Capítulo 3
Cam había llegado tarde por muchos motivos, pero el más relevante (o el que más habría hecho enojar a sus maestros) era el cigarrillo que se había fumado en el baño de profesores del tercer piso, o tal vez había sido el rato que estuvo escuchando música a todo volumen mientras movía la cabeza de un lado a otro.
Sí, eso habría respondido si alguien le hubiese preguntado, pero en el fondo sabía que ninguna persona lo haría, ni siquiera sus profesores. Incluso cuando eran nuevos, la mayoría se centraba en sí mismos, en su propia frustración, dándole más importancia al respeto que casi nunca les mostraba.
Siempre era lo mismo. Aun si recién habían egresado, todos actuaban así, enfocándose más en las normas que en las razones que él tenía (o tuvo) para romperlas.
Fue más o menos parecido con Marcy. Aunque apenas había llegado, le bastó una sola mirada para notar que era igual al resto: probablemente estricto, seguramente imbécil, y es que el idiota con suerte podía explicar su metodología sin ponerse a temblar.
«Vaya mierda» pensó, escondiendo la cara entre sus brazos.
Aún podía dormir un rato. Incluso si era difícil conciliar el sueño con tanto ruido, Cam prefería descansar un poco en vez de perder su tiempo con ese tipo que hablaría y hablaría hasta que todos se aburrieran de él, de su taller de artes, de ese electivo que ellos mismos habían escogido cuando tenían tantas posibilidades.
Daba lástima.
Sin embargo, nunca pensó que lo castigaría. Esperaba un sermón, una advertencia, incluso una charla sobre la puntualidad, pero ¿eso? ¿Qué clase de profesor castigaba a su estudiante el primer día? ¿Y siento nuevo? ¿Era en serio?
El odio fue inmediato.
De un segundo a otro, solo pudo pensar que quizá Max había tenido razón al quejarse semanas enteras por haberlo contratado, aunque los motivos estaban lejos de ser los mismos. Para su papá, no tenía sentido que el Estado lo obligara a ofrecer talleres artísticos cuando el deporte era mucho mejor para los chicos sin disciplina. Para su hijo, ese tipo era uno más del montón. No solo era un reemplazo mediocre para su maestra favorita, sino que además era demasiado cordial para su gusto, demasiado falso. Su sonrisa siempre estaba intacta en su rostro, sin importar el contexto, y eso fue suficiente para que quisiera empujarlo.
Sí, quería que se tropezara, que se cayera, que sintiera algo de dolor. Quería que lo entendiera, que sufriera un poco, que aprendiera cómo era la vida, su vida, la vida de los Grind. Quería sacudirlo, alterarlo, despertarlo... Quería meterse bajo su piel.
—¿Y yo qué? ¿Soy la carnada?
La idea llegó como relámpago, iluminando cada parte de su mente. No solo hizo que su corazón latiera deprisa y que sus manos sudaran, sosteniendo las caderas ajenas; sino que también despertó ese entusiasmo que había estado dormido por tanto tiempo.
Era tan peligroso, Cam, todo en Cam. La forma en la que actuaba por instinto, dejando que sus emociones le ganaran. El enojo, la rabia, la tristeza, esa necesidad de hundir a los demás consigo, de asustarlos, de advertirles, de pedirles que huyeran.
«Huye», eso decía su beso. «Déjame en paz. Aléjate».
Sin embargo, Marcy no se alejó, no enseguida. Por el contrario. Hubo un instante en el que sus manos también se aferraron a la cintura de Grind, entre necesitadas y desesperadas, como si estuviera disfrutándolo tanto que ni siquiera recordaba que era su profesor.
—N-no. Detente.
Bueno, tal vez todavía lo recordaba.
Sus ojos lucían perdidos, asustados, sin poder enfocarse en Cam; y la respiración entrecortada le daba un atractivo diferente. Es decir, el tipo ya le parecía lindo antes de besarlo, pero desde ahí, tan cerca de su cara, era imposible ignorar su buena genética.
Era... bonito, por no exagerar. No como las estrellas de Hollywood o el integrante de una banda, pero sí lo suficiente para causar envidia (aunque no a él, por supuesto).
A decir verdad, sus facciones se llevaban todo el crédito, quizá por la simetría o por la generosa distribución. Fuera de eso, era el típico castaño. Su piel estaba ligeramente tostada, sus ojos eran igual de marrones que los de cualquiera y su cabello era contradictorio: demasiado claro para el tono de su cara y demasiado suave para lo ondulado y grueso que se veía. Lo sabía porque sus dedos no tardaron en enredarse ahí, decididos, intentando retenerlo aun si tenía que soltarlo.
—Ya nos besamos, Kit. —Sostuvo su cabeza y lo acercó otro poco, rozando sus labios con cada palabra—. ¿Por qué deberíamos parar?
—No, tú me besaste, tú cruzaste la línea —contrapuso enseguida, tratando de alejarse incluso si sus manos todavía sostenían sus caderas.
Era un verdadero caos, todo, desde sus respiraciones entrecortadas hasta la manera en la que ambos seguían aferrándose al cuerpo ajeno, incómodos por la cercanía que no sabían cómo romper.
Sus miradas eran intensas, sus manos no cedían y bastó un suspiro para que el chico arrastrara sus dedos por esa cálida piel, recorriendo todo el camino desde su nuca hasta la punta de su barbilla. No podía evitarlo.
—Da igual si yo empecé el beso, Kit. Tú lo seguiste.
—Claro que no. Yo me alejé. —Marcy era tan ansioso que comenzaba a molestarle, en especial cuando lo miró con esos ojos grandes y criticones.
—Sí, tienes razón. Tú te alejaste justo cuando tu lengua cobraba vida propia, ¿verdad? Por eso no recuerdas lo que hizo.
—Suficiente. —Casi gritó, casi, empuñando las manos entre sus pechos—. Sabes lo que hiciste. Tú me besaste.
Cam exhaló su carcajada y se acercó, provocándolo con ese pulgar que arrastró por su barbilla y parte de sus labios, estirándolos.
—Podría hacerlo de nuevo, ¿sabes?
Eso fue suficiente para que el castaño se apartara, soltando sus caderas con tanto repudio que el empujoncito se sintió casi como un ataque.
Apenas se alejaron un metro, o incluso menos, pero fue distancia más que suficiente para que ambos volvieran en sí.
—Eres tan... tan... tan... —El maestro dudó, caminando hacia su escritorio—. ¡Odioso! Eres tan odioso.
—¿Odioso? —Soltó un suspiro divertido—. Supongo que fue horrible besar a una persona tan odiosa como yo, ¿no?
—Basta. —Kit gruñó, apuntándolo con su dedo índice—. No puedes... no puedes tratarme así.
—¿Por qué? ¿Porque eres mi profesor?
—Porque soy una persona. —Arrastró las palabras, sonando tan decepcionado que Cam quiso complacerlo. «¿Qué mierda?»—. ¿Acaso tratas así a todas las personas?
—A la mayoría. —Grind escogió el sarcasmo, sonriendo de medio lado—. Cuando eres hijo del director, no hay límites, ¿sabes?
Sin embargo, Kit le creyó. Aun con su tono irónico y la exageración de su frase, Marcy optó por creerle, abriendo ligeramente la boca.
No podía ser tan ingenuo.
—¿Sabes qué? ¡Jódete! —Ni tampoco tan impulsivo, aunque eso lo divertía.
—Adelante, Kit. Jódeme. —De nuevo se acercó al profesor, intentando rodear su cintura.
Su maestro fue más rápido esa vez, retrocediendo, apartándose lo suficiente para maldecir en voz baja. No eran más que balbuceos, un cúmulo de palabras que ni siquiera logró entender, pero que aun así le sacaron una sonrisa.
Era tan divertido jugar con él.
—¿Puedo besarte de nuevo? Tus insultos me calientan.
—Ya basta —ordenó, o tal vez solo se lo pidió. Su tono fue tan débil que sonó más cansado que colérico, como si apenas tuviera ánimos de reclamar—. Es una locura. Sabes que esto es una locura.
—Solo fue un beso, Kit. No seas tan exagerado.
Su profesor lo miró, por fin lo miró y no sabía si eso era mejor o peor que su falsa indiferencia, porque de pronto tuvo que empuñar las manos para no caminar hacia él.
Era como si un imán intentara llevarlo de vuelta a su boca.
—¿Te estás escuchando? —El castaño le respondió casi un minuto después, viéndolo con tanta intensidad que sus ganas de acercarse fueron mucho más grandes.
—A veces. Otras veces solo me pierdo en tus ojos, bebé.
—Eres un payaso.
—¿Así que también soy un payaso? —Soltó una risita falsa, burlona, provocativa; idéntica a su personalidad—. Vaya. Ahora me muero por escuchar tu siguiente insulto. ¿Cuál será? ¿Tonto? ¿Feo?
—Malcriado —escupió como si en serio fuera la palabra más denigrante que conocía, luciendo genuinamente molesto.
—Vaya, te felicito. Eso estuvo mucho mejor. —Fue irónico, lo suficiente para que la sinceridad de su carcajada tuviera sentido.
Le divertía, de alguna manera le encantaba que su profesor discutiera como un niño y no como un adulto que estaba en plena jornada laboral. Incluso se lo imaginó mostrando su lengua y corriendo fuera del salón, tal vez con pisadas fuertes y humo en las orejas.
Era tan caricaturesco.
—¿Tienes otro insulto que deba conocer o ya puedo irme? —El estudiante retrocedió un paso, aunque no se volteó. No podía apartar los ojos de Kit.
El maestro no respondió enseguida, por más que lo intentó. Su boca se abrió y se cerró un par de veces, pero ni siquiera soltó un sonido. Con suerte pudo mirar a Cam, casi en shock.
—¿No piensas disculparte?
Eso fue incluso más divertido.
Grind quiso reírse de la forma más escandalosa posible, pero no lo hizo. Solo suspiró con cierta burla, rodando los ojos como si no supiera lo provocativo que era su gesto.
Lo sabía, por eso lo hizo. Porque en el fondo solo quería que Marcy entendiera que un beso no hacía la diferencia. No entre ellos. No con él.
Que le hubiese encantado el sabor de sus labios no significaba que de pronto fuera la clase de persona que asumía sus errores y pedía perdón. Cam estaba lejos de ser el tipo agradable que siempre le sonreía a la vida y se tomaba todo como aprendizaje.
Quería jugar con ese idiota, molestarlo, hacer que se estresara lo suficiente para que le gritara y lo echara de ahí. Necesitaba irse de ahí. Necesitaba seguir con su vida.
—Claro. Tú no te disculpas. —Kit concluyó poco después, soltando una risa poco divertida.
—Eres más inteligente de lo que pensé. —Asintió, apoyándose en el escritorio del profesor—. ¡Diez puntos para Gryffindor!
—Deja de burlarte de mí —rezongó cual niño, cruzándose de brazos con un puchero a medio formar. «Mierda», no podía ser más ridículo. ¿En serio iba a actuar como si tuviera cinco años?
—No voy a disculparme, Kit. Punto final.
—Bien. —No parecía convencido, aun si alzó sus hombros y fingió desinterés. Sus ojos todavía lo seguían como si quisieran algo más, guardando silencio por otros diez o quince segundos—. ¿Sabes qué? Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero no... no me arrastres a tu mierda.
—Qué boca tan sucia, profesor. —No iba a mentir, estaba disfrutando cada reacción ajena. Por eso se reía una y otra vez, mirando a Marcy con verdadero orgullo—. Quizá debería tener más cuidado, eso sí. Aún quedan algunas personas en el colegio.
Fue bastante obvio que su cuerpo se tensaría y luego temblaría, demostrando su ansiedad en cada movimiento.
Cam simplemente sonrió, sin saber por qué, cruzando los brazos y las piernas.
—¿Entonces? ¿Dejarás que me vaya? —Volvió a preguntar, observándolo con tanta intensidad que no le sorprendería si su cuerpo volvía a flotar en su dirección.
Tal vez sonaba cansado, o incluso aburrido, pero estaba lejos de ser así. Estaba tan entretenido que solo quería seguir ahí, provocándolo, irritándolo, pero sus clases partían en menos de una hora y no podía faltar al intensivo. Aun si en el colegio hacía lo que quería, afuera nunca había sido así. Nunca.
—Dejaré que te vayas cuando aceptes que no respetas a nadie.
—¿Por qué necesitas que diga eso? Pensé que era obvio.
—Entonces lo haces a propósito. ¿En serio crees que puedes ignorar a los adultos solo porque sí?
Cam soltó una risita corta, apenas un suspiro divertido. Solo eso.
—Disculpa, creo que me perdí. ¿También te incluyes a ti cuando dices "adultos"? Porque hasta hace poco estabas discutiendo conmigo como si no pudieras pensar en un mejor insulto que "payaso".
—Tengo varios insultos para ti, aunque dudo que quieras escucharlos.
El chico volvió a reírse de la misma manera, rodando los ojos hacia el techo. Ese idiota en serio no sabía con quién estaba hablando.
—Yo no soy como tú, Marcy. Yo no me pondré a llorar si me dices que soy la peor persona que has conocido. Seguramente sea verdad. ¿Qué otro estudiante te besaría solo porque quiere hacerlo?
El castaño no contestó, sabía que no lo haría. Cam sabía que solo se quedaría en su lugar, tenso, inmóvil, centrándose tanto en sus pensamientos que apenas recordaría lo demás.
Era su momento de atacar, era su momento de acortar la distancia y sostener su cintura, una vez más, inhalando el perfume de su maestro al mismo tiempo en que sus pelvis chocaban, una contra la otra, logrando que ambos se estremecieran.
Kit solo abrió los ojos, de nuevo, tomando parte de su suéter.
—¿Qué harás si vuelvo a besarte? —preguntó sin más, avanzando hasta la pared. Era más fácil que lo correspondiera si no tenía a dónde más escapar.
—Supongo que decirle a tu papá no es una opción, ¿o sí?
Grind se detuvo al instante, borrando toda expresión de su cara. Con suerte fue capaz de mirar a Marcy por dos o tres segundos más y luego solo desvió la vista, sonriendo de medio lado.
—Dudo que te escuche. —Soltó una risita forzada y ya. No mostraría más—. Está muy ocupado para resolver mis problemas.
—¿Por eso lo haces? —El hombre no dudó en preguntarle, buscando sus ojos. Casi parecía que estaba preocupado por él—. ¿Quieres llamar su atención o solo te gusta hacerlo enojar?
El menor se rio, aunque sin entender el motivo. Su carcajada sonó más como un fuerte suspiro, en realidad, pesado, cansado, mientras que su rostro se mantuvo intacto, serio, observando al castaño que de pronto lo veía con tanta seriedad, con tanto cuidado.
No quería seguir mirándolo. No quería seguir escuchándolo.
Tal vez por eso le sonrió, acortando la distancia entre sus caras, entre sus labios, hundiéndose en su boca. Tal vez por eso lo aplastó contra la muralla y suspiró, todavía sobre sus dientes, dejándose lastimar por ellos.
Había intentado ser suave, gentil, dejando una caricia en su cuello y en su nuca; pero bastaron unos segundos para que perdiera el control, ahogándose entre gemidos y roces que ninguno fue capaz de detener, demasiado embriagados por la sensación.
Tal vez sí era mutuo, tal vez los dos deseaban lo mismo. Aun si era indecente e incorrecto. Aun si conllevaba tantas consecuencias. En el fondo, estaba seguro de que los dos anhelaban esas caricias.
—Grind... —Kit gimoteó su apellido, levantando las manos hasta su pecho—. Por favor, no. No más —agregó entonces, contradiciendo al modo en que volvió a tirarlo cerca de él, subiendo las manos hasta su cuello, sosteniéndolo, perdiéndose en él.
Estaban jodidos. Incluso si ambos tenían claro que besarse era un error, sus cuerpos no podían entenderlo, aferrándose al otro aun cuando era evidente que la frustración los había llevado hasta ahí, la rabia, la ansiedad, la desesperación, esas ganas de destruirse mutuamente.
Una parte de Cam sabía que no debía hacer eso, esa parte que todavía intentaba salvarlo de sí mismo, pero sus labios se negaban a soltar al maestro y su mente... Ya ni siquiera entendía qué pasaba por su mente. Incluso si siempre se había jactado de ser un tipo racional, de pronto solo era arranques, impulsos e instinto, simple instinto.
Se alejaron varios minutos después, respirando uno sobre el otro.
Marcy era un desastre, desde su pelo alborotado hasta sus mejillas sonrojadas, y estaba seguro de que él no se veía mucho mejor. «Mierda», incluso le temblaban las rodillas. Las malditas rodillas.
—¿No vas a seguir?
El chico se congeló, aguantando la respiración por tantos segundos como pudo.
¿Su profesor había dicho eso? Estaba bastante seguro de que había oído su voz, pero no sonaba como él. Kit no diría eso, ¿cierto? Él no parecía el tipo de persona que desearía continuar con algo así.
—¿Qué?
—¿Ya tuviste suficiente? —El profesor se corrigió, empujando uno de sus brazos para librarse. Cam ni siquiera lo miró—. ¿No tienes límites, acaso?
Estaba enloqueciendo, definitivamente estaba enloqueciendo. No solo el maestro, que empezó a reclamar mientras caminaba de un lado a otro de la sala; sino que también Cam, pues solo se congeló ahí, en su lugar, incapaz de moverse aun cuando Marcy volvió a acercarse.
—Eres tan... —Kit se detuvo y suspiró, retrocediendo una vez más—. Qué esperas lograr, ¿eh? ¿Qué esperas de todo esto?
Él también exhaló, casi riendo, y por un momento agradeció que el castaño le dijera eso porque al fin pudo reaccionar, al fin pudo pestañear y girarse hacia él, observándolo con esa misma intensidad con la que siempre sentía, especialmente en ese momento.
—¿Qué dices si lo disfrutamos un poco, Kit? Ambos. ¿Qué dices si nos dejamos llevar?
—¿Es en serio? —Agudizó la voz, aunque sin gritar, y entonces volvió junto a él solo para dejar varios golpes en su pecho, siempre con un dedo, alejándolo la misma cantidad de veces que lo siguió—. ¿Estás escuchándote, Grind? ¡Es una locura! Soy tu profesor y tú... tú ni siquiera tienes dieciocho.
—Por unos días.
—No digas eso. —De nuevo lo empujó, aunque con toda la mano, respetando la poca distancia que se había creado—. ¿En serio crees que soy el tipo de profesor que se acuesta con sus alumnos?
—Nunca dije que nos acostáramos, pero me gusta cómo piensas.
—Ya cállate.
—Lo digo en serio, Kit. Eres perfecto. —Lo miró, asintiendo con lentitud y pereza. Era como si una parte de él estuviera mintiendo y la otra estuviera anhelando que fuera verdad—. No perfecto en general, sino... perfecto para pasar el rato.
—No quiero seguir escuchándote. —Agitó la cabeza y caminó en dirección opuesta, alejándose tanto como pudo—. Si de verdad piensas eso, tienes un problema. Un problema grave.
Cam no fue capaz de responderle. ¿Qué se suponía que le dijera? ¿"Ya lo sabía"?
—Como sea. ¿Ya puedo irme? —Por eso volvió a la misma pregunta de siempre, soltándola de un modo tan directo y repentino que Kit se congeló, un poco más que desconcertado. Con suerte pudo asentir, casi en automático.
—Solo... no vuelvas a llegar tarde.
—Bien, aunque tampoco es necesario que me castigues si me atraso un poco.
—Así como tampoco es necesario que ignores las reglas del colegio, ¿verdad?
—Claro. —Cam suspiró con diversión, burlándose, y enseguida rodó los ojos.
—¿Qué? ¿Qué se supone que significa eso?
—Claro que eres el tipo de persona que sigue las reglas al pie de la letra —explicó y retrocedió, viendo a su maestro por tanto tiempo como pudo. Le encantaba la forma en que su cara se desfiguraba poco a poco, perdiendo su seguridad.
Recién cuando llegó a su pupitre, se giró, tomando su mochila.
—¿Y desde cuándo es algo malo? —El maestro susurró, casi entre dientes, bajando la voz tanto que apenas fue audible.
No se suponía que escuchara eso ni tampoco que le respondiera, lo sabía, pero ahí estaba Cam, volteándose con media sonrisa en la cara.
—Si no te lo cuestionas, siempre es algo malo. —Su tono fue tan bajo y calmado que incluso él se sorprendió—. No dejes que el resto te guíe ciegamente, Kit. Eres mejor que eso.
Entonces dio un par de pasos hacia la salida, serio, ahogando un suspiro.
—Nos vemos por ahí. —Luego de lo que pareció una eternidad, se despidió, mirando el pasillo en todo momento. Incluso si una parte de él anhelaba volver a perderse en la vista ajena, no se atrevió, avanzando directo hacia la puerta—. Hasta pronto —agregó en el umbral, esperando alguna reacción.
¿Por qué estaba esperando alguna reacción? ¿En serio quería seguir discutiendo con Kit?
No pasó. Su maestro ni siquiera se despidió de él.
Así era mejor.
[ 3322 palabras ]
[ 05.01.2020 ]
editado el...
[ 20.10.2020 ]
[ 17.06.2023 ]
[ 24.11.2024 ]
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