En los confines de la vasta urbe, donde los ríos serpentean como venas de acero y los rascacielos se alzan como monumentos a la ambición humana, se encuentra Chicago. Las fachadas de los edificios, altivas y envejecidas, cuentan historias de arquitectos visionarios y magnates del acero, mientras las ventanas reflejan la mirada inquisitiva de quienes buscan respuestas en los reflejos distorsionados.
El río Chicago, serpenteante y oscuro, divide la ciudad en dos mitades: el norte y el sur. Sus aguas han sido testigo de la construcción de puentes icónicos, de la migración de comunidades enteras y de los sueños que fluyen como corrientes subterráneas. En sus orillas, los restaurantes y bares se alinean, ofreciendo refugio a los solitarios y a los amantes, mientras los barcos de carga navegan con determinación hacia el horizonte.
Y luego, está la gente. Los rostros anónimos que se cruzan en las aceras, cada uno con su propia historia, sus propias cicatrices. El vendedor de hot dogs en la esquina, el músico callejero que toca su saxofón con pasión, la mujer de negocios que camina con determinación hacia su próxima reunión.
Pero, en una de las calles poco transitadas en la ciudad de Chicago, se encontraba una pequeña cafetería donde una chica de diecisiete años trabajaba como mesera. Su uniforme, una camisa blanca con un delantal negro, adornado con pequeñas manchas de salsa de tomate y café. El cabello castaño oscuro recogido en una coleta alta, llevaba consigo una mezcla de nervios y cansancio, anhelando que su hora de salida llegara pronto.
Intentaba servir los pedidos lo más rápido que podía, pero sus piernas cansadas y adoloridas no ayudaban como quería, y el dolor palpitante en su cabeza no la dejaba coordinar como debía.
—¡Molly, apresúrate con esos pedidos! —grito su jefe, desde la caja registradora contando el dinero.
Ella intenta reprimir sus hermosos y queridos insultos, y solo se apresuró en preparar los cafés para los dos hombres arrogantes que habían llegado. Ser mesera en una cafetería no es tan fácil como se pintan en algunas películas. Ella debía de ser rápida, tener buena memoria, amable, y sonreír todo el puto día.
Coloco las dos tazas de café en una bandeja, y las llevo rápidamente antes de que le dieran otro regaño en frente de los clientes.
—Tardaste, mesera. —hablo uno, en un tono para nada amable.
Apretó sus labios en un intento de mantenerse callada, y solo forzó una sonrisa mientras dejaba las tazas en la mesa.
—Que disfruten su café. Con permiso.
Se dio la vuelta y se alejó rápidamente antes de que dijeran algo más. Al notar que no había más clientes sintió mucho alivio, y se recostó de la barra mientras miraba fijamente el reloj que colgaba en la pared. Sus dedos se movían contra la cerámica, en un intento de hacer magia para que las manecillas del reloj se movieran más rápido.
Su turno terminaba a las ocho de la noche, así que solo faltaban dos minutos para que marcara la hora deseada. Ella solo debía de ser paciente, aunque la paciencia y ella no se llevaban para nada bien.
Todo el ruido desapareció a su alrededor, solo podía escuchar ese tick tack cuando las manecillas se movían.
Tick.
Tack.
Tick.
Tack.
Tick.
Tack.
8:00pm.
Celebro internamente, y se quitó el delantal. Entro a la cocina, y se dirigió a uno de los estantes donde se guardaban las pertenencias de los empleados. Dejo el delantal en su sitio, y tomo su bolso antes de ir hacia su jefe.
—Ey, mesera. —llamo uno de los clientes que ya había acabado su café.
Se giro hacia él, con algo de desconfianza en su mirada.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunto, con una sonrisa simpática y su teléfono en la mano.
Ella frunció el ceño, no entendiendo por qué el hombre preguntaba por aquello. Miro a su alrededor por si era un intento de hacerle algún daño y tenía a amigos con la misma intención, pero no vio nada sospechoso, además de que el sujeto tenía una sonrisa muy convincente y para nada maliciosa.
—Molly Bishop. —susurro ella tímidamente y aún insegura. Las experiencias de su pasado resuenan en su mente recordándole que cualquier persona podría ser un monstruo disfrazado de una oveja.
El hombre pronunció su nombre en un susurro, como siquiera saborear cada letra que contenía. Eso tenso un poco a Hazel, pero intento mantener la calma y no ser paranoica.
—Eres alguien muy linda, más con esa cara de niña. —intento tocar su rostro con su dedo, pero ella al instante rechazo aquel tacto—. ¿Me puedes dar tu número?
Negó al instante.
—No tengo teléfono.
El hombre río ante aquella respuesta.
—¿No tienes teléfono? Todo el mundo tiene teléfono.
—Yo no. —acomodo su bolso sobre su hombro, anhelando irse ya—. ¿Eso es todo?
Aquel sujeto sabiendo que no tendría oportunidad con la muchacha, permitió que se fuese, y Molly no dudó en cruzar aquella puerta de la cafetería para sentir aquella sensación de sentirse a salvo, por ahora.
Las calles de Chicago estaban oscuras, casi vacías. El viento soplaba fuertemente, desordenado el cabello castaño de la chica. Se quejó ante los mechones que se querían meter en su boca, así que se lo recogió mejor y siguió andando.
Sus hombros se sentían pesados y adoloridos, quería llegar a su casa, acostarse y sentir la sensación deliciosa y relajante de las sábanas acurrucarla para protegerla del frío. Pero aquellas imágenes solo eran una mera fantasía, ya que la noche era joven, y su siguiente trabajo esperaba.
Uno que no conllevaba a servir cafés o cenas.
Al llegar a la parada de autobuses, tomo asiento en el banco y espero a su chófer, o bien conocido a su mejor amigo, Joe Smith.
Molly no evitó sonreír un poco ante los recuerdos que ambos han compartido juntos desde que el la acogió en su casa después de que los padres de ella la echarán de casa. Ambos, a pesar de que no tienen las mismas historias, pero llevan cicatrices, y ante comprender aquellos, se volvieron más unidos hasta convertirse en mejores amigos, casi hermanos.
Se hicieron compañía en su soledad, y encontraron un sentido en las pequeñas cosas que ambos han compartido.
Un Volkswagen Gol 2017 de color negro se detuvo delante de ella, y sonó dos veces el claxon para que supiera que era el. Sonrió, y se levantó al instante para entrar en el auto.
Aquel vehículo le perteneció al padre de Joe, y a pesar de que él apenas sobrellevaba la pérdida de su familia y no quería tener nada que les recordase, no pudo venderlo porque lo necesitaba.
—¿Que tal te fue? —pregunto, mirando a Molly con una amable sonrisa.
—Bien, aunque hoy vinieron unos clientes que se comportaron como unos completos idiotas. Y me duelen las piernas. —respondió con una mueca, mientras acariciaba sus piernas para aliviar la presión que sentía.
Joe no evitó hacer una mueca de tristeza. No le gustaba ver a Molly sufrir la pesadez del trabajo, pero no podía hacer nada. Si tuviese lo suficiente haría que ella no trabajara, pero ambos se necesitaban, él no podría con toda la carga para mantener la casa por sí solo.
—Estarás bien. Cuando lleguemos a casa te daré una crema para el dolor. —le susurro, dándole una ligera caricia a su pierna como consuelo.
Molly solo pudo sonreírle como agradecimiento, no quería preocuparlo más y darle más pesadez a sus hombros. Joe encendió el auto y arrancó, alejándose cada vez más de la parada de autobuses.
Ella se recostó mejor en el asiento, mientras admiraba el camino por la ventanilla, esperando llegar al club, aunque dentro de si misma anhelaba que eso no pasará. Estaba consciente de que no se veía para nada bien que una adolescente de diecisiete años estuviese trabajando no solo como stripper, sino como prostituta.
Pero la desesperación te quita los límites.
Te coloca en un punto donde tomas todo lo que te lanzan sin importar que sea bueno o malo, mientras ganes algo es lo que importa.
Pero además de eso, la engañaron. Le habían ofrecido que solo bailaría en aquel lugar, y ella como toda ingenua firmó un contrato sin siquiera leerlo, confiando en la palabra de aquel hombre, y como consecuencia tiene que acostarse con clientes que la compren, o sino algo malo podría pasarle.
La violaban, y ella no podía hacer nada. Solo estar recostada, esperando entre lágrimas que aquellas bestias terminarán rápido.
Ganó traumas gracias a eso. Muchos traumas y al mismo tiempo pesadillas que la asustaban por las noches.
La mayoría de las veces llegaba a casa con moretones por los bruscos que son con ella, o con golpes en tonos morados cuando se vuelven violentos al ella intentar librarse, pero solo la ignoran a pesar de sus gritos de dolor, y le inyectan droga para calmarla y que sea más fácil de controlar en la cama.
Intento pintar sobre sus cicatrices para pretender que estaba bien a pesar de todo, dándole al mundo una imagen feliz y normal de su vida a las personas que la rodeaban cada día.
Joe y ella hacían el intento de reunir dinero para que se fuesen lejos de la ciudad y encontrar una mejor vida. Un más decente, con menos peligro y sufrimiento de por medio, aunque les faltaba mucha cantidad para ello, el pequeño rayo de sol no se les iba y estaban seguros de que poco a poco lograrían su objetivo.
Y eso emocionaba sus días más que nunca.
Joe detuvo el auto en el estacionamiento que había detrás del club, y el pequeño corazón de Molly se aceleró ante el terror y la ansiedad que la invadía. Su mano pico con las ganas de tomarse una pastilla para apaciguar aquella tormenta que siempre la atrapaba al llegar al infierno, pero comenzaba a respirar profundamente, al igual como en los vídeos que vio para ello.
La gran fila de hombres esperaba por entrar. El club era todo negro, con cristales que no podían ver que había dentro y un letrero en la cima del lugar que decía "Luna Roja". Él tomo su mano y se adentraron al lugar.
La música se escuchaba de fondo mientras caminaban por un gran pasillo, los sonidos se hacían cada vez más fuertes con cada paso que daban. Pasaron entre la cortina de diamantes falsos y el escenario de strippers con hombres hambrientos de deseo se revelo ante sus ojos. El lugar era grande, tres escenarios públicos, y cuatro privados.
La famosa sección "Neutro", donde todos podían darse el festín de ver junto a los otros. Los escenarios privados se llaman la sección "Cereza", y la última sección (y la menos favorita de algunas bailarinas) era la sección "Blue", donde había diez habitaciones para dar placer a los clientes que compran a las bailarinas. Además, había una zona VIP alejada de las demás mesas, con una perfecta vista de los tres escenarios, Había un guardia para que nadie pasará a menos de que haya pagado por un asiento exclusivo.
Tres secciones VIP, todas lo suficientemente grandes como para que estén doce personas.
—Iré a cambiarme. —murmuro ella con pereza, girando a ver a su mejor amigo.
—Suerte. —dejo una suave caricia en su mejilla como consuelo, antes de que ella se perdiese entre las personas hasta llegar a los vestidores.
Saludo a las demás chicas que estaban allí con una sonrisa amable, y dejo su bolso sobre el tocador para sacar su atuendo. Era un bodi de encaje color negro que podía verse sus pezones y su parte intima si se le iluminaba para que los demás viesen.
Corrió la cortina de los vestidores para tener algo de privacidad, se quito la ropa y se puso el diminuto atuendo. Suspiro pesadamente al verse en el espejo, imaginando yéndose en ese momento y disfrutar de la soledad de su habitación donde no había ningún peligro.
Pero al final era eso...
Fantasías lejanas.
Se coloco los tacones de punta, y tomo su ropa del piso antes de salir y acercarse de nuevo al tocador. Guardo sus pertenencias en el bolso, y lo dejo a un lado para poder maquillarse y que no se notaran sus ojeras. Delineador, algo de rubor, sombra y pintura labial rojo pasión.
La adolescente nunca fue alguien que se maquillara mucho, además de que eso despierta una gran alergia que podría arruinar el espectáculo, sus bolsillos no llegaban para poder comprarse un antialérgico.
Soltó su cabello para desordenarlo un poco, y al ver el resultado se dedicó una sonrisa a sí misma como aliento para mentirse que todo estaría bien.
Se dirigió al escenario, donde una chica bailaba en el tubo causando que los clientes gritarán palabras obscenas, y le aplaudieran mientras otros les tiraban dinero a sus pies. Tomo aire, tratando de calmar los nervios, y se concentró en estirar y calentar.
Hizo los estiramientos adecuados para bajar la tensión de su cuerpo y relajar sus músculos, pero de nuevo la tormenta mental volvió cuando se escucharon los aplausos y admiro a la chica bajar del escenario y pasarle por un lado.
Era su turno.
Se coloco el antifaz negro de encaje, y cerró sus ojos para contar mentalmente y no tener un ataque de ansiedad en medio del show.
"Vamos, Molly. Tú puedes. Baila y todo acabará."
El anfitrión se subió al escenario con su micrófono en mano.
—Lindas tetas la chica, ¿no? —los hombres rieron y estuvieron de acuerdo con su comentario—. Pues, les gustará está chica que viene, porque al no tener un gran cuerpo baila candente. Aquí viene Candy.
Salió al escenario, intentando reprimir sus insultos al anfitrión por insultar su cuerpo. Se acercó al tubo, sintiendo la mirada de todos esos hombres con ojos brillando de deseo. Un público de monstruos hambrientos.
Inhalo y exhalo, y de pronto apagaron las luces dejando únicamente sobre la de ella, siendo un rojo pasión. Miro hacia Joe, y este le sonrió con ternura, transmitiéndole sin palabras que todo está bien. Le devolvió la sonrisa, y se concentró en la barra.
Solo en la barra.
La música comenzó a sonar, y camino alrededor del tubo con pasos lentos y sensuales, tomando todo con calma, Su mano libre acarició su cuerpo, desde el trasero hasta el cuello, despertando el brillo carnal de todos. Se balanceo y se montó en la barra, dando vueltas mientras jugaba con su cabello con su mano libre. La melodía era suave y sexy, dándole la oportunidad de tomar todo con calma como quería.
Bajo, y siguió caminando alrededor, concentrada en sí misma y no en los demás. Le dio la espalda a la barra, se impulsó y enrollo la pierna más cercana, comenzando a dar vueltas como si fuese un carrusel. Bajo de nuevo, y movió su trasero, bajando poco a poco sin soltar la barra, y cuando casi toco el suelo se recompuso. Se montó hasta arriba, haciendo un paso causando la emoción de los espectadores.
Al estar en el piso, movió sus caderas mientras acariciaba su cuerpo y jugaba con su cabello, y no evito que se adentrará en su mente, intentando encontrar un refugio en lo más profundo de sus recuerdos y sentirse en casa y protegida.
Llegó al día que sus padres la acompañaron a su primera clase de ballet. Recordó la sonrisa gigante que tenía en su rostro por la emoción recorriendo su cuerpo, mientras se entregaba al baile y sus padres y la profesora la miraban con orgullo, y las otras niñas con envidia, pero ella solo se concentraba en la música y en recordar los pasos.
Siguió bailando, tanto en sus cuerpos que es su refugio de los monstruos, como en el infierno ante aquellos ojos llenos de deseo, de consumirla sin importar nada. Con todas sus fuerzas encerraba a la ansiedad en una caja para que no reluciera en su cuerpo, y poder estar en calma para bailar.
Al terminar y creer que se podría ir, el señor Kowalsky, el dueño del club, llegó con la noticia de que la esperaban en una de las habitaciones de la sección Blue. Ella hizo un sobre esfuerzo por no llorar y suplicar que no la dejará ir allí.
Al caminar y acercarse cada vez más a su sufrimiento, podía percibir como el vómito se le subía a la garganta. No quería, no quería ir allí, anhelaba salir corriendo con todas sus fuerzas y jamás mirar hacia atrás, hacia su pasado, a la triste vida que le toco.
Miro con un leve puchero al hombre mayor que la esperaba desnudo, ya listo para lo que vino.
—Tengo... diecisiete años. —susurro. Siempre decía eso al llegar con la esperanza de que se detuvieran.
Pero esta vez no ocurrió el milagro.
—Eso lo hace mejor. Un coño joven. —dijo, con una sonrisa perversa en su rostro.
En un instante, ya estaba en la cama, con el bodi hecho un desastre y reprimiendo sus lágrimas ante el dolor que sentía. Era horrible el ardor de que la desgarraran por dentro, de que entraran sin su consentimiento, y que solo la tomen como si fuese un cuerpo solo para dar placer y ya.
Como una puta.
Apretaba las sábanas, mordió sus labios para no sollozar y solo admiro el techo, rezando de que acabe pronto.
Pero no ocurrió.
Paso tres largas horas en ese infierno, donde su sangre mancho sus sabanas, y sus lágrimas no importaron para nada.
La brisa salina acariciaba los rostros tensos de los presentes en aquella terraza.
Las olas rompían con fuerza contra las rocas, enviando espuma blanca que se desvanecía en el aire. El cielo estaba lleno de nubes grandes y grises, ocultando los rayos del sol, y de fondo se escuchaba el tintineo de las copas de cristal.
Los jefes de los grupos de mafiosos en el mundo estaban reunidos en la gran y lujosa terraza, esperando la llegada de los invitados estrella. Todos hablaban entre sí, algunos sobre negocios, otros sobre sus millones y millones de dinero que había en sus cuentas y como pensaban en gastárselo, y otros simplemente estaban callados y tomando el dulce vino.
Cole esperaba pacientemente, pero de vez en cuando veía el reloj en su muñeca asomándose la impaciencia y la ansiedad en sus ojos. Los guardias y francotiradores estaban en cada metro del lugar, custodiando y protegiendo de que ningún policía llegue de sorpresa.
De pronto, el aire se volvió más denso cuando las puertas de doble hoja se abrieron en un crujido. La figura que entro era imponente, su presencia llenaba el espacio como una tormenta que se avecinaba.
Era Daron Mattson, el jefe mafioso que se encargaba de tener todo bajo control en el país.
Y detrás de él entro la figura delicada y pálida con cabello rubio, era su hermana Leonora Mattson.
Daron era un hombre de veintiocho años, su mirada era oscura, intimidante, y al mismo tiempo cautivador ante aquellos ojos azul oscuros. Pareciera como si hubiese visto más de lo que cualquier ser humano debería. Su traje a medida, oscuro como la noche. El cabello negro, peinado, pero con algunos mechones rebeldes rozando su frente, admiro a los presentes como si escudriñara sus almas.
Los mafiosos se inclinaron ligeramente en señal de respeto. Cole al instante se puso de pie ante sus presencias, y acomodo su saco mientras alzaba su cabeza pareciendo más serio de lo normal.
Leonora admiro a todos ajena, no estando del todo cómoda en el lugar. Sus ojos azules miraron con cuidado a los presentes, notando la envidia de muchas esposas de varios mafiosos. Daron avanzo junto con ella hasta llegar a Cole, y este último no dijo nada por algunos segundos hasta que una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
—Bienvenidos, Daron y Leonora. —dijo, en un tono educado y amable.
Leonora se mantiene en silencio, solo dando un pequeño movimiento de cabeza respondiendo a su saludo. En cambio, Daron miro un momento a su hermana y luego a Cole, y el señor sonrió feliz de verlo, a ambos.
Lo abrazo, y Daron recostó su cabeza sobre su hombro respondiendo a su abrazo. Cole dio palmadas en su espalda, mientras sonreía de que este de regreso. Daron se acomodó, y le sonrió levemente.
—A comenzar con el festín. —declaro Cole, y los demás sonrieron y llenaron sus copas.
Daron y Cole fueron a hablar en la esquina de la terraza, mientras Leonora decidió alejarse un poco para tomar una copa.
—¿Que tal Rusia? —pregunto Cole, mientras encendía su tabaco.
—Bien, algo frío. —murmuro, mientras tomaba un sorbo de Whisky.
Cole soltó una risa junto con una tos por el humo. La vejez y las consecuencias del tabaco le estaban pasando factura.
—Frío... Creí que hablarías más de las interesantes armas de allá. —miro el horizonte.
Daron sonrió de lado al captar todo, y admiro también el mar.
—Armas, cuyos nombres y sus formas de uso son... secretos.
Cole sonrió divertido, pero no comento nada y siguió fumando, tosiendo de vez en cuando.
—¿Que nos reúne en este día? —pregunto Daron, rompiendo el silencio con un tono bajo, pero penetrante—. ¿Otro juego de poder? ¿Algo más en la tabla?
La tensión era palpable en ambos hombres, y Cole era consciente que a Daron no le gustaba ir con rodeos, así que no le hizo perder más tiempo.
—Las alianzas entre estas familias mafiosas son débiles, pero necesaria. Estamos cada vez cayendo y tememos que la policía llegue a nosotros algún día. —explico Cole, mientras seguía viendo las olas romper contra las rocas.
—¿Y qué propones? ¿Que haga tu trabajo? —guardo sus manos en sus bolsillos, mirando a Cole con una frialdad que helaba la sangre.
—Propongo que solo atribuyas ideas como todos los demás. —lo miro mal, no le gustaron para nada sus palabras.
—Ideas que nadie atribuye y solo yo.
—Daron... —Cole intento quejarse, pero fue interrumpido.
—¿Y que obtendría a cambio? No soy un filántropo, Cole.
—Tenemos información. Conexiones.
—Que son mías por derecho. —dio un paso amenazante hacia él—. Tienes que esforzarte, Cole. Ya veo porque la pirámide cae.
—Hago el trabajo que tu no quieres tomar. —Cole tenso la mandíbula ante las amargas palabras de Daron.
Daron no dijo nada, y solo miro la vista que la terraza regalaba mientras seguía bebiendo de su copa. Un trabajo que ya él había cumplido hace tiempo, y que no le veía el sentido seguir allí cuando ya logró su propósito.
Leonora, por otro lado, tomaba una copa de vino mientras paseaba por la terraza y veía a todos ajena y algo tensa. No solo le lanzaban miradas de deseo y de admiración, sino que muchas eran envidiosas y con deseos de estar en el lugar de ella.
Las presencias la agobiaban y solo quería salir de allí cuanto antes. Admiro a lo lejos como dos mujeres hablaban mal de ella, de cómo tenía trenzado su cabello o el vestido blanco que no resaltaba su figura. Se tenso al instante, posando su mano en el abdomen y acomodando un poco su vestido antes de irse a una parte de la terraza más solitaria.
Miro el mar, tomando un poco de aire y saboreando la sal. Daron llegó detrás de ella, posándose a su lado.
—¿En qué piensas? —su tono ronco y varonil resonó en los oídos de ella, sacándola de sus pensamientos.
—Pienso en las caras nuevas y en lo que transmiten. —susurro, girando su cabeza para verlo—. Pero al final es lo mismo.
—¿Qué opinas de todo esto? —miro sus manos antes de verla a ella.
Leonora se encogió de hombros, no sabiendo exactamente qué decir, o lo que su hermano quería escuchar.
—¿Que quiere Cole de nosotros?
Daron suspiro pesadamente al recordar la conversación, y miro el mar para que su hermana no notara la mueca que puso.
—Negocios... Quiere que aporte en ideas nuevas para que el circulo se actualice y la policía no les siga la pista.
Leonora frunció el ceño.
—¿Ideas? Creo que hay suficientes mafiosos para que le aporten eso. —dijo obvia, queriendo darle a entender que ese no es el propósito por el cual Cole los llamo, o tal vez sea eso y algo más.
—Lo sé... —frunció el ceño pensativo, mientras jugaba con el anillo que tenía en el dedo.
—Tal vez solo te quiera de regreso en la pirámide.
—Los Mattson no somos conocidos por nuestra ingenuidad, Leonora. —la observo fijamente—. Sabemos que la lealtad en este mundo es efímera, pero también sabemos que la información que obtendremos si regresamos puede inclinar la balanza hacia nuestro favor.
—¿Y qué haremos entonces?
No dijo nada por varios segundos, y se tomó todo el Whisky.
—Nada. Cumplimos hace tiempo, no debemos nada.
—Cumplimos, pero no debemos olvidar nuestras raíces, y nuestras herencias. —se acercó a él para que la pudiese escuchar bien—. No podemos olvidar quienes somos.
—No lo olvidaremos, pero tienes que recordar en este mundo hay dos tipos de personas: los que sobreviven, y los que caen.
Leonora relamió sus labios, y miro sus manos antes de volver a los ojos de su hermano.
—Esto podría beneficiarnos. Sé que estamos en un juego peligroso, pero nuestro padre confío en nosotros antes de saber en qué nos convertiríamos. Siento que le debemos esto.
Daron no dijo nada, exasperado ante la estúpida idea de que su hermana sea tan sentimental y quiera seguir manteniendo alguna especie de conexión con sus padres.
—Al menos quedémonos un tiempo, y luego podemos volver a Rusia. —lo miro, esperando que aceptara.
Daron la observo sin decir nada, su ceño estaba fruncido dando a entender que estaba pensando en sus palabras, o fingiendo que lo hacía.
—Y si alguien nos traiciona...
—Las consecuencias serían... desagradables. —Daron interrumpió, tomando un tono más duro y amenazante.
Ella admiro el mar, sabiendo que ambos habían tomado una decisión.
No evito esbozar una sonrisa, estando consciente de que, aunque a Daron no le guste volver, sabía que lo hacía por ella, por hacerla feliz. Desde pequeños lo ha hecho, hacer feliz a su pequeña hermana y que la tristeza no quepa en su vida.
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