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Capítulo 2: En secreto


Camino una vez más por el bosque nevado, esta vez no hay voz que me guíe. Todo está en sumido en una escalofriante calma. Mis pasos son lo único que se escucha por un rato mientras avanzo sin rumbo ni objetivo.

Pero de vez en vez, el rabillo de mis ojos detecta una sombra escabulléndose entre los árboles. Está cada vez más cerca de encontrar sus pasos con los míos. No siento miedo con la idea de su cercanía y para este punto no sé si soy yo siguiendo a la sombra o la sombra me sigue a mí.

Tiene la contextura de un varón, no puedo definir si de mí misma edad o mayor, pero sé que se trata de alguien del sexo opuesto. Nuestros pasos aumentan su velocidad al mismo tiempo, como si ambos intentáramos comprobar quién persigue a quien.

En la carrera, dejo de prestar atención hacia dónde me dirigen mis pasos, hasta que tengo que frenar de golpe para no caer por el acantilado de siempre. Al girar para corroborar si aún me sigue, la silueta del varón choca contra mí y el golpe me hace caer.

El vacío se siente como siempre, pero el golpe contra el agua duele el doble de lo normal.

Abro los ojos con un suspiro de dolor. Las punzadas en mi cabeza me impiden continuar durmiendo. Mis huesos son sacudidos por escalofríos e incluso siento las comisuras de mis ojos ardiendo.

Mi habitación está a oscuras. Siento el frío golpear mi piel al retirar las sábanas de encima de mi para ponerme de pie. El reloj de brillantes números en mi muñeca me dice que son las tres de la mañana.

Me tambaleo con esfuerzo hacia la puerta de mi habitación. Vladimir aún mantiene esa vieja costumbre de velar mi sueño cada que sus necesidades fisiológicas lo hacen abandonar su cama para visitar el baño. Por lo que dejar la puerta abierta al irme a dormir me ha salvado una vez más.

—Vlad... —tratar de elevar la voz me resulta tortuoso—. Vlad —lo llamo aferrándome del umbral de la puerta—. ¡Vlad!

Tomo impulso para llamarlo una vez más cuando él sale de su habitación. Por la oscuridad en la que está sumida la estancia no puedo saber qué cara está poniendo, pero por experiencia sé que está más despierto de lo que yo lo estoy.

—Nira, ¿qué ocurre? —Se acerca a mi como una sombra borrosa.

Siento una de sus manos posarse sobre mi frente, las puntas de sus dedos están heladas.

—Estás ardiendo de fiebre. ¿Quieres que vayamos al hospital? —Antes de que le conteste, se inclina y me levanta del suelo.

Niego con la cabeza. Ir a ese lugar solo sería un desperdicio de tiempo, nunca saben a qué se debe mi fiebre. Siempre dicen que hay algo malo conmigo, pero no saben decir qué es exactamente.

Me lleva a cuestas hasta su recámara, a travesamos la oscuridad hasta su baño y me ayuda a sentarme en la tapa del W.C. antes de girar hacia su habitación, encendiendo la luz y buscando entre sus maletas.

Giro la cabeza hacia la oscuridad del baño, la luz hace doler mis ojos. Mi reflejo en el espejo es apenas visible, pero veo con total perfección el fulgor carmesí que emana de mis pupilas, como si alguien hubiera reemplazado mis globos oculares por un par de luces de navidad.

Cierro los ojos a sabiendas que, no voy a poder controlarlo. Cada vez que el sueño de la mujer se repite, esto se sale de control, y para mi mala fortuna, hoy estoy atrapada con Vladimir.

—Insisto en que debería llevarte al hospital —Vladimir suena firme.

La luz del baño brilla a través de mis parpados, y sé que ya no me encuentro sola sentada en la oscuridad, así que me veo casi obligada a forzar una mueca como si la luz me lastimara la retina para que mi tío no se cuestione por qué no abro los ojos.

—¿Nira? —Escucho la llave del lavabo abrirse—. ¿Te lástima la luz, quieres que la apague?

—No, no la apagues —me apresuro a decir—. Solo tengo sueño.

Doy un salto nervioso en mi lugar cuando mi tío deposita un paño de agua fría en la parte posterior de mi cuello y otra en mi frente. Es una de sus técnicas para bajar la temperatura corporal, por lo general usada en esos veranos insoportables.

Pasamos en el baño lo que me parecen veinte minutos, quizás haya sido más o quizás menos. Salgo de ahí con menos fiebre que con la que entre y las piernas hormigueando. Durante ese lapso de tiempo, el paño fue reemplazado por otro cada que absorbía mi temperatura.

—¿Segura que estarás bien sola? —pregunta Vladimir por enésima vez.

—Sí, la fiebre ya ha bajado. Estaré bien.

—Puedes quedarte conmigo si lo necesitas.

Una media sonrisa torcida se me escapa imaginándome en la misma cama individual que mi tío. Él duerme en una misma posición durante la noche, yo no sé quedarme quieta, lo que implicaría que uno de los dos salga pateado o que se caiga de la cama.

—Ey, soy un buen enfermero, ¿o no? —Me sacude en sus brazos, me lleva en ellos como si fuera una princesa, no tuve mucho remedio pues él negó a dejarme caminar y yo me negué a discutir.

—Diré que sí, para no herir de más ese enorme ego que tienes —espero hasta que inclina la cabeza—. Pero la verdad es que podría quejarme.

—¿Tienes quejas de mí? No te creo.

—Pudiste dejarme acostada en tu cama, pero en lugar de eso me mantuviste sentada en la tapa del W.C. La espalda va a estar doliéndome por semanas. —Le doy un golpe en el pecho cuando detecto una sonrisa burlona formándose en sus labios—. ¿Y así quieres que practique algún deporte? Tengo las articulaciones de un anciano.

—Siempre tan dramática. —Rueda los ojos.

—¿Lo ves? No eres un buen enfermero. —Me cruzo de brazos—. Un buen enfermero no se quejaría de lo que sea que el paciente tenga para decir. Se supone que estás para hacerme sentir mejor, pero en lugar de eso, estás haciéndome sentir el violín más pequeño de la historia.

—Es por esto que no fui enfermero.

—Hiciste una excelente decisión —suelto.

Me deja caer de golpe sobre mi cama, lo que me saca una única carcajada, más fuerte que el dolor de cabeza.

—La próxima vez, te pondré bajo la regadera y la abriré sin contemplaciones —murmura.

—También te quiero —digo cuando lo veo saliendo—. ¡Y gracias!

Y es verdad, adoro a Vladimir. Sé que se preocupa por el hecho de que la fiebre es impredecible y pueda lastimarme, pero ese no está ni cerca de ser el peor de los problemas que puedo traerle.

A pesar de que él es la única persona en la que confío, no estoy ni cerca de decirle que... no soy un humano común. Lo horrible de ello: es que ni si quiera yo sé que soy.

Hace seis años, cuando el sueño comenzó a presentarse en mis noches, el cambio fue notado solo por mí. Vladimir no sabe que, soy una especia de ser humano casi sacado de un loco experimento. Y quizá, jamás lo sepa.

Mantenerlo en secreto no ha sido tan difícil como creí que sería al comienzo, pero si es cansado tener que lidiar con ello y con una extraña pero constante sensación de que hay algo allá afuera de lo que debo cuidarme. Es como si la mujer de mi sueño no parara de susurrarme al oído que tenga cuidado, que como ella dice, escuche lo que sea que mis instintos tengan para decirme.

Esa sensación de peligro que por lo general atribuyo a la ansiedad se ha intensificado desde que volvimos al área donde solían vivir mis padres cuando eran jóvenes.

No suelo oponerme a los cambios de residencia por los que el trabajo de Vladimir nos hace pasar, aunque esta vez, algo en mí permanece inquieto. Estos sentimientos encontrados de querer y no querer hacer algo. He tratado de pasarlos por alto, pero siguen ahí, presionándome para que me acerque y a la vez pidiendo que me aleje.

Supongo que una persona extraña debe pasar por cosas extrañas. 



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Esos sueños sí que están medio raros, ¿no? 

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