4. La Lista
Zulema se dejó caer sobre la cama, derrotada por la tormenta de emociones que estaba viviendo. Nunca había sentido un dolor tan fuerte como aquella noche, y aunque trataba de ignorarlo, no podía. Era un dolor que se aferraba a su pecho con garras y dientes. No sabía exactamente cómo sentirse, lo había pasado tan bien desde hace tanto tiempo y hacía tanto que no conocía a alguien tan interesante y respetuoso como el General que la idea de sentir desamor o desengaño le parecía una estupidez.
— ¡Nadie se enamora en una noche! —Se reprendió a sí misma.
También se había sentido idiota por no conocer a profundidad el conflicto entre los yuritas y Sagari, y maldijo a su padre por excluirla de esos temas que él no consideraba correcto para las damas. ¿Desde cuándo les había interesado en el protocolo social? Había estudiado contabilidad e historia mundial desde que tenía razón de uso, ¿Pero sus padres no consideraban que tuviera el suficiente raciocinio para asimilar aquella noticia? Nada tenía sentido y no había cosa que frustrara más a Zulema que no entender las cosas.
Después de infinidad de elucubraciones, se dejó sucumbir por el agotamiento y durmió hasta medio día. Salió de su habitación y pudo alcanzar a escuchar el murmullo de los sirvientes iniciando otro día más en el castillo de los Azquech. Como no esperaba encontrar a sus padres despiertos, mandó llamar a su amigo y sirviente. Se vistió sin ayuda, como solía hacer la mayoría de veces, pese a lo que opinaba su madre al respecto y simplemente esperó sobre su escritorio. Cuando levantó la cabeza de sus hojas, se percató de que la camiseta del general reposaba sobre el poyete de la chimenea. Se levantó con rapidez, con la esperanza de que Lucas tardara en llegar y agarró la camiseta. Su primer instinto fue tirarla, pero se paró a medio camino y se la llevó a la nariz. Inspiró aquella fragancia que la había encantado en un principio y para cuando despertó de ese ensueño, se descubrió así misma guardándolo bajo su almohada.
Pero ya era tarde, Lucas había llamado a la puerta y ya estaba asomando su cabeza rubia por el resquicio.
— ¿Zulema?
— Lucas, pasa —dijo mientras lo acompañaba con un gesto de mano.
— Me han dicho que querías verme.
— Sí, tengo algo que contarte, pero requiero de toda tu discreción.
— Claro—el joven sirviente estaba tenso, hacía mucho tiempo que Zulema no le hacía partícipe de sus pensamientos.
— ¿Todavía tienes a esa amiga...? ¿Rox?
— ¿Qué quieres saber de Rox? — entornó la mirada tratando de ver más allá de la máscara de frialdad que últimamente tenía su amiga, pero fracasó y un triste pensamiento se hizo eco en su mente: ¿Cuándo había perdido a su amiga?
— Necesito ir al club de caballeros.
— ¿Cómo? —lo había escuchado a la perfección pero quería pensar que no.
— Quiero ir y jugar a las cartas—contestó con toda la naturalidad del mundo, exasperando a su amigo.
— ¿Y por qué no beber whisky y fumar cigarrillos? —preguntó con todo el sarcasmo que pudo reunir.
Zulema sopesó su pregunta.
— Exacto, ¿Por qué no? — dijo finalmente.
— ¡Sí lo que quieres es destrozar toda tu reputación...! ¿Por qué no? —contestó sin perder el sarcasmo.
La muchacha rodó los ojos, aquella conversación iba a ser más difícil de lo que había planeado desde un principio. Pero debía de conseguir que Lucas le ayudara o sus planes no funcionarían.
— ¿Es que no piensas en tu reputación?— preguntó exasperado.
— Si, y estoy harta—y saboreó cada una de las palabras como si de un manjar se trataran. De lo único que se arrepentía era de no haberlo dicho en voz alta antes—. Estoy harta de ser la niña perfecta, que deja su clase de matemáticas de lado por la maldita costura. Estoy harta de que me vean como una mujer con una gran dote. ¡Quiero vivir!
El encargado del establo, y cuidador de Tofe, se quedó callado por unos segundos. Estaba petrificado y no era para menos, lo que insinuaba su amiga iba más allá de lo imaginable.
— ¿Y a qué viene todo esto? ¿Por qué todo este cambio? Zulema, tus padres tienen los suficientes problemas como para manejar este ataque de rebeldía tan inesperado. ¡Les romperás el corazón!
— ¿Y acaso no importa lo que yo piense al respecto? —Cuestionó mientras se llevaba las manos al pecho— A nadie le importa que vaya como un alma en pena por los pasillos si asisto a cada una de mis clases y acepto bailar con cada uno de los hombres que se interesen lo mínimo por mí.
— Eso es mentira—le espetó con brusquedad—, nos has tenido muy preocupados a todos.
— Debo de pensar por mí misma antes de que sea tarde, Lucas —hizo una breve pausa para que su amigo pudiera asimilar sus palabras—, o estás conmigo o contra mí.
— ¡Perderé mi trabajo!
— Eso nunca pasará —contestó tajante—. Tu familia lleva trabajando para mi familia durante mucho tiempo, mis padres os tiene un cariño especial... Nunca os echarían.
—Hasta que sepan que he participado en un absurdo plan para destrozar vuestra vida—hizo una pausa para tragar saliva— Además, si tantas ganas tienes de experimentar nuevas experiencias, puedes hacerlas aquí.
—No es lo mismo.
— ¿Por qué no?—demandó saber, irritado.
—Porque ya las he hecho —contestó con exasperada naturalidad— ¿Acaso no fuiste tú el que nos suministraste una botella de licor de frutas a Loupe y a mí cuando teníamos dieciséis años?
—Si pero... —se pasó las manos por el cabello, nervioso— ¿Fumar? ¿Ir al club de caballeros? Esas no son cosas que debe hacer una señorita.
— ¿Y qué debería hacer entonces, Lucas? —preguntó con angustia en su voz, parecía que aquella conversación estaba condenada a una infinito recorrido— ¿Pasar cada día consumiéndome entre estas cuatro paredes? ¡Quiero sentirme viva! No quiero volver a sentirme mal y...
La muchacha se negó a seguir con su explicación porque ahora que había salido de ese profundo estado de tristeza y que se negaba a revivir aquella tortura.
— Me alegro mucho de que hayas podido salir de ese estado, todos estábamos sufriendo viéndote así, pero Zuli, hay otros modos de...
— ¿De qué? —le interrumpió con brusquedad— ¿De seguir bailándoles el agua a mis padres?
El muchacho la miró con los ojos entornados.
— ¿Dónde has aprendido tú ese lenguaje? —demandó saber.
— Ayer —se aclaró la garganta, con él era estúpido mentir —... Hablé unos pocos minutos con el General Lohan.
— ¿El General Lohan? —gritó entre confundido y horrorizado—Definitivamente has perdido el rumbo, ¿Dónde has estado viviendo estos últimos años?
En mis propios pensamientos, pensó la muchacha.
— Ese hombre es un maldito ser despiadado, Zulema.
La muchacha negó con la cabeza, negándose a creer aquello.
— Todos hablan de su crueldad y de las masacres que él lidero contra los revolucionarios yuritas —prosiguió el muchacho, negándose a terminar la conversación ahí—. Los yuritas, y en especial el General, son gente sin escrúpulos capaz de mover viento y tierra para conseguir lo que se proponen.
A medida que el muchacho hablaba, más confundida se encontraba Zulema. Aquel hombre con el que desapareció prácticamente toda la noche se había comportado como un verdadero caballero. La había cuidado, la había hecho reír y la había tratado con tanto respeto, que todo aquello que decía su amigo no encajaba para nada con él.
— Solamente le comenté que los jardines estaban espléndidos, nada más— Apenas sabía qué decir y mucho menos mentir. Pero cuando vio cómo su amigo volvía abrir la boca para escupir sapos y salamandras sobre ellos, salió de ese trance con rapidez— No hablemos de ese hombre deleznable. Por favor, Lucas. Te lo ruego—y le miró con tanta determinación que su amigo desistió al momento— ¿Vas a ayudarme o no? Porque si algo tengo claro es que voy a hacerlo con tu ayuda o sin ella.
— ¿Acaso tengo alguna otra alternativa? —dijo finalmente.
Zulema sonrió de oreja a oreja, e inmediatamente se lanzó a sus brazos. Le susurró al oído millones de gracias hasta que finalmente se separaron. La muchacha no quería acaparar a su amigo por más tiempo, sobretodo sabiendo que el día que le precedía a la fiesta era de limpieza exhaustiva. Le esperaba un duro día por delante y bastante tenía con el quebradero de cabeza que le había dado.
Se sentó sobre su escritorio y comenzó a ordenar los papeles. Cuando terminó, puso una hoja limpia sobre la mesa y sacó la pluma del tintero. Sus manos le temblaban, estaba nerviosa por lo que estaba a punto de hacer.
— ¡No seas mema! —Se reprendió por aquel comportamiento que ella consideraba estúpido y con mayor determinación empezó a escribir.
"Beber whisky"
"Fumar"
"Ir al club de caballeros"
"Empuñar un arma"
"Ser Rox por un día"
"Jugar a juegos de azar"
"Pedir explicaciones a L"
La última frase lo tachó en el instante que terminó de escribir la última letra. ¿En qué estaba pensando? ¿Es que no había escuchado lo que le había dicho su amigo? ¿Es que acaso quería comprobar ella misma lo cruel y despiadado que podría llegar a ser aquel hombre?
Suspiró, y volvió a dejar la pluma en su tintero. Espero a que la tinta secase y seguidamente dobló aquel papel hasta ser la mitad de su palma y lo guardo en un sitio donde a nadie se le atreviera nunca a mirar: "Volumen 6. El maravilloso mundo de la botánica". Ni si quiera ella se había interesado tanto por la fitología para llegar al volumen 6, ni si quiera por terminar el primero, y probablemente nunca lo haría teniendo en cuenta la larga lista de libros pendientes que tenía en su estantería.
Sin duda, aquel sitio era el lugar excelente para guardar su lista de aventuras.
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