15. La guerra
Zulema acababa de ver morir a un hombre de una forma horrible, había escuchado sus sollozos rogando ayuda y había dejado que se ahogase en su propia sangre, pero no había sido la única muerte aquella noche. Ella lo sabía aunque se hubiera reservado el impulso de preguntar que qué pasaría a partir de ahora. Cuando Lohan la besó y la ordenó que volviera a sus aposentos, en cualquier otra circunstancia habría replicado y discutido, pero ese no era el momento.
Ella, acompañada de dos sirvientas que la miraban con preocupación, se dirigió a sus aposentos y no se detuvo ni si quiera cuando los gritos resonador por todo el castillo. Para cuando llegó a su habitación y se introdujo dentro, la discusión había terminado y había dado paso al ruido de las espadas. La muchacha dejó que las sirvientas se encargaran de ella, la lavaran y la cambiaran de ropa como si fuera una muñeca de trapo y la comparación no se alejaba a la realidad, ya que la joven sentía que su cerebro y sentidos se hubieran detenido, incapaces de asimilar nada.
—Señorita Azquech, Toffe está aquí — dijo una sirvienta con miedo al ver al animal cubierto de sangre.
La muchacha abrió los brazos y el perro corrió a su posición, ansioso y feliz al mismo tiempo. La muchacha le acarició su pesada cabeza y le ordenó que se subiera a su cama. El perro así lo hizo y la muchacha se recostó a su lado sin cesar sus caricias.
— Tú madre pondrá el gritó en el cielo si ve a Toffe ahí, señorita.
— ¿Acaso importa ya? Creo que es uno de los peores males que tenemos ahora mismo —un horrible pensamiento recorrió su mente—Mi madre nunca mandaría matar a Toffe por lo que ha hecho, ¿Verdad?
—No podría aseguraros nada, mi señora.
—Dejadme sola —ordenó a las doncellas.
— Pero señorita, nos han dado órdenes claras de que no la dejemos sola en ningún momento.
La muchacha estaba dispuesta a gritarles que se largaran, pero se detuvo al ver al hombre que amaba en el marco de su puerta. Tenía la ropa manchada de sangre y respiraba agitadamente, como si hubiera corrido medio castillo para llegar lo antes posible.
— ¿Lohan? —murmuró atónita.
— ¡Señor, usted no debe de estar aquí! —le reprendió una de las doncellas.
Lohan apartó a la criada de un empujón y caminó en dirección hacia donde se encontraba la joven, de pie.
— ¡Bárbaro!
La muchacha le vio acercarse a ella y sin pronunciar ninguna palabra, el General se abalanzó sobre su boca y se entregaron completamente el uno en el otro. Cuando el yurita se alejó de ella, ambos estaban jadeando.
— No soy un príncipe de cuento y mucho menos me parezco a cualquiera de los nobles que hayas podido conocer dentro de vuestras fronteras, pero... —hizo una pequeña pausa para ordenar sus pensamientos — Cuando quiero a alguien le cuido y la protejo hasta el fin de mis días.
—¿Lohan? —preguntó confusa.
— Cásate conmigo.
— Pero, ¿Qué pasaría si...?
Claro que quería, pero las cosas eran más complicadas de lo que parecían, y ambos lo sabían.
— Cuando vi que no llegabas a nuestro encuentro, me preocupé y me asusté al pensar que nunca más podría volver a verte —le acarició la mejilla —. Cuando te vi en el suelo cubierta de sangre sentí... ¡No sé ni qué sentir! Prometí a mis dioses que si todavía estabas viva nunca volvería a permitir que te hicieran daño.
— Lohan... —una lágrima corrió por su mejilla, emocionada, triste por saber que la persona a la que amaba se había sentido tan desdichado por su culpa.
— ¿Zulema, quieres casarte conmigo? —volvió a preguntar con más calma.
— Si, ¡Claro que sí! Sí, quiero.
La tensión que había sentido el General en ese momento se disipó, y aunque su entusiasmo era tal, que sentía la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, se contuvo.
— Marchaos, todos —ordenó a los presentes. Pero ninguno se movió de su sitio, estaban asombrados por todo ello—¡Ahora! —gruñó.
Cuando todos se marcharon, el muchacho la elevó del suelo y la muchacha se enganchó a su cadera con las piernas. El yurita se inclinó sobre la cama, y la besó con ternura.
—Llevo deseando este momento desde el día en que te conocí.
— Te quiero —el muchacho la miró asombrado por sus palabras —. Estaba deseando decírtelo desde hacía mucho tiempo.
—No sé qué he hecho para merecerte.
—Quiéreme.
Su matrimonio ya había sido consumado incluso antes de llevarse a cabo la ceremonia. Al día siguiente a primera hora de la mañana, un responsable religioso fiel a la familia Arquech por las caritativas donaciones de su familia con las asociaciones de huérfanos, les unió en matrimonio. En la misma tarde, Zulema, Lohan y el resto de sus compatriotas retomaron el camino de retorno a Yuria. Enzo capitaneó la nave, dejando que su amigo disfrutará de las pocas horas de intimidad con su esposa. La guerra era inminente, la noticia de la desaparición del Marqués pronto tendría su repercusión, pero para cuando las deficientes instituciones royeckas se organizarán, la ciudad de Sigalí ya habría cerrado sus fronteras y habían armado a todo hombre en edad de empuñar un arma. Desde hacía mucho tiempo, el inconformismo había estado presente en cada uno de los hogares sigalís.
Felip se había encargado de contratar al personal más cualificado para difundir las noticias de la forma más conveniente para él y los suyos, como siempre, nunca dejando nada al aire. El pueblo se tomó como una ofenda personal que el Marqués, por orden directa del rey, decidiera forzar a Zulema, la muchacha que destinaba fondos al mantenimiento de orfanatos y que contrataba a juglares para animar a los enfermos del hospital sigalí. Toda la ciudad odiaba a su rey por intentar mancillar el honor de Zulema y Felip les había dado en bandeja de plata la posibilidad de rebelarse contra un sistema opresor que ya no les dejaba ni respirar. Aun así, no todos los sigalís estaban contentos con la alianza yurita, al fin y al cabo, eran los responsables de decenas de muertes de sus compatriotas y el motivo de muchas pérdidas económicas.
Mientras tanto en Yuria, los soldados se preparaban hacia una guerra que no auguraba nada bueno. Lohan vio acercarse a su mujer con evidente nerviosismo. Dejó las riendas de su caballo y a medida que se acercaba, alabó en silencio su belleza.
— ¿Qué ocurre, amor?
La muchacha sonrió, calmando a su marido.
— Te voy a echar de menos.
— Y yo a ti — la besó en los labios y la miró a los ojos. Algo le escondía, intuirlo.
— No habrá día que anhelemos vuestra vuelta—ronroneó.
— ¿Anhelemos?
La muchacha cogió la mano del guerrero y la condujo hacia su vientre.
— ¿Qué...? — El guerrero estaba confuso.
— Estoy embarazada, Lohan.
— ¿Cómo...?
La muchacha alzó las cejas, divertida.
— ¿Es necesario que te explique como ha ocurrido?
— Pero...
— ¿No estás feliz por la noticia, Lohan? — La diversión mudo la cara de la muchacha — ¿Debería del haberme esperado a que hubieras vuelto? ¿He hecho mal?
— ¡No! No, amor, no — la besó, preocupado por haberla podido haber herido sus sentimientos — ¡Me has hecho el hombre más feliz de todo el continente! ¡Claro que me alegro! — La besó en los labios, en las mejillas, en el cuello y fue bajando hasta llegar a su vientre sin importarle quien pudiera verle— Voy a ser padre...
— Vuelve sano y salvo, Lohan — le rogó la muchacha mientras le pasaba los dedos por su melena negra —. No sé si podría cuidar a nuestro hijo sola.
— Volveré —se volvió a poner de pie —, te lo juro.
Cuando la alianza y la muerte de la familia Damén llegó a los oídos de la familia real y de las instituciones, que no se tomaron aquella información como traición. Exigieron represalias sin demora, pero la deficiente organización royeck dio una ventaja a los yuritas que se hicieron con las tierras de Damén y bloquearon todos los caminos y puertos comerciales. Sin la contribución de impuestos a las arcas reales y el aumento incontrolado del precio de los alimentos, hizo que hubiera un ejército desnutrido y descontento. Ante esta situación, las instituciones royeckas aumentaron el salario de los capitanes para que mantuvieran a sus subordinados a raya. Pero la corrupción de las instituciones hicieron que las arcas del reino mermaran con una rapidez apabullante y en menos de dos meses, el reino de Royeck se arruinó. Los soldados royecks se amotinaron y dejaron que el ejército yurita llegara a las puertas del castillo real, donde decapitaron a cada miembro de la familia real e institución religiosa.
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