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Tres: No entres en pánico


Ella estaba allí, sentada frente a mí. Había dejado su bolso en el suelo y pretendía anotar algo en un cuaderno mientras la profesora daba la clase. Lola, ubicada a mi lado, no dejaba de mirarnos.

Me recargué en el respaldo.

¿Por qué hacía eso?, ¿por qué se aparecía con tanta calma y simplemente se sentaba a tomar apuntes, sin dirigirme la palabra?, ¿por qué no estaba en Las Vegas?

Quizá ella era de este instituto y no estaba enterado. Fue a Nevada el mismo fin de semana que yo, por pura casualidad. O a lo mejor era una psicópata que planeó todo y esperó el momento indicado para hacer que nos casáramos, porque estaba obsesionada conmigo.

Suspiré.

No podía culparla.

Pasé la siguiente hora pensando distintos escenarios y llegué a la conclusión de que lo mejor para mi salud mental sería tomar como verídica la razón menos terrible: Nos casamos, ella se dio cuenta a tiempo, anuló el matrimonio antes de las veinticuatro horas y tomó un avión hasta aquí para avisarme que todo estaba en orden. No podría explicar su tranquilidad, de otra forma.

Cuando la hora acabó y el timbre sonó, me apresuré a juntar mis cosas y seguirla fuera de la clase. Lola quedó atrás, no importaba. No había tiempo para ella. Era un soldado caído.

—Farrah.

Ella comenzó a caminar por el pasillo sin dignarse a voltear y seguramente con la intención de mezclarse entre la masa de estudiantes. Pero era casi imposible perder de vista a un arbusto rojizo de más de metro ochenta. Así que aceleré el paso.

—Farrah, Farrah, Farrah, Farrah, Farrah. —Comencé a caminar a su lado. Con sus plataformas, me pasaba por tal vez cinco centímetros, así que tuve que alzar un poco la cabeza. Apreté los dientes—. Farrah, con un demonio.

La vi presionar los labios, aún con la vista al frente, y esforzarse por no sonreír.

—¿Estás nervioso, Marco? —preguntó.

Respiré hondo para reunir toda mi paciencia.

—¿Qué pretendes de mí? ¿Nos casamos? —quise saber, desesperado— ¿Anulaste el matrimonio? —cerré los ojos—. Si dices que no, te juro que me emborracharé hasta la muerte.

La pelirroja dejó de andar de forma abrupta y tardé unos pasos más en detenerme. Me arrugó la frente y todas las pecas de su rostro se hicieron más visibles.

Recordé aquella noche y lo mucho que me había gustado ella. Pasamos toda la madrugada juntos, bailamos, cantamos, fumamos y nos contamos los peores chistes del mundo. Por un momento olvidé a Jordan, porque ella me había resultado algo completamente diferente.

No podría encontrarlo jamás en su melena rojiza, en sus miles de pecas, en su olor a tabaco o la áspera tela de su falda. Pensé que un clavo podría sacar a otro clavo, pero allí estábamos, parados uno frente al otro. Y yo no sentía más que arrepentimiento. Farrah había sido un error.

—Seguimos casados —me aseguró.

Me dieron ganas de vomitar. Tenía que ser una broma.

—Bueno, podemos solucionar esto. —Me acerqué a ella para hablar en voz baja. Los estudiantes parecían estar en sus propios mundos, pero se seguía sintiendo raro platicar de ese tipo de cosas en un espacio tan público—. Tienes el acta, ¿verdad? —asintió. Mi mente trabajaba a todo lo que daba—. Hablaré con mis padres ¿Tienes idea de cuánto se tarda la anulación de un matrimonio de tres días?

Pensé en mamá, en papá y en lo mucho que se enfadarían conmigo. Estaba seguro de que ellos sospechaban que yo era un idiota, pero no se imaginaban la magnitud del problema. No más fiestas para mí hasta los veintiuno, ni dinero para la motocicleta o la universidad.

«Tú no quieres seguir estudiando, imbécil».

Me obligarían a hacerlo, entonces.

—Pizza. —Chasqueó los dedos frente a mi cara para llamar mi atención—. Te distraes muy fácil, eh. No podemos anular el matrimonio.

—¿Cómo que no?

La expresión de la pelirroja se suavizó. Durante esa noche que pasamos juntos existió cierto nivel de confianza que desapareció en cuanto volví a verla. Pero en aquel momento observé su rostro y recordé lo cómodo que me había sentido en su presencia. La había considerado una amiga. Ese tipo de amistad que llegas a hacer con alguien estando borracho.

—Si anulas el matrimonio, Marco, dejaré de estar emancipada —me informó. Juntó un poco las cejas con preocupación y vi cómo sus manos comenzaban a jugar con la correa de su morral—. Tendré que volver a casa de mis padres.

Me rasqué la nuca y entrecerré los ojos.

—¿Y eso es malo?

—Marco —repitió, esta vez tajante, antes de negar en advertencia.

Abrí la boca sin saber exactamente qué decir. Una parte de mí quiso preguntar a qué se refería, pero la otra se hizo una idea de lo que estaba hablando. Permanecí con los ojos fijos en ella, a la espera de que con algún gesto confirmara lo que estaba pensando.

—No puedo volver a Nevada.

El timbre volvió a sonar. La masa de estudiantes aceleró el paso y un par de maleducados se atrevieron a caminar por el espacio que habíamos dejado entre nosotros.

—Lo siento, Pizza —se alzó de hombros e hizo el amague de marcharse—. Debo levantar materias.

—¡Farrah! —Atrapé su hombro para retenerla y algunos estudiantes volvieron la cabeza para mirarme antes de seguir caminando. Yo sólo esperaba que papá no estuviera cerca. Sería el colmo— No puedes irte así, sin más ¡Estamos casados! —chillé en un susurro—. Dime qué mierda hago con eso.

Una mano se posó en mi hombro y los dos nos volteamos para ver a quién pertenecía. Afortunadamente, sólo se trataba del profesor de teatro. Él estaba demente, pero no representaba una autoridad intimidante, como mi madre. Digo, mi padre.

—Deberían estar yendo a sus clases.

Yo debería estar soltero.

—En eso estamos. —Farrah sacó mi mano de su hombro y tomó mi rostro entre sus manos antes de dejar un beso un poco bruto en mis labios—. ¡Pensaré en algo mañana!

Dicho eso, se apresuró a marcharse antes de que el profesor o yo fuéramos capaces de procesar lo que había hecho. Sabía que sólo me besó para molestarme. Era hilarante el hecho de que nos hubiéramos acostado y un simple beso me resultara tan impresionante, pero yo no buscaba nada con ella. Y mucho menos aquí, tan cerca de Lola, Jordan y mi familia. Necesitaba que esa pesadilla acabara cuanto antes.

Tenía demasiados problemas en mi cabeza como para sumar este.

Miré al profesor. Él tenía la mano aún sobre mi hombro y la vista fija en la pelirroja que estaba apunto de doblar por un pasillo. Bajó la cabeza hacia mí, impresionado, y alzó sus cejas rubias para enfatizar su aparente confusión.

—Creí que te gustaba el pepino.

***

—¡Marco!

Oí la voz aguda de Lola a menos de medio metro y alcé la cabeza, sorprendido. Sentí el agarre de sus manos en mi chaqueta y antes de que fuera capaz de reaccionar de alguna forma la rubia me jaló contra su cuerpo con fuerza.

«Dios bendito».

—Lola. —Me aparté de ella entre quejidos de ambos y extendí los brazos para que no se atreviera a invadir mi espacio personal—. Luego no sabes por qué Jordan cree que te gusto.

Ella volvió a estirar los brazos, esta vez para poner sus manos a cada lado de mi rostro y mirarme con los ojos demasiado abiertos, como la desquiciada que era. Afortunadamente, la iluminación del salón de actos era lo suficientemente baja como para que no llamáramos tanto la atención. Sumado al ruido y parloteo que generaban los demás estudiantes al ingresar y los gritos del profesor de teatro, podría decirse que conseguíamos camuflarnos.

—¿Dónde está Farrah?

Me pasé una mano por el cabello e hice una pequeña mueca para dejar en claro lo mucho que me disgustaba hablar de ese grano en el culo.

—No lo sé, pero espero que tirándose de un puente.

Me entrecerró los ojos.

—No seas desagradable con tu esposa.

—¡Ay, cállate, Lola!

Aparté el rostro, exasperado, y me zafé del agarre de sus manos mientras ella reía. Siempre era así, pero aquel día en específico mi paciencia se acababa muy rápido y los nervios parecían comerme vivo.

Gran parte del ruido que se estaba generando a nuestro alrededor cesó. Los estudiantes se volvieron a vernos e incluso el profesor dejó de gritar para prestarnos atención. La carcajada de Lola resonó en todo el auditorio. Luego de unos segundos, ella pareció percatarse de la situación, miró a su alrededor y su risa fue bajando paulatinamente.

—Uff... Marco. —Me dio una palmada en la espalda, bajo la atenta mirada de todos—. Ese chiste fue tremendo. Sigue así.

La multitud volvió a lo suyo y las charlas regresaron. Me pareció oír al profesor decir «payasos» antes de volverse hacia el escenario. Suspiré.

Una vez que ocupamos nuestros asientos, él echó su bufanda hacia atrás y fue directo al frente. Éramos alrededor de cincuenta. Cincuenta ridículos que volveríamos a representar Romeo y Julieta, como en todos los años. 

Quiero decir, estaba bien, pero ya me estaba cansando de hacer siempre a Romeo. Me sabía el guion de memoria.

—Animales. —El profesor unió sus manos en un sólo aplauso y generó que todas las cabezas giraran a verlo—. Necesito que propongan la obra de fin de año para comenzar a trabajar en ella. —Una chica sentada dos filas por delante de mí alzó la mano y el profesor la señaló—. Escupe.

—Romeo y Julieta.

—No puede ser —me quejé. No podía creerlo. Todos se volvieron a mirarme y me incliné hacia adelante para hablarle—. ¿Otra vez?

El profesor, parado a una distancia desde la que podría admirar el mundo arder sin verse perjudicado, se cruzó de brazos y me miró con interés. Teatro era la única asignatura en la que no me regañaban por ser dramático, especialmente porque él nos alentaba a expresarnos. Y si nuestras emociones salían con palabrotas, bueno, bienvenidas sean.

Ella se giró para verme desde su asiento y me percaté de que se trataba de Farrah.

Maldita sea, esa chica quería arruinarme.

—Más vale mierda conocida que mierda por conocer, grandísimo imbécil ególatra. —Toda la clase contuvo el aliento—. Proverbio chino.

—Che dici? —Me paré y moví el antebrazo con los cinco dedos juntos apuntando al techo—. Maleducada.

Ella se paró sobre su asiento e hizo amague de pasar por arriba de las butacas para buscarme.

—¿A quién le dices maleducada, italiano famélico?

Imité su gesto y me paré sobre mi asiento. Un grupo de estudiantes la atajó por los hombros y la cintura para impedir que viniera hacia mí.

—¡Anda, ven! —Me golpeé el pecho—. ¡Hay cincuentamil dramaturgos más además de Shakespeare!, ¡cero miedo!

—Sólo tenemos vestuario para Romeo y Julieta —nos informó el profesor con calma. Los dos nos volvimos a verlo cuando él nos dio la espalda para alejarse unos pasos y que el resto de los estudiantes lo oyeran. Farrah se sentó en cuanto el resto creyó que ya no pretendía asesinarme—. Pedí sugerencias para ver el jaleo que armaban. —Se volvió a mirarme mientras jugaba con el cuello de su polo negro—. Nunca me defraudas, Marco. —Le alcé una ceja, sin saber qué pensar al respecto—. Y ya que andas con mucha energía hoy, ¿por qué no subes al escenario y comenzamos las audiciones?

Bajé con toda la dignidad que fui capaz de reunir y me encaminé hacia el escenario. Mierda o no, yo tendría el papel protagónico.

—Dinos el papel para el que audicionarás, Marco —me ordenó el profesor una vez que me encontré arriba.

Me dispuse a responder cuando alguien entró dando traspiés al escenario. El chirrido de las suelas de sus tenis contra el piso de madera encerada produjo que todos nos centráramos en el adolescente que acababa de invadir mi momento protagónico.

Jordan llevaba dos mochilas echadas al hombro y su palo de lacrosse en una de sus manos. Esta vez le había tocado usar el largo, de forma que resultaba un poco complicado hacerlo pasar de inadvertido. Su cabello estaba mojado y aún goteaba, como si acabara de darse una ducha en los cambiadores, y su rostro iba adornado con un gran círculo morado alrededor del ojo.

—Jordy —el profesor llamó su atención. Ser el capitán del equipo implicaba que todo el mundo conociera de su existencia—. ¿Qué crees que haces?

El castaño dejó todas sus cosas en el suelo y lo miró como si su propósito fuera más que obvio. Creo que a ese punto de la situación todos estábamos preguntándonos qué pretendía hacer y por qué llevaba un ojo golpeado.

—Audicionar para Romeo, por supuesto.

Y en ese momento fue cuando me llegó mi séptimo micro-infarto del día.

—Bueno, eso es una lástima —me apresuré a decir. Crucé los brazos y alcé un poco el mentón. Estaba tan indignado que no tuve la oportunidad de sentir nervios por estar hablándole—. Porque yo soy Romeo.

Sacó el teléfono del bolsillo de su sudadera del equipo y me alzó las cejas, como cada vez que alguien le hablaba con descaro. No fui capaz de descifrar si existía o no diversión en su expresión cuando se adelantó unos pasos para acercarse a mí.

Estábamos a menor distancia de la recomendada para el correcto funcionamiento de mi cerebro.

—No —me aseguró, varios tonos más bajo, de forma que sólo el profesor, pegado al escenario, podría llegar a escucharnos—. Ponme a prueba.

Tomé aquello como una ofensa personal.

En ese momento fui consciente de la cantidad de personas que estaban observándonos y el sitio en el que nos encontrábamos. Las luces nos iluminaron para permitir que nos apreciaran con claridad, el profesor cruzó los brazos y los apoyó en el borde del escenario, y a esa distancia pude sentir la fragancia de Jordan: una mezcla entre árboles, tierra mojada y duraznos.

—Hueles bien —alcancé a murmurar.

Jordan alzó la cabeza y me miró igual de extrañado que esta mañana.

—¿Disculpa?

Abrí la boca sin saber exactamente qué decir.

—Lo siento, es que justo llegó un poco de viento y...

Presioné los labios para no seguir hablando y le imploré con los ojos que no ahondara más en el tema. Recibí una carcajada suya como respuesta y pude ver cómo entrecerraba los ojos al reír sin una pizca de malicia. Jordan era un rayo de sol.

Volvió a bajar la vista a la pantalla de su teléfono y me extrañé un poco. Lo consideraba una falta de respeto de su parte, pero la situación me resultaba tan extraña que no fui capaz de sentir nada más intenso que desconcierto.

—"Te juro, Julieta" —comenzó, y fue entonces cuando reparé en que estaba leyendo el guion en su teléfono. Entré en pánico. Había actuado tantas veces las obras que recordaba de memoria casi todas las escenas de Romeo, pero pensar bajo presión era demasiado difícil—, "por los rayos de la luna que bañan la copa de estos árboles..."

—"No jures por la luna".—Retrocedí otro paso para tomar distancia. Noté cómo gran parte del club de teatro se levantaba de sus asientos para acercarse al escenario y oír mejor, puesto que no estábamos hablando tan alto. Lola chilló—. "Que en su veloz desplazamiento cambia de apariencia cada mes." —No podía creer que estuviera actuando la escena del balcón con Jordan. Intenté mantener la calma—. "No vayas a copiar su inconstancia".

—¿Entonces, por quién juraré?

Jordan me miró con confusión y, no sé si alguna vez se enamoraron de alguien, pero en ese momento yo sentí cómo cada músculo de mi cuerpo se destensaba. Me encantaba: Me encantaba la infinidad de gestos que era capaz de hacer, el sonido de su risa, la forma en la que su cabello mojado caía sobre su frente y la decisión en su rostro cada vez que lo veía jugar lacrosse.

—"Jura por ti mismo, por tu persona, que es el dios que adoro y en quien he de creer" —murmuré.

Un estruendo cercano hizo que los dos apartáramos la vista y nos fijáramos en el profesor de teatro. Él seguía parado al pie del escenario, con un grueso libro de tapa dura que acababa de golpear contra el suelo de éste, para llamar nuestra atención.

Miré al público, cohibido.

—Bajen, chicos. Con eso basta.

§°§°§

YO NO SÉ USTEDES, PERO HASTA YO FANGIRLEÉ.

¿Farrah está loca? Sí.

Pero Marco está más loco.

¿Qué piensan de Jordan?

Hagamos un Besar, casar y matar. Tienen que elegir de entre todos los personajes a alguien a quien besarías, alguien con quien se casarían y a alguien a quien matarían. No vale repetir.

A ver sus respuestas.

Les dejo una ilustración de Farrah.

Ahora sí.

Bai <3

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