
◉ Cobrarle a la diosa || Homura x Madoka ◉
Ese día, mientras la actual reina demonio, Akemi Homura, ideaba una estrategia para llevar a cabo un ataque contra las tropas celestiales, la diosa, Kaname Madoka, irrumpió en su castillo, como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
Atravesó, con suma facilidad, la entrada principal, que estaba cerrada. Voló, con soltura, a través de los intrincados, y enredados, pasillos. En esos donde, cualquier otro ser que no perteneciera al inframundo, se perdería por toda la eternidad. Pero, no era el caso de ella, que siempre encontraba el camino. La infinidad de trampas, y otra clase de peligros, con los que se encontraba, se hacían polvo apenas entraban en contacto con el aura que la rodeaba.
Tras encontrar la habitación principal del castillo, aquella en la que residía su némesis, Madoka sonrió y entró, de una vez, sin llamar a la oscura puerta. Dentro, rodeada por oscuridad, se hallaba la que era su enemiga mortal en la actualidad. Durante unos segundos,reinó el silencio entre ellas. Todo lo que hacían era mirarse, con detalle. Madoka notó que Homura se veía muy linda el día de hoy.
Por su parte, la demonio, detalló todo lo que pudo de la diosa: sus lindas coletas, y esas cintas que las sostenían. Su menuda figura que, para ella, representaba la más absoluta perfección. Notó lo bien que se le veían sus botas aladas; el hermoso, y revelador, vestido blanco que portaba. Homura siempre había pensado que, tal conjunto, dejaba a la vista demasiada piel como para ser el atuendo de una deidad. Sobre todo, esa parte, donde el vestido se ahuecaba, dejando ver una parte de su pequeño pecho. Inclusive, los pobres guantes —en apariencia, suaves y pulcros—, no se salvaban de su ojo crítico. ¡Por favor, todo eso la hacía ver demasiado sensual como para ser el atuendo perteneciente a un ser de luz!
Antes de que el hilo que llevaban sus pensamientos le provocara una poderosa hemorragia nasal, Homura decidió romper el silencio con una pregunta:
—¿Y bien? —Su estoica expresión era bastante convincente—. ¿Qué quieres de mí?
Madoka pareció despertar y, por unos instantes, un fuerte carmín coloreó sus mejillas, antes de volver a la normalidad.
—Bueno —comenzó la diosa, con duda—, iré directo al punto, Homura-chan —inspiró profundamente, y prosiguió—: Nuestras amigas, mejor dicho, las que eran nuestras amigas —aclaró—, Sayaka y Kyoko, siempre están peleándose. Sé que ellas, realmente, están interesadas la una en la otra, pero, no consigo hacer que se emparejen. —suspiró, frustrada—. No puedo obligarlas a estar juntas, por más que quiera. Ya sabes, el libre albedrío y eso.
—Entiendo —respondió Homura, atando cabos. Entonces, sonrió, maliciosa—. Adivinaré; quieres que yo, una demonio, carente de sentido de la bondad, justicia, o vergüenza; interfiera en sus vidas, y sentimientos, obligándolas a corresponderse. Todo eso por el hecho de que tú, una romántica, crees que ellas, además de odiarse, quieren estar juntas, pero no encuentran la oportunidad de hacerlo. Ninguna de las dos quiere dar el primer paso. ¿Es eso, o me estoy equivocando?
La sorpresa en el rostro de la diosa fue confirmación suficiente.
—Bueno —empezó Madoka, jugando con sus dedos enguantados, dudosa—. No tenías por qué decirlo de esa forma, Homura-chan —suspiró—. Pero sí, es algo como eso.
Homura lo pensó durante unos segundos, incluso, cerró los ojos y se llevó una mano al mentón, con aire meditabundo. Al final, tomó una decisión.
—Muy bien, podría intentarlo —sacudió una mano, restándole importancia—. Sería demasiado sencillo. Hasta podrías hacerlo sin que yo tuviera que intervenir, lo que pasa es que no sabes cómo usar tus poderes correctamente sin alterar el tema del libre albedrío, Madoka. Eres demasiado ingenua, todavía —sonrió, con suficiencia—. No cambiaste, ni siquiera cuando obtuviste todo ese poder.
—No hay necesidad de que me molestes de esa forma, Homura-chan —se quejó Madoka, haciendo un adorable puchero—. Pero sí, hay formas de hacerlo. Sin embargo, no tengo la malicia, o bajeza, como para caer en algo así.
—Ouch —Homura sonrió, y dijo, en tono burlón—: Eso dolió, Madoka~
—¡T-Tú empezaste, Homura-chan!
—Qué mala eres, hiriendo de esa forma mis sentimientos~
Madoka pareció entrar en pánico mientras sacudía las manos, con frenesí.
—¡No fue mi intención, Homura-chan! —La diosa comenzó a temblar en su sitio—. ¡No puede ser, no puede ser! No se supone que los dioses deban hacer llorar a otros. —Unas lagrimitas escaparon de sus ojos, al tiempo que se llevaba las manos al pecho—. ¡Soy un fracaso como diosa!
—Estaba bromeando, Madoka —aclaró Homura. Se cruzó de brazos mientras intentaba, con todas sus fuerzas, no dejar escapar una carcajada—. Increíble que hayas caído en algo como eso. ¿Ya ves por qué dije que aún eres demasiado ingenua?
—¡Eres mala, Homura-chan! —se quejó, haciendo otro mohín.
—Bueno, como sea —Homura se enserió de nuevo—. Puedo ayudarte con tu problema, pero ya estás consciente de cómo funciona esto, Madoka. —Sonrió—. ¿Qué me darás a cambio? Ya sabes, eres una diosa y podrías desintegrarme sin ningún esfuerzo ahora mismo, si quieres —suspiró—. De todas formas, me arriesgaré, debo cobrar por mis servicios, ¿sabes?
Madoka, ya recuperada de todo lo hablado, le dedicó una seria, y reflexiva, mirada, dándole a entender que estaba considerando darle un pago. De todas formas, Homura pensó que se veía muy linda con esa expresión. Lo cierto era que ella no tenía pensado cobrarle nada, realmente. La diosa aún le gustaba, le seguía atrayendo con la misma fuerza que al principio, cuando todavía eran humanas en la tierra. La seguía queriendo, amando y deseando, como en aquellos tiempos. Así que, desde el principio, no tuvo intención alguna de cobrarle nada. Sólo bromeaba con ella, como lo estuvo haciendo desde que llegó, pidiéndole ayuda. Así era como se suponía que debían ser los de su calaña, al menos, así lo pensaba ella.
Estaba a punto de decirle que eso de cobrarle por sus servicios no era más que otra de sus bromas, cuando Madoka habló:
—¿Sabes, Homura-chan? Yo —se trabó por unos segundos, nerviosa, pero decidida al mismo tiempo—, quiero confesarte que, en realidad, desde antes que nos volviéramos esto en lo que nos hemos convertido, yo desarrollé sentimientos por ti. —Apretó los puños y puso su mejor mirada de determinación—. Me gustabas cuando estábamos en la tierra y, ahora que nos encontramos en otro plano, en otra realidad, donde se supone que debemos luchar, quiero decirte que… aún me gustas, Homura-chan.
Homura se quedó en silencio, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. Acaso su crush, la ahora diosa, la poderosa Ley de Ciclos, Kaname Madoka, ¿se le estaba confesando? ¿A estas alturas? ¿En ese oscuro lugar y en esas circunstancias?
‹‹¿Pero qué…?››, pensó Homura, atónita.
Sin esperar repuesta de su némesis, Madoka continuó con lo que estaba diciendo:
—No sé qué es lo que, normalmente, cobras por estas cosas, o si haces esto muy seguido. Pero, lo que si te puedo decir, Homura-chan, es que yo sé que es lo que más deseas en este mundo, y lo que deseabas, también, en el otro, aunque creías que no me daba cuenta —volvió a tomar aire y, entonces, usando su voluntad, la miró, los ojos ámbar despidiendo determinación—: No hables hasta que termine, ¿está bien?
Homura solo asintió y escuchó. A estas alturas, esperaba cualquier cosa de parte de la diosa.
—Esta es mi oferta; como sé que no te gusta esto de ayudar a las que eran nuestras amigas, Sayaka y Kyoko, en sus problemas de amor, dejaré que, por una noche, me hagas lo que quieras. Abandonaré mis poderes, eso incluye mi aura, que te hace daño. Seré mortal otra vez y dejaré una parte de mi gracia al cuidado de mis secretarias, para volver y recuperarla cuando hayamos terminado nuestro asunto —Homura, con una increíble, y hasta admirable, cara de póker, se había mantenido estoica—. Me entregaré a ti, por una noche completa, Homura-chan. Así podrás hacer lo que yo no puedo: conseguir que esas dos cabezas huecas terminen juntas, que obtengan la felicidad que tanto merecen.
Cuando terminó de hablar, Madoka parecía más liviana, hasta confiada. Se podía notar que ya no era la misma chica débil, y propensa al llanto, que alguna vez fue, cuando no era más que una mortal más en la tierra. Si bien, una parte de su personalidad seguía manteniéndose, había nuevos matices que, ahora mismo, eran más que notables.
Homura no dijo nada al principio, más bien, se dedicó a mirarla con fijeza. No tuvo que pasar mucho tiempo para que ella pudiera expresar, también, lo que quería decirle:
—Uhm, bueno, tienes razón, Madoka. —comenzó Homura, con lentitud, eligiendo, con cuidado, sus palabras—. Siempre me has gustado; aún es así, todavía te amo. —Se quedó en silencio unos segundos mientras pensaba en lo próximo que iba a decir. No era fácil encontrar las palabras correctas cuando han pasado, apenas unos segundos, de haber recibido tal confesión, además de una jugosa oferta, por parte del amor de tu vida—. Lo que siento por ti no es más que amor verdadero, Madoka. Por lo tanto, no puedo tomarte, así como así, ¿sabes? De verdad que me encantaría mucho, pero, por el amor, y respeto que te tengo, no puedo hacerlo. El amor no es algo solo carnal y, aunque tienes razón en eso de que una de las cosas que más deseo es tomar tu cuerpo, lo cierto es que no pensaba que ocurriera de esta forma. —Madoka, enternecida, solo la escuchaba, silenciosa e impresionada—. Así que solo te ayudaré con esto, sin cobrarte nada, en lo absoluto.
Madoka, sorprendida, y con lágrimas de emoción llenando sus ojos, estuvo a punto de agradecerle, cuando apareció aquella sonrisa malvada, retorcida, y colmada de malas intenciones, que ya se había convertido en una parte fundamental de la demonio.
—Por supuesto —continuó Homura, sin perder esa aterradora sonrisa—, todo eso lo diría alguien que no fuera yo. —La malicia, y sorna, de sus palabras, se clavaron como dagas en las emociones de Madoka— ¿De verdad creíste que diría todo eso y ya? —La risa que vino después de estas palabras dejó helada a la diosa—. ¿Qué no te cobraría por ayudarte con tu problema? ¿Qué dejaría escapar semejante oportunidad? ¡Pero si es la mejor oferta que he escuchado desde que caí en este mundo de oscuridad!
Madoka estaba sin palabras. Se había creído todas, y cada una, de las lindas cosas que la demonio le había dicho antes. Sin embargo, todo eso no había sido más que un juego para Homura.
—Homura-chan…
—Soy una demonio, Madoka. No puedes pensar que jugaré limpio o que no aceptaría semejante oportunidad de poder hacerte todo lo que quiera. Todo lo que he soñado, y fantaseado, está a un paso de hacerse realidad, ¡y sólo tengo que hacer que esas imbéciles estén juntas!
—P-Pero, Homura-chan, si lo dices de esa forma, uhm…
—Está bien, Madoka —Homura empezó a caminar en dirección a la sorprendida deidad que, al ver como la demonio acortaba la distancia que había entre ellas, comenzó a retroceder—. Acepto el trato~ —siguió avanzando en su dirección, haciéndola retroceder cada vez más, y más, hasta sentir como su espalda chocaba contra la dura, fría, y oscura, pared de ese castillo—. Ven a visitarme el día de mañana y te mostraré como es que se hace para que dos personas terminen juntas, sin necesidad de alterar su voluntad, ni obligarlas a nada.
Se acercó, hasta que Madoka, que debía ser el ser más poderoso en aquella habitación, y cuya aura podía desintegrar hasta el mayor de los males existentes, parecía haberse encogido hasta dar la impresión de ser más pequeña de lo que en realidad era.
—Y entonces… —prosiguió Homura, relamiéndose los labios, sin ocultar lo deseosa que estaba de que llegara el momento de la verdad—… sabrás, y entenderás, en lo que acabas de meterte.
Como pudo, Madoka se escabulló, alejándose tanto como pudo, hasta llegar al otro lado de la amplia habitación. No podía dejarse amedrentar tan fácilmente, ya se había metido en ello y debía llegar hasta el final.
—¡T-Tengo dos condiciones, Homura-chan! —explicó Madoka, intentaba parecer más calmada—. ¡Tú también deberás volverte humana para cuando llegue el momento, en caso de que puedas cumplir con el acuerdo! Y lo otro es que no quiero nada de trucos, Homura-chan —Madoka frunció el ceño al ver que la sonrisa no desaparecía del rostro de la que, en otro tiempo, fuera su mejor amiga, además de interés amoroso—. ¡Es lo que exijo, o no hay trato!
—Está bien, Madoka~ —canturreó Homura, acercándose a ella, con la mano derecha extendida—. Tenemos un trato~
Madoka, no muy confiada, hizo retroceder el aura de su mano derecha y estrechó la que le ofrecía Homura, sellando el trato.
—Tenemos un trato, Homura-chan.
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