Capítulo 5: Contratiempo
Hoy la calle está más transitada, incluso más que ayer. Como si mi día no hubiera empezado mal, a consecuencia de una reparación en las calles que normalmente se usan para llegar al centro, me tienen de nuevo estresada y entre una multitud.
Pero no es eso lo que me hace sentir un cosquilleo de advertencia en la nuca. Trato de fluir entre el gentío sin entorpecer el paso de nadie. Lo menos que necesito con un hombre siguiéndome es hacer ese extraño baile que sucede cuando tú y la persona que se te cruza quieren ir por el mismo lado al mismo tiempo.
He doblado en las esquinas unas cuatro veces para confirmar que de verdad está siguiéndome, en todas esas veces, al mirar hacia atrás me lo encuentro, con su cubrebocas gris y chaqueta negra.
Justo ahora, mi habilidad está fuera de control, no podía desactivarla a voluntad, y hoy... carajo, ¿por qué justo hoy no puedo activarla?
Mis largas zancadas de nerviosismo se transforman con rapidez en una carrera de un pánico que trato de mantener a raya en cuanto noto que el sujeto se ha cansado de ir a metros detrás de mí, trata de alcanzarme.
Mascullo una maldición cuando por poco tropiezo con un perro del tamaño de una rata y su inoportuno dueño detenido a mitad de la acera para contestar su celular.
Mis nervios y el desbalance me hacen tomar una ruta equivocada. Entro en un callejón, no es demasiado estrecho, pero si es bastante empinado. Debido a las suelas desgastadas de mis tenis, estoy derrapando una parte del camino.
—¡Te tengo! —grita la voz de un hombre.
Me arriesgo a dar un salto en medio de la pendiente, lo que me ayuda a sentir que he vuelto a ganar terreno. El dolor de unas uñas cortas aferrándose con furia a la piel de mi brazo me desequilibra por un segundo y me acompaña por más de eso.
El callejón desemboca a un área amplia en construcción. El suelo de tierra pálida es levantado por el aire. Debería dar vuelta, debería ir hacia un lugar público, eso es lo que me dice el cerebro. Sin embargo, mis instintos tiran de mi hacia el interior del inhóspito lugar.
Corro entre maquinaria robusta, placas de metal, pilas de bloques grises y montículos de tierra que parece haber sido sacada de unos huecos cuadrados que han abierto en el suelo —con los que casi tropiezo— o solo están esperando a ser dispersos y aplanados por esa máquina con un rodillo gigante al frente.
Huir aquí se siente imposible, comienzo a considerar otras opciones.
Freno mi carrera con un derrape, la tierra suelta me sirve para amortiguar. Doy media vuelta sobre mis talones para encarar al hombre. Sin oportunidad de esquivarlo... me taclea por el abdomen bajo y me lleva al suelo. No es como esperaba que reaccionara.
Creí que se detendría, la mayoría de los asaltantes lo hacen, pero este tipo no dudo dos veces y derribarme.
Él es fuerte, pero yo soy rápida, sobre todo... estoy lista para pelear por mi vida.
Lucho contra la falta de aire, el dolor en la espalda, contra su peso sobre mí y el miedo.
Recuerdo con claridad que una de las reglas cuando terminas en el suelo es no apartar la vista en ningún momento, es importante mantener el contacto visual en tu oponente para saber cómo tratará de golpearte y así poder bloquearlo.
El pensamiento de que él ha quedado rodeado por mis piernas y no al revés me ayuda a mantener mis nervios bajo raya. Si él hubiera terminado sentado a horcajadas sobre mi sólo sería una complejidad más elevada quitármelo de encima, pero no sería imposible.
Aprieto las rodillas a los costados del hombre y hago una palanca para alejarlo de mí, mientras que a ciegas me aferro a la mano que está usando para apoyarse en el suelo. No logro moverlo mucho, pero no dejo que eso me desanime. Sólo era una de muchas estrategias.
He practicado esta posición muchas veces. Vladimir siempre ha dicho que los hombres creen tener ventaja en cuanto te acorralan contra la pared o el suelo, así que he tenido sesiones en las que practico cómo zafarme de esta situación. Mi cuerpo se mueve solo.
Muevo mi cadera hacia un lado, en un latigazo rápido que obliga a mi oponente a tratar de no irse conmigo. Lo dejo enderezarse lo suficiente para poder meter mi talón en el espacio entre su ingle y sus genitales, empujo con fuerza, no solo desde los músculos de mis piernas, si no desde mi cadera.
En cuanto logro hacerlo hacia atrás, pateo con mi otra pierna. Trato de apuntar hacia su rostro, pero fallo, dándole en el pecho y tumbándolo hacia atrás. Sin detenerme a recuperar el aliento, me impulso para montarlo.
Mientras sus manos sostienen su pecho recién golpeado me aseguro de montarme a mitad de su estómago y afianzar mis talones entre el hueco de su cadera y sus costillas para que no pueda moverme. Hago una equis con mis muñecas cruzadas, sujetando el cuello de su chaqueta y haciendo presión.
Nunca he sido fan del Gi choke cruzado. En realidad, no me gusta ninguna técnica de asfixia o aquellas que cortan el flujo de sangre hacia el cerebro... pero sé que en las peleas callejeras no puedes considerarte el ganador hasta que tu oponente no pueda levantarse.
Pongo mi peso más sobre él, haciendo más presión en su arteria carótida.
En cuanto veo que sus ojos ponerse en blanco comienzo una cuenta regresiva mental. Él va a desmayarse. El cuerpo del hombre deja de estar rígido, se rinde ante la inconciencia en la que mi llave lo sumerge unos parpadeos después.
Antes de siquiera recuperarme, me levanto y corro, corro sin detenerme, sin hacerle caso al ardor en mis pulmones, incluso me esfuerzo por no prestar atención a la forma descontrolada en la que mi corazón late.
Lo más lógico sería haber regresado sobre mis pasos, regresar por aquel callejón a la calle principal. Aun así, mis instintos no dejan de gritarme que avance en esta dirección, que me adentre más entre la maquinaria, y es lo que hago.
Me detengo para poder recuperar aliento al considerar que estoy a una gran distancia del sujeto dormido, asegurándome de quedar escondida entre un par enorme de montículos de tierra. Me doblo por la mitad, apoyando mis manos en mis rodillas.
A mi derecha escucho una voz quejarse, no entiendo lo que dice y no lo necesito para volver a sentirme a la defensiva, pero mis piernas parecen haberse vuelto de plomo. Me cuesta moverme.
Hay un montículo de arena enorme entre quién o lo que sea que haya al otro lado y yo. Doy un paso forzoso para emprender una nueva carrera cuando aquel montículo explota desde su centro. Algo negro cae a mi derecha con un golpe sordo acompañado con el quejido de otra cosa que cae a pocos pasos del primer objeto.
La arena se asienta lo suficiente para lograr ver qué fue lo que cayó a mi lado, es una persona. Una persona vestida de negro, en una especie de traje táctico ligero. Lo que me llama más la atención, son las grandes gafas para tiro oscuras y la ostentosa máscara de gas sobre su rostro.
Algo tira del cuello de mi suéter, mis piernas tratan de aferrarse al suelo mientras soy arrastrada, lucho para quitarme de encima el agarre teniendo como único resultado que se aferren mejor a mi ropa. Estiro las manos hacia atrás hasta que doy con lo que me sujeta, un agarre de hierro se cierra en la tela.
Me balanceo de un lado a otro con desesperación, intentando que la persona pierda la batalla, pero no lo hace.
—Quédate quieta. Si continúas luchando sólo lo harás más difícil para ti —gruñe.
Golpeo la mano que me retiene, ganándome un insulto por parte del captor, nada más que eso. Me frustra no lograr mover su pinza, aunque no va a detenerme. Si no puedo quitarme su agarre, puedo quitarme el suéter.
Me escurro a través de mi suéter, que queda enredado en la mano de mi captor con forme me lo quito a la fuerza. Salir de ella mi ropa holgada es más fácil que mantenerme en ella mientras me arrastran. No me gusta la idea, pero resulta útil.
No pierdo la punta de una de las mangas, lo utilizo para enredarlo más en el brazo del hombre de negro que logro ver cuando giro repetidas veces sobre mi cadera, algo así como la vuelta de la muerte de los cocodrilos, aunque la que está en peligro soy yo.
La tela de mi ropa funciona como esposas cuando se enredó en ambas manos del hombre gracias a mis movimientos desesperados. Tiro con todas mis fuerzas en mi dirección, haciendo que mi captor se precipite encima de mí, pero le doy la bienvenida con una patada en la cara, esta vez, efectiva.
El hombre cae hacia atrás con un ruido seco.
—¡Mierda! —gruño poniéndome de pie, recuperando a la vez mi ropa de unos brazos inconscientes—. Estos eran mis Jeans favoritos —me quejo mirando la tela sucia y algo rasgada.
Ato mi suéter alrededor de mi cadera con algo más de enojo y miro a mi alrededor tratando de elegir a qué dirección dirigirme.
—¡Muévete! —gritan.
Un hombre cae sobre el que puse en el suelo.
Algo frena su andar a unos centímetros antes de chocar contra mi hombro derecho. Me encuentro con un chico que ni si quiera se molesta en mirarme, me toma del antebrazo y tira de mi para alejarme de un tercer hombre, pero lo reconozco. Es el mismo chico con el que me cruce ayer
—¡Tú de nuevo! —grita con sorpresa y alegría—. Te dije que volveríamos a vernos. Es una lástima que sea en esta situación.
No creo que sea un buen momento para socializar... sino para correr, ¿no te parece, pecas?
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Dato curioso: este capítulo ha cambiado tanto de nombre que ya ni recuerdo cómo se llamaba originalmente, incluso volvió a cambiar de nombre antes de ser publicado -suspiro-.
¿Saben qué más cambió? ¡El año! Feliz 2024 a todos, ¡suerte en sus nuevas metas!
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