
◉ Figura materna || Nagisa x Mami ◉
Ante la perspectiva de todos, Nagisa veía a Mami como una madre. Una muy joven, y amable, madre sustituta. No obstante, para Mami, Nagisa no era como una hija, oh, claro que no. La veía como algo más. Un interés amoroso, ¿tal vez?
Mami se había cuestionado, una y otra vez, si era correcto, o no, albergar esos sentimientos por Nagisa. No es como si se hubiera fijado en ella porque quisiera, o algo así. En el corazón no mandaba nadie.
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Ambas comenzaron a vivir juntas, en la morada de la rubia, desde que Nagisa tuviera catorce años, edad en la que había perdido a sus padres. Mami, quien, en esa época, tenía diecisiete, cuidó de ella, sin dudarlo un segundo.
El beneficio fue mutuo. A la rubia no le gustaba estar sola y, con la llegada de la albina a su vida, las cosas tomaron un poco de color. Mientras que, por el lado de Nagisa, tener quien la escuchara, cuidara y estuviera atenta a su vida, eran cosas que siempre había deseado y que, lastimosamente, sus ya fallecidos padres nunca le dieron, ni darían, jamás.
Mami, en algún punto, se dio cuenta de que, en todo ese tiempo de convivencia, había desarrollado sentimientos por la joven de cabellera platinada. Pero decidió callar lo que sentía y seguir como si nada. No era momento de pensar en esas cosas.
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Cuando Nagisa cumplió la mayoría de edad, entró a la universidad y consiguió trabajos de medio tiempo, decidió que era momento de irse. Ya no quería, según ella, ser un peso más en el apartamento de la rubia. Aunque Mami le insistió que nunca fue tal cosa, no bastó para cambiar la decisión de su protegida.
Nagisa se fue de allá, una semana después. Para el consuelo de ambas, el nuevo apartamento de la albina no estaba tan lejos de su anterior hogar. Luego, con el paso de los días, notando que era incapaz de adaptarse a su nueva vida, la albina adoptó la costumbre de visitar a la rubia, unas tres veces a la semana. Además, como no era especialmente buena cocinando, solía almorzar —y hasta cenar— en el hogar de su tutora.
En ocasiones, era Mami quien la visitaba, llevándole, además, cosas ricas para comer y hasta uno que otro regalo. El nuevo hogar de Nagisa, que era mucho más pequeño que el que compartía con la mencionada —por ser más económico—, solía estar un poco desordenado. En esos casos, Mami la ayudaba con la limpieza, y otras tareas, consiguiendo que el apartamento quedara limpio, reluciente. Luego descansaban, comían los postres que la rubia llevaba y conversaban por un buen rato.
Más adelante, surgieron las clases de cocina, que Mami le daba en sus tiempos libres. De esa manera, podía pasar más tiempo cerca de Nagisa. Por supuesto, eso constituía un arma de doble filo, porque, a medida que la albina aprendía a cocinar, comía con cada vez menos frecuencia en la morada de la rubia. Hasta que sus encuentros se limitaron solo a las clases de cocina que Mami le impartía.
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Todas estaban de acuerdo con el hecho de que Nagisa veía a Mami como una especie de figura materna. Cada vez que la rubia insinuaba, o preguntaba, algo acerca del punto de vista de la joven albina con respecto a ella, todas estaban de acuerdo —obviamente, exceptuando a Nagisa, que no solía estar presente en sus reuniones con Madoka, Homura, Sayaka y Kyoko— de que la menor la veía como una madre. Y ella estuvo a punto de convencerse de ello.
Es decir, ¿no se comportaba ella como una madre para Nagisa? ¿No buscaba siempre lo mejor para ella? ¿No iba a visitarla, con regularidad, para ver si estaba todo bien en su hogar? ¿Y, no era ella, Tomoe Mami, quien siempre acababa revisando, y ayudando, para que todo estuviera en su respectivo lugar? ¿No veía por su salud, por su persona y, de vez en cuando, la consentía con aquellos dulces, y las porciones de queso, que tanto le gustaban? ¿No era eso actuar como una madre?
Bueno, sí. Era, más o menos, el patrón que seguían las madres cuando les tocaba velar por sus hijos. Mami no pensaba que, tal vez, había gente que hacía lo mismo por las personas que querían, sin tener algún tipo de relación fraternal de por medio. No pensó en ello, ni en otras implicaciones, estaba dejándose llevar por lo que decían las demás.
Mami estuvo a punto de creérselo, estuvo cerca de pensar que las cosas serían así, que no podría hacer nada con esos sentimientos que albergaba dentro de ella… de no ser por lo que vería esa tarde, cuando estuviera impartiendo la clase de cocina para su protegida. Planeaba enseñarle la receta para preparar un delicioso Cheesecake. Ese que la menor tanto amaba, y que Mami sabía preparar muy bien. No obstante, la rubia se llevaría una interesante sorpresa.
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Esa tarde, tras salir de la universidad, Nagisa debía pasar por su propia morada antes de ir a su encuentro con Mami. Esta última aprovechó el tiempo que eso le daba y preparó la cocina con todo aquello que necesitaban para llevar a cabo el procedimiento, con suma eficiencia.
Mami se puso su más bonito atuendo, junto con el delantal más limpio, y reciente, que tenía. No sabía por qué, pero, siempre le habían parecido lindas las cosas que tuvieran algún diseño de armas encima. Y su delantal no era la excepción, pues, era de un bonito color mostaza. Llevaba pequeños, además de elegantes, rifles punteados por todo el bordillo.
Nagisa llegó, una media hora después, y tampoco se quedó atrás en lo que a vestimenta se refiere. Vestía un delantal acorde a su personalidad. Era blanco y, en el medio del mismo, casi a la altura del pecho, tenía bordado una porción de queso, como esos que se ven en las caricaturas. Era amarillo brillante y tenía la forma triangular característica.
Se pusieron manos a la obra. Entonces, Mami notó algo interesante.
Mientras hacía una parte del procedimiento, la rubia se giró, por unos segundos, para ver a Nagisa. Al hacerlo, notó que la albina, creyendo que Mami no se daría cuenta, la miraba con unos ojos algo… ¿ilusionados? Cómo si su tutora fuera lo más hermoso que haya visto en su vida.
Mami regresó su atención a lo que estaba haciendo, antes de que la más baja notara que era consciente de su mirada. Vertiendo la mezcla en una bandeja, pensó estar equivocada, pero eso no era posible. Ella,Tomoe Mami, era la más sensitiva en esos casos. Por ende, no podía estar equivocada. Había reconocido esos ojos, esa forma de mirar que vio en Nagisa, la había visto en otra parte. Era la misma mirada que adoptaba Kyoko cuando miraba a Sayaka; y casi la misma mirada que Homura le dedicaba a Madoka.
Entonces, cayó en cuenta de que no era la primera vez que Nagisa la miraba de esa forma, cuando creía que Mami no se percataba de nada. Había ocurrido ya en otras ocasiones, claro, ahora que lo pensaba, sí que había ocurrido. Y no solo una, sino varias veces.
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Mientras descansaban, ya con el postre en el horno, y tomando un poco de té negro preparado por la rubia, Mami se dijo que era una tonta por no darse cuenta antes.
Nagisa nunca la vio como una figura maternal, claro que no. Más bien, la veía como una amiga, como alguien en quien apoyarse, alguien que te podía aconsejar y que se preocupaba por ti, alguien en quien podrías acabar fijándote con el paso del tiempo. Alguien de quien podrías prendarte, alguien que podría gustarte.
Casi se rio de su propia ceguera, no obstante, se limitó a sonreír y darle un sorbo a su té. Sólo debía fiarse de su intuición, era lo que tenía que haber hecho desde el principio. Ahora, solo pensaba en cual sería su siguiente movimiento. Miró a Nagisa, que estaba al otro lado de la mesita, comiendo galletitas con queso y bebiendo té. La expresión que tenía, y el sonrojo de sus mejillas, no hacía más que evidenciar lo mucho que esa universitaria disfrutaba de aquella merienda.
En ese momento, el horno emitió un ruidito, era hora de sacar el postre.
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