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10. Corre y Ladra

Zulema se removió con nerviosismo en el asiento del carruaje. Sintió que la áspera lana la irritaba la piel y se arrepintió de no haberse puesto una camisola más gruesa debajo del vestido.

—¿Te pegó? —La muchacha despegó su mirada del cristal de la ventana, sorprendida por la pregunta—¿Ese canalla fue capaz de levantarte la mano en vuestra propia casa?

—¿Qué más da que me haya abofeteado en mi casa o en el jardín del mismísimo rey? Nada le parará hasta que no me vea completamente sumisa.

Aquellas palabras pronunciadas sin ningún tipo de sentimentalismo en su voz, hizo que el corazón del muchacho se comprimiera. Lucas se frotó la cara con las palmas de las manos, tratando de controlar su furia. Quería golpear al Marqués por haberse atrevido a golpear a su amiga; quería golpear a sus padres por permitir que estuviera comprometida con un monstruo como él; quería golpear a ese estúpido General que tanto daño le había hecho en la fiesta de máscaras; y por último quería abofetearse a sí mismo por no sentirse tan estúpido.

—Hoy tacharé dos puntos de mi lista—comentó la muchacha con evidente nerviosismo—: beber whisky y visitar una taberna.

—Iremos al "Corre y ladra". Fue una taberna muy popular, aunque ya ha perdido fuelle —el muchacho se relajó en su asiento —. Aunque algunos nobles siguen frecuentándolo.

—¿Los nobles visitan tabernas?—preguntó, curiosa.

—Por supuesto.

—¿Por qué?

—Mujeres de compañía más económicas— el muchacho se encogió de hombros —. Aunque algunos aprovechan para hacer negocios con otros comerciantes. Por mucho que despotriquen de los comerciantes por tener que trabajar para ganar dinero, muchos les necesitan para sobrevivir.

El carruaje se detuvo, y la muchacha se puso en alerta. El corazón comenzó a bombearle sin compasión. Y su mirada no pudo despegarse de la fachada de aquella taberna. Había un tablero encima de la puerta que rezaba "Taberna Corre y Ladra", la luz del interior iluminaba la calle y varios hombres conservaban animadamente fuera. El conductor abrió la puerta y como no hizo ningún movimiento, Lucas se dirigió a ella con exasperación en su voz:

—¿Quieres que volvamos a casa?

La muchacha negó con la cabeza, pero sentía que sus piernas no estaban dispuestas a colaborar.

"¿Estoy preparada, o no?" se preguntó la muchacha. No podía arrepentirse ahora, no estando tan cerca de su objetivo. Puso un pie sobre la escalerilla plegable y se apoyó en la mano que le tendió el hombre.

Una vez fuera del carruaje, se armó de valor y esperó a su amigo sin poder despegar la mirada de la multitud que entraba y salía del establecimiento.

—No te preocupes, no pienso separarme de tu lado en ningún momento— le susurró Lucas a escasos centímetros de su oído. Se internaron entre el gentío y se encaminaron hacia la entrada.

El local estaba lleno de gente en diversos estados de ebriedad. Gritaban y reían con total naturalidad, y aunque Lucas había elegido la taberna más formal en la ciudad de Sigalí, Zulema no pudo evitar sentirse horrorizada y fascinada al mismo tiempo ante todo aquello. Aun así, Lucas admiró a su amiga, que incluso cuando un estridente coro de risas estalló en una de las mesas más cercanas que la hizo saltar de asombro en el sitio, supo recobrar rápidamente la compostura. Zuli no pudo despegar la mirada de otra mesa donde un hombre corpulento rodeó la cadera de una camarera pechugona y la atrajo a su regazo. Escandalizada, apartó la mirada, topándose con una pareja acaramelada que ansiaba el contacto el uno del otro. Sus mejillas se tiñeron de rojo y agradeció llegar a su mesa. Era una de las pocas mesas libres que quedaban en el local, estaba débilmente iluminada y aunque muchos pensaran que fueran pareja, no la importaba. Nunca la importó lo que la gente decía de ella, ¿por qué empezar ahora?

—No sabía que habría tanta gente esta noche. Sino, hubiera elegido otro sitio—dijo Lucas a modo de disculpa.

La muchacha negó con la cabeza. Aquel sitio era perfecto, cumplía cada una de sus expectativas. Iba a comentar sobre la cantidad de muchachas que había en aquel pequeño establecimiento, hasta que vio a una camarera dirigirse a ellos con una sonrisa pintada en la cara.

—¿Qué van a pedir?

Zulema miró con diversión aquella escena que tenía ante sus ojos. Lucas, estaba nervioso, mirando a cualquier otra parte que no fueran los dos abundantes pechos que con tanta gratitud se los mostraba la camarera.

—Dos vasos de whisky—pidió el muchacho.

—Ahora mismo vuelvo.

La camarera regresó después de unos minutos y se inclinó sobre Lucas, mostrándole de nuevo sus dos grandes atributos.

—¿Necesita algo más, mi señor?

— No, muchas gracias— respondió con una sonrisa nerviosa.

Cuando la muchacha se marchó, no sin dedicarle un último reproche, Zulema ensanchó la sonrisa.

—¿Frecuentas con normalidad estas tabernas?

Lucas, nervioso, se pasó la mano por el cabello, despeinándose.

—No. Bueno... Alguna que otra vez, pero...

—No tienes por qué excusarte, Lucas. Eres libre de hacer lo que quieras fuera del castillo.

—Lo sé, pero...

—¿Pero aun te cuesta contarme este tipo de cosas? —Dijo sin todavía creérselo— ¿A mí, que llevo una temporada envuelta en el escándalo? —le miró con diversión.

—Lo que me pone nervioso es que nadie te reconozca. ¿Cuántas veces has ido con tus padres a visitar los orfanatos o los comedores de caridad?

—Lucas, la ropa es un claro signo de estatus—se llevó la mano al cuello del vestido y acarició la tela áspera— Solo soy una muchacha que solo se puede permitir llevar un vestido de lana y ser invitada por un muchacho.

Lucas abrió la boca, pero se detuvo cuando la puerta se abrió y entraron un grupo de hombres. Su cara mudó de color.

—¿Qué ocurre, Lucas?

La muchacha se movió de su sitio.

—No te voltees—la ordenó.

—¿Qué ocurre, Lucas? Me estás asustando.

—El General Lohan acaba de entrar—dijo en apenas un hilo de voz—Está con su amigo y dos hombres que no he visto nunca en mi vida. Pero tienen el escudo de tu padre en el pecho.

—¿Marineros?

—Sí.

—¿Crees que están traicionando a mi padre?

—No lo sé, pero no deben de reconocerte. Marchémonos.

—¡Espera! —El muchacho volvió a plantar su trasero en su asiento— Llamaríamos demasiado la atención. ¿Están todavía sentados?

—No, se han parado a hablar con unas muchachas.

Zulema sintió una punzada de celos.

—Lucas, necesito que recuerdes el rostro de esos marineros.

El muchacho asintió, y el silencio cayó entre los dos muchachos. Zulema se llevó el vaso a los labios y tomó un pequeño trago. No pudo evitar disimular su desagrado. El líquido la hizo toser, y no pudo ignorar la leve quemazón que le infligió en la garganta.

—¿Puedo preguntarte algo íntimo? —preguntó con timidez.

—No seas estúpido, Lucas. Eres mi amigo y mi compañero de aventuras, no hace falta que me preguntes.

—¿Le amas? —Señaló al general con un gesto de cabeza— ¿Amas a ese general?

—No sé si amar es la palabra correcta pero... si, siento algo profundo por ese hombre.

—¿Por qué? ¡Lleva medio año robando a tu padre!

La muchacha se removió incómoda en su asiento.

—¿Acaso debería de sentir más aprecio por el Marqués de Damén? Me pegó esta tarde, Lucas. No quiero ni imaginar qué sería capaz de hacerme cuando la ley le ampare y pueda tratarme como a un perro.

—Pero es un maldito yurita, Zulema.

—¿Y qué? El pueblo estaba asfixiado de impuestos, se levantaron contra su rey y vencieron—resumió en pocas palabras lo que había leído en un libro que había sustraído de la biblioteca privada de su padre. Era muy difícil encontrar muchos más detalles de Yuria, parecía que la guerra hubiera destruido todas las crónicas durante aquel periodo temporal.

—El Rey Loco fue sustituido por su hermano, Eura Prufia, y su hijo bastardo fue nombrado General.

—¿Cómo sabes eso? —Demandó saber—¿Cómo sabes que él es... un hijo bastardo?

—Te sorprendería lo mucho que hablan los nobles mientras esperan a que su caballo esté listo. Además, los criados somos invisibles pero no sordos.

El silencio volvió a caer sobre ellos. Zulema tenía muchos pensamientos en su cabeza.

—Gracias por acompañarme hoy —dijo con completa sinceridad—. Sé que estas muchachas son... —sus labios parecieron negarse a pronunciar "prostitutas"

—Aquí conocí a Rox—comentó con indiferencia.

—¿Qué tal con ella?

—Me gusta, pero es muy duro. Su trabajo es muy complicado. No hay día que me preocupe si estará bien o no.

Zulema no supo qué contestar. El oficio de Rox era peligroso y muy distinta a su vida. No era quien para darle consejos.

—Marchémonos—comentó Lucas, sin esperar a que su amiga replicara, se levantó de su asiento y dejó unas monedas en la mesa—. Acaban de sentarse en una mesa , no se percatarán de nuestra presencia.

La muchacha asintió, y siguió a su amigo sin separar la mirada del suelo, ocultando su rostro tras su cabello. Pero la taberna estaba aún más repleta de lo que estaba cuando llegaron y perdió de vista a Lucas. Trató de sortear a toda la cantidad de personas que había, pero cuando trató de sortear a un hombre corpulento notó un fuerte pisotón que la hizo soltar un pequeño grito de dolor.

—Lo lamento, señorita.—El general se quedó en silencio cuando la muchacha levantó la cara, sorprendido.

—No se preocupe.

La muchacha no perdió ni un segundo en escabullirse entre la multitud.

— ¡Espera!

Trató de retenerla, agarrándole el brazo, pero se zafó de su agarre y se perdió entre la multitud. Lohan maldijo su suerte, su tamaño, a cada uno que frecuentaba aquella estúpida taberna y a esa mujer que tenía la manía de estar en todos los sitios donde no debería de estar. No pudo contener la ira cuando la vio introducirse en el mismo carruaje que un hombre rubio. No sabía quién era, pero deseó desfigurarle su delicado rostro con los puños.

Volvió a su asiento y con una simple mirada de precaución, hizo que su amigo se reprimiera todas las preguntas que le había generado su extraño comportamiento. Mientras los demás reían y hablaban, él solo pudo pensar en la forma de abordarla la próxima vez que se vieran.

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