3. El Enredo
Lohan no entendía por qué estaba dispuesto a jugarse la vida por una mujer que solo conocía a oídas, pero aun así lo hizo y se quedó prendado de toda ella. Desde el mismo momento en el que el General posó su mirada en ella, no pudo despegarla durante toda la noche. Ella destacaba entre todas las mujeres de aquel salón, y no sólo porque tuviera el mejor vestido de la fiesta o por su indiscutible belleza, sino por esa exquisita sonrisa que a solo unos pocos privilegiados dedicaba. Cuando ese noble zalamero la miró como un perro a su presa, sus sentidos se pusieron alerta. Salió a su auxilio y admiró su fuerza interna, que ni el miedo fue necesario para despropiarla de su porte regio.
Su volátil carácter le sorprendió ya que en un momento estaba derrumbada a punto de romperse a llorar y al otro, sacaba su lado picarón y a después le ofrecía lanzarse de un precipicio de tres metros a una fuente que él creía que no tendría profundidad alguna. Pero si tenía. Tal y como le había asegurado aquella joven, no se partieron las piernas y aunque si que llegaron a tocar el fondo. La muchacha había conseguido predecir el momento en el que la multitud rompía a aplaudir para zambullirse en el agua. Nadie se percató de su baño nocturno, tampoco de su presencia en el laberinto donde habían corrido a esconderse.
— ¡General, por aquí! — su mirada brillaba de pura excitación.
La muchacha agarró la mano del extraviado General, y tiró de él hacia una calle lo suficientemente alejada para que nadie les molestase. Descansaron sobre un banco de piedra y descansaron por unos minutos. El pecho de la muchacha se movía de arriba abajo, desbocado.
—Desearía no tener este maldito corsé ahora mismo. Me cuesta respirar—Nada más pronunciar aquellas palabras se percató de lo que había parecido insinuar. —No quería decir que....
Pero los dos rompieron a reír antes de que fuera capaz de terminar la frase. Pero su diversión cesó cuando aquellas voces resonaron en el pasillo contiguo al que se encontraban. No podían verlos debido al grueso arbusto que les separaba, pero no les hacía falta para saber de quien se trataban: señorita Zenai y el Marqués de Damén.
— Creía que preferiría la compañía de la señorita Azquerch esta noche...
— ¿De la señorita Azquerch? —Contestó horrorizado —Me temo que esa mujer tiene menos gracia que un pan sin sal —la joven noble rió —, nunca se me ocurriría la desfachatez de elegirla por encima de usted, Margarita.
—No entiendo qué la ven de especial los demás hombres. ¿Has visto el vestido que lleva? No se puede ser más vulgar.
—Lo único atractivo de esa mujer es su herencia, querida.
La muchacha notó como todo el cuerpo de su acompañante se tensaba. Cuando le miró, sus labios estaban apretados en una fina línea y la vena de su cuello amenazaba con explotar. La muchacha posó su mano sobre su brazo con la intención de apaciguarlo y susurró:
—No me importa lo que digan de mí.
Él posó su mano por encima de la suya y la apretó con ternura, sin pronunciar palabra.
—Lleva tres años participando en estas fiestas y ha rechazado a cada hombre que ha mostrado interés en ella —comentó la noble con ensayado desinterés—. Tiene suerte que todos esos hombres con título quieran algo con la hija de un vulgar comerciante.
—Todos los hombres piensan que es una frígida y que no sabe vivir más a allá de las faldas de su madre—cacareó la muchacha.
Los dos siguieron despotricando, pero Zulema ya no les escuchaba. Se había perdido en la oscura mirada de su acompañante y admiraba en silencio la enigmática atracción que ese hombre desprendía. No era de los hombres más bellos de los que había conocido, pero le gustaba.
— ¿Qué ocurre? — murmuró el General con cierto toque de preocupación en su voz, temía que aquellas críticas la hubieran afectado.
— Hoy es una noche distinta al resto —repitió las palabras con las que sus padres habían recibido a sus invitados —. Hoy es la noche en la que debemos de atrevernos a hacer lo que nunca haríamos.
— ¿Y qué es eso de lo que nunca...?
El hombre enmudeció cuando la muchacha se inclinó hacia él y le besó. Había sido un beso breve pero con ternura. La muchacha se distanció unos centímetros de su boca, y esperó a que aquel hombre reaccionara.
—No quiero que a la mañana siguiente te arrepientas de todo esto—confesó el guerrero sin abrir los ojos.
Trataba de controlarse, no debía perderse en aquella mujer. Estos no eran sus planes. Sentir sentimientos por aquella muchacha era lo peor que podía haber hecho aquella noche, pero aun sabiéndolo, quería más.
—Lo que pase esta noche no tendrá repercusión mañana— siguió recitando la muchacha—. Mañana no habrá que arrepentirse de nada, más alegrarse de lo que nunca nos hubiéramos atrevido a hacer si no fuera porque esta noche es especial al resto. —Sus labios estaban a escasos centímetros de distancia, y la mirada de la muchacha se oscureció por lo excitante de la situación. — Quiero hacer todo lo que no debería hacer una señorita perfecta.
—¿Y yo entro dentro de esa lista de pecados?—preguntó con la voz grave cargada de excitación.
—Tú eres el que la encabeza.
Aquellas palabras hicieron que perdiera toda la cordura que le quedaba. La colocó encima suya, a horcajadas y disfrutó del excitante manjar que le proporcionaron sus labios. La muchacha reaccionó, al mismo tiempo que le tomaba por la nuca para profundizar el beso. Cuando un gemido de satisfacción brotó de la garganta del general, una fuerte oleada de calor se apoderó de la muchacha. Nunca había sentido aquella sensación pero deseaba todavía más, el General pareció leerle los pensamientos y acercó todavía más su cuerpo al suyo.
Lohan sintió como la muchacha temblaba entre sus brazos y recordó que estaban empapados. Aquella noche la brisa nocturna era fría y lo que menos deseaba era enfermar en aquel país donde absolutamente todos podían ser potenciales enemigos. Con mucho esfuerzo rompió el contacto. La muchacha soltó un jadeo de fastidio, y como disculpa, Lohan le plantó un beso casto en los labios.
—No me perdonaría nunca si por mi culpa enfermaseis.
Ella se quedó pensando unos segundos. Rio por lo bajo cuando se escuchó un leve gemido femenino.
—Tengo que presentarte a alguien.
El hombre sonrió divertido. Aquella muchacha era muy distinta a las que había conocido antes, y eso le encantaba, pero debía ir con cautela.
Salieron del complicado laberinto y tomaron un sendero secundario hasta llegar a su destino.
— ¿Aquí es donde queríais llevarme? ¿A los establos?—preguntó extrañado.
—Más o menos—contestó divertida—. Tengo que presentarte a Gofre.
El alboroto inundó el establo por un momento. Un animal mucho más grande que un potro de dos meses se abalanzó sobre la muchacha. Lohan se descubrió con el cuchillo desenvainado y la vergüenza le invadió cuando Zulema le observó aterrada.
—¿Qué hace?
—Lo lamento, creía que...
—¿Qué me iba a atacar?
El General observó de nuevo a aquel animal. Tenía la tripa expuesta y la lengua fuera mientras su dueña la rascaba. Parecía de todo menos agresivo.
—Te presento a Gofre, es un lobo que me encontré en el bosque hace apenas tres años. Es mi protector.
—Encantado, Gofre —se agachó junto a la dama y alargó la mano con la intención de acariciarlo.
— Despacio — advirtió la muchacha en apenas un hilillo de voz —, deja que te huela antes.
El animal se tumbó de lado, y receloso olfateó el dorso de la mano del general. Después de unos segundos que a Lohan le parecieron una eternidad, el perro volvió a retomar su antigua posición y dejó que le acariciaran la tripa.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la muchacha.
— Tengo frío —confesó mientras se incorporaba y se abrazaba para recobrar el calor.
— Debes cambiarte.
—Tú también — apuntilló. Se mordió los labios pensativa —, creo que tengo una idea.
Lohan la miró, asustado.
— No te preocupes — le tranquilizó —, esta vez es menos arriesgado. Sólo hay que escalar.
— ¿Escalar?
— Es broma —rió a carcajadas— deberíais de haberte visto la cara que tienes.
Lohan agarró de la cintura de la muchacha, y le atrajo a su pecho. La besó en los labios y supo cortar el beso en el momento justo para dejarla ansiosa de más.
—Ya no sé qué esperarme—su respiración entrecortada, la forma tan íntima de hablar y su voz grave convirtieron aquellas palabras en una caricia.
La muchacha se obligó a separarse de él y respiró profundamente con la intención de despejar su cabeza.
— Necesito que me sigas sin hacerme ninguna pregunta— dijo con total sinceridad—. Hace mucho que no utilizo los pasadizos y temo que nos puedan descubrir.
El General asintió y observó desde su sitio cómo la pequeña mujer se agachaba y palpaba con las manos el suelo. Cuando consiguió encontrar lo que buscaba, tiró de la pesada trampilla y le hizo una seña al General para que se acercase.
—Necesitamos luz— observó el hombre.
—Encima de esa mesa hay una lámpara de aceite. Tráela, por favor.
El General así hizo, no sin antes encenderla.
—Vamos — le apremió la muchacha.
Se introdujeron en aquel entramado de pasillos estrechos en los que reinaba la oscuridad. Después de varios minutos andando, Zulema se paró en lo que Lohan creía que era una simple pared de piedra como todas ellas, y tras palpar con meticulosidad la pared, la muchacha tiró de una bisagra oculta. Aquella puerta daba al salón de los hombres, donde apostaban a las cartas, bebían alcohol y donde su Felip Azquech hacía sus negocios. Estaba vacío, tal y como la muchacha esperaba y se paró delante de un cuadro donde estaba representada una escena habitual de caza. La altura de aquel lienzo era considerable, casi llegaba desde el suelo hasta la techo. Zulema palpó el marco y cuando encontró lo que estaba buscando, tiró de él con fuerza. Se volvieron a adentrar a la oscuridad y tras salir por otra pared falsa, salieron en medio de un pasillo solitario. Aquella ala tenía prohibida la entrada a cualquier invitado y ningún sirviente pasaría por allí hasta que la fiesta no terminara. Zulema le condujo hasta su propia habitación sin ni si quiera preocuparse de ser acechados por terceras miradas.
Lohan se sorprendió al entrar en aquella habitación, no era la típica habitación de dama a la que estaba acostumbrado. Aquello estaba repleto de libros, pinturas y mucho desorden de papeles. alcanzó a ver un ábaco debajo de una montaña de libros.
— ¿Ahí es donde duerme Gofre? —dijo señalando una manta estirada en el suelo.
—Sí, es su cama. Me hace mucha compañía por las noches — agarró una bata de seda y se dirigió a su acompañante— ¿Te molesta que me cambie?
— En absoluto.
— ¿Quieres alguna camiseta?— preguntó dubitativa— Usted también está empapado.
— ¿Tienes de mi talla?— preguntó sin disimular la diversión de su voz.
— Pruébate éste— le lanzó una camisa de color blanco a la cabeza— Es mi pijama.
— Gracias — Lohan sintió la tentación de voltearse y mirar, pero se obligó a no hacerlo. Aquella mujer era especial. — ¿A qué hora termina la fiesta?
— No hay hora. La gente se empieza a marchar después de que salga el sol, y algunos llegan a esperar hasta media mañana. ¿No le van a echar de menos sus acompañantes?
—He venido con un compañero, pero estoy seguro que habrá encontrado algún pasatiempo en mi ausencia.
Lohan aspiró la fragancia dulce que emanaba de la tela. Olía a jabón.
— Si tienes frío puedes quitarte los zapatos y ponerlos junto al fuego— dijo a escasos centímetros de él con la bata ya puesta.
— Sí, claro.
Se sentaron sobre la cama, pasó la colcha por encima de los hombros de Lohan. Las horas pasaron y ellos se perdieron la conversación. Hablaron de todo, de sus travesuras de pequeños, de sus aficiones, de sus pensamientos e incluso de política. Para sorpresa del guerrero, le agradó saber que aquella mujer no era como el resto de las mujeres con las que había compartido tiempo libre, no hablaba de moda, tampoco de maquillaje o de chismes que había escuchado por los pasillos. Aunque estaban tan cerca que podía tocarse, no quería devorarla allí mismo como hubiera hecho con cualquier otra mujer, quería conocer más de ella aunque eso jugara en su contra en un futuro.
Sintió como la muchacha se tensaba a su lado, cortando la conversación bruscamente.
— ¿Qué ocurre? — preguntó sin disimular su preocupación.
— Tengo un mal presentimiento. Escóndete— se levantó de golpe y Lohan la imitó.
Vio como la muchacha agarraba la colcha y lo volvía a colocar en la cama. Se sentía frustrado por no saber qué hacer y aunque aquella reacción había sido rara, la noche había sido tan peculiar que no le preocupaba tanto.
— ¿Dónde me escondo?
—Aquí — le agarró de la mano y le llevó detrás de unas cortinas, devolviéndole los zapatos que había dejado junto al fuego. Se percató de que debajo de la delgada bata que cubría parcialmente su cuerpo, se asomaba la ropa interior más bonita y delicada que había visto nunca — ¿Te gusta lo que ves?
— Mujer, no me tientes— avisó con la voz grave.
— ¿O sino qué?— la mujer acortó la distancia y posó sus manos sobre su pecho. Agarró su colgante y le tiró hacia ella.
El hombre se inclinó para besarla pero el sonido del pomo girándose les obligó a separarse bruscamente. La muchacha se llevó las manos a su cabello, lo tenía húmedo todavía y quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta podría exigirle respuestas. Su corazón latió desbocado.
— ¿Zuli? — una tímida cabeza rubia se asomó por el resquicio de la puerta.
— Puedes pasar, Lucas. No te preocupes.
El joven muchacho obedeció y cerró la puerta tras de sí.
— Tú madre había preguntado por ti.
— Pues aquí estoy.
— Quiere saber dónde estabas durante los fuegos.
— En el establo con Gofre. Le asustan el sonido de los fuegos — mintió con total naturalidad— Además, no le gusta estar solo.
— Si quieres puedo traerle para que te haga compañía — ofreció el muchacho.
La muchacha negó con la cabeza.
— Se asustarán los invitados — se dejó caer sobre la cama —, y si le estropeamos la fiesta a madre querrá nuestras cabezas sobre una pica.
— ¿Sabes? Allí abajo está siendo una auténtica locura. ¡Ha venido el General Lohan! ¿Te lo puedes creer?—el muchacho la miró expectante, esperando que reaccionara.
— ¿Por qué es una locura? —Preguntó confundida —A mí me sorprende más que Hilda haya invitado a la familia Zenai. Yo les daría una patada en el trasero y les prohibiría volver a pisar nuestra casa.
No pudo reprimir una mueca de desagrado. Aquella familia era despreciable, pero era un socio muy importante para su padre, ya que les permitían atracar sus barcos en sus puertos a cambio de una sustancial cifra.
— Pero el General es el representante de Yuria, su rey lleva atacando a los barcos de vuestro padre durante meses —Lucas miró sorprendido a su amiga— ¿No os había dicho nada vuestro padre?
Le cortó con un ademán. Se levantó bruscamente y comenzó a andar en dirección a la puerta, lo más alejado de las cortinas donde se escondía el enemigo de su familia, aunque el muchacho lo tomó como una invitación a marcharse.
— ¿Entonces por qué les han invitado aquí?—demandó saber.
— Tú padre teme que os hagan daño. Vuestro padre recibió un comunicado en el que decía que harían cualquier cosa para salir de la crisis económica.
—Y si controla Sigali, controla toda la sustentación económica del país—terminó ella por él.
—Menos mal que no te has encontrado a esos bárbaros, Zulema— le cogió las manos con la mirada cargada de preocupación—. Aunque hayan venido aquí como muestra de paz y de querer dialogar... Son muy peligrosos.
La muchacha miró con el rabillo del ojo cómo las cortinas se movieron ligeramente.
— Necesito descansar, Lucas—se incorporó con el rostro mudado de color—. Gracias por informarme, cerraré la habitación con pestillo por si acaso esos bárbaros se atreven a hacerme algo. Hablaremos mañana.
Lucas la abrazó y tras despedirse y dedicarle una sonrisa, se marchó. Zulema estaba paralizada, no sabía cómo reaccionar. ¿Le haría daño? ¿Por qué había sido tan estúpida? Sin duda no se sentía tan diferente respecto al resto de nobles, era igual de mojigata.
— ¿Zulema?
—Tienes suerte que no esté aquí ahora mismo Gofre porque le ordenaría que te descuartizase— le cortó con brusquedad mientras le encaraba—. Me has estado engañando todo este tiempo. Estáis extorsionando a mi familia. Has intentado utilizarme todo este rato ¡Y yo, como una idiota te he enseñado los pasadizos y...! —Se restregó la palma de la mano en el rostro, con la esperanza de relajarse, pero no pudo— ¿Quién sabe si has extorsionado al Marqués para que tuvieras la oportunidad de hablar conmigo?
—Nunca se me ocurriría hacer tal cosa.
— Vete—le ordenó —. Coge tus cosas, vete por dónde has venido y déjame en paz. Por lo que a mí respecta, todo esto ha sido un auténtico error y nunca ha pasado— escupió las últimas palabras como si de veneno se tratara —. Felicidades, has conseguido que me arrepienta y todavía no ha salido el sol.
El hombre apretó los puños y se obligó a no rebatir. La muchacha le acompañó de nuevo por los pasadizos hasta los establos y en ningún momento ella le miró a los ojos. Había sido un error aquella noche, no debía de haberse dejado llevar, y mucho menos haber permitido que esta muchacha llegara tan lejos. Había sido un auténtico error ocultándole su verdadero origen, pero más incorrecto había sido ayudarla. No era más que otra muchacha histérica y creída como el resto en esta fiesta.
Casi se creyó lo que se decía a si mismo hasta que la escuchó llorar antes de cerrar la puerta tras de sí.
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