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Once: Bésalo


No aclaré las cosas con Jordan luego de la discusión del viernes y pasé todo el fin de semana temiendo que tal vez pudiera llegar a contarle algo a Lola. 

Esos nervios no desaparecieron hasta que pasé a buscarla el lunes, en la esquina de su calle, y ella se arrojó a mis brazos para colgarse.

—¡Cárgame! —me ordenó entre risas.

Luego de varias quejas de mi parte, acabé cediendo y dejé que la rubia se subiera a mi espalda. De cierta forma encontré aquel acto reconfortante. El mundo podía estar ardiendo en aquel momento, pero Lola estaba en mi espalda y reía, así que tan malo no debía ser.

—¿Cómo te ha estado yendo en Villa Casado? —preguntó cerca de mi oído una vez que comenzamos a andar.

Sentí uno de sus brazos pasar por debajo de mi axila con sus dedos alrededor del puente del ukelele. Arrugué la frente y no dije nada mientras ella se acomodaba para intentar tocar algo sin bajarse de mi espalda, con el instrumento prácticamente pegado a mi pecho y sus brazos alrededor de mi torso.

—No sé si la odio o simplemente me cae mal.

—Yo no vi eso el sábado.

Bajé la vista al ukelele y las pequeñas manos de Lola rasgueando las cuerdas para tocar algo básico, pero lindo.

—¿Disculpa?

—¿Disquilpi? —Siguió tocando acordes sin detenerse mientras nos acercábamos al instituto. Parecían ser notas al azar, como si su único propósito fuera endulzar sus palabras con un poco de música— ¿Tú crees que no los vimos manoseándose mientras bailábamos?

Imaginé que con eso se refería a ella y Jordan, y no supe que decir. No estábamos manoseándonos, sólo nos habíamos besado. Como amigos.

—Farrah no me gusta —aclaré.

Necesitaba que todos lo supieran, que no hubiera duda de que lo que había sucedido en Las Vegas fue un caso aislado y yo no era tan imbécil como para volver a meterme con ella. No por Farrah, precisamente, sino porque ella representaba todo lo que hice mal en ese viaje.

—Díselo a tu sortija.

Solté sus piernas sin previo aviso, ella comenzó a reír y se cayó tan rápido que casi me golpeó el rostro con el ukelele en el proceso. Pero Lola siempre caía de pie. Poseía años de práctica trepándose a sitios altos y cayéndose.

—Te aborrezco.

Seguí andando, pero ella me alcanzó enseguida, aún con mi instrumento en su mano. Pasó su brazo libre alrededor del mío y dejó un beso en mi hombro mientras reía. Un gesto que le gustaba hacer para disculparse cuando me molestaba.

No dijo una palabra más al respecto hasta que llegamos a la entrada del instituto, y lo aprecié. Pero entonces, abrió la boca.

—Ayúdame a buscar a Jordan.

Me paralicé.

No sabía si quería volver a ver a la cara a ese chico. No, sí lo sabía: no quería. Nunca más. Se había reído de mí en mi cara, se burló de mis nervios y me hizo sentir como un niño estúpido.

—Deberíamos entrar —sugerí con desinterés actuado, a punto de entrar en pánico—. Seguro está dentro.

Menudo actor de mierda que era.

Jalé de su brazo para llevarla al interior del edificio con la intención de hacernos mezclar entre la marea de gente, pero ella, de nuevo, tenía otros planes. Me tomó por el antebrazo y tiró de mí unos metros más cerca de la acera, donde un auto gris acababa de aparcar. Me disponía a salir de esa situación antes de ser visto, pero ella prácticamente gritó el nombre de su novio cuando bajó del vehículo.

Y del copiloto salió Farrah.

La pelirroja me guiñó un ojo en cuanto me vio, igual de orgullosamente desalineada que siempre, y Lola fue a colgarse del castaño.

No podía irme. Me habían visto todos.

Aparté la mirada para evitar hacer contacto visual con él y me crucé de brazos, pero no escapé de Farrah. Ella se acercó mientras los enamorados comenzaban a charlar y se paró delante de mí, con la intención de obstruir mi campo visual.

Iba masticando goma de mascar, sus ojos fijos en mi rostro. Metió una mano en el bolsillo de su falda escocesa y me entregó un trozo de papel doblado.

Lo tomé con recelo.

—¿Qué es? —pregunté mientras lo desdoblaba.

—Tú querías pruebas. —Reventó un globo—. Una fotocopia del acta de matrimonio. Me tomé el trabajo de legalizarla para que pudieras usarla en caso de emergencia —me informó—. Por si me llego a suicidar o algo. Como que me arresten.

—¿Tú qué?

—De nada.

Casi me dio algo.

Ahí estaba, en ese trozo, en tinta negra. Mi firma. Y la de Farrah. La fecha de la boda, incluso.

Levanté la cabeza del papel y la examiné. Ella estaba completamente seria, como la primera vez que la vi en el instituto, pero era evidente que disfrutaba cada momento.

—Feliz cumpleaños, por cierto.

Respiré hondo.

—¿Puedes venir un segundo? —dijo una voz adulta.

Farrah y yo nos movimos simultáneamente para ver a la directora parada a medio metro de distancia, con su bolso sobre el hombro y su atención puesta en Jordan, quien se había sentado en el paragolpes de su auto para besar a su novia.

Él la miró nervioso.

—¿Yo?

La mujer asintió y todos nos miramos. Fue un momento que duró tal vez dos segundos, pero la tensión se sintió. Ella le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera y el castaño hizo caso, no sin antes echarme una mirada que no fui capaz de descifrar.

***

Ni Lola ni yo compartíamos clases con Jordan los lunes, pero tampoco lo encontramos en el almuerzo. No respondió los mensajes de la rubia en toda la mañana y eso no hizo más que ponernos nerviosos.

Se suponía que él no era asunto mío, pero una Lola angustiada implicaba que yo me angustiara por asociación. El acta de matrimonio me había matado. Yo estaba mentalmente ahogándome en un charco de vino y lágrimas y el ánimo de ella no me ayudaba.

—Ustedes, chicos ¿No saben que el estrés puede producir cáncer?

Farrah se desplomó en el asiento que estaba entre nosotros, frente al escenario. La clase de teatro era la única en la que los cuatro coincidíamos y el hecho de que esperáramos a que Jordan llegara había ido aumentando la tensión. Menos en Farrah, claro.

—¿A ti no te ha dicho qué le sucede? —le pregunté a la pelirroja.

Me bastó con girar un poco la cabeza en su dirección para tener su cabello en mi rostro. Tenía un olor extraño, fuerte, como a plantas y hierbas. Del tipo que sólo se siente en el jardín de alguien. De cerca pude ver las pequeñas roturas del cuello de su sueter, como si ella se dedicara a morder su ropa hasta romperla o esta tuviera más años de los que debería.

—¿Por qué Jordan iría a decirme algo? —preguntó calmada.

Se cruzó de piernas con las rodillas separadas, el tobillo apoyado en su regazo y nuevos raspones mezclados entre las pecas.

¿Acaso se revolcaba entre la maleza de su patio?

—Porque ahora parece que son mejores amigos —mencioné algo molesto.

Quizá estuviera un poco celoso de Farrah, porque parecía llevarse bien con Jordan. Quería estar en su lugar para poder sentirme tranquilo en presencia de él la próxima vez que lo viera, porque ella sólo había llegado hace una semana y ya tenía con él la confianza que entre nosotros nunca hubo.

Fue en ese momento que el aludido hizo acto de presencia. Llegó con paso firme hasta el frente, nos ignoró monumentalmente y tomó uno de los libretos que el profesor había dejado gentilmente en el borde del escenario para que los actores practicaran, antes de detenerse. Lo vi pasar las páginas, con sus ojos moviéndose de un lado al otro para leer las líneas por arriba, hasta que alzó la cabeza y me miró.

—¿Vendrás o qué? —preguntó con seriedad.

Maldije mentalmente. No estaba listo, no quería tenerlo tan cerca. Me negaba a mencionar el tema o hablar más que para ensayar las escenas.

Las cuales eran románticas, madre mía.

Farrah se levantó sin mucha energía y subió al escenario para reunirse con el pequeño grupo de vestuario que se encargaba de hacer el inventario, así que salí detrás de ella. Tomé otro de los libretos, pero en lugar de acercarme a Jordan, también subí al escenario. Por alguna razón se me había ocurrido que mientras más expuestos nos encontráramos, menos posibilidades habían de que Jordan sacara el tema del viernes.

El salón de teatro estaba lleno. O eso parecía cuando todos comenzábamos a hablar. Algunos nos dedicábamos a memorizar escenas y ensayar, y otros a asegurarse de cosas como la escenografía y los vestuarios, mientras el profesor hacía preguntas y nos gritaba recomendaciones desde la primera fila de asientos.

Farrah se sentó en una esquina del escenario, con un pequeño grupo. No parecía estar prestándonos atención, pero su presencia me molestó de todas formas. Me percaté de que, cuando no hablaba ni intervenía, lucía como una persona completamente diferente. Resultaba casi entretenido verla abrir los ojos por completo o arrugar la frente mientras le pasaban cada traje.

—¿Marco? —Bajé la vista hacia el profesor, en el suelo, algo desorientado—. ¿Por qué se ha suicidado Julieta?

—¿Qué? —Palidecí. Había olvidado por completo a Julieta. No tenía idea de nada sobre ella. Ni siquiera había hecho una miserable búsqueda en internet—. Por Romeo —balbuceé.

El profesor chasqueó la lengua y apartó la vista de mi con decepción sobreactuada.

—Mas te vale averiguarlo antes de que termine el año —me aconsejó—. Y hacer un ensayo.

Abrí la boca sin saber exactamente qué decir. Nadie había dicho nada sobre un ensayo. Pero antes de recuperar mi voz, el profesor ya se encontraba con la atención en Jordan, parado a mi lado.

Lo miré directamente por primera vez y noté que se veía mucho más lúcido que los días anteriores, aunque aún parecía estar un poco somnoliento. Con el paso del tiempo me percaté de que a veces solía estar más lento de lo habitual y casi no hablaba.

Llevaba el cabello húmedo, como siempre, porque solía tener educación física antes de teatro. No es que yo estuviera pendiente de sus horarios, claro.

—Di tus líneas —le ordeno.

Mi compañero suspiró.

—No comprendo por qué no podemos acortar el guion —se quejó y alzó la mano en la que sostenía el libreto—. Hay montones de escenas en las que básicamente sólo dice que ama a Julieta. —Me señaló de forma vaga—. Julio ¿Por qué no puedo decirle que lo amo y ahorrarme treinta minutos de monólogo?

Casi me dio algo.

—No es lo que dice, sino cómo lo dice —se limitó a a responder el hombre. Llevó una mano al cuello de su camiseta y comenzó a jugar con éste—. Deberías releer el libreto. También quiero un ensayo tuyo.

—¿Sobre Julieta?

—Sobre lo que representan las palabras de Romeo en cada escena. Como en una escaleta de escenas.

Jordan separó los labios para reprochar, pero el profesor desvió su atención hacia otro estudiante para hacerle preguntas. El muchacho resopló, me quitó el libreto sin previo aviso y comenzó a pasar de página con la frente arrugada.

—Quiero hacer la escena del baile —explicó y se mordisqueó los labios mientras buscaba la página exacta. Parecía estar enfadado pero también esforzándose por relajarse—. Cuando Romeo va por ahí con el corazón roto hasta que ve a Julieta y ¡Bam! —Tomó el pecho de mi camiseta y me jaló con fuerza hacia él—. Amor instantáneo.

Una parte de mí quiso reír ante su comentario, pero la otra no se tomó aquello como un juego y fue consciente de que Jordan parecía tampoco estarlo. Permanecí en silencio, con los ojos fijos en él y pude ver cuando tragó saliva. Puse mi mano alrededor de la suya para apartarlo.

—No juegues conmigo —le advertí.

Esta vez él no sonrió, pero tampoco se apartó. Dejó su mano donde estaba, con su agarre firme en mi camiseta.

—¿Romeo debió haber seguido sufriendo por Rosalina? —preguntó, desconcertándome momentáneamente—. En lugar de hablar con Julieta.

No me moví un sólo centímetro.

—No —dije, sin saber exactamente por qué.

No quise apartar la mirada. En ese momento, él era todo. El calor de su mano bajo la mía y sus labios lastimados a causa de su manía con morderlos.

—Mírame —murmuró. Volví a centrarme en sus ojos, y luego en la sonrisa que parecía querer formarse en su rostro—. Te enciendes como un fósforo.

Sentí hielo bajar por mi espalda. Chasqueé la lengua, retrocedí con la suficiente fuerza como para librarme de su agarre y pasé una mano por mi rostro, incapaz de creer lo imbécil que era él.

Me marché sin decir una palabra y desaparecí junto al escenario. Había, en el lado izquierdo, un pasillo que daba a los cambiadores. Se trataba de un espacio muy pequeño cuando todos compartíamos la misma sala para vestirnos, pero deshabitada, como en aquel momento, producía hasta eco.

Pateé uno de los bancos, impotente, y caminé hasta el fondo mientras intentaba calmarme. Si me había quedado una duda de que tal vez no se estaba burlando de mí el sábado, ahora había desaparecido.

Oí el eco de unos pasos llegar y Jordan no tardó en hacerse ver. Estaba serio, impasible, como si no acabara de suceder nada.

Se acercó a paso lento hacia mí y no pude más que entrecerrarle los ojos para dejar en evidencia mi descontento con su presencia. El cuarto estaba apenas iluminado por la luz que entraba de la pequeña ventana cercana al techo, así que dudaba que se hubiera percatado de mi gesto.

—Le dije al profesor que te mareaste.

—Me alegro. Vete.

Jordan no se movió. Ninguno de los dos lo hizo, de hecho. Nos miramos a los ojos durante una milésima de segundo hasta que el castaño apartó la vista y respiró hondo.

—Lo siento —soltó finalmente con una expresión que parecía ser de disgusto—. Por lo del otro día. Estaba borracho.

No supe interpretar si le estaba molestando el tener que disculparse o la idea de que lo que hizo estuvo mal.

—¿Te burlarás de mí cada vez que estés borracho?

Esta vez fue el turno de él de chasquear la lengua, como si mi reacción fuera exagerada o yo le viniera con los mismos cuentos de siempre. En el cuarto se producía un poco de eco y Jordan tuvo que bajar la voz para hablar, posiblemente con miedo de que se oyera nuestra charla afuera.

—No me estaba burlando de ti, Marco, yo...

—¡Jordan! —alcé un poco más la voz, incapaz de creer que él no viera lo mal que se portó conmigo el sábado. Y enfadado, porque quizá sí lo supiera y sólo se estuviera haciendo el tonto—. Te reíste de mí.

Llevó una mano hacia arriba y se la pasó por el cabello, con los ojos un poco más abiertos.

—¡No me reía de ti! ¡Así soy cuando estoy nervioso!

Alcé las cejas.

—¿Un imbécil?

Jordan comenzó a reír y eso me sacó de quicio. No parecía querer tomarme en serio y ya estaba cansado de intentar interpretar todo lo que hacía porque el era incapaz de tener coherencia durante un día entero. Nos estuvo evitando desde la mañana para luego llegar aparentemente molesto, y ahora estaba de nuevo riéndose de mí.

Le di un leve empujón en el pecho.

—¡Ponte serio! —le pedí. Jordan dejó de reír y me miró un confundido, como si apenas se percatara de lo molesto que yo estaba—. ¿Qué tanto te cuesta decir que no quieres nada conmigo y dejarme tranquilo?

Lo vi mordisquearse un poco el labio de nuevo.

—No he dicho que no quería nada contigo.

Más que alegrarme, aquello me supo a cachetada.

—¡Deja de confundirme, no es gracioso!

Jordan volvió a atrapar la tela del pecho de mi camiseta y esta vez me besó. Fue algo brusco; sus labios sobre los míos con violencia, tan rápido que tardé en procesar lo que estaba pasando. Durante una milésima de segundo me tenté a correspondérselo, pero me aparté como pude y le di un puñetazo en la cara.

—¡Deja de tratarme como se te da la gana!

Jordan me soltó. Lo vi tomar un poco de aire para reponerse, tanto de la adrenalina del beso como del golpe que le di. Me entrecerró los ojos.

—¿Acabas de darme un puñetazo?

—¿Quieres otro? —lo amenacé.

No llegué a saber su respuesta porque esta vez los dos nos besamos. Él era unos centímetros más alto que yo, así que tuve que estirarme para alcanzarlo, pero de a poco él se fue inclinando más a mí, a medida que nuestros cuerpos se pegaban. No fue tan violento como su intento anterior y yo intenté ser lo más consciente posible de todo porque no tenía idea de si se volvería a repetir ese momento.

Estaba besando al novio de mi mejor amiga. Sus labios tenían un regusto a metal de lo lastimados que estaban y no pude evitar reír al oírlo maldecir entre besos cuando por accidente se los mordí. Su piel ya no estaba tan fría y no sabría decir en qué momento su mano acabó entre mi cabello. Sentí que él quería más pero no supe de qué.

Llevé mi mano a su nuca y me aparté lo suficiente como para buscar sus ojos. Necesitaba mirarlo, asegurarme de que él era consciente de lo que estaba haciendo y lo quería. Me quería. Porque sentía que si luego de esto él llagara arrepentirse de lo que hizo, yo moriría.

—¿Qué quieres?

Jordan no vaciló. Se dispuso a contestar cuando la voz de Lola nos interrumpió.

—¿¡Qué hacen!?

Entré en pánico. Lo empujé como pude y lo vi chocarse con algunos bancos en su torpe intento por alejarse de mí. Miré hacia la puerta, pero ella no estaba. Oí sus pasos acercarse desde el pasillo y me sorprendí, porque no fue tarea muy fácil con la los latidos de mi corazón retumbando en toda mi cabeza.

—No se han matado ¿Verdad?

Atiné a acomodarme un poco el cabello antes de que ella entrara y apoyé la mano en uno de los bancos en un intento por parecer casual, aunque estuviera gritando por dentro. No quise buscar a Jordan con la mirada por miedo a verme muy obvio.

—Le he pedido a tu novio que me mate, pero se ha negado.

La vi entrar sonriente y acercarse hacia mí como si nada. Creí que iría a examinarme para ver si lo de los mareos era cierto, pero se detuvo medio metro antes y recogió una bolsa del suelo que no había visto. Parecía ser de utilería. Se la echó sobre el hombro y volvió a mirarme algo preocupada.

—Dijo el profesor que si te sientes muy mal, deberías buscar a tu padre para volver con él a casa —me informó antes de echarle una ojeada a su reloj—. Pero aún falta como media clase y no creo que debas sacarlo de un aula sólo porque te estabas besando con mi novio .


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