Degel susurró el nombre de aquel escorpión que tanto amaba.

-Kardia...- Volvió a repetir en un hilo de voz, mientras aún mantenía sus manos en el aire, como imaginando tocar la piel de canela que le pertenecía al griego y sus ojos se encontraban cerrados, imaginando la sonrisa y los brillantes ojos de aquel hombre que tanto amaba. -Mi amor, mi vida... Mi Kardia.

El enfado y la ira fueron muchísimo más fuertes que el amor que decía tenerle y demostrarle apenas segundos atrás y, la misma mano que segundos atrás le acariciaba con delicadeza, ahora se cerraba con fuerza y odio y se estampaba con desesperación en el pómulo contrario.

-¿¡Por qué!?- Comenzó a gruñir como si una bestia feroz hubiera sido liberada de su encierro de años, mientras sacudía al pobre galo, que había vuelto en sí, de su ensoñación y perfecta fantasía, y ahora no podía entender que era lo que estaba pasando. -¿¡Por qué no puedes amarme!? ¡Yo puedo darte mil cosas mejores de la que él puede siquiera aspirar a darte!

Degel no decía nada, no solo porque sabía que no iba a poder razonar con él, sino que también ninguna palabra le salía de la boca y tampoco pasaban por su cabeza, solo estaba estático, con la cara hinchada por el golpe y la nariz sangrante por la enfermedad. También con un poco de miedo, por lo que le pasaría, si lo admitía.

-¡Él jamás te valoró ni te quiso como yo te quiero! ¡Él eligió a Calvera por sobre ti y hasta decidió darte la espalda por casi veinte años y odiarte sin razón coherente! ¿¡Cómo puedes amarlo sabiendo lo que es y cómo es!? Pretende regresar como si nada a la vida de todos, cuando se deshizo de todo sin tocarse el corazón, en cambio yo, solo me deshice de Agatha, que era lo que me impedía llegar a ti, para así demostrarte que estoy dispuesto a todo con tal de hacerte feliz, si te quedases a mi lado. ¿¡Qué más tengo que hacer para que creas en mi palabra!? ¿¡Qué más debo hacer para que de verdad me creas, de que te haré más feliz que a nadie!? ¡Yo puedo soportártelo todo, no como él! ¡Soy capaz de aceptar hasta tu más oscuro secreto y ayudarte a cargar con él, porque te amo y haría lo que fuera por ti!

El francés estaba totalmente helado, mucho más que momentos atrás y el filtro entre su cerebro y su boca se desapareció. Olvidó "activarlo" o lo que fuera que debía de pasar para no decir cosas inapropiadas, por lo que dejó salir aquello que no quería que nadie supiera, ni aunque su vida dependiera de ello, como prácticamente estaba sucediendo y acabaría por ocurrir.

-¿Mi secreto más oscuro?- Comenzó diciéndole en susurros, aunque el sueco le oyó y le dio una sonrisa leve, pero sincera, como alentándole a que le hable de eso. -Cardinale.

-¿Cardinale, qué?- Soltó de respuesta, pero en un tono mucho más áspero y molesto del que esperó utilizar.

-Cardinale es mi hijo. -Aunque no estaba mirándolo, pudo imaginarse al rubio poniéndose aún más pálido de lo que su piel ya lo era, pero ni eso le detuvo de decir lo que se atravesaba por su mente sin procesarlo antes. -Yo me acosté con tu esposa, por varios meses... Noche tras noche tras noche... Y Cardinale nació luego de eso.

Albafica había dejado de oírle en el preciso y justo momento en que supo que, aquel niño menor que siempre fue indiferente a todos y todos, era una progenie ajena, metida en su propia casa, criado por alguien que no debía de criarlo y muchas cosas del comportamiento del pequeño rubio le cerraron al momento en que se dio cuenta de que eran actitudes que Degel también cargaba y, por ende, de él las había heredado.

Era claro que no pensaría con claridad sus actos, ni en ese momento ni en ningún otro momento, la ira lo cegaba y en su cabeza no había ni un solo pensamiento coherente ni se hilaban las ideas, más lo único que su cabeza pensaba, imaginaba y deseaba, era romperle el corazón a Degel como se lo había roto a él, aunque quería hacerlo de una manera más simbólica de lo que una frase puede decirlo o demostrarlo.

En medio de la mesa de café, por alguna razón que nadie podría explicar en ese momento, había un abrecartas, el cual, Albafica no dudo ni medio segundo en tomar para volver a lanzarse sobre el pobre pelirrojo que estaba un poco asustado y muy confundido, pero no dudo en poner toda su fuerza y resistencia posible para evitar que aquel hombre lo lastimara de la manera mortal que estaba seguro que quería hacerlo.

Estaba muy débil y el aire le faltaba más y más a cada segundo, por lo que por un momento llegó a pensar que Albafica iba a ganarle esa lucha, después de todo, ya había logrado aséstale varios cortes profundos en los brazos y las palmas de las manos, también había llegado a su cuello, dejándole un corte, que, aunque era superficial, por suerte, no dejaba de ser bastante doloroso. No quería dejar de darle lucha, pero ya era imposible seguirle el ritmo acelerado y casi demencia que Albafica cargaba, se notaba que estaba siendo impulsado por puro odio y entendía bien que no iba a poder continuar porque ese otro hombre lo sobrepasaba en todo, al menos en ese instante, y cuando su mente estaba por pedirle, más bien, exigirle, que se rindiese, que ya nada valía la pena, un estruendo que bien conocía, a que pertenecía, cortó con los gritos y la pelea, y solo pudo ver como el sueco caía al piso y su cabeza golpeaba con fuerza, la madera que recubría todo el sitio y sangre comenzaba a emanar debajo de su cuerpo, formando con rapidez, un charco que manchaba más sus alrededores, a cada momento.

Degel no pensó un segundo en lo que le había pasado, más tampoco iba a arrojarse a auxiliarle, solo se le acercó para arrebatarle de la mano, el abrecartas para defenderse, pues sabía quién había hecho semejante acto, aunque no pudo ponerse de pie, solo se quedó arrodillado, con aquel filo entre sus manos, apretándolo con la misma fuerza con la que Shijima le apretaba el arma en medio de la nuca.

-El dinero.- Fue lo único que le dijo el pelirrojo, sin un mínimo de piedad por la situación de salud que su hermano cargaba.

Degel apenas suspiró antes de apretar su mandíbula y tratar así de evitar llorar, por ese tema que Shijima le exigía saber.

-No.- Fue lo único que pudo decirle.

-¿No? ¿Cómo qué no? ¡El dinero, Degel! ¡Quiero que me lo des!

-¡No puedo dártelo!

-¡No vengas con que te pertenece porque sabes que no es así! ¡Soy el mayor y por ende, el dinero me pertenece a mí y solo a mí, así que más te vale, dármelo!

-¡Te lo daría si así esta pesadilla se acabase de una vez, pero no puedo dártelo!

-¿¡No puedes o no quieres!?

Se mordió la lengua al punto de que sintió el momento exacto en que le comenzó a sangrar. De verdad no quería decirlo, porque al hacerlo, se haría más real de lo que ya era y la verdad, aún no quería asumir esa realidad, aunque ya habían pasado muchos años desde el inicio de esa situación.

-¡Respóndeme!- Le exigió una nueva vez, y con todo el dolor que le provocaba, Degel lo dejó salir.

-¡No hay dinero, Shijima!- Las lágrimas fueron automáticas, así como el espanto del mayor de los diamantes, que bajó apenas su arma, alejándola unos cortos centímetros de la piel de su hermano. -¡Estoy en quiebra desde hace años! ¡Ya no hay dinero! ¡No hay nada! ¡Ya no tenemos nada! ¡Y lo único que teníamos, lo único que nos quedaba, tú lo quemaste!

Shijima estaba petrificado ante tal confesión, pero su enojo se devolvió aún más enervante que momentos atrás y, volviendo a apoyarle el arma en la cabeza, no dudo ni medio segundo en apretar el gatillo.

Sentía que era justo. Quitarle la vida, así como él le había quitado todo el dinero, era más que justo, por lo que no iba a tener miedo ni dudas de gatillar aquella arma.

Aunque todo se puso más que confuso, porque fueron dos disparos lo que se oyeron y Degel quedó allí, en medio del fuego, traumatizado y con el rostro lleno de sangre, a pesar de que estaba de espaldas, aunque de inmediato entendió lo que sucedió.

-Albafica... No... Alba...

El rubio le sonrió una vez más, pero esta vez triste y con el rostro totalmente apagado e ido. Los ojos casi muertos lo miraban con amor aún, a pesar de todo lo acontecido momentos atrás y se derrumbó entre los brazos del pelirrojo, que comenzó a llorar al ver que Shijima también estaba tirado en un charco de sangre, convulsionando y pasos más atrás, Deuteros estaba estoico y sin emoción alguna en el rostro, mientras dejaba caer el arma que sus manos cargaban y se acercaba a paso rápido a ellos.

Degel no entendía nada de lo que pasaba y en esa confusión, se desmayó, agradeciendo, por primera vez, que eso le sucediese.

*

*

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De ese tema se enteraron Shion y Dohko y querían hablarle a Camus, pero él ya se había ido con Milo y no pudieron hacerlo.

Para que ya vayan sabiendo porque serán las peleas, de ahora en más, entre los hermanos.

¡Y ya enciendan al contador de muertes! Por las dudas 😅

¡Besos! ¡Les quiero!

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