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El encuentro.

La dispuesta Nodriza, partió de casa de los Capuleto, encaminándose hacia la villa de los Montesco con la misiva de su señora en las manos. Arribada a la puerta del servicio, junto a su escolta nombrado Pedro, se dirigió a la servidumbre.
Demandó, en nombre de su ama, si podía entrevistarse a solas con el criado de Romeo, Baltasar.
Se disputaron la decisión, mas al fin Sansón, criado principal de Capuleto, discurrió que no habría ningún mal si los dos criados se veían.

—Decidme, Nodriza, ¿cuál propósito os trae?

—Porto una misiva de mi señora, tened a bien entregarla a vuestro señor. ¿Está en sus aposentos?

—No es asunto de su incumbencia, mas le diré que tan pronto como el sol comienza a discurrir por el firmamento, se aísla y enjaula en su alcoba.

—Esta disposición de ánimo le será fatal, si no abandona la causa de su melancolía.

—Atended aquí, en un suspiro entregaré la misiva y retornaré con la respuesta.

En la carta entregada a Romeo, se leía lo siguiente:

«Mi odiado Romeo, nuestras disputas se remontan atrás en el tiempo y no alcanzo a recordar la razón. Mas la desdicha nos ha de unir para forjar una espada, que pueda romper las cadenas que nos quieren imponer.

El amor es un humo formado por el vapor de los suspiros que, alentado, se convierte en un fuego y brilla en los ojos de los amantes. Mas a nosotros sólo nos une un mar que alimenta nuestras lágrimas.
La pena que oprime mi alma, convierte mi corazón insondable en un capullo, roído por un destructor gusano, que me impide desplegar mis tiernos pétalos al aire y poder ofrecer sus encantos al sol.
Al carecer de mi amado, al que he de seguir sin demora, largas me parecen las horas hasta nuestro encuentro.
¿Podréis vos reuniros conmigo, en el puente de mis dominios? La hora y la fecha la dejo a su disposición, empero ha de efectuarse antes de nuestro enlace. »

Romeo, tras estudiar la carta, escribió una pronta respuesta, citando a su odiada Julieta a las diez, caída la noche de esa misma jornada.

Aconteció la puesta del sol y las sombras se tornaron más sombrías. Los dos jóvenes, desesperados, se encontraron junto al puente.

—En buena hora llegó, caballero Romeo —saludó Julieta al verlo —, su tardanza me sumió en la tristeza, pues asumí que ya no vendría, empujado por nuestra enemistad .

—No debió temer mi tardanza, pues entre mis mayores deseos, está conseguir despojarme de la condena impuesta por nuestras familias.

—¿Y cómo pensáis lograrlo? Con orgulloso esfuerzo os seguiré, si con ello no acontece lo que más detesto. De día, de noche, a cada hora, mi único afán es reunirme con mi amado pirata.

—El amor trae eso con él, desespero y precipitación, mas debemos ser precavidos. Nadie ha de saber jamás, a aquello que hemos venido. Pronto la brumosa noche dará el paso a la albada, regresarás a tu alcoba y ya no dirás nada. Julieta, la mujer que más odiaba, me das un motivo ahora para que queden en el olvido nuestras rencillas pasadas.

—¡Ay mi odiado, Romeo! Somos tan parecidos, pena es que nuestros corazones, estén fuera del alcance de Cupido. Cuando vos halléis la manera de romper nuestras cadenas, hacédmelo saber a través de los criados. Esperaré noticias vuestras y espero que sean prontas.

—No temáis, Julieta, hallaré la manera, al otorgarme el honor de ser el confidente de vuestras pasiones me conferís una gran responsabilidad. Yo tenía a las mujeres como febles vasijas mas vos me demostráis una gran valentía.

Y así, Romeo y Julieta separaron sus caminos para regresar a sus casas. A través de las densas cortinas de niebla, entraron furtivos a sus aposentos.

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