5. Calla y no repliques
— ¿Qué tal la fiesta, hija? —preguntó la madre a medio camino de llevarse la cuchara de sopa a la boca.
— Recibí muchos elogios por mi vestido.
— ¿Pero te gustó? — intervino su padre con su cotidiano semblante serio.
— Si— elevó las comisuras de sus labios.
— Nos alegramos mucho, querida— comentó Hilda, al mismo tiempo que su padre asentía en señal de aprobación —. La temática era muy controvertida. Reconozco que temía que se escandalizaran por tu vestido, pero según lo que vi, a comparación con otras nobles, tú estabas elegante.
Zulema no pudo evitar sonreír de verdad al recordar lo atractiva y deseada que se había sentido con su vestido puesto. Era sencillo a simple vista, pero las tiras de tul estaban estratégicamente colocadas para formar un escote que entreviera sus dos tersos y redondos pechos. La falda tenía el vuelo que a ella siempre le había gustado: vaporosa, ligera, perfecta... Enfatizaba cada una de las curvas de su cuerpo y su color, rojo escarlata, contrastaba con su pálida piel, enfatizando sus mejillas sonrosadas y su melena castaña oscura. Zulema estaba tan perdida en sus pensamientos, que apenas prestó atención al cacareo de su madre sobre cada uno de los invitados que le felicitaron por la fiesta.
—Zulema, hija mía, no queremos asustarte, pero debes de empezar a buscar esposo pronto —intervino con la mayor dulzura que pudo reunir su madre —. No estamos en nuestros mejores momentos y por mucho que nos pese debes de terminar la temporada con un pretendiente.
—¿Por qué esta prisa? — la muchacha sonrió, pero la sonrisa nunca llegó a sus ojos.
—Los yuritas llevan unos meses saboteando nuestra red comercial y nos ha supuesto muchas pérdidas, materiales y económicas—comentó su padre con sequedad—. El rey ha aumentado los impuestos a todos los habitantes de la ciudad. Y no puedo ordenar que toda mi flota esté en activo, porque lo más seguro es que los ataquen y los roben. La tensión en la ciudad aumentará y sin el apoyo de los ciudadanos, no sé cómo podré mantener el orden.
—No lo sabía — confesó Zulema sin ocultar sus molestias— ¿Por qué no me habíais contado esto antes?
—Ahora ya lo sabes—cortó su padre—. Necesitamos salir de los problemas por nuestra propia cuenta... como siempre —añadió con orgullo.
—¿Y con quién tenéis pensado desposarme?
—El Marqués de Damén es una buena opción—opinó su madre con ensayado desinterés.
— No creo que Margarita esté de acuerdo con ello—comentó la muchacha a la defensiva—. Ayer estuvieron muy juntos toda la noche.
Los recuerdos inundaron su mente, y para su sorpresa no sintió enfado o repulsión. No pudo evitar sentirse orgullosa por extralimitarse con el General, pero al mismo tiempo se sintió estúpida por haberle dejado llegar tan lejos. Lo que sus padres decían respecto a la fiesta, sobre que no existirían remordimientos al día siguiente era una mentira descarada.
—He hablado con su padre y no le interesa esa unión —comentó con el mismo tono que utilizaba para hablar de sus negocios —, tiene planes distintos para esa chiquilla.
— ¿Así es como funciona? —Intervino la muchacha sin poder evitar sentirse ofendida en nombre de Margarita— ¿Somos ganado al que podáis emparejar a vuestro agrado? ¿Es que lo que opinemos al respecto no tiene valor alguno?
—Es por el bien de la familia, Zulema— contestó con severidad el cabeza de familia.
—¡Debe de haber otra opción, otro pretendiente!— replicó con esperanza.
— ¿Y qué hay de malo en el Marqués? Es agradable y de buen ver.
"¡Intentó forzarme! " gritó en su interior. Pero en ese momento, lo único que podía provocar era que la celebración matrimonial se acelerara.
— ¿Y si es un problema con los yuritas, — preguntó sin deshacerse de la esperanza de encontrar otra opción —, por qué no casarme con uno de ellos?
—Porque sería la gota que colma el vaso para el rey—dijo en un tono prepotente como si su hija fuera idiota solamente por hacer la pregunta—. Mandaría todo su ejército para despropiarnos de nuestras tierras. Nos acusarían de traición y exhibirían nuestras cabezas en la plaza del mercado.
—¿Y si me niego a desposarme con el Marqués de Damén?
—Poco importa — dijo con rotundidad su progenitor, tras frotarse la cara con las palmas de las manos, estaba cansado de aquella conversación—. Vuestro compromiso ya está en marcha. En cuanto termine la primavera ambos estaréis esposados, el rey nos apoyará, sacará al ejercito y dejaremos de sufrir sus continuas amenazas de esos malnacidos.
—¿Hace unos segundos me proponíais casarme con el Marqués y ahora me decías que ya está todo en marcha? — se levantó de su asiento con brusquedad, tirando su silla al suelo. Rio por puro nerviosismo — ¿Entonces por qué habéis permitido que entren esos yuritas en nuestra casa?
"¿Por qué habéis permitido que me enamore de Lohan?" Pensó con furia en sus adentros.
— Es política, cariño —respondió su madre con suavidad, temiendo que aquella discusión terminara peor —. Nadie desea una guerra, pero necesitamos protegernos en caso de que haya una.
— Os odio.
— Zulema— le advirtió su padre con dureza mientras se levantaba de su asiento para estar igualados — No permitiré que nos hables así.
— ¿Y cómo queréis que os hablé? He hecho cada cosa que me mandabais: he ido a las clases de brocado, de baile... aun sabiendo que las detestaba ¿Y así me lo recompensáis? ¿Sin ni si quiera poder elegir entre dos o tres pretendientes? Sois decepcionantes como padres...
No llegó a terminar la frase cuando su padre la abofeteó. Sintió como su mejilla ardía y la boca le sabía a metal. Se había mordido el interior de la mejilla y las lágrimas amenazaban con desbordarse. Ni si quiera había tenido el tacto de quitarse los anillos.
— ¡Zule!— Hilda trató de socorrer a su hija, pero ella la apartó de un empujón y salió del comedor en dirección a su cuarto.
Solamente fue cuando se sintió a solas en su habitación cuando se permitió llorar. Lloró desconsolada hasta que los ojos le ardieron. Entonces fue cuando llamó a Lucas y a Odilia, la responsable de la cocina y conocedora de un sin fin de ungüentos.
— ¿Señorita, podemos entrar?
Zulema se volteó en dirección a la puerta. No se había percatado de que habían golpeado la pesada madera y mucho menos en que habían entrado a la habitación.
—Pasad, por favor—dijo con todo el orgullo que pudo reunir— Odilia, me preguntaba si conoces algún tratamiento que me pueda bajar esta hinchazón de párpados y evitar que me salga un cardenal —dijo mientras se señalaba la mejilla.
La mujer se acercó a ella, y la observó con mirada analítica.
—No creo que pueda evitar que no se vea del todo, pero ayudará.
— Gracias, Odilia.
Cuando desapareció y cerró la puerta tras de sí, Lucas se atrevió a hablar.
— Me he enterado de la noticia, lo siento mucho Zule.
La muchacha le cortó con un gesto de la mano.
—Necesito que lleves una nota al Duque de Lupe, para que venga cuanto antes. No pienso demorarme por más tiempo, empezaré la lista cuanto antes.
— ¿Tan pronto? —preguntó en apenas un murmullo— Zuli, esto necesita planificación, no puedes exponerte a toda la sociedad sin planificarlo antes.
— ¡No me queda tiempo, Lucas! ¿Es que no lo entiendes?
— ¿Pero por qué es tan horrible casarte con el Marqués que preferirías tirar tu reputación a tierra?
—¡Porque trató de forzarme la noche pasada! Y si no hubiera estado el General yurita, lo hubiera hecho sin ningún tipo de escrúpulos— esperó a que su amigo dijera algo tan siquiera, pero no lo hizo— El General Lohan me salvó y se preocupó en escoltarme hasta mis habitaciones donde estuviera segura, sin propasarse. Por lo que a mí respecta, ese señor tiene menos de bárbaro y de animal que cualquier noble que pisó este castillo la noche pasada.
Zulema, ante el estado catatónico de su amigo, le contó absolutamente todo de aquella noche, sin olvidarse de ningún detalle por menudo que fuera. Cuando terminó su relato de los hechos, éste se desplomó sobre la cama, con el rostro pálido y desfigurado por el horror.
— Lo hizo porque quería algo de ti, ¿Por qué si no un hombre, cuya fama de monstruo es conocido por todo el continente, se molesta en salvar a una dama? No tiene sentido.
— Eso ya no importa, Lucas—contestó irritada—. Le dije que se marchara de mi vida y lo hizo.
— ¿Hasta cuándo?
— No lo sé, y no me preocupa en realidad—mintió—. Lo que me preocupa es pasar una vida entera al lado del Marqués.
— Es el precio que tiene que pagar la clase alta. Renunciar al amor, me refiero—añadió rápidamente—. El matrimonio solo es un negocio más y aunque tus padres no puedan obligarte a casarte a punta de espada, lo tendrás que hacer igualmente.
Un suspiro triste se coló entre sus labios.
—Lo sé, por eso quiero empezar con todo esto cuanto antes, Lucas. En el momento en el que mi vida esté enlazada a la suya eternamente, me convertiré en una muerta en vida. Pero hasta entonces, quiero sentir que he disfrutado de la vida. Ayúdame, por favor— rogó la muchacha sin apartar la mirada de la suya.
—De acuerdo, ¿Pero cómo lo haremos? Tiene clases de costura, discusión a la hora del té con la señorita Harlet y...
La muchacha le sonrió con ternura.
— Creo que mis padres no me obligarán a asistir a mis clases, al menos no durante una semana entera. Y después llegará Aldo de su viaje y querrá que le haga compañía.
— Pero...
— Daré órdenes claras de que no se permita dejar entrar a nadie, excepto a ti—añadió rápidamente.
— ¿Y crees que lo aceptarán?
— Mi padre no querrá verme ni en pintura por lo menos durante una quincena por lo que he dicho en la cena, y mi madre... Es muy orgullosa para venir aquí sin antes pedirla perdón.
— Todo esto es una locura.
— Eso es lo divertido, amigo—sonrió con diversión mientras tomaba el volumen de Botánica para enseñarle su indecente lista.
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