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Capítulo 24: Somos como la nieve


He decidido no irme de la sala después de la salida triunfal de Eins. Alguien en algún momento me dio un libro que leo sin prestar atención. Me siento cómoda aquí, y aunque soy bien recibida en las áreas comunes, el cosquilleo que siento en el pecho se detiene si estoy cerca los demás miembros de la Guardia.

Cinco come sus usuales papas fritas. He notado que las de chédar son sus preferidas, así como que cada que alguien necesita algo de él, lo motivan con comida. Por lo general es obediente y pocas veces lo he escuchado quejarse.

Emy está sentada a su lado, escribe en una libreta lo que me parece una historia para los niños del refugio, esas que suele contarles terminando el almuerzo. También tiene calcetines y retazos de tela que se convertirán en marionetas dentro de poco.

Drei se mueve por la estancia mientras ordena papeles. Parece encontrar lo que sea que buscaba, así que se sienta en la cabecera de la mesa con un montón de carpetas en las manos. Kellan llegó a la enfermería y se desmayó del sueño en una de las camillas. Así que, Drei trabaja aquí para no molestar el sueño del chico de ojos grises.

—Estamos listos —avisa de pronto un joven de aspecto cansado que asoma la cabeza por la puerta.

Sus ojeras son violetas y profundas, incluso hacen parecer a las de Kellan cosas sin importancia. Su cabello oscuro está revuelto como si hubiera pasado las manos muchas veces por este o como que ha pasado muchos días sin usar un peine. Lleva ropa cómoda y su postura es desgarbada, como si no estuviera acostumbrado a estar de pie.

—Gracias por avisar, Nightmare —contesta Cinco de forma distraída.

<<Oh, así que él es Nightmare>>, pienso observando el lento andar del joven.

Los mayores hablan de él. En la orden de la Guardia, él tiene un puesto de alta importancia. Según tiene un temperamento tranquilo, pero lo apodan de esa forma por el tipo de habilidad que tiene. Hasta donde sé, pertenece al edificio separado a este, en aquel donde está el centro de vigilancia.

Drei se pone de pie enseguida. Puedo notar como el habiente ha cambiado. Parecen tensos.

—Nira, no lo conociste, pero debes estar presente —dice Drei antes de salir.

Emy y Cinco me acompañan de cerca en mi camino por el bosque. Soy conducida a través de los pinos, por un camino de tierra labrado por el paso de personas, quizás a lo largo de los años. Lo que me hace pensar que lo que sea que vamos a hacer, debe ser parte de las costumbres que se tienen aquí y que han pasado de una generación a otra.

Después de unos minutos de caminata en silencio llegamos a una zona descubierta que me deja con la boca abierta y el corazón acelerado.

Piedra gris bajo mis pies. El viento azotando mi cabello contra mi cara, en una brisa fresca que envuelve mi piel. El olor a sal y el sonido del mar rugiendo inundan el ambiente. Es el lugar, el acantilado de mis sueños. El mismo en el que la mujer de ojos rojos me ha llevado incontables veces.

—¿Por qué nadie me dijo antes de este lugar, Kellan? —suelto al percatarme de su acercamiento.

—Me gusta más mi nombre sino lo pronuncias —se queja y suelta un bostezo—. He aquí, la razón por la que existen las guerras territoriales —comenta.

Al mirarlo, me percato de que Cinco y Emy ya no están a mi lado. Él ahora se ve algo adormilado, aunque mejor que antes de que se fuera a dormir.

—Los demás grupos pelean por esta zona —continua—. Creen que estar cerca del acantilado los hace cercanos a la dama de ojos rojos, y que eso los hará fuertes.

—No creí que este lugar existiera. ¿Cómo dieron con él?

—Las primeras generaciones lo encontraron, supongo. —El de ojos grises se encoge de hombros y regresa la mirada al frente.

A nuestro alrededor, un conjunto mediano de personas que van con prendas blancas. A algunos de ellos los he visto en el comedor, mientras que, a otros, los que parecen de mayor edad, no los había visto antes. Entre la multitud encuentro a Exone. Una de sus manos está aferrada al hombro de un inexpresivo Seven de mirada ausente.

Emy y Cinco están rodeados de niños de edad mediana. De alguna forma, ese par se ha hecho con prendas blancas también. Parecen estar organizando a los niños.

—¿Para qué hemos venido? —interrogo.

—Para despedir a Júpiter. El chico que te ayudó en el callejón. —murmura por lo bajo—. No lo hicimos antes porque el clima no parecía el apropiado.

—¿Ese era su nombre?

—Los más cercanos lo llamábamos Peter, pero sí, Júpiter era su nombre.

Kellan regresa su gris mirada a mí. Su postura se relaja en ese instante.

—Los niños nacidos aquí no existen legalmente allá afuera. Aquí los dejamos ser lo que ellos decidan. Eso incluye sus nombres —explica—. Júpiter era de esos. Podía controlar la gravedad de las cosas que lo rodeaban. De ahí que eligiera su nombre: Júpiter, como el planeta con mayor fuerza de gravedad.

—¿Sus padres nunca le pusieron un nombre?

—Lo hicieron, pero murieron cuando él era niño. Una forma de cerrar esa herida fue renunciar al nombre que formó parte de ese pasado, por eso muchos aquí no usamos nuestros nombres.

Puedo notar en él la misma sensación nostálgica o de pesar que en el resto. Me siento fuera de lugar. No conocía a Júpiter, por lo que no me siento con el derecho de estar aquí. Y la culpabilidad no puede quedarse callada.

Una parte de mi se pregunta; si ese día no me hubiera cruzado con él, ¿seguiría aquí? Él aún podría ser parte del refugio, de esta familia mezclada que hoy llora su perdida. Si no me hubiera cruzado en su camino aún tendría un futuro, aún jugaría con los niños como lo hace Emy. Comería cosas deliciosas junto a Cinco y continuaría siendo el mejor amigo de Kellan, de todos. Escucharía las historias de los mayores como yo lo he estado haciendo.

No pude agradecerle lo que hizo por mí en aquel callejón, y en vez de darle algo a cambio, siento que solo he tomado cosas sin parar.

Suelto un suspiro.

Algo cae sobre mis hombros, evitando que mis pensamientos continúen. Una sudadera blanca. No necesito mirar a Kellan para saber que la que traía puesta, huele a él. El saber que puedo recordar algo como eso me hace consiente de lo cercano que ya lo considero.

—En nuestros funerales usamos blanco. Por la nieve —dice con tono ronco. Su mirada está perdida en algo a su izquierda, de modo que no puedo verle el rostro.

—¿Por qué la nieve?

—La nieve representa a aquellos que ya no están, pues al igual que ella, sólo llegan por un período que puede ser más largo o corto. Al final, nos enseñan algo y cuando llega la primavera se derriten y desaparecen. —Parece perdido en su mente mientras habla—. Con cada nevada puedes hacer recuerdos que se quedan contigo de por vida, vives experiencias a través de ella y no puedes evitar preguntarte; ¿qué pasará cuando el blanco cubra de nuevo tu vida?

—Suena algo triste —me sincero.

—Lo es, pero es importante. Al igual que las estaciones ayudan a que todo crezca o se fortalezca, las personas pueden ayudarte a mejorar. —Sus ojos por fin me encuentran—. Es bueno valorar a los que están contigo, pero también lo es recordar las cosas buenas que te dejaron aquellos que ya no tienes. —Se encoge de hombros.

El nudo en mi garganta se aprieta, haciéndome difícil pasar saliva.

—No debería estar aquí —confieso.

—No tuviste oportunidad de hablar con Júpiter, pero él te recordó en sus últimos momentos. —Sus palabras me atraviesan como dagas afiladas—. Nos pidió que te pusiéramos a salvó. Me... me pidió que te buscara y te trajera aquí, por eso Emy y yo fuimos a encontrarte. Fue su última travesura.

Cualquier palabra se seca en mi boca entreabierta. Nada pasa por mi mente en este instante, pero las sensaciones de mi pecho no paran de correr. Un cálido sentimiento me recorre un segundo, luego es reemplazado por la realidad y la tristeza de la tragedia.

—Drei se enojó porque Eins cerró esa parte de la ciudad para nosotros, al irte a buscar desobedecimos una orden —confiesa—. Y se puso colérico cuando supo que te habías herido por correr hacia mi campo.

—No corrí hacia tu campo —aclaro.

—Sí, lo hiciste.

—No, no lo hice. Tú pusiste tu campo hacia donde yo corría.

—Es lo mismo.

Abro la boca para refutar, me detengo al notar el vago intento que está haciendo por ocultar su sonrisa traviesa. Me doy cuenta también que, el humor lúgubre que estaba comenzando a tener ha quedado enterrado debajo de una montaña de molestia hacia Kellan.

Él acaba de mejorar mi ánimo.

—Eres de lo peor, Kellan —murmuro, atreviéndome a usar su nombre para darle un sentido muy personal al insulto. Pero esta vez soy yo quien oculta el rostro mirando a otro lado.

—Otra vez gastando lo que no te pertenece —resopla—. Sí, eso he oído que dicen de mi —su tono sigue siendo el de una burla con matices de egocentrismo.

—¿Cómo eran los padres de Júpiter? —Me giro hacia Kellan—. Por lo poco que pude ver de Júpiter, ellos debieron ser geniales. Él parecía una buena persona.

Su ceño se frunce un segundo, antes de devolverme una mirada algo extrañada.

—¿Drei no te habló de eso? —Suelta en un susurro—. Dijo que lo haría si tú querías...

Sus ojos van hacia donde se encuentra Drei, parado a lado de Exone, intercambiando palabras con el adulto de la cicatriz. Observo a Kellan con atención analítica, sus hombros hacen el ligero amague de encogerse, pero una negación con la cabeza los detiene. Sus ojos regresan a mí, esta vez con una expresión ilegible.

—Supongo que es pronto para que te pueda contar sin que duela —razona, me parece que es un comentario para él y no para mi—. Drei iniciaba sus días en el refugio. Al ser alguien de afuera causaba una constante sensación de tensión. No fue unido a nadie, hasta Peter se hirió y estuvo días en la enfermería. Ahí forjaron una relación como la que tienes con Vladimir.

—Si le pregunto con cuidado, ¿crees que me contaría? —inquiero.

—Supongo que sí, tienes derecho a saberlo él es la razón por la que estás aquí.

Emy se acerca desde el grupo de personas con algo que sostiene con mucho cuidado, cortando la conversación con su presencia. La sonrisa en su rostro es discreta, quizás consiente o no de que acaba de interrumpirnos. Sus ojos están acuosos al detenerse a unos pasos de nosotros.

—Aquí tienen —dice extendiendo con cuidado lo que tiene entre manos.

Son un par de pétalos de rosa, de un rojo vibrante y apariencia fresca. Sobre los pétalos, descansa un montoncito de un polvo gris. Tomamos los pétalos con el mismo cuidado con el que los ha traído. Ella nos dedica otra sonrisa antes de regresar con el grupo.

Kellan me hace una seña con la cabeza para seguirlo al empezar su andar, así que lo hago.

Todas las personas, incluyendo a Kellan y a mí, nos situamos a la orilla del acantilado, así, sin más, sin que nadie de una orden o indicación de hacerlo. A cierta distancia, distingo a Eins acompañada de Drei por un lado y por Nightmare al otro.

Drei parece estar luchando por mantenerse firme, las lágrimas no paran de caer por sus mejillas, su figura se ve afligida, como el dolor lo estuviera obligando a encorvarse.

Mis ojos recaen en el pétalo que sostengo.

—¿Qué es esto? —la pregunta se escapa de mis labios.

Una parte de mí ya lo sabe, pero quiero confirmarlo. Quiero tener ese golpe que merezco por ser la causante de este acontecimiento.

—Así es como nos despedimos de nuestra familia. —Kellan observa su propio pétalo—. No hubo una noche de guardia frente a una fogata antes de esto, esa es la costumbre. Pero al parecer, Júpiter así lo pidió. Siempre odió perderse las fogatas.

La resolución cae en mí, haciendo que mis piernas tiemblen. Lo son, son cenizas. Ese pequeño montículo gris, son cenizas de Júpiter. Es Júpiter.

Mi corazón se agita tras una punzada de dolor.

<<¿Cómo puedo sentirme bien estando en un lugar que le arrebaté a otra persona?>>, pienso luchando con las lágrimas.

El silencio reina. Todos miran al frente, hacia el cielo gris o hacia el mar turbulento a la distancia. Algunos lloran en silencio, los niños de forma sonora. Una sensación de intimidad se cuela en mi torrente sanguíneo. Algo me dice que cada uno está recitando palabras de despedida en su interior, con su propio nivel de dolor.

Sin que haya una señal, uno a uno, van tirando al aire el pétalo que tanto habían cuidado. La ceniza cae hacia el mar, libre, mientras que el pétalo que la contenía baila en el aire, salvaje e inalcanzable.

<<Debí creerte cuando dijiste que nos volveríamos a ver, y tratar de evitarlo>>, pienso antes de soltar mi pétalo.

Los llantos incrementan. Las palabras de consuelo son barridas por el aire. Y yo quedó hipnotizada con los pétalos de rosas rojas alejándose en un espectáculo de color vívido.

Júpiter apareció para traerme al lugar al que pertenezco, donde sé que voy a encontrar las respuestas que he buscado. A un lugar en el que sé que voy a aprender sobre lo que soy. Gracias a él tengo la oportunidad de ser fuerte por las personas que me importan. Kellan tenía razón, las personas somos como la nieve. Eso es... hermosamente triste. 

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