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Capítulo 7: Río de sangre en la oscuridad


<<En algún lugar a las afueras de la ciudad...>>

El par de hombres vestidos con uniforme militar hicieron gestos de desagrado en diferentes medidas al entrar en la enorme bodega. El olor metálico de la sangre, el sudor, los químicos extraños y miedo de múltiples personas se mezclaba en el aire causando una atmosfera de desesperación que abrumo de golpe al que llevaba el rostro descubierto.

Lain, quien no llevaba máscara de gas, uno de los agentes de más alto rango dentro de Imperio compartió el mismo gesto que el hombre a su lado cuando este tuvo una arcada de asco. En realidad, estaba acostumbrado este tipo de escenas, convivía con mayor regularidad con masacres y muertes. Sin embargo, aún le costaba controlar su estómago ante esta clase de brutalidad.

El sanguinario cuadro frente a ellos era apenas iluminado por las luces blancas del techo que no paraban de tintinear, se mecían como si un terremoto acabara de pasar, haciendo que el paisaje de los hombres inmóviles sobre el suelo se volviera aún más terrorífico.

La firma del artista no era necesaria. Lain reconoció el patrón de las crueles pinceladas. Y el mismo artista aún se encontraba ahí.

En medio del sangriento caos, una única persona permanecía en pie, respirando como si hubiera corrido un maratón.

<<Vánagandr>>, reconoció Lain para sus adentros.

El lobo de aquel cuento mitológico no se alejaba de la imagen encarnada del muchacho bañado en líquido rojo en medio de la escena.

El símbolo de la fuerza, la ferocidad, destino e inevitabilidad lo encarnaba un joven que no debía superar los veinte o veinticinco años de edad, con complexión atlética y sombría expresión.

El joven reguló su respiración bajo la atenta mirada de Lain. El agente se dio cuenta que aquel al que llamaban "el lobo que mató a Odín" sostenía algo con la mano derecha.

<<No es un arma. Él no las necesita. Todo su cuerpo es una granada de mano, solo hay que quitar el seguro para que esté caos incremente>>. Razonó el agente de mayor rango.

—Ey, Lain —llamo el joven, levantando el rostro.

Por su cara corría un río carmesí. Aún desde su lejanía preventiva, Lain era capaz de ver las gotas de sangre atrapadas en las pestañas de Vánagandr, lo que acentuaba la mirada carmesí brillante del joven.

Cuando los ojos de Vánagandr se encontraron con los de color avellana de Lain, el joven sanguinario sonrió fríamente.

Vánagandr arrojó a los pies de Lain lo que sostenía en mano. El objeto rodó por el charco formado por la sangre de los agentes muertos y el agua de los aspersores hasta los pies del agente.

Un escalofrío recorrió la espalda de Lain al reconocer la mano cercenada por encima de la muñeca que se detuvo a unos centímetros de él.

—¿Necesitas una mano? —pronuncio con un tono de burla y satisfacción oscura el joven.

El agente al lado de Lain levantó una pistola, apuntando la boca de la misma hacia Vánagandr con una clara amenaza de abrir fuego contra él.

El agente de alto rango giro hacia su compañero intentando soltar la orden de que enfunde el arma, pero sus palabras autoritarias se trasformaron en un quejido de sorpresa cuando una salpicadura de sangre alcanzó su rostro.

El hombre que sostenía el arma cayó al suelo como un trapo húmedo, con los huesos rotos y agregando más líquido carmesí al charco que pisaba.

<<Su rango de alcance es mayor que la última vez>>, pensó Lain con una preocupación que lo aterraba.

—Detesto a los entrometidos —murmuró Vánagandr, tras decir aquello soltó un bostezo.

<<Su adrenalina debe estar bajando. Con suerte podré distraerlo hasta que lleguen los demás>>. Se propuso el mayor.

El agente se dio el tiempo de analizar a fondo la escena. Por alguna razón el joven había ignorado las cajas de metal con refrigeración interna, los utensilios de uso médico, las botellas de líquido brillante azul dentro de los cilindros con agua burbujeante y los expedientes en los gabinetes grises.

Eso hizo a Lain sospechar que esta visita no era para perjudicar los avances de Imperio como lo han sido en otras ocasiones. Y la forma en la que expresó su violencia no le decía que el ataque se haya dado por simple diversión destructiva. Esto tenía un propósito.

—No creo que hayas venido a jugar, Vánagandr... ¿qué te trae por aquí? —cuestiono el agente con recelo.

No era la primera vez que estos dos se encontraban, pero Lain nunca se había acostumbrado al carácter cruel que mostraba el joven. Desde que lo conocía, le podría atribuir cientos si no es que miles de muertes de agentes bajo su cargo.

—Busco a la bastarda de fuego —fue la respuesta que obtuvo.

Los ojos de Vánagandr dejaron de brillar en rojo, volviendo a un color que por la luz no era capaz de distinguirse, aunque Lain ya lo conocía.

—¿Mataste a todas estas personas... —Lain enmarcó sus palabras señalando los alrededores con las manos extendidas—, sólo porque buscabas a alguien?

—Ustedes son menos humanos de lo que nosotros lo somos. No son merecedores de ser llamados "personas".

—Buscamos su bienestar, Vánagadr. Esto que les pasa no es normal —defendió el agente—. Están enfermos y nosotros buscamos una cura, buscamos ayudarlos.

—¿A costa de qué? —El joven inclinó la cabeza hacia un lado con la mirada perdida—. Nos encierran, nos torturan y esclavizan sin sentir culpa o empatía. ¿Aun así tienes el descaro de decirme que tratan de ayudarnos?

Lain levantó las manos en un intento de pedir calma sin usar palabras. El tono del muchacho le indicaba que lo que había dicho lo estaba alterando.

—No quisiera contradecirte, y sé que no hay nada que pueda decir para convencerte de que...-

Lain no pudo terminar lo que iba a decir, pues sintió la piel de sus extremidades erizarse cuando la mirada de Vánagandr atrapó la suya. Era tarde, aquel muchacho ya estaba más que enfadado. El agente tuvo que cambiar de estrategia, dejar de lado su sentido de supervivencia que le pedía huir y reunir un poco de violencia en su interior para preparase para pelear.

—Realmente no quiero hacer esto, Vánagandr... no quiero pelear contigo.

—¿Tienes miedo, Lain? —El joven dio un paso en dirección al agente—. ¿Te susurra la muerte en los oídos?

Otro paso y Lain tragó saliva, obligándose a no retroceder.

—¿Qué te dicen tus instintos, Lain?, ¿qué es lo que ellos te piden que hagas? —Los ojos de Vánagandr se tornaron rojos—. Escúchalos, Lain. Ellos van a mantenerte vivo, ¿no? Es lo que ella dice.

Lain maldijo para sus adentros al mismo tiempo que se sintió acorralado. Sin escapatoria a la vista, no le quedó más remedio que activar su habilidad. Pero cuando parpadeo para hacerlo, las luces fallaron de tal forma que dejaron al agente parado en la oscuridad.

El agente sintió un nudo de miedo apretarse en su garganta. Estaba solo contra un enemigo con el que jamás se había enfrentado, a oscuras, abandonado a su suerte.

—Los traidores mueren pronto, Lain. No lo olvides —escucho pronunciar a sus espaldas—. Dile a esa bastarda que volveré. Su cabeza es mía, ya no hay razón para que siga pegada a su asqueroso cuello.

Lain giró de golpe hacia donde había escuchado la voz, preparándose para un golpe que jamás llego, en ese mismo instante las luces volvieron a encenderse. Y se encontró solo en medio de la escalofriante escena.

Sus ojos recorrieron la estancia frenéticamente en busca de su atacante, pero no pudo ubicarlo. Su agitada respiración era el único sonido que sus asustados sentidos pudieron captar. No hubo ningún movimiento más.

Por un momento pensó que estaba siendo engañado por su propia habilidad, así que la desactivo. Pero nada cambio.

—¡Superior Lain! —gritó un agente irrumpiendo en la bodega—. ¡Superior Lain!

<<Maldición, dejé escapar a un pez gordo>>, se quejó internamente.

—¿Cuál es la situación? —Cuando sus ojos repararon en el agente recién llegado, frunció el ceño—. ¿Qué carajos te pasó a ti?

El hombre que lo había llamado a gritos estaba cubierto de arena blanquecina. Su uniforme entero estaba desalineado, en sus gafas y máscara de gas había diminutas montañas blancas.

—El sujeto, el que controla la gravedad, señor —el hombre hablaba entre jadeos—. Lo acorralamos, pero se defendió. Casi nos mata a todos, señor.

La ira se extendió en el pecho del agente de mayor rango.

—¿¡Qué mierda significa eso!? —Lain alcanzó al otro agente en un par de zancadas—. Esa operación no se realizaría hasta mañana.

—Pero... ¡no, señor! Se nos ordenó que lo capturáramos hoy.

Lain pateo el charco a sus pies ya sin importarle mucho de qué estuviera hecho.

—Señor, Ada logro dar con él, pero nuestra comunicación con ella ha sido cortada por alguna razón —termino por informar el hombre—. No sabemos cuál es la situación actual.

—Más les vale capturarlo, porque si no es así, ¡tú y el resto ocuparán su lugar en la mesa de disección!

Lain salió de la bodega con el agente a la zaga. El agente de rango superior maldijo de nueva cuenta para sus adentros cuando comprendió la situación.

<<Vánagandr era una distracción. Sólo fue un anzuelo para atraernos a Ada y a mi hacia este lugar y que el sujeto de la gravedad hiciera lo que sea que se traigan entre manos sin problemas>>.

—Malditos mocosos inteligentes —reconoció en voz alta.  

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