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Desenlace inesperado

Tras la sombría noche, el matinal rocío escondía el llanto de nuestros dos jóvenes. El sol no lograba aliviar su disposición de ánimo.

En la morada de los Capuleto, el jefe de la casa, se presentó ante la alcoba de su amada hija, para penetrar las causas de su melancolía.

—Estimada Julieta, la dueña de mis desvaríos, mi única esperanza. Seréis vos la afortunada heredera de todos mis bienes, mas debo deciros que no puedo dejar marchitar vuestra belleza. Os juzgué a propósito para el matrimonio, esperaré impaciente que el joven Romeo gane vuestro corazón, pero no más de dos estíos. Ese joven tiene mi aprecio y si lo apruebas será un hijo de esta casa.

—¡Alejaos, padre, por Dios!, no quiero proferir necedades, mas no comprendéis el dolor que me aflige. Ya no doy razón de mí misma. Siempre fui bella y discreta, pero vos conocéis el aprecio que no le tengo a Romeo, ¿entre todos los posibles, escogisteis al más odiado?

—Él ostenta buena posición mi bella Julieta. Juntas nuestras fortunas, seremos personas influyentes y nuestra fortuna aumentará. Concede ese honor a tu anciano padre. Lloricona criatura, quejumbrosa muñeca, si no queréis casaros os perdonaré mas no habitaréis más conmigo. Por mi alma, jamás os reconoceré así os vea mendigar en la calle. Vos sabéis que no quebrantaré mi palabra.

—Tan cruel es decir a una servidora que sólo la avaricia guía su desafortunado destino. No hable más honorable señor, no puedo con más desdenes. 

Antes de la puesta de sol del segundo día, un atribulado Baltasar llegó a la villa de los Capuleto. Portaba una misiva especial, que debía entregar en mano a la bellísima Julieta. 

—Atienda usted un momento, solicitaré la presencia de la doncella Julieta.

Al escuchar de la misiva, el corazón de Julieta vibró, pues sabía que su odiado Romeo había logrado hallar la solución a sus desdichas.

—Dígame, Baltasar,  ¿dónde escondéis la misiva?

—Aquí la tiene, mi señora, esperaré su respuesta.

—No demoréis el retorno, pues sin leer estas letras, decidle a mi odiado Romeo que estoy en disposición para lo que mande en su carta.

—Así lo haré, mi señora.

Y así se comprometió una impulsiva Julieta, sin saber cuáles planes se hallaban en aquella carta, ni tan sólo si aquéllos se adaptarían a sus propios intereses.

Una vez en la soledad de su alcoba, a salvo de cualquier alcahueta, procedió a leer las letras que supondrían su libertad.

«Mi odiada Julieta, he aquí el resultado de mis elucubraciones:

El día que vos designéis, que me ha de ser notificado, yo dispondré lo necesario. Nos reuniremos en el puente señalado, a la hora de la albada, allí ambos, de la mano, nos lanzaremos al río.

No temáis mi desvarío, pues más allá de las contadas nos espera un remanso, donde previamente habré alojado ropajes secos y caballos. A partir de ese momento, mi bella y odiada Julieta, nuestros caminos irán por separado.

Recordad traer sustanciales, para llegar hasta vuestro amado.

Esperaré con anhelo vuestra respuesta. Siempre dispuesto: vuestro odiado.

El día decidido, justo antes de la albada, Julieta y Romeo se encaminaron a desafiar su destino. Ambos en el puente, bajo sus pies el rio Adigio. Entrelazaron sus manos y se lanzaron al vacío. Cuando sus cuerpos ardientes toparon con las frías aguas, se zambulleron de lleno hasta sus oscuras profundidades. Hubo un testigo mudo que vio a los jóvenes lanzarse, mas no consiguió descubrir si emergieron a la superficie. Él fue el desdichado de comunicar las malas nuevas. 

Más abajo en el río dos jóvenes emergían, ambos abrazados, son reían, al haber esquivado al destino que sus padres les marcaron. Tras secarse y vestirse de nuevo, ambos se despidieron, Julieta fue tras su pirata y Romeo en busca de aventuras. ¿Fueron felices? 

Quizás en otra ocasión, pueda contarse esa historia, mas este corto relato llega ahora a su fin.

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