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14 | un beso de despedida

El agua de la piscina aún resonaba con las carcajadas de jeongin y Hyunjin, un eco de la felicidad que habían compartido. Pero al salir, jeongin sintió el peso del mundo real caer sobre sus hombros. Su teléfono, un portal a una realidad menos amable, mostraba una serie de llamadas perdidas de su madre. El pánico se apoderó de él mientras el reloj confirmaba sus temores: era tarde, muy tarde.

Hyunjin, con una preocupación palpable en su voz, preguntó...

—¿Jeonginnie?¿Todo bien?

—No —fue la respuesta apresurada del pelirosa —tenemos que irnos ya.

La llegada a casa fue tensa, con el corazón de Jeongin latiendo al ritmo de las posibles consecuencias. Su madre lo esperaba, una figura imponente. Sin mediar palabra, jeongin bajó del coche, solo para recibir un golpe que le quemó la mejilla y le heló el alma.

—¡Me has mentido! —gritó su madre, con una furia que cortaba el aire. Jeongin intentó hablar, pero las palabras se ahogaron bajo el grito de su madre, obligándolo a bajar la cabeza en sumisión.

Hyunjin, con una valentía nacida de la preocupación, se enfrentó a la madre de Inie.

—Fui yo —dijo, pero la respuesta fue un rechazo frío.

—Lo sé, y quiero que te alejes de Jeongin. No permitiré que alguien como tú... —Su voz se quebró, dejando la sentencia en el aire. Hyunjin intentó defenderse, pero las palabras de la mujer lo golpearon con la misma fuerza que el golpe a jeongin. —Eres igual a tu madre —Con esas palabras, ella se adentró en la casa, dejando a Hyunjin con una preocupación que iba más allá de la noche. ¿Su madre?¿Que tenía que ver ella?¿Por qué ellos siempre hacían mención a eso?

La discusión con la madre de Jeongin había dejado a Hyunjin sumido en un mar de pensamientos. La noche se extendía fría y solitaria, como un espejo de su corazón confundido. Quería ver a Jeongin, perderse en la calidez de sus besos y acariciar su cabello rosa que siempre parecía retener el último rayo de sol del atardecer.

De repente, un pequeño grito rompió el silencio, arrancando a Hyunjin de sus cavilaciones. Al asomarse por la ventana, su mirada encontró la figura de jeongin. Una sonrisa involuntaria floreció en sus labios; el frío parecía retroceder ante la visión del chico.

—¡Hay una escalera aquí cerca! —exclamó Hyunjin, su voz un susurro emocionado en la quietud de la noche. Con ojos brillantes, jeongin la encontró y ascendió con agilidad, hasta quedar sentado en el alféizar, invadiendo el espacio de Hyunjin como siempre había invadido su mente.

Sin un ápice de duda, el pelirosa se inclinó hacia adelante y depositó un beso en los labios de Hyunjin. Era un beso que hablaba de promesas no dichas y sueños compartidos, un fluir de emociones que parecía detener el tiempo.

Pero al separarse, jeongin fue quién habló con una voz quebrada por la resolución. —Esto debe terminar aquí. Todo volverá a ser como antes.

Hyunjin sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. —Eso no es justo —protestó, pero jeongin fue implacable.

—No somos Romeo y Julieta, Hyunjin. No hay un final feliz para nosotros, solo fue una aventura pasajera... Y tampoco para ellos.

—¿Nunca sentiste nada por mí? —preguntó Hyunjin, la desesperación tiñendo su voz.

La respuesta del pelirosa fue un susurro que llevaba la pesadez de un adiós. —No... solo te usé para olvidar a Minho. Como dije, todo será igual.

Con esas palabras, Jeongin se deslizó fuera de la ventana y de la vida de Hyunjin, Jeongin se alejaba por la escalera, cada paso un eco en el corazón de Hyunjin.

(...)

Las semanas habían pasado como hojas arrastradas por el viento otoñal, y con ellas, la tensión entre Jeongin e Hyunjin se había convertido en una danza de miradas furtivas. Durante los ensayos de la obra escolar, sus ojos a menudo se encontraban, cargados de palabras no dichas y sentimientos reprimidos.

Jeongin, atrapado entre el deseo de su corazón y el deber hacia su madre, se encontraba en un banco frente a la escuela, sumido en sus pensamientos. Minho se acercó con pasos silenciosos, su presencia una mezcla de consuelo y conflicto.

—En otras circunstancias, estaría emocionado — suspiró Jeongin, su voz apenas un murmullo.

Minho, con una mirada que revelaba una comprensión recién descubierta, confesó, —Siempre supe lo que sentías, pero nunca me importó... hasta que él se interpuso.

Jeongin desvió la mirada, su voz firme, —Eso ya no importa. Lo que sea que tuviéramos, se acabó.

—Pero eso es egoísta ,—replicó Minho, ofreciendo un rayo de esperanza en la oscuridad. —Debes considerar los sentimientos de Hyunjin.

Jeongin negó con la cabeza—Es solo un capricho.

—No, Jeongin —insistió Minho —Desde que tengo memoria, Hyunjin te ha mirado de manera diferente. Y no lo culpo, eres alguien muy especial y lindo.

Un sonrojo tiñó las mejillas de Jeongin, y con una voz aniñada, bromeó, —Hyung, me haces sonrojar —provocando la risa de ambos.

—Piensa en lo de Hyunjin —aconsejó Minho, y Jeongin asintió, aunque sin convicción.

Mientras tanto, a lo lejos, Hyunjin observaba la escena con una sonrisa amarga. La risa de Jeongin y Minho llegaba a sus oídos como una melodía distante, mientras su expresión se tornaba triste y sus dedos se aferraban a la tela de su chaqueta, como si intentara sostener algo que ya se le escapaba.

(...)

Hyunjin, oculto en la distancia, sentía cómo cada risa compartida entre Jeongin y Minho era un golpe a su corazón. La tristeza se mezclaba con una sensación de pérdida, una tormenta silenciosa que amenazaba con desbordarse.

Con cada fibra de su ser, quería correr hacia ellos, exigir explicaciones, o simplemente entender por qué el destino parecía empeñado en separarlos. Pero en lugar de eso, Hyunjin se mantuvo inmóvil, su figura una sombra entre las sombras.

La noche caía sobre la escuela, y con ella, la soledad se hacía más profunda. Hyunjin sabía que debía enfrentar la realidad de sus sentimientos y los de Jeongin. Con un suspiro que llevaba el peso de mil palabras no dichas, se alejó, su silueta desvaneciéndose como un susurro en el viento.

El rubio no miró atrás, no porque no quisiera, sino porque cada paso era un esfuerzo por preservar lo poco que quedaba de su dignidad. Hyunjin se prometió a sí mismo que encontraría la manera de seguir adelante, incluso si eso significaba dejar ir a Jeongin.

(...)

Jeongin se detuvo en la puerta de su casa, su mirada se desvió involuntariamente hacia la residencia de Hyunjin. Un suspiro se escapó de sus labios mientras las imágenes del día en la piscina inundaban su mente. Había sido, sin lugar a dudas, un día excepcional. La risa de Hyunjin resonaba en sus oídos, y el calor de los rayos del sol parecía pálido en comparación con la calidez de su compañía.

Pero entonces, las palabras de Minho vinieron a él como un eco distante, provocando un torbellino de emociones que no podía ignorar. Su cuerpo reaccionó antes de que pudiera procesar el pensamiento, llevándolo a través de la calle y hasta la puerta de Hyunjin. El corazón de Jeongin latía con fuerza contra su pecho, cada golpe un recordatorio de lo que estaba a punto de enfrentar.

Jisung, abrió la puerta con una sonrisa despreocupada. —¿Hyunjin está en casa? — preguntó Jeongin, su voz apenas ocultaba la urgencia que sentía.

—Sí, está en su habitación —respondió Jisung, moviéndose a un lado para dejarlo pasar.

Jeongin asintió con gratitud y se adentró en la casa, subiendo las escaleras dos peldaños a la vez. Se detuvo frente a la puerta de Hyunjin, su mano temblaba ligeramente al alcanzar el pomo. Con un suspiro para calmar sus nervios, giró la manija y entró en silencio.

La habitación estaba en penumbra, las cortinas dibujaban sombras suaves sobre la figura de Hyunjin, acostado en su cama. El libro de «Romeo y Julieta» cubría su rostro, y su cabello rubio, desordenado, se esparcía sobre la almohada como hilos de oro. Jeongin se acercó con pasos silenciosos y se tumbó a su lado, su presencia un susurro en la quietud de la habitación.

Hyunjin gruñó, su voz adormilada llenó el aire. —Jisung, ¿cuántas veces te he dicho que no entres sin llamar?

Pero al retirar el libro de su rostro, Hyunjin se encontró con los ojos de Jeongin, y el mundo pareció detenerse. Los ojos rosados de Jeongin reflejaban una determinación que Hyunjin nunca había visto antes. Era un momento de reconocimiento, un silencioso acuerdo de que lo que había entre ellos era algo que ya no podían negar.

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