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11. Dame tiempo

La fiesta estaba siendo un éxito, Aldo había llamado la atención de todas las damas presentes y la presencia del Duque de Lupe, después del trágico fallecimiento de sus progenitores, no pasó desapercibido por nadie.

La muchacha acababa de rechazar una invitación de baile cuando se percató de que el General Lohan se acercaba a ella con clara determinación y ceño fruncido. La muchacha se puso alerta, ¿Qué diablos creía que estaba haciendo? Iban a llamar la atención de todos los invitados, se levantarían decenas de rumores al respecto y ella tendría que sufrir la ira del Marqués. La muchacha buscó con la mirada una forma de huir, pero fue imposible. Lohan ya estaba enfrente de ella con mirada escrutadora.

—¿Se puede saber a qué juegas?— le espetó con dureza.

La muchacha forzó una sonrisa.

—General, tenga cuidado con sus modales, no queremos llamar la atención de todos estos nobles — rió nerviosa

—No juegues conmigo, mujer.

—¿Y si ya no quiero jugar más contigo?

— Bailemos—ordenó el General, decidido a no seguir con su juego.

— No quiero.

—Mujer, mi paciencia tiene un límite—advirtió.

La mujer pudo notar decenas de pares de ojos incrustados en ellos, no quería dar ningún escándalo y tampoco tener que explicar qué clase de relación tenía con aquel hombre.

—Si insiste... —hizo una pequeña reverencia y ofreció su mano para que la cogiera.

— Me debes muchas explicaciones —susurró a escasos centímetros de su oído.

— No sea atrevido, General —le lanzó una mirada de reprimenda y el hombre apretó su mandíbula, resignado.

— Os vi en la taberna.

— Imposible, una mujer de mi estatus no puede frecuentar esos lugares.

— Viniendo de usted no me parece descabellado pensarlo— la muchacha se encogió de hombros, no sabía qué responder ante eso —. Debería de contárselo a sus padres para que la mantengan encerrada en su habitación.

—Hagalo y mañana me encontraré a un cura y al Marqués en las faldas de mi cama.

—¿Qué?

— Olvídelo.

— ¿Qué es lo que ocurre?—demandó saber con dureza.

— ¡Solamente olvídalo! —contestó molesta la muchacha.

— Solamente quiero que estés segura.

— ¿Con qué fin? — preguntó irritada—No hay absolutamente nada entre usted y yo ¿O acaso miento? —la muchacha alzó las cejas y esperó varios segundos para que el yurita le contestara, pero solo recibió una mirada de pura furia. La mujer se obligó a respirar profundamente y relajó su entrecejo — Para mí no fue una noche cualquiera, Lohan. Pero no puedo ignorar que estás haciendo daño a mi familia. Me debes muchas explicaciones y no quieres hablar conmigo. ¿Cómo voy a confiar en ti?

— Yo nunca me aprovecharía de ti —pero la mirada de profunda tristeza con la que le miró la muchacha, le obligó a decir toda la verdad—. Y mucho menos después de haberte conocido.

— Ya no importa —la muchacha se separó del hombre cuando la música cesó, y antes de darse media vuelta sintió muchas ganas de añadir:—. Mi pretendiente no está a favor de que mantenga contacto contigo por lo que le pediría que mantuviera en secreto nuestro... —buscó en su cabeza la palabra perfecta para definir aquello — que mantenga en secreto nuestros encuentros, se lo ruego. Al menos en fiestas y lugares públicos, por favor.

— Si así lo deseas —hizo una reverencia —, mantendré la boca cerrada, pero no seré capaz de olvidarlo jamás.

— Yo tampoco —contestó la muchacha —, y no por desgracia.

Una tímida sonrisa, que Lohan no alcanzó a leer, brotó de los labios de la muchacha. ¿Acaso sonreía porque le había prometido que no le contaría a nadie lo que ocurrió en aquella escapada, o porque le agradaba que le confesara que no lo olvidaría? El General se marchó de la pista de baile y se fue directo a la mesa donde reposaban decenas de copas de vino. Tomó uno y se lo llevó a los labios, vaciándolo en apenas dos tragos.

—Calma amigo, que todavía queda mucha noche por delante.

No le hizo falta voltearse para saber quién era. Reconocería la voz de su amigo y camarada entre el bullicio de conversaciones.

—¿No has encontrado a ninguna dama para cortejar, que me tienes que venir a molestar a mí, Enzo?

—¿Qué te traes con la hija de los Azquech?

— Nada, solo la he invitado a un baile, y se ha comportado como una niñata creída y mal criada—mintió.

— ¿Acaso no lo son todas las muchachas de aquí? —No, ella no lo era, pero se limitó a asentir —Además, pierdes el tiempo tratando de agradarla, amigo mío.

—¿Por qué? —gruñó molesto. Deseaba quitarle esa sonrisa petulante de un puñetazo y arrancarle las repuestas a golpes. Odiaba cuando su amigo se hacía el interesante.

— Una chica a la que estuve cortejando, me comentó que ya estaba comprometida, aunque no sabía con quién — contestó con indiferencia—. ¡No veas, amigo! En todas las fiestas que he asistido esta primavera, cada vez que me fijaba en ella, las muchachas con las que estaba en ese momento, siempre la ponían de caer de un burro. Al principio creía que era pura envidia, pero si es tan insoportable como tú dices, tal vez sea cierto. Una pena en verdad, es hermosa...— ambos muchachos la observaron conversar relajadamente con el Duque de Lupe—¿Tú crees que lo puedo intentar? Ya sé que es noble y que está comprometida pero... ¿Acaso le importa a alguna?—rió por su propio chiste.

— No juegues con los negocios, Enzo— le reprendió con firmeza—. La señorita Azquech nos interesa intacta si es que queremos pedir un rescate por su cabeza.

—Por supuesto, solo era una broma...

— Pues no vuelvas a decirlo ni en broma, y mantén tu lengua quieta cuando estemos en fiestas de este estilo. Aquí parece que las paredes oyen.

Se sorprendió a sí mismo repitiendo la frase que Zulema le había dicho en su primer encuentro, y hoy lo entendía mejor que nunca. Aquel tipo de fiestas eran una constante presión social, donde siempre había un par de ojos observándote y una oreja dispuesta a escucharte a escondidas.

— Enzo —el muchacho se giró en su dirección —, al lado de la estatua sin brazos está nuestro hombre.

El muchacho rubio asintió, y sin pronunciar palabra, se dirigió hacia su objetivo. Enzo era experto en convencer a los nobles, sabía qué decir y qué hacer para complacerles, el papel del General Lohan era amenazarles cuando la disuasión no servía.

Volvió a tomar una copa de la bandeja de un camarero y volvió a bebérsela en apenas un pestañeo. Aquella muchacha le hacía desmarcarse de sus negocios, y aunque debería de sentir rechazo por ello, la deseaba. Se paseó por la sala mientras observaba las numerosas caras, algunas conocidas y otras no tanto.

Salió a fuera para respirar aire fresco, aunque no sin antes de rearmarse con otra copa de vino. Se sentó en el borde de la barandilla, semioculto entre una estatua y un increíble rosal. Se entretuvo con aquellas magníficas flores, debía de hacer tiempo si pretendía que su siguiente movimiento saliera correctamente. Pero no pudo apartar sus pensamientos de Zulema, no era como el resto, ni siquiera se parecía a las mujeres de su tierra natal. Ella era única, absolutamente nueva y diferente de todas las mujeres que había conocido antes. Y era esa tóxica mezcla de curiosidad inocente y voluntad femenina lo que le había llevado a comportarse de la manera en que lo había hecho. La deseaba con todo su ser, de una manera en que no había deseado a ninguna mujer. Pero por supuesto, no la podía tener, él estaba comprometido con su país y con nadie más.

— ¿Quién te has creído que eres?

Aquel interrogante le puso alerta. Conocía aquella voz pero no podía ver a quien se dirigía.

—Suélteme, me hace daño—le espetó Zulema.

— ¿Si? Pues no es ni la mitad de dolor que te mereces. ¿Bailar con ese estúpido del General? ¿Acaso no me encargué de meterte mis órdenes en tu estúpida cabeza? ¿Es que solo tienes serrín ahí dentro?

—¡Suélteme! — Exclamó con rabia contenida en su voz—, no somos todavía marido y mujer, y no voy a permitir que me trate como un felpudo sin motivos.

— Te trataré como a mí me dé la gana. Puedo arruinaros a ti y a toda tu familia, recuérdalo.

— Que te den—las palabras salieron envenenadas de la boca de la muchacha, enervando a su prometido.

El sonido de una bofetada rompió el silencio. El General detuvo todas sus intenciones de salir de su escondite y se obligó a mantenerse oculto.

— No entres hasta que dejes de tener la mejilla rosada. No quiero que la gente hable más de lo que ya lo está haciendo, puta.

Cuando el General dejó de escuchar los pasos del Marqués salió de su escondite.

— ¿Por qué no me dijiste que estabas comprometida con ese idiota?

La muchacha dio un salto en su sitio, asustada.

— ¿Acaso importa?—le espetó sin voltearse hacia él.

— A mí sí.

— ¿Con que intenciones?— se volteó hacia él, irritada. Sus ojos brillaban por las lágrimas que se acumularon en sus ojos y que amenazaban con precipitarse.

— No me gusta que traten mal a las mujeres, y ese malnacido te ha pegado delante de mí.

— Pues has tardado esta vez en socorrerme, ¿no crees?— el hombre apretó la mandíbula y el rostro de la muchacha se suavizó, sabía que estaba siendo cruel con él sin sentido—. Lo siento, es solo que... da igual.

Negó con la cabeza, estaba cansada de dar escusas.

— Adelante—le animó.

— No tendría que estar comprometido con ese canalla si tú y los tuyos no presionarais tanto a mi padre. El Marqués tiene territorios cercanos a la frontera, y mi compromiso le dará el suficiente apoyo económico para reforzar sus territorios en el caso de que...

— En el caso de que decidamos atacaros— terminó por ella.

— El rey ha presionado a mi padre para que aceptara el maldito compromiso —informó mientras caminaba hacia él y se ocultaba en su escondite.

Se quedaron en silencio por largo rato, y Zulema lo agradeció para poder serenarse y enfriar sus emociones. Cogió aire y lo soltó bruscamente antes de hablar:— Ahora te toca a ti.

— ¿Perdón?—el General no se molestó en disimular su desconocimiento.

— Cuéntame algo de lo que se supone que no puedes contarme. ¡Vamos!— le apremió.

— No recuerdo haber hecho ese pacto contigo— dijo divertido.

— No hace falta, se trata de caballerosidad. ¿Cómo quedaría yo si contara mis trapos sucios a cualquiera solo por chismear?

Lohan se quedó unos segundos mirándola, todavía no estaba acostumbrado a esos cambios emocionales tan drásticos, pero le encantaba que le sonriera de esa forma.

— Vivimos momentos duros, mi rey tiene que hacer malabares con el dinero y Sigali es una golosina muy codiciada para dejarla marchar.

— ¿Y por qué optar por la invasión? ¿Por qué no vía matrimonial?—preguntó con ensayada indiferencia.

— ¿Con quién? El rey no tiene hijos, todavía— informó—. Además, vuestro rey nunca aceptaría compartir sus focos económicos más importantes.

—No pienso casarme con ese majadero sin antes haber hecho todo lo necesario para impedirlo.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? ¿Destrozar tu reputación?

—No creo ni que sirva para evitar el dichoso enlace—comentó con fastidio—. Tenía la esperanza de que existiera alguna posibilidad con... —negó con la cabeza—Da igual.

—Confía en mí.

—No podré confiar en ti si no me cuentas cuáles son tus verdaderas intenciones— las lágrimas volvieron a brotar en sus ojos—. ¿Qué haces aquí, Lohan?

El General le plantó un beso casto en los labios. La mirada de la muchacha brilló y su cerebro dejó de funcionar cuando le acarició la mejilla adolorida con cariño.

—Para, por favor —le sujetó la mano, deteniendo sus caricias—. Es cruel. Tú no quieres nada conmigo y yo estoy dispuesta a aferrarme a cualquier posibilidad que implique no casarme con ese estúpido. Además, tú no eres cualquiera.

—Lo siento. Si estuviera en mi mano...

—No te comprometas. No hace falta—el silencio calló entre los dos—Debo de volver al baile.

Cuando la muchacha despegó sus pies del suelo, el General la detuvo cogiéndola de la mano.

—¿Qué ocurre?—la muchacha le miró con curiosidad, aquel comportamiento no era normal.

—No puedo decirte los motivos reales por los que me muevo, pero solo te pido que me des tiempo.

—¿Tiempo para qué?—interrogó exasperada.

—No puedo decirte por qué pero ten paciencia.

—Ya no tengo paciencia, ¿es que no te das cuenta? — la muchacha miró a los lados, tratando de calmarse. Debía de jugar bien sus cartas—Haré lo que me pide a cambio de algo.

—Dime.

—¿Por qué se reunió con los marineros en esa taberna? ¿Trata de destruir a mi padre desde dentro?

—No, por supuesto que no. Esos marineros nos ayudaron en primeros días en Sigali y quisimos devolverles el favor invitándoles a unas cervezas— mintió—. No hay nada oculto, Zulema.

La muchacha negó con la cabeza. Suspiró pesadamente y tiró del agarre para liberarse. La estaba mintiendo, lo sabía aunque no supiera decir exactamente por qué.

—¡Zulema! —El yurita sabía que la estaba perdiendo—, mis primeras intenciones contigo no fueron decentes, lo confieso. Pero te conocí y... No quiero hacerte daño, no dejaré que te cases con ese maldito Marqués. Moveré cielo y tierra para que eso no ocurra jamás, si tengo que pedirle a mi rey que me acepte como su hijo predilecto, lo haré.

Zulema se quedó mirándole con la boca abierta y sin tener muy claro qué hacer o qué decir.

— No te creo.

—¿Qué necesitas para creerme?

— La verdad.

— No puedo —sentenció con derrotismo en su voz.

— No acepto esa respuesta.

— Temo perderte si te cuento la verdad—confesó, y nada más terminar aquella frase sintió que una fuerte presión en el pecho se disipaba.

— Me perderás de todas formas si no lo haces. Solamente siento que estoy jugando con fuego y que ya me he quemado, invitándote a entrar a mi hogar.

—Entonces estoy en un punto muerto, ¿verdad? — la abrazó por la cintura y la atrajo a su cuerpo. Ella comenzó a juguetear con su cadena, distraída— Prometo que te diré toda la verdad cuando llegue el momento adecuado. Pero ahora te esperan dentro de esa fiesta.

— Te sorprendería lo poco que me importa lo que puedan decir de mí y de mi reputación.

— No hace falta que lo jures— una risa ronca y aterciopelada brotó por su garganta, provocando un escalofrío de placer a Zulema— Pero aun así debes de volver.

La besó con ternura y la liberó de su abrazo.

— Y nada de aventuras que te pongan en peligro, ¿De acuerdo?

— No te puedo prometer nada.     

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