Romance En Okinawa
Melodia.
"Un verano que se dibuja en un sueño lejano, fue adornado con los fuegos artificiales que creaste en el primer momento que a mi nombre llamaste".
Las ordenes habían sido tan claras como el iris de cierto albino con un ego enorme. ¿Había oportunidad de negarse? Claramente no, y por más que ella se esforzara por convencer a su superior que no era la pareja correcta para Satoru, éste no dio el brazo a torcer.
A los dos se les entregó sus boletos de ida y vuelta. Contaban con una semana para terminar con el trabajo que, según Satoru, él mismo lo pudo haber hecho sin la compañía de un estorbo. Como era natural, ella respondió al insulto, con palabras igual o peor de hirientes, pero ya no había marcha atrás.
Satoru Gojo, alumno de segundo año de la escuela de hechiceros de Tokio y la castaña que solía trabajar sola, del mismo grado, recibieron el trabajo de viajar a Okinawa con la intención de exorcizar un par de sitios que han sido cunas de algunas maldiciones de grado elevado.
Tomaron el vuelo en cuanto el primer galló canto y amén de sus compañeros en el avión, quienes tuvieron que soportar sus peleas, empujones y hasta travesuras que se podían hacer en el cielo. En pocas palabras, el vuelo fue para todos el peor de los infiernos, y para ella, quien contaba con una paciencia tan pequeña como el grano de arroz, fue un tormento más duro que cualquiera conocido en la mitología griega.
—Hubiese preferido limpiar los baños de la escuela que estar contigo —gruñó la castaña, haciéndose de su pequeño bolso al lado de Satoru. Como cereza en el pastel, Satoru había tomado el asiento continuo a ella en el avión.
Con las manos temblorosas consiguió sacar de su bolso un antifaz para dormir, con un estampado de unos ojos mal dibujados. Tal detalle no pudo haber pasado desapercibido por parte del albino, quien alzó una ceja y sonrió a medias.
—Mírate, tan ridículo como siempre —volvió ella a atacar—. Mejorar nuestro compañerismo y una mierda. Prefiero trabajar con un mandril.
La poca estima que ella le tenía en apariencia la dejó salir sin tapujos. Formó una mueca y en su interior no dejaba de reprochar lo alto que era Satoru; tenían la misma edad, pero él ya parecía un titán, un adulto. Claro, incompleto, por su forma tan infantil de ver el mundo.
Él le mantuvo la mirada por encima, sabiendo que era cuestión de segundos para doblegarla y perderla en un laberinto de nervios y miedos. Sonrió victorioso cuando lo consiguió, además de un sutil tinte rosa en todo el rostro de su compañera.
Satoru se acomodó victorioso en su silla. También pensaba en dormir un poco.
—¿Por qué tiemblas tanto? —preguntó con aquella voz que ya de por sí era muy gruesa y profunda para su edad. Emitió unas risitas y le arrancó a la chica de las manos su antifaz para llevárselo a los labios y guiñarle un ojo—. Qué mal gusto tienes para estas cosas.
A la sazón la castaña sintió un ataque de su corazón. Se negó ante la obviedad y con el ceño fruncido se volvió a hacer del antifaz; ¡¿Qué carajos fue esa cara que hizo Satoru?! ¡¿Y por qué mierda reaccionó así?!
La altitud, sí, a eso le echó la culpa. Ella se consoló con la idea de que todo se trataba por la altitud y sus neuronas, porque obviamente no podía ser aquello. Obvio no, porque bueno, ella admira a alguien más.
Comenzó a confundirse en una oleada de varios sentimientos y recuerdos que no le otorgaron tregua ni porque estaba arriesgando su vida al viajar con alguien tan problemático y poco cuidadoso.
—Estás de mal humor, más que otros días —acusó el albino, con esa jodida mirada oculta tras sus lentes de sol—. Ah, no me mal interpretes; me tiene sin cuidado. Pero llegado el momento no quiero preocuparme por alguien tan débil como tú, así que concéntrate. Seguramente te hubiese gustado trabajar con el mandril y a mi con mi compañero de siempre, además de verte limpiar los baños, pero ¿qué se puede hacer, compañera?
Aquella ultima palabra ella bien logró sentir la burla calarle hasta los huesos. Ganas de darle un golpe en la cabeza no le faltó, pero sabía muy bien sobre la técnica de la persona a su lado; solo haría el ridículo. Se tragó el coraje con fuerza, formó un puño sobre su regazo y desvío la mirada.
El resto de palabras le causaron un frío que le llegó al alma; lo tomaría como un reto, ella no iba a depender de ningún hombre y mucho menos de alguien como Satoru.
Para Satoru fue extraño desde ese momento, porque usualmente ella continuaría la pelea, no se callaría y, al contrario, se le podría leer una sed de sangre Gojo emanar en el brillo de sus ojos y su aura. Pero no había nada, nada más que un hueco vacío en sus ojos.
Satoru ladeó la cabeza.
—¿Qué? —preguntó ella para cortar con el silencio, con un tono seco.
—¿Y tus amenazas de muerte? —preguntó Satoru—. Creí que dirías algo como "Habrá un día en que no vas a despertar y ese día voy a ser la mujer más feliz del mundo", o algo parecido. También hubiese intentado golpearme, ya sabes una pelea en donde Suguro tendría que separarnos.
—¿Y tú lo ves cerca? —respondió la castaña con el semblante solemne—. Como sea, no voy a estorbar. Hagamos esto rápido, quiero volver a casa. Y, sabes, no todos nacemos con habilidades tan increíbles como tú, pero no por eso no nos esforzaremos. Dormiré, deja de molestarme o de verdad te voy a arrancar la cabeza.
Y, dicho esto, la castaña no esperó a una respuesta, se colocó en antifaz y acomodó de cierta forma en que le era posible echarse una siesta. Imploraba no tener malos sueños en ese momento, dirigirse a Okinawa fue otra bomba tan fuerte que sacó fuerza para soportar.
Okinawa era un lugar que su corazón quería eliminar, pero que ahora mismo se encontraba en camino para volver a reconocer las calles. Cuánto deseaba estar en la escuela, charlar con Utahime y adorar desde lejos a Suguro Geto. Ahora se comenzaba a preguntar si lo que sentía por él solo era una admiración o algo más; siempre pensó que tenía un valor muy grande al atreverse a devorar las maldiciones.
Todo mundo sabía lo mucho que ella lo admiraba, y la relación que ambos tenían. Si bien no era un tinte amoroso, si era un sentimiento cálido el que se instalaba en todo aquel que se los encontrara juntos, en todos menos en el joven de mirada celeste y hebras cual nieve invernal.
En todo el camino había hecho el propósito de no traer a colación el nombre de Geto, pero por un momento creyó que era eso lo que afectaba a la castaña. Verla ignorarlo le causó una incomodidad importante; si no era el tema de Suguro, entonces no entendía.
Formó una mueca, a la vez que también se acomodó de forma en que le daba la espalda a la castaña. Hizo un puchero, supo que en adelante el viaje sería aburrido porque ella tomaba siestas muy extensas y pesadas; era cierto que se llevaban como perros y gatos, pero él, podía admitir, a veces actuaba de forma genial para ganarse una mirada de ella.
No lo iba a admitir, después de todo era él, el heredero de los Gojo... ese hombre tan fuerte y atractivo, que incluso a menores y mayores ha cautivado... ahora estaba celoso y molesto.
¿Por qué? Él también había protestado ante la idea de viajar al lado de ella, aunque fue el primero en aceptarlo. Eso sí, una parte de él quería haber estado con Suguro, pero otra parte y mucho más grande, parecía estar conforme a la vez que preocupada.
—Qué molesto... —gruñó en un susurro.
Era la primera vez que se sentía así, o que al menos le daba importancia, porque si se ponía a pensar, su rostro se apagaba cuando se encontraba con la imagen de Suguro y ella compartiendo un momento a solas, como amigos y nada más.
Satoru sabía que al ser ellos de segundo obviamente eran amigos, pero eso no dejaba de parecerle molesto.
Con tales conflictos internos ambos viajaron y llegaron al medio día al aeropuerto de Naha. Tomaron su equipaje y no tardaron en dirigirse a un hotel donde previamente habían rentado una habitación y que por petición de Saturo, estaba muy aledaño a las costas.
Sus intenciones se podían oler a kilómetros y más si se tomaban en cuenta que llevaba una maleta de más que la jovencita, quien aparentemente sí venía a solo cumplir su trabajo.
Pero había algo, algo que se presentó en cuanto pisaron las calles y comenzó por molestarla. Había hecho el propósito de ignorar el tema ya que es algo que suele pasar constantemente, pero que es por eso mismo que también evita salir con el albino.
—Tantas miradas... —gruñó ella como un gorila.
A cada persona que esta pareja se topaba de frente se les quedaba viendo. Primero los estudiaban a ambos, luego su atención se concentraba en su totalidad en el joven alto y de melena plateada.
Para ella ya era molesto que todo mundo los observara y ahora más cuando alcanzaba a escuchar los comentarios de las adolescentes que se alcanzaba a topar, diciendo cosas como "Ve tú a pedirle su número".
—¿Qué hay con las miradas? —preguntó Satoru, como si no alcanzara a comprender a lo que se refería su contraria.
—¡Llamamos mucho la atención! —le recriminó la castaña.
Satoru respondió con una mueca digna a esas de las que hacen los chicos de secundaria cuando quieren encontrar problemas donde no los hay. Se llevó una de sus manos a su bolsillo y exageró su forma de caminar.
Lo que menos le importaban eran todas esas personas que encontraban su físico en el extremo de la curiosidad, porque bueno... si este no sirvió para llamar la atención de la castaña no importa mucho que digamos.
—¿Segura que soy yo? —recalcó el albino elevando su voz, casi como burlándose de ella—. ¿No serás tú con esos pantalones extraños y una copia de los de Suguro?
Inmediatamente la castaña se sonrojó. No gustaba de usar faldas y unos pantalones simples no llamaban su atención. Por un momento se encogió de hombros avergonzada, como si su corazón le estuviera gritando la verdad, que sí los había copiado de Suguro.
Era muy vergonzoso. Chasqueó los dientes y detuvo el paso; ya venía su ataque. Suguro se detuvo y la observó; parecía que le había llegado una buena idea, una idea tan extraordinaria que los sacaría de ese apuro.
—¡Ya sé! Vamos a arreglar esto —propuso la castaña con un tono dulce y amable, golpeó con levedad la palma de su mano y le pidió a su compañero que se inclinara un poco— Vaya que eres alto.
Un "uh..." notablemente incómodo emergió de Satoru. La proximidad era peligrosa y tan obvia que una melodía se inició en los bombeos de su corazón; por un segundo su piel nacarada llegó a tornarse a color durazno, atractivo e inocente.
La castaña lo tomó de forma que se aseguró de susurrarle al oído. La gente no paraba de pasar a sus lados y comenzaron a pensar que no eran simplemente amigos.
—Lo que creo que llama mucho la atención —dijo ella, tan inocente e indefensa, como si fuera un conejito al lado de un lobo—. Son tus lentes de sol, tus ojos y cabello. Hagamos esto; me das tus lentes, los piso y en cuanto a tu cabello y ojos, te los arranco de una.
La expresión en respuesta de Satoru fue todo un poema. Ella seguía siendo la misma tirana de siempre que con esa dulzura no peca de rezar los peores infiernos. De un parpadeo tomó su distancia; lo viera por donde lo viera, ella seguía actuando extraño.
—¡Eso es muy cruel! —agregó Satoru, retomando su camino a la vez que siendo perseguido por una castaña con piel de cordero—. Estás exagerando mucho por unas simples miradas. Te vas a acostumbrar.
Pero ella no quería. Era molesto admitirlo, pero no quería llegar a un punto donde una chica se les acercara con otros motivos; sería un poco fastidioso para ella.
No cabía duda, no era la altitud la que la había puesto así. Encontró la respuesta correcta cuando observó la espalda del albino y su cabello desarreglado. Supo su corazón detectarlo cuando cruzaron mirada y él alzó la suya tras esos lentes de sol.
¿Desde cuando un simple accesorio lo había vuelto tan atractivo?
La jovencita quería apegarse a la ideología de su amiga Utahime, "cara bonita, corazón siniestro". Pero había algo que la detenía y le decía "Mira a Satoru".
—No quiero —respondió casi como un capricho.
Pasaron unos segundos, suficientes en donde Satoru notó que lo intentaba evitar.
—Bueno, yo tampoco —respondió, como si se tratara de dos niños peleando por un columpio.
Lo que Satoru quiso decir en verdad fue algo como "Bueno, yo tampoco me quiero acostumbrar a verte junto a Suguro" pero su voz sólo se atrevió a profesar las primeras tres palabras, dignas para tergiversar la conversación.
La castaña bufó y se acomodó un mechón de cabello tras la oreja. Pudo haber sido cuestión de un segundo, o hasta su imaginación, pero con tal movimiento, la brisa le regaló a Satoru el dulce aroma del cabello de la castaña. Sabía que era de ella, porque ese aroma a Caléndula era tan obvio.
—¡¿A qué te refieres?! —esbozó ella casi incrédula—. Si ya estás más que acostumbrado, mira, se te nota en esa cara de mujeriego.
—Mujeriego, dices... —dijo Satoru, rascándose la nuca. Era normal que ella no entendiera sus palabras tan genéricas—. Olvídalo. Seguramente hubieses preferido venir con Suguro.
Ella formó una mueca, dándole la razón con su silencio a Satoru y haciéndole enojar de paso. Sus celos iban en aumento junto con aquellos pensamientos que le atacaban y le robaban la seguridad.
—Bueno, si lo pones entre tú o él... —dijo. Sintió que ese era un límite que no debía cruzar, pero no hizo caso—. Él no llama la atención así que...
Eso fue suficiente para Gojo. Era joven, así que muy fácil fue provocarlo y observar cómo aumentaba el paso dejando atrás a la jovencita de un metro sesenta.
—¡¿A dónde vas sin mí?! ¡Espera! —gritó ella apurando sus pasitos con miedo a tropezar—. Vas muy rápido. Lo que quería decir antes es que...
—Tienes razón —interpuso Satoru, sintiendo cómo una flecha invisible se le incrustaba por la espalda. Se convenció de que estaba en el lugar de Suguro y eso lo frustró más—. Acabemos con esto rápido, para así volver cuanto antes.
Y la imagen de Suguro se le cruzó por la cabeza. Apretó la mandíbula, no era nada en contra de su amigo, pero era imposible tragar la situación.
La propuesta no era mala, de hecho, era la correcto, pero con ese tinte de voz tan seco y esos ojos sin vida no convencieron a la jovencita. Ese no era el Satoru que se esperaba encontrar una vez pisaran un lugar apto para la diversión.
Era confuso para ella; lo correcto lo llegó a temer, como si con ello se perdiera del alcance de Satoru.
—Pero... —dijo, jugando con sus dedos, continuando con el camino en dirección al hotel—. ¿Pero no querías ir al mar también? A jugar y esas cosas.
Se estaba excediendo, era muy obvio y a la vez podía estar echando a perder el viaje de la de ojos miel. Tomó aire y suspiró, ya estaban en esto y más le valía salir a disfrutar como el chico despreocupado que es.
Le dedicó una pequeña sonrisa a la castaña, acto suficiente como para darle el valor de continuar en aquellas tierras que la habían hecho llorar demasiado. Ella le devolvió la sonrisa tan grande, mostró sus hermosas perlas que tenía por dientes y sus mejillas se alzaron con tal pureza que él fue quien tuvo que desviar la mirada.
—V-Vamos a acabar rápido —dijo él, casi titubeando—. Para disfrutar el resto de los días antes de volver a casa.
El plan ahora sonaba mejor; ella asintió como si se lo hubiera propuesto Suguro y eso, de cierta forma, le levantó el animo al de mirada celeste.
La castaña pensó aquello que Satoru jamás le permitió terminar; Suguro no llama la atención así que el trabajo sería fácil, pero aburrido. Podía ser culpa de algo externo a ella, o tal vez estaba mintiendo, pero estaba alegre por haberlo tenido de pareja, porque eso significaba que iba a ser divertido y un verdadero reto para superarse ella misma.
—Ya lo diré en otro momento —formuló para ella.
—¿Decir qué? —preguntó Satoru, compartiendo tan buen momento con ella y de corazón; era como si sus figuras hubiesen sido moldeadas por la misma melodía de un solo corazón.
—Qué te importa.
El primer día lo aprovecharon de la mejor forma y de la más responsable, cabe destacar. Porque si bien Satoru insistió hasta el cansancio de salir al mar y disfrutar del tiempo, ella se lo llevó a una fabrica abandonada. Este era el lugar el cual se les había sido asignado para eliminar una maldición.
Por un momento las cosas pintaron para bien. Sería cuestión de unos momentos y ya solo les quedaría la escuela, el segundo y ultimo sitio que les llamaba en Okinawa, pero hubo un momento de descuido en donde aquel ser logró herir a la castaña.
Se había confiado demasiado y Satoru llegó a sentir un miedo escalarle por las piernas si lograba perderla para siempre. No lo iba a permitir, así que abusó de su técnica y con tal suerte obligada, lograron salir de aquel problema con vida.
Al final, la había salvado.
—Te dije que no estorbaras y que solo te limitaras a levantar la barrera —protestó Satoru, limpiándose un poco de sangre seca de la mejilla.
Ella se encogió de hombro. La herida de su costado dolía demasiado y sentía desangrarse en segundos; después de todo y por más experiencias que tuviera como hechicera, jamás se acostumbraría a la sensación de las manos frías de la muerte intentando alcanzarla.
—Cállate ¿quieres? —propuso la joven con agresión. Poco más y estaba dispuesta a lanzarse por encima de Satoru para callarlo a la fuerza.
—¡¿Por qué te congelaste en ese momento?! —continuó él, el miedo y furia se podían saborear en su voz. La barrera comenzó a difuminarse, a la vez que el brillo en los ojos de la castaña; estaba por caer rendida en un sueño—. Era como si hubieras visto algo, algo que...
En ese punto ella perdió el conocimiento y en parte estuvo agradecida, porque lo que menos quería hacer era discutir medio muerta con Satoru.
El cansancio se apoderó del cuerpo del único consciente en las afueras de esa fábrica. Suspiró frustrado y con el dolor calándole en los huesos, le echó una ultima mirada a la fachada del lugar, como si esta pudiera decirle algo por lo ocurrido.
No había de otra. Estiró sus brazos, midiendo su fuerza y en contra de todo pronóstico, se hizo del cuerpo de su compañera y la cargó. Así fue como a paso lento y adolorido llegaron a su habitación en el hotel cerca de las cuatro de la mañana. El tiempo dentro de la fábrica había corrido lento, pero solo en apariencia.
Pudo haber sido el ultimo suspiro de Satoru cuando la dejó caer en cama, pero sacó energía suficiente para mantenerse de pie y atender aquella herida que tanto problemas les había causado.
Mientras lo hacía, mientras manipulaba los vendajes, el hilo y la aguja para unir una parte de la piel. No pudo evitar pensar en qué hubiera pasado si hubiese muerto.
Los labios se le secaron, el corazón le pesó y las manos le comenzaron a temblar. No quería perderla y a cambio de esto, sería capaz de soportar esas imágenes en donde ella se encuentra con el amigo que tienen en común. Porque bien puede ser tan fuerte como dice, pero ni siquiera la fuerza puede traer de la muerte a un alma desvanecida.
Un miedo genuino lo aterró hasta bien entrada la mañana, en donde al pie de la cama pudo cerrar los ojos en cuanto los rayos del sol se filtraron por la ventana.
El primer día había sido tan duro para los dos. Agotante por un lado y casi mortal del otro; La castaña no abrió los ojos hasta la noche del segundo día. Se encontró con un dolor punzante en todo el cuerpo, además de un hambre bastante comprensible.
Escrutó la habitación y supo que estaba sola. Después se percató de todos los vendajes sucios y limpios, cambiados y botados. Obra de Satoru, entendió y el corazón le calentó el cuerpo.
Él había actuado de una manera en el avión, pero ahora parecía temeroso incluso por que ella atrapara una infección. Se mantuvo recostada en cama por unos minutos y cuando sintió que podía ponerse de pie, lo hizo y salió del cuarto sin pensárselo dos veces.
Tenía la piel pálida, insana y su fragilidad relucía a cada paso que daba. Se abrazó el vientre, el cual comenzó a doler cuando había llegado a la planta baja del hotel para salir de este. Después de ver la fecha en su celular e intercambiar un par de mensajes con Satoru, se dio cuenta que ya era el segundo día, además ya sabía dónde estaba el albino.
—No te vas a deshacer de mi —murmuraba ella a cada paso que avanzaba entre las calles calurosas y nocturnas de Okinawa.
Al poco rato y tras buscar en un lado, llegó a la costa. Al ser de noche la marea estaba un poco más tranquila, aunque alta, y poca gente era la que se atrevía a pasear por encima de una arena ahora fría.
Detuvo sus pasos. Desde niña que no había vuelto a pisar un lugar así, que no había vuelto a escuchar el canto y rugir del mar, así como el sufrimiento del dolor que enterró cuando la muerte la visitó. Se estremeció, pero continuó su camino hasta arribar a las espaldas de una figura sentada y con las piernas flexionadas, de forma que podía colocar su mentón por encima de las rodillas.
—He vuelto —dijo ella con crudeza y dolor en el tono.
Satoru levantó la mirada y ella pronto se intimidó.
No traía lentes de sol. Sus ojos estaban al raso con ese tinte lapislázuli tan característico de ellos. La castaña titubeo, no entendía la razón para ocultarlos, pero ahora que se encontró reflejada en ellos encontró la divinidad; un poco atrevida bajó su mirada para encontrarse con los labios carnosos de Satoru, formando una sonrisa y dándole la bienvenida.
—Al fin despiertas —le dijo él, palmeando el sitio a su lado, invitándola a sentarse.
La invitación fue aceptada, pero tuvo que hacerlo con cuidado y apoyo de Satoru, pues temían que la herida se abriera por el mínimo esfuerzo.
—Lamento haberte causado problemas en estos días. He atrasado la misión... lo siento —fue directa la castaña, y esta vez intentó no perder frente a su mirada.
Satoru negó y volvió a suspirar.
—El tiempo que has estado dormida me ha servido para pensar —repuso y era cierto, pudo aclarar el dilema que estaba machacando su corazón—. No te preocupes. Esperas que diga eso, ¿cierto? Pero sabemos que no lo voy a hacer. ¿Me quieres decir qué pasó en ese momento?
Los dos supieron a que momento se estaba refiriendo y como si fuese una cinta cinematografía, recordaron cuando ella casi pierde la vida en la fábrica.
—Todo iba tan bien —agregó Satoru—. Te paralizaste. No eres tan débil, por eso me sorprendió.
Eso era nuevo, ella nunca había escuchado esas palabras venir de sus labios. Asintió y contó la verdad.
—Voy a ser honesta, me dejé llevar por el miedo al pasado —dijo, y al ver que Satoru no lograba entender, decidió explicarse mejor—, No es algo que hable mucho, pero yo nací y viví mi niñez en este lugar. Fue en mi adolescencia en donde mi abuelo murió y esto me marcó tanto que dejé de tomarle importancia a las maldiciones que veía; obviamente en ese entonces no sabía que se llamaban así. Después de un tiempo me enteré que no fue una muerte natural sino una...
—Provocada por una maldición —completó Satoru.
Ella asintió.
—Y eso, podría decirse, fue el inicio en donde quise ser una hechicera —dijo observando el punto en donde el mar se unía al cielo y servía como reflejo para las estrellas—. El punto es que, en esa fábrica trabajó mi abuelo y por más que me esforcé no pude soportarlo... Caí en los recuerdos y la maldición tomo ventaja de ello.
Ella no quería volver a este sitio, al fin entendía la razón detrás del mal humor con el que había llegado la castaña y no era para menos. Nunca se habían tomado el tiempo de hablar a profundidad de sus miedos y pasado, por lo que Satoru no encontró palabras correctas. Se limitó a abrazarla por los hombros, era un momento de debilidad para ambos y al sentir sus cuerpos tan juntos, compartiendo calor, una complicidad les atrapó la coherencia.
En ese momento ya no eran los enemigos de siempre, sino dos simples almas que se reflejaron la una a la otra.
—Tuve miedo —inquirió Satoru.
—¿Tú con miedo? —preguntó ella casi riendo.
Satoru asintió.
Tenía miedo a ya no ver el brillo de esos ojos castaños y soñadores.
—Sí. Tenía miedo a que murieras —volvió a mentir a medias. Se mordió los labios como reprimenda y ella desvió la mirada; negar que había pensado en probarlos era una mentira tan grande como el peso de la familia Gojo.
—No iba a morir por eso —respondió la joven, disfrutando del silencio que se levantaba de vez en cuando—. Pero sabes algo.
Satoru le respondió con una mueca, curioso.
—¿Recuerdas cuando te dije que prefería a Suguro porque no llamaba la atención? —dijo y Satoru asintió—. Bueno, eso es cierto, pero si me pones a escoger entre un perfil bajo y diversión; siempre te escogería a ti.
Cinco palabras fueron suficientes para Satoru. Eran aquellas que servirían de puntapié para someter a su corazón bajo una presión normal y cálida; él podía corresponder con solo dos palabras que transmitían un sentimiento pesado.
Ese era el momento y no habría otro más. Corría el riesgo de desvanecerse como los fuegos artificiales en el cielo. Sus sentimientos se apoderaron de sus acciones, el perfume de la castaña se le coló hasta su ser y palpitó con fuerza.
Las palabras ya las tenía en la punta de la lengua.
Pareciera que la poca gente que circulaba tras ellos quería separarlos, así que él tomó el primer paso y unió sus manos por debajo de sus regazos.
La castaña pegó un pequeño brinco en ese momento, pero no protestó. En respuesta afirmó al agarre y chocó sus hombros.
Ahora ya todo estaba claro, pero Satoru quería decirlo.
Lo iba a hacer.
Tenía qué.
Ella ya estaba a su lado, haciendo un juego perfecto con la noche y el mar bajo sus pies descalzos.
—¿Cómo debería tomarme esas palabras? —dijo y se arrepintió de haber desperdiciado su última oportunidad.
Ella rio, no se podía creer lo lento que podía llegar a ser Satoru.
—Como mejor te parezca.
Fueron las palabras de la fémina, llenas de la mejor y más amorosa intención; encontrando de paso la respuesta al porqué Satoru la hacía sufrir esos cambios emocionales tan vergonzoso.
Se quedaron en silencio cerca de un minuto, solo observándose y compartiendo aquel momento como nunca antes. Y solo entonces, uno de ellos hizo real su capricho; el espacio que los dividía fue acortado de manera brusca.
Satoru perdió el control de todo cuando sus labios fueron atrapados por los de la castaña en un beso lleno de necesidad y gusto. Eran nuevos en este tema, pero siguiendo su naturaleza, disfrutaron al extremo sus sabores a pasión y dulce; uno de los dos se había devorado con anterioridad uno de esos dulces que se encuentra en las tiendas de convivencia.
Después de un tiempo, con los labios acalambrados, pero deseosos de más, tomaron su espacio. Satoru se llevó los dedos a sus labios y dibujó su contorno, ese fue su primer beso y sus mejillas coloradas lo gritaron a los cuatro vientos, dando una imagen exquisita de su vergüenza.
—Mañana tenemos que ir a esa escuela y terminar con las maldiciones que tenga —dijo la castaña, intentando traer a la normalidad el ambiente.
Satoru iba a protestar, pero ella se le adelantó.
—Y cuidado que intentes negármelo —le dijo—. Llegué a estudiar en esa escuela, así que no tienes derecho a negar nada. Por cierto, Satoru...
Era la primera vez que lo llamaba por su nombre. En otro momento le hubiese dicho algo como "Bastardo", "Basura" o "Gojo".
Respondió con una mueca.
—Me gustas, imbécil —inquirió la castaña para después solo plantar un corto beso en los labios del albino.
Satoru nuevamente tuvo una oportunidad para corresponder al momento y confesarse, pero calló. Calló para lamentar.
Al día siguiente y con los ánimos más elevados, acudieron a terminar con el último trabajo. La joven había tomado todas las medidas necesarias y llenado su cuerpo de vendas, incluso llevó en mano algunas herramientas malditas que guardaba en casos extremos.
Aquel tercer día en Okinawa una luz se apagó y la melodía que se había alzado la noche anterior a nombre de dos corazones, ahora solo tocaba para uno.
Ningún poder pudo haberla salvado, así como tampoco haberla obligado a quedarse en el hotel.
Se había tratado de dos maldiciones especiales, y cuando creyeron que podían vencerlas o bien, escapar, ella fue atravesada de tajo. Lo ultimo que pudo ver antes de hundirse en una oscuridad eterna, fue el rostro enloquecido de Satoru.
Las rodillas de la castaña perdieron su fuerza. La vida se le estaba derramando al lado de la sangre, y cayó, siendo envuelta por un manto oscuro que luchó contra un punto del luz azul y blanco, donde Satoru le gritaba por su nombre, casi queriendo desgarrar su voz.
Pudo haber sido ese momento en donde antes de morir se reproduce la vida frente al los ojos de la víctima, pero antes de desaparecer, su alma se mantuvo reacia hasta el momento en donde pudo darle una corta sonrisa a su compañero.
Satoru era joven, su técnica no había sido bien desarrollada, por lo que no pudo protegerla. Tuvo que verla morir, encontrar la opacidad en sus ojos y su cuerpo inerte en la infertilidad de un futuro.
Era tan tarde para todo. La cólera se apoderó de él y como antes se le hubo dicho que no era correcto dejarse llevar por los sentimientos o la energía maldita se vería afectada, acabó con ambas maldiciones. Estaba ciego y cuando pudo reunirse con el cuerpo de la mujer, la abrazó con tal sentimiento que ella jamás vio en vida.
No se cansó de gritarle cuanto la quería, pero ya era tan tarde para que unas palabras tan simples como "me gustas" arreglaran algo. Cerró los ojos y lloró, manteniendo la barrera alta por un tiempo indeterminado.
Esa noche volvió solo al hotel y parecía que el mundo la había olvidado. Todos sonreían con normalidad, disfrutando de los años que todavía poseían. Nadie lloraba ninguna muerte, y si lo hacía, debía hacerlo en un rincón gris de todo el globo terráqueo.
Satoru no salió de su habitación hasta que llegó el día de volver a la escuela en Tokio. No encontró alguna solución para las pertenencias de su compañera, simplemente las dejó y volvió a casa con un antifaz de mal gusto en manos.
Todos lamentaron la noticia, pero nadie lloró tanto como Suguro. Sus ojos expresaban todo su dolor y fue cuestión de tiempo para que pudiera vivir con el peso de la muerte sobre sus hombros, justo como lo había hecho ella.
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