Capítulo I
Romero Cots no había tenido una vida fácil. Los que fueron sus compañeros de juegos de niña se burlaban porque no era bonita, y no querían ni siquiera hablar o jugar con ella.
Y si la infancia fue dura, su adolescencia lo fue más aún, pues los muchachos que la habían humillado ya no solo la insultaban por no ser hermosa, sino por cualquier cosa que la pobre hiciera. Siempre estaba en el punto de mira de los gamberros de su vecindario y los que no la denigraban la trataban como a una apestada, ignorándola y actuando como si no existiera.
No fue hasta cumplidos los diecinueve cuando, tras la inmigración de un gran número de gentes de Sabadell a su vecindario de agricultores, conoció realmente el significado de la amistad. Porque fue una de aquellas forasteras, Guillermina, la que se convirtió en su única amiga junto con su prima Carme.
Ambas la ayudaron y comprendieron desde el primer momento. Guillermina, que pertenecía a una familia de nobles arruinados, le enseñó a leer y escribir.
A pesar de tener fama de huraña, sus seres queridos eran lo más importante para ella. Por eso no fue extraño que, en el año 799, dos días después de que el señor de la ciudad de Egara pidiera voluntarios para enfrentarse al terrible monstruo infernal que la atacaba desde hacía semanas, Romero fuera la única voluntaria.
—¿Estás segura? —su madre, Roser Cots, sí tenía miedo—. Tu habilidad con el arco es casi tan buena como la de tu padre, pero no sabemos a qué criatura te enfrentarás.
—Guillermina y Carme están enfermas desde hace una semana y necesitan el dinero de la recompensa para sus medicinas. —Terminó de cocinar las gachas y suspiró—. La verdad, odio tener que salir de mi vida discreta, pero no quiero perder por nada del mundo a mis dos únicas amigas.
No temía al monstruo, que según decían, venía del Infierno, mataba al ganado, provocaba que las gallinas no dieran huevos y la muerte de los hombres a quienes se enfrentaba.
—Entonces, adelante, hija mía. Tengo confianza en que mi sangre que corre por tus venas puede lograr cosas milagrosas.
Pues yo no quiero ser alguien importante que hace milagros. Venceré al monstruo, me darán la recompensa y que se olviden de que existo para siempre.
—¿Vas a ignorar todo como cuando destruyes lo que escribes? —Roser sentía una cuchillada en el corazón cada vez que eso ocurría.
—Espero que sí. No quiero ser el centro de atención como cuando los jóvenes del vecindario me hacían la vida imposible por razones absurdas.
*******
Carmel era el señor de Egara, el hombre con el cargo más alto de gobierno de la ciudad. Además, como hijo del Conde de Barcelona, tenía mucho poder y riquezas, por eso, hacía años se le había concedido el privilegio de residir en el Castillo, cuya propiedad nunca estaba en las mismas manos.
Por todo esto se podría decir que, a sus treinta años, Carmel era un hombre afortunado.
Pero a pesar de que la mayoría de los habitantes de Egara lo querían y apoyaban, Carmel era un individuo triste y solitario que no siempre disfrutaba de lo que tenía.
Había enviudado dos veces y tenía tres hijos, la mayor de doce años y el más pequeño de tres.
Desde hacía medio año parecía que el señor estaba de mejor humor, entre la gente de su castellanía se decía que no lo veían tan apenado como de costumbre y que salía a menudo del Castillo para dar paseos y visitar a los que cultivaban sus tierras y así comprobar que era una zona rica y próspera.
Sin embargo, desde hacía un mes, el monstruo de los Infiernos que habitaba en el bosquecillo cercano a las huertas de los Serra había hecho mella en él de una forma tan dura y destructiva como la de otros acontecimientos funestos de su triste vida.
Por eso envió por toda la ciudad el encargo de que alguien se adentrara en el bosque para aniquilar a la malvada fiera que no pudo ser vencida antes por sus hombres de armas.
Le animaba el haber visto en un sueño, que consideraba una pequeña herencia de su madre bruja, que el encargado de esa victoria sobre el monstruo diabólico debía de ser un hombre de a pie sin título ni oficio militar.
Cuando dos días después de aquel encargo llegó uno de sus hombres con la noticia de un voluntario, Carmel se sintió esperanzado. Y rezó para que aquel varón normal y corriente, que quería acabar con el mal que asolaba Egara, reuniera todo el valor y la fuerza suficiente para conseguir su victoria.
—Sí, mi señor —confirmó su consejero mostrando un nerviosismo que Carmel no comprendía—. Hay un voluntario.
—¡Pero esa es una magnífica noticia! ¿Por qué os mostráis tan apagado?
—Porque el voluntario es una mujer. Dice que está preparada para vencer a ese monstruo infernal porque su padre le enseñó a disparar con el arco hace años.
—No puede ser... — el señor se sentó, desolado—. Una mujer no puede vencer a un monstruo. No lo veo posible.
—Ella misma me ha dicho que también aprendió a leer y escribir en solo dos semanas. Y es agricultora. La verdad es que me parece una locura enviar a una mujer indefensa a esa misión tan peligrosa. Se llama Romero Cots y tiene veintisiete años. Mi señor, ¿qué pensáis hacer?
—Es la única voluntaria y el tiempo se agota. —Carmel se santiguó dos veces seguidas y suspiró—. Tráemela aquí. Quiero hablar con ella y saber si de verdad está preparada.
—¡Pero es una labriega loca que no sabe a lo que se enfrenta!
—Hablaré con ella de todas formas. Cuanto antes, mejor.
El hombre de confianza del señor asintió con la cabeza y envió a un emisario para que fuera en busca de Romero.
Cuando la joven entró en la sala del Castillo adornada al estilo visigodo, donde el señor se encontraba, sintió un terror repentino.
No era miedo a enfrentarse al monstruo, pues confiaba en la manera en la que había afinado su puntería con el arco en la última tarde y todos en su zona de pastos contaban que su padre era el mejor arquero desde pequeño. Temía el protagonismo que podía alcanzar ahora que se disponía a cumplir aquel encargo.
Carmel miró sus ojos ambarinos y vio en ellos el valor que necesitaba la persona adecuada para la misión.
—Romero —dijo Carmel después de que la joven hiciera una reverencia—. ¿Estás segura de lo que quieres hacer? —ella asintió con la cabeza tímidamente—. ¿Y cuándo cumplirías con tu misión?
Carmel vio coraje y muchísima fuerza en Romero, una fuerza que lo reconfortaba sin saber por qué.
—Ahora mismo, mi señor —afirmó, solo pensando en la recompensa económica con la que podría curar a su amiga y a su prima—. En cuanto salga de aquí.
—¿A-ahora? —Carmel abrió mucho los ojos grises y su mano temblaba alrededor de su preciado broche decorado con pequeñas gemas de colores—. Pero necesitas prepararte. Puedo entregarte a alguno de mis soldados para que te escolten.
Señaló a su derecha donde, como siempre, el personal de Carmel eran mitad visigodos y mitad musulmanes gracias a que su padre cristiano desposó a su madre bereber.
—No. Lo haré todo yo sola, debo hacerlo por dos seres muy queridos para mí que lo necesitan. —Ella era una de las más satisfechas con aquellos lazos tan amables que compartían visigodos y árabes, pero su decisión era firme.
—Está bien. Ve ahora. Si vences, obtendrás tu recompensa. —La joven hizo una reverencia como despedida antes de irse—. Qué Dios te dé fuerzas para lo que quieres hacer.
Romero hizo otra reverencia y salió de la sala. El mejor consejero del Señor, que había estado todo el rato junto a ella, miró a Carmel con escepticismo.
—Enviáis a esta mujer a una muerte segura. Lo sabéis, ¿verdad?
—No lo sé, Ahmed —respondió Carmel, cada vez más esperanzado que atemorizado—. Pero tanto si muere como si no, quiero que la investiguéis. Preguntad por las calles, quiero saberlo todo de ella: Quién es su marido, dónde vive, quién es su padre, cuánto producen las tierras donde trabaja. Todo. Quiero asegurarme de que no es una enviada del Diablo como el monstruo al que quiere matar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro