13. El honor y el Whisky
Zulema mandó marchar a sus doncellas. Estaba cansada, y aunque su madre hubiera insistido en que cenase algo, no concebía la idea de compartir mesa con la familia Damén. No permitiría malgastar ni un minuto de su vida con aquellas personas que la miraban con desprecio, como si tener un pasado trabajador fuera indigno y digno de repudiar. La muchacha se dejó caer sobre la cama, cansada y frustrada a partes iguales. Sentía que en esa casa ya no tenía a nadie con quien confiar, a excepción de Lucas. Las cenas con sus padres se habían vuelto incómodas, y aunque su madre trataba de aligerar la situación con algún cuchicheo de la nobleza, no funcionaban.
— ¿Zulema?
La muchacha volteó hacia la puerta, donde su madre la miraba con preocupación.
— ¿Madre? —reprimió un fuerte suspiro.
— ¿Estás bien?—estaba preocupada, pero aquello no sirvió para suavizar el carácter de su hija.
— Estoy cansada, solo eso. ¿Por qué?
— Últimamente has estado muy distante conmigo, ¿Sigues aun enfadada?
La muchacha rodó los ojos, no estaba dispuesta a tener esta conversación y mucho menos si su madre se hacía la olvidadiza.
— Si, y no creo que jamás pueda miraros a la cara después de haberme comprometido sin mi consentimiento.
— ¡Hija, es por el bien de la familia!
La muchacha cortó el aire con la mano, dejando a Hilda con las palabras en la garganta.
— No deseo discutir, madre. Os rogaría que me dejarais descansar. Volved al salón y cuidad de vuestros invitados.
Hilda no pasó por desapercibido la pérdida de tuteo entre ellas, pero tampoco quiso forzar más la situación. Sabía retirarse en el momento oportuno.
—Espero que podamos retomar esta conversación mañana, hija mía —como su hija permanecía muda, prosiguió hablando— La madre del Marqués desearía ver a su futura cuñada, pero la diré que estás indispuesta.
— Gracias, madre.
— Aunque tendrás que vértelas con tu padre, está muy decepcionado por tu comportamiento.
Zulema giró sobre sus talones, ignorando a su madre y a sus palabras. Anduvo hacia al ventanal, hacia aquel paisaje que tanto la relajaba siempre. Cuando la puerta se cerró, un pesado suspiro se coló entre sus labios. No le agradaba comportarse de esa forma con sus padres, pero sabía que si no mostraba su descontento, sus padres no dejarían ningún ápice de su vida a su libre elección.
Un grito de horror se coló por su garganta, cuando un pájaro del tamaño de su antebrazo se posó en el alféizar de su ventana.
Gofre, alarmado, se levantó de su cama y corrió en dirección a su dueña. Cuando vio al pequeño águila, comenzó a gruñir.
— Shhh... Gofre, para — trató de calmarle mientras le acariciaba la cabeza. Fuera lo que fuera aquello, no quería alarmar a los sirvientes.
La muchacha se acercó a la ventana, y observó con más detalle aquel animal. Tenía un capuchón que le tapaba la mirada, tenía unas garras fuertes, un plumaje brillante y sano... sin duda era una especie única.
—¿Qué es eso?
Un rulo de pergamino colgaba en una de sus patas, cerca de esas garras capaces de desgarrar el cuero y la madera. Pasó saliva, y trató de tranquilizarse. ¿Se suponía que era un mensaje para ella? ¿Se suponía que debía hacerse con él? ¿Cómo? No quería que aquel animal le hiciera daño, aunque tener a Gofre a su lado le brindaba algo de protección.
No sin miedo, la muchacha abrió la ventana y con exasperada lentitud, acercó su mano al pequeño pergamino. Cuando lo tuvo entre sus dedos, tiró del pergamino con precaución, sin despegar la mirada del animal. Cuando el trozo de papel estuvo completamente fuera del cordón que lo tenía unido a la pata, dejó a un lado el cuidado que había tenido hasta el momento, apartó la mano rápidamente y cerró la ventana con tanta fuerza que los cristales temblaron. El águila echó a volar y la muchacha soltó un profundo suspiro de alivio. Se llevó la mano al pecho y trató de controlar el acelerado golpeteo de su corazón.
Cuando pudo componerse, se sentó en su cama y miró con curiosidad el pequeño pergamino enrollado. Estaba cerrado con un sello que había visto con anterioridad, era el mismo sello que había visto en el colgante de Lohan.
¡Era el mensaje de Lohan! No mentía cuando decía que se verían pronto. Zulema no pudo contener tanta felicidad, se levantó de un salto y sin poder contener más la curiosidad, rompió el sello y leyó su contenido.
"Te espero en el molino abandonado del final de la colina. No te olvides del collar. Te echo de menos. L"
La muchacha se llevó la nota al pecho, todavía sin creérselo. ¡La había echado de menos! Si no fuera porque estaba tan feliz que ni si quiera se lo creía, se hubiera reprendido por comportarse como una niña estúpida.
No faltaba mucho para la media noche, corrió hacia su armario y escogió el vestido más cómodo que tenía. Cuando agarró un farolillo de su habitación para iluminar el camino, se frenó en dirección a Toffe y con un simple gesto de cabeza, el animal entendió que tendría que acompañarla. Aquello era excitante, no lo iba a negar, pero le parecía raro. Lohan siempre le había dado importancia a su seguridad, pero mandarla a caminar sola por el bosque y en plena noche, no era muy seguro que digamos.
— Supongo que seguridad y encuentros clandestinos no van de la mano, ¿verdad Toffe?
El animal la miró sin comprender, y después de unos segundos, volvió a centrar su atención en el camino.
Cuando salieron de los límites de su propiedad, Zulema decidió seguir el camino aunque conociera un atajo hacia los molinos. La noche era oscura, y no deseaba perderse.
— Toffe, no te vayas lejos— susurró con la esperanza de que su acompañante la escuchara.
Suspiró, tal vez llevarse a su mascota a aquella aventura no había sido una buena idea.
El sonido de una rama partiéndose la puso los sentidos alerta. No había sido Toffe, había sido una persona. Zulema miró desesperada a su alrededor, ¿Qué debía de hacer? ¿Esconderse? ¿Y si era Lohan? Pero pronto descubrió la respuesta.
— No debía de haberme tomado esa última copa de whisky.
— Deja de decir estupideces, Arpi, estamos perfectamente—Aquella voz pertenecía al Marqués de Damén.
La muchacha corrió a esconderse tras un ancho tronco, sin separarse mucho del camino. Apagó la vela de su farolillo y trató de relajarse. Los pasos estaban cada vez más cerca.
— ¿Dónde diablos se ha metido?
— ¿Estás seguro que era ella? — dijo su acompañante. Ambos arrastraban las silabas por culpa del alcohol.
— ¡Claro que sí, estúpido! Esa muchacha aprehenderá por las malas a no dejarme en ridícula ante nadie.
A partir de aquel momento, todo pasó demasiado rápido. Los pasos se hicieron aún más cercanos, y antes de que la joven Arquech pudiera reaccionar. Notó un fuerte agarre en el brazo.
— Vaya, vaya... ¿A quién me he encontrado por aquí? —el aliento del Marqués apestaba a Whisky, y su miraba no denotaba nada bueno.
[...]
Lohan caminó en círculos, preocupado. La hora ya había pasado y Zulema no había llegado. Todo tipo de supuestos pasaron por su cabeza: ¿Se habría arrepentido de sus palabras, ya le quería? ¿Y si no se había atrevido a tomar su nota del animal? ¿La abrían asaltado durante el camino? El yurita maldijo para sus adentros, se estaba volviendo loco. Lanzó órdenes a sus guerreros y junto juntos dos de sus hombres, iniciaron la marcha hacia el palacio de los Arquech. Habían estado mucho tiempo atrás estudiando cada una de las debilidades del palacio y aunque el plan de secuestro, por lo que Lohan supo llegar al establo sin ser visto. Lucas se alertó al verle.
— ¿Qué hace usted aquí?—gruñó nervioso el criado.
— Sé de tu alianza con Zulema para tirar toda su reputación a la basura, asique, tú decides: o tenemos una conversación aquí misma donde todo el mundo pueda vernos, o me dejas entrar.
Lucas no paró ni un instante en mirar de lado a lado, nervioso.
— Sígame —ambos se introdujeron en la trampilla oculta, y para sorpresa del yurita, Lucas no le llevó a la habitación de Zulema.
Le guió a una habitación llena de juguetes.
— Era la habitación de juegos de la señorita Zulema cuando era pequeña,— explicó el criado — sus padres no han pisado esta habitación desde que su hija cumplió los doce, y los sirvientes no entran para nada aquí— se enganchó el juego de llaves en su cinturón y le miró con determinación— Desembuche para que pueda marcharse lo antes posible.
— Zulema no ha venido a nuestra cita, y no sé a quién más recurrir.
— Eso no es posible... — el enfado se vio ensombrecido por una creciente preocupación — Vi cómo se marchaba en dirección al molino.
— Nunca llegó.
— ¡Oh, madre mía!—exclamó preocupado el sirviente— ¡Debemos de comunicárselo a sus padres, a los guardias, a quién sea!
—No— cortó con brusquedad—. Si se llegan a enterar de la relación entre ella y yo, no dudarán en juzgarla por traición. Además, su compromiso con el Marqués de...
Algo dentro de la cabeza del guerrero pareció conectarse.
— ¿Ha tenido algún otro encuentro con el Marqués de Damén?
— Vino con su familia, pero Zulema se negó a verles. Todavía están aquí sus caballos y creo que se quedarán a pasar la noche... — el joven criado se quedó pensativo por unos instantes —hace apenas unos minutos, descubrí a el marqués y a su primo yendo en dirección a la puerta que conecta con el bosque. Les ofrecí ensillar sus caballos, pero me dijeron que preferían andar y despejarse un poco. Iban bebidos y deduje que no se adentrarán al bosque sin conocerlo. ¿Crees que se han podido encontrar con Zulema?
— Debemos darnos prisa.
Se encaminó hacia la puerta, pero antes de que tirara del pomo, Lucas le entretuvo— ¿Qué quiere decir, señor?
— Coge tus cosas, te lo explicaré por el camino. Mis hombres nos esperan en el bosque.
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