Meteor shower
Madrugada del domingo 14 de diciembre de 2025.
Kiram.
A todos les emocionaba la lluvia de estrellas; creían que ellas cumplían deseos mientras se dejaban ver en forma de cascadas.
Me pregunto qué estoy haciendo con mi vida en la azotea de mi acogedora casa. Debería estar durmiendo cómodamente entre mis cobijas, abrazando mis almohadas o mis osos de peluche. Es ridículo para alguien de veintidós años, lo sé.
Los focos led de diferentes colores tintinean al ritmo de la típica melodía navideña de todos los años. Para ser honesto, me cansé de ella hace mucho tiempo. La fecha me aburre en demasía, no porque sea algo que considere feo, sino porque siempre ocurren cosas desanimantes. Por eso, decidí abandonar el hogar de mi familia y buscar mi libertad.
Observé el cielo con detenimiento y pude notar que una de esas estrellas viajaba más rápido que las demás. Si realmente cumplían deseos, debía aprovechar mi oportunidad y pedir algo que verdaderamente quería.
—¿Puedo tener un amigo? —pregunté para mí mismo, sintiendo un ardor en mi garganta. Sí, lo anhelaba. Desde que abandoné mi carrera de medicina por elegirla al azar, también dejé atrás a la gente que conocí. Supongo que se han olvidado de mi existencia, y tal vez sea mejor así. —Quiero un compañero.
Pedí con todo mi corazón, esperando que mi deseo se hiciera realidad. Quizá solo eran patrañas inventadas por la sociedad en la que crecí: historias de fantasía que no eran más que eso, fantasía. Sin embargo, decidí intentarlo de todos modos, ya que no perdía nada en el proceso.
Bajé a la sala donde encendí la pantalla, colocando una de mis películas favoritas. Se trata de una niña castaña, de orbes oscuros, que divaga en un bosque y se encuentra con un chico de cabello blanco como la nieve. Su rostro está cubierto por una máscara, incapaz de dejarse conocer.
Al terminar de ver, escuché un suave golpe en la puerta. Me acerqué caminando con cautela y la abrí lentamente, encontrándome con un joven castaño de ojos verdes que era más alto que yo, sentado en el pequeño escalón. Cuando me vio, levantó la mirada intentando descifrarme.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?
No respondió, simplemente entró como si fuera su propia casa. Era extraño ver a un desconocido entrar en la casa de otro desconocido. Sí, definitivamente era algo fuera de lo común.
¿Y si quería robarme?
—Bonito lugar para quedarme a vivir contigo —dijo él, revolviendo su cabello con las manos.
—No entiendo nada.
—¿Eres Kiram? —preguntó, mirándome fijamente.
—¿Cómo sabes mi nombre? —inquirí sorprendido.
—Soy tu deseo —dijo desenfrenadamente, provocando que tosiera. —Mi nombre es Eirwen, mucho gusto en conocerte, chico bonito.
Di leves palmadas en mi pecho hasta que la tos se calmó.
—Sigo sin entender.
—Dios mío, los humanos son tan tontísimos.
—Eres un humano.
—Ya lo sé. Por eso mismo —carcajeó. —Pero también soy una estrella.
—Ninguna de ellas tiene tu nombre —comenté incrédulo.
—¿Puedes dejarme hablar? —me interrumpió.
—No tengo otra opción —respondí resignado.
Aún en estado de confusión, escuché atentamente su historia. Me contó que Eirwen era el lugar donde había nacido hace veinticuatro años. Su madre, quien había sobrevivido junto a él a la tragedia de un colapso espacial, lo envió a la Tierra con ciertas reglas que debía seguir. Una de esas reglas era cumplir los deseos de las personas. Enamorarse no estaba en sus planes, ya que si eso sucediera, sería desterrado de su galaxia y perdería todos sus poderes, convirtiéndose en un ser humano común y corriente.
—No sé si podré sobrevivir siguiendo la absurda regla de no enamorarme —suspiró, con los ojos fijos en mí. —Teniéndote a ti, un chico tan atractivo, frente a mí.
—Dios mío.
—Ahora rezarás a las estrellas -sonrió con malicia.
—¿A ti? —pregunté incrédulo.
—Sí, reza por mí, porque a partir de ahora seré tu Dios.
Sentí cómo mis mejillas se encendían ante sus palabras. No podía permitir que un completo desconocido provocara un torbellino de emociones en mí.
—Vete de aquí —le dije, intentando mantener la compostura.
—No puedo irme sin hacerme cargo de ti —se sentó en un sofá individual. —Pediste un deseo, y mi deber es complacerte.
—Entonces ayúdame a limpiar la casa.
—Son las cinco de la madrugada —se quejó, haciendo una mueca.
—En una hora me iré a trabajar —informé.
—¿Los humanos trabajan?
—Eres muy preguntón.
—Me quedaré en tu casa —avisó—. No se te ocurra correrme.
—Ve a mi habitación.
—¿Dormiré contigo? —un sonrojo adornó su rostro.
—No —reí nervioso—. Tu ropa está un poco sucia. Agarra algo para ponerte, primero báñate. Yo me iré al trabajo.
Aprendí a vivir con él todo este tiempo. Admito que, al principio, pensé que sería un tipo raro, de esos que terminan aprovechándose de la confianza brindada. Pero resultó ser todo lo contrario. Es un buen amigo, un buen compañero. Es lo que mucha gente desea en sus vidas, un ideal, al menos para mí.
Lunes 15 de febrero de 2026.
Eirwen rompió una regla.
Se enamoró. Me enamoré. Nos enamoramos.
—Mi madre quiere conocerte —comentó Eirwen desanimado.
Sabía a qué se debía. Ella estaba a punto de dejarlo para siempre en la Tierra, conmigo, cuidándolo.
—Mi nombre es Lainey.
¿Entrar a casas ajenas era su tradición o qué?
—Mucho gusto. —tomé su mano y dejé un delicado beso sobre ella.
—Veo que mi hijo eligió bien. —sonrió, mirándonos a ambos con una mezcla de ternura y tristeza. —Siempre serás bienvenido en tu hogar.
—Sabes que después de esto no podré volver.
—Lo sé. —chasqueó los dedos y apareció un brillante collar con muchas estrellas. -Póntelo, recuérdame, recuerdanos.
—Siempre —se colocó rápidamente el collar, soltando una lágrima, abrazándola con fuerza.
Presenciar una despedida siempre es doloroso. Ver a Eirwen aferrado a su madre, un ser que ha vivido con él durante tanto tiempo, verlo llorar y querer consolarlo.
Sus estrellas brillaron, indicando que su fin en aquel vasto cielo había llegado. Así comenzaba una nueva vida en el planeta Tierra.
Cuenta la leyenda que todos aquellos seres de luz que desafían las reglas más importantes son castigados, haciendo que olviden los recuerdos vividos en el firmamento.
—Oye, Kiram.
—¿Me llamarás por mi nombre después de estar coqueteándome?
—Si quieres, te digo mi amor, chico bonito.
—Creo que nos enamoramos demasiado rápido y arruiné tu vida estelar.
—Fue exactamente así —comentó Lainey antes de desaparecer.
Madrugada del lunes 14 de diciembre de 2026.
Como todos los años, regresó una lluvia de estrellas. Mi único deseo era poder pasar el resto de mis días junto a Eirwen. Éramos solo polvo de estrellas, vagando por los rincones de Stardust Vale, buscando nuestro destino.
Las madrugadas se convirtieron en nuestro refugio seguro. Aunque él no recordaba nada de su vida pasada, se sentía melancólico al contemplar el cielo estrellado y acariciar el collar que su madre le había regalado meses atrás.
Seguíamos sin saber exactamente qué tipo de relación teníamos. Nos amábamos, pero nunca formalizamos nada.
¿Había necesidad de ponerle una etiqueta? Simplemente éramos almas libres, entregándonos por completo al amor.
—¿De dónde salió mi collar?
—Una persona muy especial te lo regaló. —respondí con una sonrisa, mientras unía nuestros labios en un beso armonioso. —Nunca imaginé que mi alma y mi corazón le pertenecerían a un chico que llegó de las estrellas en una fría madrugada.
—¿Cómo es eso?
—Eres mi estrella favorita. —susurré.
No necesitábamos palabras para demostrar el profundo amor que sentíamos. Simplemente nos mirábamos, nuestros ojos transmitiendo todo lo que nuestras almas deseaban expresar. Y cuando nuestros labios se encontraban en un dulce beso, el mundo desaparecía a nuestro alrededor. Estar juntos, compartiendo ese amor inquebrantable, era todo lo que necesitábamos para ser felices.
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