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Capítulo 30: Tártaro

"—Quiero entrar a Tártaro"; fue lo que dije ayer. Siendo honesta, quiero retractarme. No entiendo cómo se me ocurrió la idea de que me encerraran en un lugar del que recién conozco su existencia. Sospecho que tiene que ver con mis pensamientos fatalistas.

Al venir al segundo edificio y ver lo pequeño que es, no me cabía en la cabeza que existiera una habitación especial de entrenamiento como la que Cinco se tomó la molestia de describir durante el almuerzo. Al notar que nos dirigíamos hacia abajo, la idea tomo forma.

—¿Hablaste con Vladimir? —pregunta Kellan de pie frente a mí.

Sus ojos no dejan de escudriñar dentro de la habitación a través de la ventana que del otro lado parece un espejo. Ha estado tenso desde que entramos, al igual que yo. Cada poro de su cuerpo parece emitir la misma tensión que el mío.

Se ha vuelto mi sombra, lo cual me parece irónico, ya que está tratando de protegerme ahora que estamos dentro del refugio. Hacia dónde me muevo, él lo hace. La distancia que suele haber entre nosotros, hoy parece no existir. Su nerviosismo se me ha contagiado, o al revés. Su semblante siempre neutral parece haberse quedado quién sabe dónde.

—Sí, ayer en la cena. No sé cuánto podré persuadirlo —confieso con un suspiro—. Está cansado, eso está a mi favor.

Kellan se gira hacia mí, apoyando la espalda en la ventana. Ladea la cabeza con la mirada perdida en algún punto en el techo.

—Desde hace un tiempo sospecho que algo lo molesta, lo noto menos animado que antes. —Me acomodo el cabello hacia atrás, traerlo suelto me incómoda—. Supongo que de verdad está muy cansado como para notar mis ausencias. Pero no sé qué diré cuando lo haga.

—Ya veremos cómo solucionarlo. Por lo pronto, despeja tu mente de eso.

Asiento, incapaz de usar mi voz sin que se filtren los nervios que siento al ver a Cinco acercarse a nosotros.

—Puedes entrar —dice al llegar.

Trato de que mis pasos sean firmes. Dentro huele a limpio, el aire acondicionado la mantiene fresca y no hay un solo ruido molesto. Pero sigo sin sentirme cómoda.

—Empezaremos si estás de acuerdo, Nira —la voz de Drei suena desde los altavoces—. Trataremos de que pases una noche y un día aquí. No te preocupes hay comida en las gavetas, el baño funciona y la cama es cómoda.

En lugar de contestar, mis ojos preocupados inspeccionan la habitación. La detallo como no lo había hecho antes. Cada rincón, cada arruga en la pintura de las paredes. No hay motas de polvo, pero si las hubiera seguro memorizaba su ubicación, forma y la cantidad de ellas.

Una de las paredes tiene diferentes tipos de carteles, con números y letras como los que se ven en el consultorio de un oftalmólogo. También hay una mesa larga con distintos objetos de dimensiones diferentes. Un esqueleto del cuerpo humano está pintado en una de las paredes, dentro de la jaula de huesos que es su pecho, una diana está dibujada.

En las paredes hay cámaras, cubren distintos ángulos. Son diminutas, no de alta tecnología, pero siguen teniendo apariencia muy sofisticada.

Me miro en el reflejo del espejo falso. Mi cabello está suelto, llevo una ropa como las de los pacientes de un hospital. Múltiples parches están dispuestos en mi cuerpo. Estos tienen dispositivos que envían en tiempo real mis signos vitales. Todos eso datos son supervisados por Drei desde la sala de control, unos pisos sobre mi cabeza.

<<¿Por qué no dices nada? Esto es una mala idea, ¿verdad?>>

—Nira, tú corazón está latiendo rápido, ¿te sientes bien? —pregunta Drei.

<<No, no lo estoy. Quiero salir corriendo>>

Esto se siente como si Imperio ya me hubiera capturado. Siento que estoy a punto de perder mi libertad para siempre. Sin manera de recuperarla. Me siento aislada, prisionera... y la puerta aún no se cierra, ¿cómo será una vez que esta habitación quede sellada?

Estoy a un chasquido de correr en sentido contrario, en ese momento, mis ojos caen en los de Kellan, quien me observa desde el umbral de la puerta. Su postura aumenta el nivel de tensión. Sus ojos se oscurecen con la sombra del reconocimiento. Lo sabe, sabe que no puedo hacer esto.

—¿Nira? —repiten a la distancia.

Kellan suelta un suspiro. Se deshace de las botas, después se quita la chaqueta y los deja en el suelo por fuera de la habitación. Da un par de pasos en mi dirección, pero su andar es interrumpido por la mano de Cinco, quien lo detiene del pecho.

—No debes entrar ahí —su lento pronunciar lo hace sonar como una amenaza.

—No voy a dejar que entre sola.

—Y yo no voy a dejar que entres —refuta Cinco.

—Tendrá un infarto por miedo antes de que si quiera pruebe si es capaz de quedarse dentro —contesta quitándose de encima el agarre de Cinco.

—Nueve, una vez que se cierre esta puerta no volverá a abrirse hasta mañana. Pasarás la noche ahí dentro.

—Lo sé, estaremos bien —pronuncia lo segundo mirándome.

Cinco vuelve a detenerlo, esta vez por el hombro. Kellan da un giro brusco en dirección del peliblanco, encarándolo con postura amenazante.

—No, entrarás —sentencia Cinco con el rostro muy serio.

—¿De verdad? —Kellan se cruza de brazos—. ¿Tú vas a impedírmelo?

—No veo por qué no. Hace mucho que salde mi deuda.

—Eso es lo mejor. No va a haber arrepentimientos cuando te esté moliendo a golpes.

—¿Alguna vez te has arrepentido? —Cinco suena más fluido, pero también más enojado.

Estos dos se van a arrancarse la cabeza sin motivo aparente. O al menos no es evidente el por qué, hasta que recuerdo a Drei cuando dijo que mi comportamiento los afectaba a ellos también. Pero en este momento no me veo capaz de controlar los nervios.

Casi puedo ver cómo Cinco pelea con la idea de atacar a Nueve. Lo noto en su expresión corporal. En la forma sutil en la que se posiciona, listo para dar un golpe o recibirlo. Y Nueve también está a la defensiva, con los puños cerrados y los hombros cuadrados.

—¡Basta! —Mi petición los exalta. Cinco se relaja después de que sus ojos se encuentran con los míos—. Los dos —aclaro al ver que Kellan se mantiene en la misma postura amenazante.

—No digas que no te lo advertí, Nueve —es lo último que sale de la boca de Cinco.

Kellan suspira con lentitud, de manera controlada, entra en la habitación con pasos decididos. Sin mirar atrás.

—Ciérrala —pide a Cinco.

Cinco niega con la cabeza, como reprobando la actitud de Kellan, pero cierra la puerta sin objeciones.

—Nueve, necesito que me informes si te sientes extraño —la voz de Drei suena preocupada —. No sabemos cómo podría afectarte la habilidad de Nira una vez que empiece a usarla con libertad.

El de ojos grises lo único que hace es asentir con la cabeza.

—Nira, sabemos que tu habilidad hace que sea imposible mirarte. —Drei suena profesional—. He dispuesto objetos para que practiques trasmitir a ellos tu habilidad.

Camino hacia el espacio en la pared donde están los carteles y las cosas. Sin saber cómo o por dónde empezar, me siento en el frío suelo, tomando una respiración profunda. Saber que ya no estoy sola en la habitación ha calmado mis nervios.

Observo los objetos dispuestos en la mesa. Un botón de madera, un medallón del mismo material, esto va escalando hasta un cuadrado hecho de madera del tamaño de una televisión antigua.

—No lo pienses tanto, Nira. Está en tus venas —anima Drei.

No tengo idea de cómo empezar, o cómo hacer que mi habilidad pase de mí hacia los objetos.

Las piernas de Kellan pasan a mis costados. Sus brazos abrazan mi cintura, invitándome a apoyar la espalda en su pecho. Sentir su calor contra mí me reconforta.

—Nueve, si estás cerca de ella y no puede controlar su habilidad podrías resultar herido —Drei interrumpe.

Trato de alejarme del chico de ojos grises. Pero él se aferra a mí.

—No lo escuches a él. Enfócate en mi voz —pide.

—Puedo hacerte daño, y no quiero.

—Si no lo quieres, entonces no lo harás —tranquiliza—. ¡Deja que me encargue a partir de ahora, Drei!

El sonido de un click extraño en los altavoces me hace pensar que el micrófono ha sido apagado. Aunque el silencio previo me hace sospechar que se hizo a regañadientes.

—Cierra los ojos. Relájate —comienza a guiar en un susurro que obedezco—. ¿Recuerdas cómo te dije que visualizaras las esencias?

—Como si fueran fuego.

—Tienes una habilidad, así que tienes un fuego. Activa tu habilidad, trata de ver de qué color es tu fuego y cómo se mueve —sugiere—. Empecemos de a poco.

Dibujo en mi mente un espacio oscuro, sin un destello de luz. Me aseguro de tener bien definido eses espacio antes de activar mi habilidad. Gracias a Cinco, aprendí a activarla con lentitud y eso me ayuda en este momento para ir dibujando la flama en la oscuridad.

No puedo imaginarla de otro color, es carmesí.

—Imagina que el fuego te envuelve sin hacerte daño. Baila a través de tus extremidades. Se adhiere a tu piel.

—Lo tengo —es un murmullo bajo que sale de mí unos minutos después.

—Mantén la sensación de que te envuelve. Tienes que sentir como si fuera algo que puedes tocar para poder manipularla mejor —aconseja—. Una vez que puedas pensar en otra cosa manteniendo la sensación, podremos continuar.

Pasamos varios segundos o minutos en silencio. Es difícil llevar la cuenta con el silencio reinando. En ese tiempo, comienzo a sentir fatiga en los músculos. La piel de la nuca se me eriza. Estoy apretando tanto la mandíbula que mis dientes duelen.

Trato de tolerar el dolor, pero mi pecho también comienza a arder. Mi habilidad se desactiva de golpe. Abro los ojos con un suspiro molesto.

—Está bien. —Kellan me toma por los brazos sacudiéndome de forma animosa—. Aún estamos comenzando. Es pronto para que te frustres. —Vuelve a sacudirme.

Niego con lentitud.

—Nira, tienes que entender una cosa; no puedes negarte a lo que eres —dice, de manera estricta—. Eres un Ascendido, esto es lo que hacemos. Deja de rechazar tu naturaleza.

—¿Cómo me pides que acepte algo que no conozco?

—No necesitas conocerla. Aceptas irte a dormir cada noche sin saber con qué soñarás.

—Un sueño no puede lastimarme, o lastimar a los demás.

—Cuando el sueño se torna en pesadilla sí, al menos puede herirte sentimentalmente. Y si esa pesadilla te lleva a gritar o a llorar mientras duermes, preocuparas a los que te quieren.

Me inclino hacia delante, enterrando la barbilla en mis rodillas flexionadas hacia el pecho. Casi en seguida, siento la frente de Kellan posarse en el hueco entre mi cuello y mi barbilla.

—Escucha... esto ya lo has hecho. Pero no eras consciente en ese momento —susurra.

Tuve que esforzarme para entender lo que dijo, lo que me hace sospechar que esto es algo que debe quedar entre los dos. Exone ha dicho un par de veces la importancia de mantener ocultas las debilidades de nuestras habilidades, así que esto tiene sentido para mí.

—No sé de qué-...

—¿Recuerdas esa noche donde moviste el sofá para mí? —Me interrumpe.

Asiento con disimulo. Por la forma en la que nos encontramos, Kellan aferrado a mí, escondiendo el rostro, yo aferrada a mis piernas con la cara oculta, podría parecer que estoy llorando y él está consolándome. Decido que es mejor quedarnos así, para mantener en secreto lo que sea que nos digamos.

—Tu habilidad se activa mientras duermes. Esa noche hiciste desaparecer la ventana —confiesa—. Parece que cuando sueñas, tu habilidad desaparece cosas al azar. Una persona poco observadora o adormilada en medio de la oscuridad, jamás lo notaria.

Respiro profundo, para evitar que mi corazón marche con fuerza. No quiero delatarnos de ninguna forma, no quiero que entiendan que estamos hablando de algo importante. Algo que desconocía.

—Te dije que había tenido una sensación de tu esencia. Si activas tu habilidad sin ser consciente, el rastro que dejas es difícil de memorizar. —Se endereza—. Si puedes hacer algo así, sin pensarlo. Puedes hacer cualquier cosa si te concentras.

Lo odio. Realmente odio a Kellan. Odio la facilidad con la que puede mejorar mi ánimo. Una sonrisa a medias se pinta en mis labios. Estiro la espalda. Cierro los ojos para concentrarme. E ignoro la risa que proviene del chico a mis espaldas.


。。。。。。。。


Despierto en la madrugada, me despierta la zona vacía en el lado derecho de la cama. Donde Kellan estaba costado. Me siento con lentitud, buscando en los alrededores. Sé que es imposible que haya salido de la habitación, pero mi parte poco racional trata de convencerme de que me encuentro sola en una habitación extraña y a oscuras.

—¿Kellan? —mi voz hace eco a través de la habitación semi vacía.

—Comenzaré a pedirte una moneda cada vez que digas mi nombre —la respuesta llega desde el lado derecho de la cama.

Gateo sobre la cama, hasta que puedo ver a Kellan sentado en el suelo con la espalda recargada en la cama y la cabeza gacha. Me bajo y tomo asiento a su lado, retrayendo las piernas hacia mi pecho.

—¿No puedes dormir? —susurro.

—Si lo hago vas a asfixiarte.

—¿A qué te refieres?

—Mi habilidad se activa mientras duermo. Pone un campo alrededor de mí, para que nada me tome desprevenido —explica, sin mirarme—. El escudo reacciona cuando hay movimiento cerca. Y al mantenerse activo, inunda los lugares con mi esencia. Demasiada esencia hará que sientas que no hay aire fresco, te hará sentir que te asfixias.

<<Así que, gracias a ello no le extrañó lo que hacía mi habilidad>>, razono.

—Dormiste una vez conmigo —le recuerdo.

—Dormí sólo hasta que noté que te quejabas y tocias. Esta habitación está cerrada, es hermética. No dormiré mientras estamos aquí.

La preocupación de Cinco me viene a la mente. Ahora entiendo de dónde venía. Y de haber sabido la razón antes, es probable que haya querido intervenir en esa discusión para evitar que Kellan tuviera que quedarse atrapado conmigo sin poder descansar.

—Lo siento... —sale de mí.

—No lo hagas —gruñe—. Vete a dormir y ya.

Pero ya es tarde. Me siento culpable. No dormiré sabiendo que él está despierto.

Sus ojos buscan los míos. Cuando se encuentran, escudriña cada centímetro de mi rostro. Su ceño se frunce, al parecer ya ha captado que no lo haré. No dormiré.

—¿Por qué tienes que preocuparte por eso, Nira?

—Me preocupan las personas a las que aprecio.

Me pongo de pie yendo hacia la pared donde están los objetos. Durante la práctica del día no logré hacer que uno desapareciera. Algo en mi se motiva al pensar que no puedo salir de aquí sin obtener un resultado.

Cierro los ojos, lista para concentrarme.

—No lo dudes. Tu habilidad existe para y por ti; para serte útil —lo escucho decir a la distancia—. Confía en ella. En que existe para ayudarte, para protegerte y para defender a los que amas.

Imagino que mi cuerpo es consumido por llamas incontrolables de color carmín.

—Tu habilidad nació de un sentimiento, del querer algo... —murmura—. Deja que tus sentimientos potencien tu habilidad. Pero que el instinto de lucha lo guíe. Tienes que pelear. Defenderte, defender a los tuyos.

La sensación abrigadora se desprende de mi piel como si una manta fuera retirada de encima mío. Me mantengo así por un momento, mentalizándome para abrir los ojos, aunque al hacerlo, mi habilidad se desactiva de golpe.

Suelto una maldición, removiéndome en mi lugar.

—Nira, la primera vez que estuviste en el acantilado de tus sueños, ¿qué le pediste a la dama de rojo?

Lo miro de reojo, no muy segura de soltar la verdad.

Él está de pie a unos pasos de mí, con los brazos cruzados al pecho. Su cabello está revuelto, lo que me hace pensar en mi propia apariencia. En este momento, debemos parecer un par de locos, despiertos a mitad de una habitación de un psiquiátrico.

Kellan levanta una mano, pidiendo que me detenga cuando abro la boca para contestar.

—No me digas, mantenlo en mente. —Sigue sin romper la distancia—. Con ella puedes entender mejor cómo se supone que funcione tu habilidad.

Bajo la mirada, comenzando a jugar con mis dedos. Él de verdad intenta ayudarme, pero en esta ocasión no creo que logremos nada. Y no es su culpa. Me siento avergonzada.

—¿Ocurre algo? —Su voz hace eco entre las paredes.

—No sé qué fue lo que le pedí, porque no recuerdo cómo fue la primera vez que la vi.

Ojalá apareciera un único foco que ilumine el rostro de Kellan, porque de verdad quisiera saber qué expresión tiene ahora.

—No importa. En realidad, no importa. —Se mueve hasta estar a mi lado—. Sólo era una opción. Podemos encontrar otra forma.

—Quizás no tengo remedio.

—Ningún Ascendido lo tiene, Nira. Y eso está bien. No nos dieron las habilidades para tratar de repararnos. —Niega con la cabeza.

Guardo silencio. Desvío la mirada hacia el suelo.

—Nos dieron las habilidades para poder lidiar con la vida que llevábamos. Y aunque tener estas habilidades nos ha traído más desventajas que ventajas, son parte de lo que somos. —Uno de sus brazos pasa sobre mis hombros, y me acerca a él—. Tenemos que aceptarlas por lo que son; nuestras. Son parte de nosotros. Negarlas es negarte a ti mismo, y herirte. Es más fácil lidiar con el dolor si sabes de dónde viene.

Me giro hacia él, aferrándome a su pecho en un abrazo que necesito.

—Piensa, Nira; ¿qué quieres lograr con tu habilidad? —Posa su barbilla en mi coronilla—. Imperio sabe qué quiere de tú habilidad, ¿por qué tú no lo sabrías?

—Imperio... —murmuro con amargura—. No quisiera tener que escuchar de ellos.

—Ellos tratan de llegar a ti, a Vlad... a nosotros. Y ninguno quiere que ellos se acerquen, pero es inevitable. No podemos hacer nada para mantenerlos lejos, pero podemos defendernos para que piensen dos veces si quieren acercarse tanto, ¿no te parece?

Asiento con firmeza. Él me deja ir. Y una vez que regreso a mi posición inicial, dejo que por mi mente pase lo que he tenido que vivir para llegar a este punto.

Perder a mis padres, vivir con aquellos monstruos. Irme con Vlad, lo que sea que haya sucedido cuando ascendí. Mudarnos, mucho. Escuela tras escuela, miedo tras miedo. Pero también encuentro buenos recuerdos, recuerdos que me calientan el pecho con alegría. La primera vez que Vlad y yo pintamos una casa, el día en el que hicimos pescado asado, la última vez que cocinamos paella... Y casi quemamos la cocina.

Recuerdos que brillas, recuerdos opacos y recuerdos que no están definidos. Recorro mis pasos, tanto como recuerdo, hasta llegar al día en el que me crucé con Júpiter. Sus palabras; tengo la sensación de que nos veremos de nuevo. Ese primer encuentro con Imperio... ahí se mancha todo.

Desde que supe de ellos, mi vida se manchó de mentiras, miedo y dudas. Y todos mis buenos recuerdos pasaron a segundo plano desde que Imperio irrumpió en mi vida. Me quitaron la posibilidad de ir a una escuela normal, el poder pasear por las calles, el estar con mi tío. Una vida relativamente normal.

Me quitaron a mamá, a papá... incluso a Júpiter.

Ellos no me tienen en su prisión, pero siento que me han quitado mi libertad.

No estoy dispuesta a que me quiten más cosas. No dejaré que me quiten a más personas.

Kellan tiene razón. Si puedo pensarlo, mi habilidad puede hacerlo. Y pienso que quiero luchar por las personas que amo, porque mi libertad regrese. No quiero perder a Vlad o tener que mentirle para siempre.

Abro los ojos, visualizando el fuego carmesí frente a mí.

—¿Lo ves?, poder abrir los ojos, tener tu habilidad activada y poder verte es un progreso importante.

Kellan me regala una sonrisa.

—¿Seguro de que esas tres cosas con las únicas que he logrado? —Uso el tono de arrogancia que él ha usado conmigo.

Dirijo con un gesto su mirada extrañada hacia el frente. Puedo ver en su ceño fruncido que no entiende al principio qué es lo que trato de mostrarle, pues todos los objetos en la mesa están dispuestos ante sus ojos.

Su gesto se relaja al notarlo. En los carteles del fondo; dos letras de dos columnas diferentes han desaparecido.

—Chica lista —aprueba. 

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