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Capítulo 20: Peculiares


Han pasado tres días desde que vi a Exone. Mis primeras tareas han estado relacionadas con ayudarlo a moverse de un lado a otro entre este edificio y el de al lado. Se ha burlado mucho de eso, diciendo que le hubiera encantado ver mi cara cuando me dieron una de las tareas menos arriesgadas que se les ocurrió.

—Ya conoces a Cinco y a Nueve. —Drei señala al par de jóvenes sentados en el lado contrario de la mesa, después señala a la chica a mi lado—. Ella es Emy. Nuestra integrante más joven.

La chica me sonríe ampliamente y saluda con la mano. Su piel tiene un sub-tono rosado, pero se nota aún más cuando se sonroja. Su cabello me recuerda a los rayos del sol, de un amarillo pálido como el azul de sus ojos.

Entiendo que digan que es la integrante más joven, porque tiene un aire infantil en las mejillas ligeramente redondas y los ojos grandes con el mismo brillo con el que los niños miran el mundo que aún están conociendo.

Cinco ha demostrado que no solo tiene una apariencia feroz, sino que su apetito lo es también. No me extraña cuando caigo en cuenta de que he escuchado su voz muy pocas veces, ya que la mayoría del tiempo en el que hemos estado juntos, lo único que hace es comer.

Y Nueve, bueno. Ya me acostumbré a sus miradas perdidas en la nada, su falta de expresiones más impresionante que la mía y su cambiante humor. De los presentes, él es a quien ya estoy completamente acostumbrada.

La puerta de la sala de reuniones se abre sacándome de mis pensamientos. Por ella veo entrar a un adulto joven con ropa elegante. Su gabardina del color de las hojas de pino llega a los tobillos de sus lustradas botas de combate. Un pantalón del color de la arena y lo que me parece una camiseta sin mangas negra y ceñida al cuerpo envuelven a un hombre rubio. Lleva una sonrisa encantadora.

Los ojos del recién llegado recaen en mí y en seguida me siento mal por haber estado mirándolo sin disimulo. Me reacomodo en mi lugar, dándole la espalda por completo a la puerta, y por supuesto, al hombre de elegante vestimenta.

—Vaya, casi me pierdo de algo, ¿cierto? —dice con una voz melodiosa—. Hay un rostro que no conozco.

—Básicamente, todos los rostros aquí son desconocidos para ti, ¿no? —el tono monótono de Nueve es el que se escucha.

—Oh, esta vez sí diste en el blanco. ¡Felicidades, niño! —se burla el recién llegado.

Mis ojos recaen en Nueve. Tiene un aura ausente. Su mandíbula está apretada y sus ojos miran perdidamente algún punto a su izquierda. Pero esta fría presencia se desvanece un poco cuando la risa del recién llegado baña la estancia.

Conozco esa manera de entrecerrar los ojos y juntar con ligereza el inicio de sus cejas: está irritado. Esa es la misma expresión que me muestra al comenzar una discusión con él. No está molesto, pero está cerca de estarlo.

—¿Ya puedo irme? —Nueve se pone de pie, su postura es desgarbada y en sus ojos se ve la somnolencia—. Tengo algunas cosas que investigar.

—Ah, ¿ya te vas? Hace un tiempo que no nos vemos. —El rubio rodea la mesa y posa una mano sobre los hombros de Nueve—. Deberíamos ir a beber algo.

—¿El trago tendrá tu corazón en el fondo del vaso, Siete? —Nueve se deshace del agarre del rubio—. De otra forma no me apetece, gracias.

—Ah, Seven, Seven. Suena elegante. —Él vuelve a atrapar a Nueve en un abrazo—. No es mi culpa tener la clase que a ustedes les falta. —Hace un gesto con una mano como si sostuviera una copa y moviera el contenido en círculos.

—No tengo tiempo para estar pegados como siameses, ¿sabes? —Nueve lo empuja lejos con su palma en la cara del rubio, quien ríe mientras es apartado.

—Crecen tan rápido. Y pensar que te limpiabas los mocos en mis gabardinas de marca, ahora no quieres ni verme —dramatiza el rubio con una cara triste fingida.

Nueve rueda los ojos.

Cuando estoy por dar por sentado que la actitud del hombre rubio siempre es así de juguetona, pasa algo que causa que el aire de la sala se torne de un lúgubre color, como si la tensión se acumulara hasta formar una nube negra sobre nosotros.

El hombre rubio cambia su postura. La brillante sonrisa abandona su rostro en el que sólo queda una expresión fría, una mirada oscura baña la claridad de sus ojos. Y acerca tanto el rostro al de Nueve que por un segundo creo que va a tocar sus labios con los del chico de ojos grises.

—Tienes algo entre manos y no quieres que me entere, ¿piensas que puedo arruinarlo? —su voz es un ronroneo macabro—. No te enseñé a que fueras egoísta. Encontraste algo que te mantiene entretenido, ¿eh? Si lo ocultas haces que mi interés por ello crezca.

Cuando el rubio no obtiene nada más allá que una mirada inexpresiva de un rostro de hielo se aleja de Nueve, con una actitud clara de haber perdido el interés.

—Estoy en lo de la vieja fábrica, ¿sabes algo... Seven? —Nueve lo mira aún con seriedad.

—La verdad es que no, pero, ¿cazando lobos de otras manadas? —El tal Seven hace un gesto de desagrado—. Ser un héroe no te va.

Parece esperar alguna reacción de parte del de los ojos grises, pero no la hay.

—¿Hablas en serio? —Comienza a seguir al pelinegro cuando este hace amago de irse—. ¡No te creo! Tú tienes algo más. Dímelo antes de que me obsesione, me conoces, niño.

Antes de que Nueve cruce la puerta, el rubio dice algo en lo que me parece otro idioma, causando que el pelinegro se gire un segundo para encararlo. Pero no se dicen nada más. Nueve me lanza una rápida ojeada antes de volverse hacia la puerta e irse definitivamente.

—Nira, ven un momento —llama Nueve desde el pasillo.

Intercambio una mirada con Drei, quien me hace un gesto animándome para que salga. Aunque mi extrañeza me hace tardar en reaccionar, cuando lo hago me mueve con lentitud hacia la puerta.

—Seven, antes de ponerte cómodo, me temo que tendré que pedirte ayuda. —Drei alcanza a Seven antes de que este salga detrás de mí, sosteniendo al rubio por el brazo.

Alcanzo a Nueve al final del pasillo. Me detengo a su lado. El gris de sus ojos se ve más oscuro que de costumbre y por un momento creo captar un gesto de preocupación.

—¿Tienes puesto el collar con la mariposa? —pregunta de pronto.

Su mirada sigue perdida, como mi entendimiento.

—Sí... —es más una pregunta que una respuesta.

—Quítatelo un segundo.

Lo observo tratando de encontrar una explicación a su comportamiento errático.

—Nira, quítate el collar —su voz se vuelve un gruñido de impaciencia.

Hago lo que me pide. Muevo mi cabello a un lado y busco a ciegas el broche que mantiene el collar unido. Una vez que me lo quito, los ojos de Nueve caen en mí.

—Listo, pero no sé qué-...

—Muéstramelo —me interrumpe.

Aún con duda, extiendo la mano que sostiene la cadena con el dije colgando y dando giros.

En un suspiro, Nueve toma mi muñeca, tira de mi hacia él y me paralizo cuando siento su mano libre sosteniendo la parte trasera de mi cuello. Mi cuerpo se vuelve de piedra cuando siento una punzada de dolor en el lado expuesto de mi cuello.

Cuando su aliento me causa cosquillas, lo empujo lejos de mi con tanta fuerza como puedo. Él da un traspié hacia atrás y deja salir una risa airada.

—¿¡Qué carajo!? —grito con el corazón acelerado—. ¿Acabas de morderme?

—Es un amuleto, alejará a los malos espíritus.

Su mirada de nuevo se ha perdido. Y no dice nada más cuando se va.


。。。。。。。。


Estoy de mal humor. Lo estoy desde lo que pasó en el pasillo con Nueve, lo estoy desde que se fue sin contestar a ninguna de mis preguntas. Aun así, con el mal humor y un sabor amargo en la boca, estoy aquí.

Emy y yo estamos a unos metros de la entrada al edificio del refugio. Bajo la sombra de un roble, observando a Seven acuclillado en medio de un claro rocoso por el que fluye un arroyo. Él camina de un lado a otro de esa forma, como si fuera un pato, maldiciendo y quejándose de vez en vez.

<<Está graznando, también como un pato>>. Bromeo internamente.

—¿Me repites qué hace? —susurro en dirección a Emy.

—Busca rocas de buen tamaño y forma —explica—. Gracias a la habilidad de Ascendido de Seven es que podemos tener un lindo hogar con lo que necesitamos.

El mencionado parece haber terminado su tarea, regresa a nosotras inspeccionando un pequeño objeto entre sus dedos índice y pulgar. Es una roca del tamaño de una moneda, es ovalada y en su centro hay un agujero.

—¿Tienen la lista del comedor? —cuestiona.

—Sí, también de la sala de control. —Emy ondea los papelitos como banderas blancas de rendición—. Quizás no podamos tenerlo cubierto en un día.

—Conmigo suceden milagros. No lo olvides, mostacita. —Sus ojos se tornan de ese color carmesí. La piedra que sostiene comienza a recubrirse con un material dorado brillante—. Encontré una piedra de Odín —explica—. Dicen que es una clase de amuleto. —La extiende en mi dirección con los ojos volviendo a la normalidad—. Tenla, es tuya.

—¿Qué? —niego con la cabeza—. Tú la encontraste.

—Y soy quien te la da. —Da un paso en mi dirección, aun con la mano extendida—. Anda. Es tradición en la Guardia que los miembros antiguos le demos a los nuevos un amuleto de buena suerte.

No es que no crea en su sonrisa encantadora y el suave brillar de sus ojos amistosos, sin embargo, compruebo lo que ha dicho mirando a Emy, quien asiente con la cabeza.

—Déjame ponerla en tu collar —se ofrece de pronto.

Se acerca a mí con la intención de quitarme la cadena. Pero se detiene cuando mueve mi cabello hacia un lado. Aleja las manos como si hubiera tocado un pedazo de carbón encendido en llamas.

—Mejor te la doy —dice, retrocediendo.

"Es un amuleto... alejará a los malos espíritus", de pronto la frase de Nueve se presenta en mi mente. No sé si a esto se refería. Pero que aquel chico raro considere que es mejor alejar a este hombre raro de mi me hace pensar que hay algo que no estoy viendo.

—Gracias —digo, tomando la piedra—. ¿Oro? —suelto al sentir el peso de la piedra.

—Maldición de Midas, esa es mi habilidad. —Seven me muestra las manos—. Puedo convertir las cosas parcial o totalmente en oro.

—Genial. —Mi impresión se filtra de más en mi tono de voz.

Seven entrecierra los ojos, parece estar analizando algo en mi rostro, no sé qué es lo que encuentra, pero parece causarle curiosidad. Esboza una sonrisa que parece de excesiva satisfacción.

—Mi monstruo de ojos grises tenía razón... eres micro expresiva —Se acomoda la gabardina —. Cualquiera pensaría que no experimentas emociones, pero a ojos entrenados no los puedes engañar. Tus expresiones tan sutiles gritan si les prestas la suficiente atención.

Imagino que, con monstruo de ojos grises se refiere a Nueve. Seven carraspea tras otros segundos de mirarme en silencio. Hace un ademan con una mano para que lo sigamos y emprende su camino de regreso al refugio.

Espero hasta que está a una lejanía considerable antes de girarme hacia Emy.

—Creía que Nueve actuaba raro, pero es que Seven también lo hace.

—Considero a Nueve más estable que Seven, y menos peligroso —Ella cubre su boca con sus manos, luego susurra—: Parecen buenos chicos, pero dan mucho miedo, ¿no crees? Aunque bueno, después de todo, ambos son los contra asesinos la Guardia.

—¿Contra asesinos? —Siento el color escapándose de mi rostro.

—Quiere decir pueden matar sea o no necesario —explica con una mirada horrorizada—. Ambos lo hacen, sin pensarlo e incluso creo que no sienten culpabilidad. Seven hasta perece disfrutarlo.

La amenaza del otro día que me hizo Nueve de pronto no me suena nada graciosa.

—Tranquila, no lo digo porque vayan a matarte —relaja su tono—. Es sólo que... antes de Nueve no era así, pero después de un par de misiones en compañía de Seven, cambio su forma de ser y comenzó a seguirlo como un cachorro. Cinco dice que el rubio puede romper tu mente si te descuidas —Niega con la cabeza—. No quiero que te pase lo mismo, así que no te acerques mucho a ellos.

Tras sonreírme, nos movemos hasta la camioneta que nos llevaremos en nuestro viaje a la ciudad para hacer las compras necesarias.

En nuestro camino a la ciudad, Emy me comenta que Seven convierte piedras en oro y se las vende a un sujeto. Solo en este largo rato en el que he estado hablando con Emy me doy cuenta de que me agrada. Es una buena chica que se preocupa por todos. Es más amigable de lo que me llegue a imaginar.

—¿Hace cuanto que te uniste a ellos?

—Hace un año y seis meses. —Su vista se va al cielo un segundo, frunciendo el ceño—. Sí, justo dos meses después de cumplir los catorce.

—¿Y hace cuanto que obtuviste tu habilidad?

—Dos días después de mi cumpleaños.

Mi cerebro frena su proceso de información apenas termina de hablar. Drei dijo que pasamos por un trauma que hace despertar las habilidades, como si se tratara de un método de defensa.

Emy me regala una sonrisa tímida, un gesto que la hace ver tan vulnerable.

—Lamento haber tratado de golpearte la primera vez que nos vimos —me sincero.

—No, no te preocupes. —Emy me toma de una mano y su sonrisa tierna reaparece—. Ahora somos amigas, ¿cierto? No hay nada que perdonar.

Asiento con la cabeza. En verdad creo que es muy pronto para considerarla una amiga, pero estoy casi segura de que podremos serlo pronto. Porque en ella parece la más cuerda y normal en este museo de personas peculiares. 

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