Capítulo 3: Déjà vu
Para mí, el combo de adolescentes, más encerrados en una escuela, es igual a: desastre asegurado. Me resulta curioso el hecho de que, si pones a un grupo de personas en cualquier sitio, e incluso en cualquier rango de edad, la jerarquía surge de forma inexplicable como el nacimiento de una flor en medio de la acera.
Eso es en lo que me hacen pensar las seis chicas que están apiñonadas en el pupitre de una que permanece sentada, hablan como si estuvieran reportándose ante su reina. Una colmena de abejas con rímel y lápiz labial.
La sensación de familiaridad que se asienta en mi subconsciente cuando ellas me miran y se echan a reír me alerta de mantenerme alejada de ellas. Es por eso que odio las jerarquías.
Prometí que mantendría las cosas normales. No puedo verme involucrada en ningún tipo de problema. Sé que debo quedarme alejada de esas chicas para lograrlo.
Cuando el grupo entero sale por la puerta con su nube de perfume siguiéndolas, mis instintos dicen que me quede dentro del salón. El salón entero se siente como un bunker, y mi asiento parece ser el que está más apartado del fuego enemigo.
—Mira bien, está montado. —Es, sin exagerar, la sexta vez que escucho ese comentario.
El par de chicos parados a mi izquierda han sacado sus celulares en cuanto el profesor dio por terminada la clase. Un par más hicieron lo mismo antes de salir del salón, soltando casi los mismos comentarios.
—No, no —refuta el chico que sostiene el celular—. Mira cómo todo se ilumina, si fuera falso no estarían esas sombras.
—¡Te digo que es falso! —insiste el primero mientras se acomoda los lentes de pasta gruesa que adorna su rostro—. Es igual al de aquel sujeto que salva a una mujer de ser atropellada supuestamente teletransportándose.
—No es igual, ¡te digo que este es real!
Ambos levantan la mirada del aparato que comparten y nuestras miradas se cruzan. Puedo sentir mis mejillas arder por el rubor al ser atrapada en pleno acto. Ambos se acercan a mí tras intercambiar una mirada entre ellos, el dueño del celular me lo ofrece antes de dejarme decir una disculpa por haberlos observando.
—¿Qué opinas? —dice el de lentes.
—Es falso, ¿cierto? —cuestiona el otro.
El vídeo comienza a reproducirse.
Conforme avanzan los minutos la imagen se va aclarando. Sé que estoy viendo lo que parece ser un video grabado desde alguna cámara de seguridad de muy mala calidad que apunta hacia un callejón consumido por las sombras en algunas partes.
Una persona pasa corriendo frente a la cámara. No hay suficiente calidad ni luz de ambiente como para poder detallarla, mucho menos para dar señas claras de la segunda persona que aparece a cuadro poco después.
Una persecución, es lo primero que viene a mi mente. No es como si no si nunca se hubieran subido vídeos a internet de gente siendo asaltada, así que no encuentro lo especialmente impactante que tiene el video. Hasta sucede lo que tiene a estos chicos discutiendo.
El persecutor levanta una mano, emite un brillo rojo en mano que extiende. La persona que corre se da de bruces contra algo que ni si quiera nosotros vimos que estaba ahí. Es como una pared invisible que se ilumina en carmín cuando chocan contra ella.
Un fulgor rojo...
La piel se me eriza. Me atraganto con mi propia saliva al reconocer ese mismo tono de rojo. Algo en mi me dice que es con exactitud el mismo tono de carmesí que he visto en mis ojos.
—Es falso —digo sin pensar, con un repentino nervio haciendo temblar mis piernas.
—¿Cómo lo sabes? —El chico de lentes casi suena a la defensiva—. Han estado circulando videos así desde hace unos meses. —Se cruza de brazos—. Esa clase de efectos son difíciles de lograr. No creo que alguien al azar los esté haciendo sólo porque sí.
—Difícil, no imposible —no puedo detenerme. No soy buena inventando mentiras sin tener que detenerme a pensar, pero por alguna razón, en este momento, lo estoy logrando—. Conozco a alguien obsesionado con las películas de magos y superhéroes que puede editar esa clase de videos. Los sube a internet por simple diversión.
La voz de mi cabeza susurra que debo sacarme de encima a este par de chicos antes de que se me escapé decir algo que no debo. Desde que reconocí el fulgor, los nervios se arrastran por mi piel como una serpiente, siento sus escamas arañando mis músculos, envuelve mis extremidades preparándose para darme un abrazo de muerte y me enseña la lengua bífida en señal de amenaza.
El chico de lentes me mira de forma extraña, casi espero que de proto tome impulso y grite con todas sus fuerzas "es uno de ellos". Pero cuando no ocurre, cuando el silencio se vuelve incómodo me veo obligada a regalarles una media sonrisa.
El dueño del celular se despide de mi con un ademán de su mano libre, alejándose no muy convencido de lo que le he dicho. Al chico de lentes le cuesta más moverse de donde está, con sus ojos clavados en mí. No es hasta que su amigo lo toma del brazo obligándolo a avanzar que deja de dirigirme su mirada analítica.
。。。。。。。。
El video parece haberse quedado grabado en mi memoria. Se repite una y otra vez a lo largo del día, causándome un escalofrío en el cuerpo. Incluso me atormenta durante todo el trayecto de regreso a casa.
No hay mucho que decir sobre él, más allá de la conmoción que causo al final del día de clases, cuando al parecer todos se dieron cuenta que el video había sido borrado. Su desaparición en la red fue igual de espontanea como su aparición. Se propago por la escuela como un virus, y alguien al parecer encontró el origen y la combatió hasta erradicarla.
Mi cerebro se siente agotado debido a las constantes dudas que lo envuelven, pero mientras más tiempo pasa, más de ellas aparecen.
—¿Cómo te fue en la escuela? —Vladimir ataca directo a mi yugular al verme cruzar la puerta de entrada.
—Sí... —contesto, distraída con el caos en mi mente.
Arrojo mi mochila al piso cercano de la pequeña mesa de la sala, sin muchas ganas.
—¿Sí?, ¿sí qué? —Se ríe acomodando su mochila táctica sobre la barra que separa la cocina de la sala.
Carraspeo para espabilar mis neuronas. ¿Será que estas mueran cada que uso mi habilidad? No, lo más seguro es que se me esté quemando el cerebro en cada fiebre que me ataca.
—Quise decir... estuvo bien —repongo—. Normal. Supongo.
Vladimir deja de mirar el interior de su mochila y me atrapa con sus ojos de un café similar al mío, estudia mi reacción. Me quedo quieta en mi lugar, dejando que él decida si creerme o dudar.
—¿Y puedes hacer que se quede normal por un tiempo, uno muy largo? —murmura, sorprendiéndome.
Su pregunta mitad acusación me provoca el inicio de una sonrisa que no llega a estar completa.
Sabe que no paso nada fuera de lo normal, pero es consiente también de que mi percepción de normalidad es diferente a la suya de alguna forma, como sabes cuando alguien estuvo de visita en casa porque la atmósfera parece haber sido perturbada ligeramente. Disimulo el estremecimiento que de pronto me aborda moviendo los hombros distraídamente.
—Supongo que sí.
—Ya lidiaremos con los problemas que vayan surgiendo siempre y cuando no lo hagan muy pronto, mientras tanto, no hagas nada que pueda ponerte en una mala posición. —Me lanza esa mirada de otra-vez mientras cierra el seguro más grande de su mochila—. Regresaré fuera de la hora acostumbrada, así que no es necesario que me esperes. Cena, báñate, haz tus deberes y vete a dormir.
—¿En ese orden?
—Justo en ese orden. —Se cuelga la pesada mochila al hombro—. Y si algo pasa...
—Estaremos bien, sargento... ¿coronel? —Me cruzo de brazos tratando de recordar cuál se supone que es su rango, hasta que caigo en la cuenta de que ya no ejerce como tal—. Lo que seas.
Niega con la cabeza, estoy segura de que reprobando en su totalidad mi actitud.
Al pasar cerca de mí, besa su puño y me da un suave golpe en la frente con el, susurrando un: buenas noches, que respondo en el mismo tono.
Cuando él cruza la puerta y la cierra a sus espaldas mi corazón se acelera, pasando de un estado semi tranquilo a uno cercano al pánico en cuestión de un suspiro. El silencio de la casa se asienta en mis huesos, dejándome escuchar cómo se bombea la sangre desde mi pecho hasta otras zonas de mi cuerpo.
Miro el temblor de mis manos con un miedo irracional arraigándose a mi interior. De nuevo esa sensación... el déjà vu. Algo me he perdido, tengo una falta de información que no me permite sentirme tranquila. Algo se está saliendo de mi conocimiento y no me gusta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro