8. ¡En guardia!
— ¿Eres consciente de que el conductor no va a ayudarte a bajar, verdad? — Dijo con tono petulante a escasos centímetros de su oído — Ahora eres un caballero.
Zulema enfrentó con la mirada a su compañero. Sus ojos azules brillaban de la excitación y era más que obvio que aquel peligro le estaba divirtiendo más que nunca.
La muchacha no se molestó en contestar, tenía los nervios a flor de piel y temía que cuando hablara, le saliera la voz tan aguda que su disfraz no sirviera para nada. Saltó del vehículo y caminó por la acera con la cabeza agachada, temía que hubiera alguien que la reconociera. A su lado, Xoel caminaba con normalidad y procuró imitarle en cualquier movimiento, incluido el absurdo movimiento de bastón a medida que caminaba. Cuando la curiosidad superó a sus nervios, levantó la mirada y observó a cada uno de los caballeros que caminaban a su alrededor, cuando tuvo contacto visual con uno de ellos, giró la cabeza con miedo de que le reconociera pero no pasó nada. Soltó un largo suspiro y se dijo a si misma que si sus nervios soportaban ese día, nada se le resistiría después, ni visitas a tabernas o juegos de cartas de azar.
Cuando llegaron a la puerta del club, Zulema dejó que Lupe se adelantara un poco. No necesitó llamar, un lacayo anticipó su llegada, abriéndoles la puerta y apartándose hacia un lado con expresión desinteresada.
— ¡El disfraz funciona! ¡El maldito disfraz funciona! — gritó en sus adentros, eufórica.
Accedieron al vestíbulo y su amigo le reprendió con la mirada, estaba respirando lo suficientemente fuerte como para no ser natural. Estaba nerviosa y no poder contenerse le resultaba más estresante.
— ¿Señor? ¿Puedo ayudarle? —intervino el lacayo.
— Soy el Duque de Lupe, y este es mi compañero, el señor Eladí.
Zulema dejó que su amigo hablara por él, asintiendo de vez en cuando para no parecer idiota.
— Quiero comprobar que no es solamente una rata de biblioteca.
El encargado inclinó la cabeza con elegancia.
— Estamos muy agradecidos de que su ilustrísima nos honre con su visita, y recibimos con los brazos abiertos a todos sus amigos.
Zulema trató de evitar abrir los ojos en señal de escepticismo, "¿Mi ilustrísima? ¿Qué le diría si estuviera el mismísimo rey?" pensó para sus adentros. Lo que era más que obvio, era que el nombre de Xoel Lupe abría infinidad de puertas y tenía la virtud de ser su amiga.
— ¿Les gustaría que les acompañase a la sala de entrenamiento? — añadió con una sonrisa sumisa en la boca.
— No será necesario — agregó el Duque —. Muchas gracias.
El encargado asintió y posteriormente hizo una pequeña reverencia. Xoel guió a su amiga a través de una puerta hacia un pasillo largo y estrecho. Zulema miró con curiosidad las puertas enumeradas a ambos lados, ¿qué habría detrás? ¿A dónde deparaban? Para ella, todo aquello era un misterio y nunca había sentido una curiosidad tan grande como estaba sintiendo aquella vez.
— Son salas de entrenamiento — le indicó él antes de llegar a una puerta más grande que las anteriores —. Este es el salón social donde se espera a que llegue otro miembro del club para practicar. Y allí — dijo mientras se dirigía al fondo del pasillo— Es el vestuario, donde nos pondremos el uniforme de esgrima.
El pánico se debió de reflejar en la cara de la muchacha porque él se apuró a añadir en voz baja:
— Hemos llegado a una hora nada concurrida. Solo estaremos tú y yo, Elodí.
Al entrar en el vestuario, cerraron la puerta y entonces Zulema se permitió relajarse un poco. Cuando se volteó a ver a su amigo, le sonrió con una sonrisa tan radiante que le evocaron a tiempos pasados cuando se divertían escondiéndose de los sirvientes en su laberinto. Hacía mucho tiempo que no la veía tan jovial y comenzaba a pensar que aquella aventura sí que merecía un poco la pena.
— Tienes que cambiarte— la ordenó mientras le señalaba la bolsa de estopa que Goizane le había preparado.
La muchacha asintió y comenzó a cambiarse con una concentración y con un detallismo de admirar.
— ¿Aquí puedes entrenar solo? — preguntó distraídamente la muchacha.
— ¿Con un saco de arena te refieres? — La muchacha asintió— Las salas impares son las de entrenamiento. Hay muchos hombres que prefieren entrenar solos y luego batirse en duelo contra alguien. Si es que si, tiras de un cordón que hay junto a la puerta y tratan de emparejarte con alguien.
— ¿Y la espada?
— ¿Espada? — preguntó sin entender.
— Lo que sirve para luchar y eso — explicó mientras movía en el aire el brazo como si estuviera batiéndose en duelo con alguien.
El muchacho no pudo evitar sonreír.
— No es una espada, es un florín — la muchacha abrió la boca sorprendida — Y hay una amplia gama de ellas en cada sala de entrenamiento. No las hemos traído porque siempre me ha parecido una ostentosidad gastarme dinero en un florín sin tener ni idea de saber utilizarlo.
— Llámalo remilgado, llámalo ser un agarrado.
— ¡A qué me marcho y te dejo aquí sola! — le amenazó, pero cuando volvió a mirarla no pudo evitar sonreír. Nunca había visto a una persona tan patosa poniéndose un peto.
— Déjame ayudarte.
Después de colocárselo adecuadamente, la muchacha dio unos saltitos en el sitio, excitada por aquello, tan feliz y sonriente que supo ignorar la incomodidad que el peto suponía para ella y para sus pechos.
Zulema, con ayuda de su acompañante, terminó de alistarse y tras ser observada por la mirada inquisitiva de su amigo, dijo finalmente: — Pareces un hombre de verdad, aunque un hombre con un buen trasero.
— Entonces un hombre como tú.
El muchacho no contestó, se limitó a sonreír mientras él se ponía su traje de esgrima.
— ¿Por qué los vestuarios son colectivos? — preguntó la muchacha.
— Aunque te parezca una completa majadería, en este país todavía resisten ciertas costumbres antiguas.
— ¿No me digas? — preguntó con teatral sorpresa.
— Así es, Elodí, amigo mío — la muchacha rió tras la máscara —. Todavía pervive la tradición de alistarse unidos antes de la batalla, en señal de camaradería.
— ¿Aunque la mayoría de nobles no sepan ni vestirse solos y no hayan visto sangre nunca?
— Exacto — asintió mientras se ponía de pie y dejaba sus cosas en uno de los huecos de pared — Ya estoy listo. Un consejo antes de salir: No te rías. La risa es demasiado aguda y personal como para pasar por la de un hombre.
La muchacha asintió y con evidente nerviosismo, esperó a que su amigo encabezara el camino hacia una sala de entrenamiento. Xoel abrió la puerta número cuatro cuando se detuvo en seco, provocando que ella chocara contra su espalda.
— Lo lamento, creía que estaba vacía esta sala.
— ¡Duque de Lupe! — Gritó un hombre tras la puerta que Zulema no alcanzaba a ver — ¡Qué placer verle por fin! ¡Pase, pase! ¡Venga a entrenar con nosotros!
— Me temo que ya estoy acompañado, señor Critia — abrió más la puerta, lo justo para que se alcanzara a verla.
— Pues que pase vuestro compañero también.
— De verdad, que no... —aquel hombre le agarró del brazo, acercándole a él. Después, pasó un brazo por sus hombros. Solamente alguien muy cercano a Xoel podía permitirse hacer tal cosa, y su tío por parte de madre, Mauro Critia, se lo podía permitir.
— Así tendremos la oportunidad de hablar sobre las tierras de Luar — el muchacho se tensó y le lanzó una mirada de auxilio a su acompañante.
— Su acompañante y yo podemos entrenar en otra sala — al escuchar aquel nombre, la muchacha se puso en tensión e inmediatamente negó con la cabeza. Pero nadie, a excepción de su amigo la pudo ver.
— Ha sido una pena lo de tus padres, pero aun así, es hora de que hablemos de negocios. Esas tierras requieren de cuidados antes de que perdamos los cultivos de todo el año...
El General se colocó en frente de Zulema, obligándola a mirar hacia arriba. Aquel gigante le sacaba más de una cabeza.
— Encantado, soy Lohan Alros, General de Defensa de Yuria.
Su tono era seco como la arena y debajo de todo aquello había cierto deje de molestia, ¿pero por qué? ¿Por su interrupción? ¿Es que acaso estaba haciendo negocios con el tío de Xoel? Ellos habían estado dispuestos a marcharse y dejar que siguieran con sus asuntos. Zulema tenía el cerebro tan embotellado que apenas entendió que el General había extendido la mano para que se la estrechara.
— Elodí... — dijo con la voz más grave que pudo — Elodí Sabiñé.
— Un placer, señor Sabiñé.
Se limitó a asentir. No estaba preparada para aquello, hacía una semana que no le había visto y ahora se veía obligada a entrenar con él. ¿Es que era una broma cruel del destino? Antes de que la puerta se cerrara tras de sí, vio a su compañero sudando de los nervios y con el terror reflejado en su mirada, pero no era ni la mitad del pavor que sentía ella.
La muchacha siguió al General con el corazón en un puño, miró el vestuario y pensó en salir huyendo desechó aquella idea de su cabeza. Aquello no le serviría para nada, solo para llamar aún más la atención.
—Observo que ya está preparado. Perfecto —comentó con sequedad.
Por mucho que le fastidiara a Zulema admitirlo, estaba apuesto con su traje de esgrima. Y aunque trataba de recobrar todo el odio que había sentido aquella noche en la que le descubrió mintiéndola, solo podía centrarse en él, en su cuerpo musculado y en las ganas de quitarle ese ceño fruncido por segunda vez. La muchacha sacudió la cabeza, tratando de espantar esos pensamientos y serenarse. Estaba en una situación gravísima y no sabía cómo diablos salir de ese problema.
Tenía que salir de allí.
Observó paralizada cómo él se volvía para ponerse la máscara y ajustarse los guantes. Le hizo un ademán para indicarle que se acercara. La muchacha, tras unos segundos fingiendo sopesar la mejor opción, escogió un florete de una repisa donde, a su inexperta mirada, había colgados floretes iguales. Se acercó a su contrincante e inmediatamente, el cuerpo dejó de responderle. Aquello era una absurda idea, nunca había hecho tal cosa, y no solo se enfrentaba a un rival experimentado, sino a un General de Defensa que había liderado un Ejército hacía dos años atrás.
—¿Empezamos?
La muchacha soltó un suspiro de cansancio y posteriormente, sabiendo que enfrentarse a él sería una estupidez y pondría en evidencia a su amigo Xoel por traer tal patán a su templo de la testosterona, optó por quitarse la máscara y descubrirse. Cuando lo hizo, su melena castaña cayó por sus hombros como una cascada y con las mejillas levemente sonrosadas por la vergüenza, la muchacha habló:- No debías de estar tú aquí.
El General le miraba horrorizado y después de unos segundos que a Zulema le parecieron eternos, rompió con ferocidad el silencio.
—¿Qué yo no debo estar aquí? ¿Es que te has vuelto imbécil? ¿Buscas la ruina a tu familia?
La agarró del brazo y comenzó a zarandearla. La muchacha, asustada, sintió cómo su mirada se empañaba por las lágrimas.
—Deberías de estar en tu castillo y no aquí haciendo el estúpido. ¿Qué intentas demostrar, Zulema?
El General se paralizó cuando una lágrima corrió por la mejilla derecha de la muchacha. Zule había dejado caer su mascarilla y con la mano por fin liberada, le posaba la palma de la mano en el pecho presionando levemente para que no se acercara más a ella. Aunque quería martirizarla y que se arrepintiera de la majadería que estaba cometiendo, no quería que le temiera. No ella.
—No deberías de estar aquí— repitió la muchacha mientras se secaba con el guante la mejilla.
—No deberías de... — repitió atónito. Se obligó a tomar aire y a expulsarlo lentamente, debía de relajarse.
Lohan cerró los ojos, tratando de contener la ira.
—No lo entenderías— Zulema trató de que su voz fuera serena, pero fracasó.
—Entonces, explícamelo.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Porque no confío en ti.
El muchacho reprimió un suspiro, sentía que se lo merecía pero aquello viniendo de ella, le dolió.
—Lo siento.
—¿Podemos sentarnos? — rogó la muchacha.
Lohan la miró, tenía la cara pálida y los ojos más tristes que había visto en su vida. El muchacho asintió y la llevó a un banco que servía de descanso para los clientes.
—Quería hacer esgrima y me has fastidiado incluso eso —la muchacha sonrió, pero la sonrisa no se traspasó a su mirada. Trataba de aparentar que no estaba triste, pero fracasó.
—¿Qué haces aquí, Zule? — preguntó con toda la dulzura que pudo reunir.
—Antes de que aparecieras en mi vida, me propuse el objetivo de salir del pozo de tristeza en el que me había sumergido y... —intentó restarle importancia con un tono más ligero, casual — Lo estaba haciendo, me involucre en los negocios de mi padre, me empecé a sentir útil pero... Esta maldita guerra entre yuristas y suritas ha obligado a mis padres a buscarme un pretendiente y ya no tengo tiempo. Por eso estoy aquí, para tachar cosas de la lista de pendientes antes de convertirme en una triste esposa— dijo con una pequeña sonrisa— Estaba siendo uno de los mejores días de mi vida hasta que...
Él la miraba con asombro, pero también con orgullo. Pero como Lohan no decía nada, siguió hablando—. Soy una estúpida, tienes razón. Debería de aceptar mi papel en este mundo y resignarme. No solo dependo yo de mi reputación, sino mi familia entera y ya he jugado demasiado tiempo a ser una aventurera llevando a un desconocido a mi habitación.
Una risa nerviosa se coló por su garganta, estaba nerviosa y necesitaba soltarlo.
—Lamento haberte mentido, pero sabía que si hubiera dicho mi origen te hubieras asustado y no quería que ese maldito Marqués consiguiera lo que quería.
—¿Entonces un engaño por otro? —Dijo la muchacha demasiado deprisa, queriendo que la conversación no siguiera hablando del Marqués—Tú me has mentido una vez, yo te he mentido esta vez... ¿Hacemos las paces y nos guardamos este secreto hasta la tumba?
La muchacha no pudo reprimir la risa, aligerando la tensión del rostro del guerrero.
—No he venido sola, el Duque de Lupe me ha ayudado. Es un gran amigo.
—¿Es tu amante? —en el instante en el que esas palabras salieron de su boca, se reprendió por haberlas pronunciado con tanta brusquedad.
—Yo no tengo amantes —y la rotundidad con la que lo dijo, le hizo entender que no mentía.
— ¿Puedo hacer algo para que dejéis de acosar a mis padres?
Negó con la cabeza.
—Es muy complicado, Zulema.
—¡Pues explícamelo! —Exclamó frustrada—Necesito saber que todo lo que pasó esa noche, no fue por algún plan oculto para hacer daño a mi familia.
—Me gustaría contarte todo, pero no puedo. Es todo más complicado de lo que llegas a pensar.
—¡Estoy harta de que penséis que no puedo asimilar toda la información! No soy estúpida, puedo asimilar cualquier cosa que me digan...
— Si de algo estoy seguro, es que eres la persona más inteligente y hermosa que he tenido el placer de conocer — la mirada del General se ancló en los labios de la muchacha. La deseaba, quería poseerla allí mismo aunque supiera que no podría tenerla jamás.
— No vas a camelarme con palabras bonitas.
— Lo sé, pero sé que te gusta escucharlo.
Lohan se inclinó a ella con una lentitud torturadora para darla la oportunidad de que le rechazase cuando ella quisiera. Al principio, el beso era tierno y cariñoso, pero con el paso del tiempo, la necesidad se apoderó de ellos y la excitación se apoderó de sus cabezas. Lohan desabrochó el traje de esgrima de la muchacha y se detuvo de golpe al notar las vendas bajo sus dedos.
Bajó la mirada y exclamó:— ¡Qué horror! ¿Por qué has hecho esto?
—Aparentar ser un hombre es duro — comentó con una sonrisa traviesa en los labios.
—¿Te duele? — preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Zulema tenía pechos generosos y había conseguido convertirlos en dos pequeños montículos de bajo de la tela. Por supuesto que la dolía.
— Es molesto, pero lo puedo aguantar.
— Pobres... — comenzó a jugar con el borde de la venda pero se detuvo al instante—Deberíamos parar.
Al instante, Zulema se percató de los ruidos que provenían desde el otro lado de la puerta. Habían llegado nuevos nobles y podían entrar en cualquier momento.
—Tienes razón— claudicó.
Lohan le plantó un beso casto en los labios y cuando fue a separarse, sintió un tirón de su collar que le obligó a retomar el contacto. El muchacho le reprendió mordiéndole el labio inferior, y entre risas, la puso a horcajadas sobre él.
—Llevas este collar siempre —comentó mientras jugueteaba con su colgante—. ¿Por qué?
—Fue un regalo de mi madre.
—¿Y qué es?
La muchacha dejó de jugar con él y descansó el colgante sobre la palma de su mano. Tenía tamaño y grosor de una moneda, era de plata y tenía una calidad que nunca antes había visto. El grabado era tan complejo que no llegaba a distinguir bien el dibujo.
—Es el escudo de la familia de mi madre —la muchacha pudo notar que el hombre se tensaba, incómodo.
—Perdóname, no debería de ser tan curiosa.
—No, tranquila. Nací en plena guerra civil y mi padre se negó a aceptarme como uno de mis hijos legítimos. La familia de mi madre me crió entre espadas y batallas. Cuando me consideraron un guerrero digno, me dieron este colgante que antiguamente permaneció a mi abuelo.
—Debes tenerle un cariño especial.
—Siempre me recuerda quien soy y de dónde vengo: del ejército rebelde. No teníamos más que la ropa que llevábamos, pero luchábamos con la fiereza del que no tiene nada. Y éramos imbatibles.
La muchacha le miró con profundo orgullo en la mirada. Nunca le había escuchado hablar con tanta pasión en su voz, pero la encantaba y si es que fuera todavía posible, se quedó aún más prendada de él.
—Y ahora—dijo después de aclararse la voz—, voy a enseñarte a batirte en batalla.
—¿Eso harías?—preguntó con entusiasmo mientras se ponían de pie.
—Eso y más—la atrajo a su pecho y la besó con ternura.
En ese mismo momento, Zulema supo que no quería a nadie más que no fuera él. Sentía algo por ese hombre y aunque cualquier pretensión de acabar juntos era imposible, se permitió soñar el resto el día. Para su sorpresa, Lohan Alros era un profesor comprensible, dispuesto a repetir varias veces la misma lección y sin reparos de premiar los avances de sus alumnos, por mínimo que fuera. Cuando Xoel entró en la habitación, no pudo evitar asombrarse de verlos batallando juntos. Zulema se hubiera descubierto sino fuera porque el tío del Duque estaba detrás, comentando con jocosidad lo patético que resultaba su sobrino en esgrima. Lohan les ayudó a escabullirse de allí. Él entretenía a Mauro Critia mientras ellos se apuraban a cambiarse en los vestuarios antes de que fuera la hora punta y estuviera repleto de hombres. Se marcharon sin poder despedirse del guerrero yurita, pero Zule guardó la esperanza de volver a verle.
Xoel, aunque ardía en deseos de saber qué había pasado durante su ausencia, no se atrevió a preguntar. Aunque cualquiera pudiera diagnosticar lo ocurrido, conocía el mal que padecía su amiga: amor. Ello sufría en primera persona cuando su cabeza recordaba a su primo y aunque al mismo tiempo fuera el sentimiento más bello que podría llegar a sentir, no pudo evitar sentir lástima por ella. Amar a otra persona sin la posibilidad de acabar juntos algún día era lo más duro que había. Y él mejor que nadie lo sabía.
Cuando entraron al carruaje, ella se quitó el sombrero. El pelo cayó contra sus hombros y fue en ese momento, cuando la vio cuando con los ojos brillantes de excitación, las mejillas teñidas de rosa y una sonrisa bobalicona en la cara cuando afirmó sin ningún tipo de filtro en su cabeza:— tú has follado.
—¿Pero cómo puedes decir eso? ¡Eres un estúpido!
Pero aquello solo hizo que Xoel estallara en carcajadas, incapaz de controlarse.
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