Capítulo 14: Visitante nocturno
Algo captado por mi subconsciente no me deja seguir durmiendo. Suelto un resoplido de molestia, me remuevo por tercera vez y no logro deshacerme de esa sensación. Abro los ojos, molesta. La ventana está abierta de par en par, dejado que la luz de la luna se filtre.
Mi corazón da un vuelco de susto al distinguir una figura humanoide sentada en la orilla de la ventana. Aquella sombra voltea a ver con los ojos brillando en carmesí.
—¿Te desperté o estás sonámbula? —La voz de Nueve hace que mi pulso vuelva a la normalidad.
Él parpadea, y aquel brillo desaparece.
Enciendo la luz pequeña sobre la mesa de noche, a la vez que reviso el reloj de números fosforescentes, son las tres de la mañana con treinta minutos.
—Se te está haciendo costumbre entrar sin permiso —me quejo—. ¿Qué haces aquí?
—Vigilo, lo haré hasta que la actividad de Imperio en esta área se detenga.
—¿Y cuánto tiempo llevas ahí? —Señalo la ventana.
Él está sentado con una pierna dentro de la habitación, la otra colgando hacia afuera, sus brazos permanecen cruzados sobre su pecho y su espalda recargada en el marco de la ventana. Su aliento hace una nube blanquecina cuando abandona su interior.
—No mucho. Hacía frío en el pórtico, así que decidí subir. A demás, aquí tengo mejor vista.
—Del vecindario —Me deshago de las sábanas sobre mí.
—De ti dormida... es una linda vista.
Trastabillo al ponerme de pie, trato de disimularlo arrastrando mi pantufla de debajo de mi cama. Cuando nuestras miradas se cruzan la suya abraza la mía y me hace querer regresar al refugio que brindan mis sábanas. Las palabras se secan en mi boca.
¿No se suponía que me tenía rencor?
—Obviamente del vecindario, tonta —resopla. Se reacomoda en su puesto, con los ojos vigilantes hacia la calle—. Vuelve a dormir —ordena.
Me quedo fuera de la cama. Sin saber que hacer. Mirando la postura rígida de Nueve sentado en ese lugar inconveniente.
—¿Piensas quedarte ahí toda la noche?
—Posiblemente. Duérmete —repite.
—¿Por qué no cierras la ventana?
—No me agrada estar al interior de ningún sitio, pero tampoco me agrada el frío. Ve a dormir —vuelve a insistir, esta vez, suena más molesto.
Lo observo ahí, con la briza que hace los árboles mecerse revolviendo su cabello. Sus ojos no están fijos en un único punto, parecen custodiar cada centímetro del asfalto, cada sombra, cada arbusto, nada parece estar fuera de su radar. Con la falta de luz, no se puede apreciar el gris de su mirada, aunque sé que está ahí.
Viéndolo con detenimiento, Nueve no debe ser mayor que yo por mucho. Es atlético, tiene piernas largas y torso de nadador, me recuerda a cuando Vladimir era solo un cadete. Su cabello oscuro roza sus parpados, y los bultos oscuros debajo de sus pestañas inferiores parecen un claro signo de que no duerme bien.
Parpadea con una lentitud que me parece tortuosa, y me hace preguntarme si lo hace así porque está luchando para no quedarse dormido o porque no le importa lo que hace.
—¿Va a amanecer contigo ahí de pie como un árbol?, vete a dormir —murmura.
La forma en la que apoya la cabeza en el marco de la ventana me parece el gesto de alguien exhausto. Mientras más lo observo, más señas de cansancio aparecen en él.
Un nuevo suspiro sale de entre mis labios al tiempo que camino hacia el sofá individual y reclinable en la otra esquina de la habitación. Quito de encima las cajas de mudanza que arrumbé ahí porque no sabía dónde más ponerlas y porque no me animé a sacar las cosas de su interior.
En silencio empujo ese mueble hasta que lo llevo frente a la ventana. Para ese punto, Nueve me mira con extrañeza, pero parece no tener intención alguna de ayudarme.
—Puedes sentarte aquí. Me pone de los nervios verte en la ventana. —Me encamino a mi cama—. Y si uno de los vecinos te ve llamará a la policía.
—Soy indetectable para los humanos. Otra cosa de Ascendidos.
El gesto en su rostro es uno que tiene escritas las palabras "deberías saberlo".
—Haz lo que quieras.
Me meto de regreso al capullo cálido sobre mi cama, sin ganas de discutir. Aunque estoy, y sé que voy a estar, toda la noche consciente de que hay alguien conmigo en la habitación, el cansancio no tarda mucho en hacer que mis párpados pesen. La sensación de culpabilidad ha desaparecido para el momento en el que caigo en la inconciencia.
。。。。。。。。
La luz del sol se ha vuelto molesta. Siento su calidez en mi piel y me incómoda. Me levanto tallándome los ojos, tratando de espantar lejos de ellos el sueño que me obliga a mantenerlos cerrados.
Nueve está en el sofá. Su chaqueta le cubre los brazos, sus ojos están cerrados. La forma pacífica en la que su pecho se infla con cada respiración me hace saber que está dormido.
Me acerco con curiosidad.
No puedo culparlo por haberse quedado dormido. De hecho, me consuela la idea de él dormido mientras me encontraba en la misma situación, porque eso significa que no estuve en una posición vulnerable con un desconocido en mi habitación.
—Alguien viene —susurra tan bajo que por un momento creo haber escuchado mal.
Nueve se levanta de forma abrupta, me obliga a dar una serie de pasos lejos de él para no choque conmigo. Sus ojos están pintados del rojo mágico al que he comenzado a acostumbrarme.
—Te espero en el baño —dice en el mismo tono, dirigiéndose hacia allá con paso lento.
No me sorprende cuando la puerta es golpeada en una serie de pausas y más golpes, clave morse. Mi nombre.
—¿Estás despierta? —Es Vladimir. No me da tiempo de contestar, continúa hablando—Tengo que irme temprano. Surgió algo en el trabajo y no sé a qué hora estaré de regreso —comenta sin abrir la puerta—. Te estoy dejando algunas cosas para que te prepares algo de comer.
Escucho sus pasos alejándose rápido tras soltar una maldición. Seguro se le hizo tarde.
Voy hasta el baño, abriendo la puerta después de golpear un par de veces a modo de advertirle a Nueve que voy a entrar. Lo encuentro en la bañera, recostado en ella con aburrimiento pintado sus facciones. Me parece gracioso lo cómodo que se ve.
Chasquea la lengua contra el paladar distraídamente antes de mirarme.
—¿Tienes hambre? —Me recargo en el marco de la puerta.
Bajamos a la cocina en un silencio cómodo que dura hasta que termino de calentar la pasta y las albóndigas que compró Vladimir. Incluso, la falta de conversación se mantiene durante unos minutos después de que pongo un plato con comida frente a Nueve, quien la mira con curiosidad.
—Si me intoxico, juro que te mato —amenaza con una sonrisa en los labios.
Ese gesto me recuerda al chico de las pecas, haciendo que un nudo me apriete la garganta. Un peso invisible se asienta en mis hombros y sé que no voy a pasar bocado tan fácil como me gustaría.
<<Debieron ser muy cercanos, por eso comparten algunos gestos>>, pienso con una punzada atravesando mi corazón.
Me siento al otro lado de la mesa con un plato de comida igual. Decido no contestar a su comentario, me dedico a mirarlo a la expectativa cuando decide llevarse un poco de pasta a la boca.
—¿Quién lo diría? —dice tras pasar el bocado—. La niña micro expresiones sabe cocinar.
—¿La qué?
Su respuesta es una sonrisa. Continúa comiendo con la misma calma que si estuviera desayunando en su propia casa. Sus hombros relajados y ojos serenos me causan una punzada de envidia. Yo me he sentido inquieta últimamente.
—¿Cómo te llamas? —Cuestiono haciendo círculos en la pasta con mi tenedor.
—¿Por qué esa necesidad por saber mi nombre?
—Es solo que, si vas a estar vigilando mientras duermo, me gustaría al menos saber tu nombre —confieso—. Es incómodo saber que hay un desconocido en mi habitación.
—Si lo sometemos a una comparación, soy el desconocido más seguro que tienes cerca.
Ruedo los ojos, pero lo único que logro es que me siga sonriendo con la misma burla de antes.
—Si te digo que no tengo uno, ¿te quedarás tranquila?
—No puedes no tener un nombre, todos lo tenemos.
—¿No se te ocurrió que podría haber una mala razón por la que no uso mi nombre?
—¿Y la hay?
Él se encoge de hombros.
Froto una de mis mejillas con el dorso de mi mano, con frustración. Siento que no importa lo que le diga, siempre caeremos en un círculo vicioso en el que quiero saber cosas que él se niega a decirme.
—¿Qué te parece esto? —Se sienta con la espalda recta—. Por cada cosa tuya que adivine, tú darás un bocado a tu comida. Y si no acierto, entonces puedes preguntarme algo... algo que no tenga que ver con mi nombre —se asegura de dejar en claro.
Intento detectar más burla en su rostro, pero su expresión ha cambiado por una indescifrable. Miro el plato que apenas he tocado.
—De esa forma dejaré de ser un desconocido para ti, o al menos te alimentarás bien por un día. —Inclina la cabeza hacia un lado—. Si lo miras objetivamente, eres la única que sale beneficiada.
—Adelante —acepto.
Nueve se toma un segundo para pensar, mismo que le toma terminar la comida que se había llevado a la boca.
—Vives sola con tu tío.
—Eso es fácil de saber. Es al único que has visto aquí —me quejo.
—Calla y come. Un acierto es un acierto.
De mala gana, me llevo un bocado mediano a la boca. No he terminado de masticar cuando él toma impulso y suelta la siguiente afirmación.
—Te envuelves en el capullo que llamas ropa porque que temes a algo o alguien. —Crudo y directo.
Mi mano libre ha comenzado a estrujar mi ropa. Me toma un gran esfuerzo llevarme el tenedor con pasta a la boca y aún más el poder tragar. De pronto él parece el incomodo cuando carraspea.
—No tienes fotos de tus padres juntos. Solo una foto de tu madre con los que creo que son tus abuelos en la mesita de noche. Así que... tus padres tenían una relación en secreto.
—Error. Mi abuela no aprobaba el noviazgo de mis padres, por eso no tengo fotos de él con mi madre —corrijo con un poco de satisfacción.
En realidad, jamás he tenido una foto que le pertenezca, y nunca hablaban de él.
—Bien, haz tu pregunta. —Nueve cruza los brazos sobre la mesa.
—¿Qué edad tenías cuando te uniste al refugio? —Imito su postura.
—El número por el que me llaman corresponde a la edad a la que me uní —su tono es neutral, como si no le importara tener que imaginar a un niño unirse a ese mundo—. No tienes alergias.
Resoplo con rendición comiendo otro bocado. Después de terminarme el bocado, me tomo la libertad de beber un poco de soda mientras él prepara su siguiente pregunta. Otra vez esa sonrisa burlona aparece en sus labios.
—Esa fue una trampa. Los Ascendidos no podemos desarrollar enfermedades crónicas —confiesa de pronto—. Y de haberlas tenido en la infancia, al llegar el cambio desaparecen.
Estoy lista para comenzar con los reclamos, pero él me hace callar levantando la mano.
—Como recompensa te diré que, de niño sufría de asma. Cuando Ascendí desapareció, y tenía siete y medio cuando soñé con el acantilado.
Me quedo con las ganas de reclamarle. Con esa sonrisa no me atrevo a buscarle las cosquillas porque solo me ganaré un dolor de cabeza.
—No pareces tenerle miedo a la oscuridad, pero dejas la puerta de tu habitación abierta, ¿por qué?
—Esa no es una afirmación —reclamo.
—No, no lo es. Pero me dio curiosidad. —Se encoge de hombros.
—Vlad hace un par de rondas al principio de la noche, revisa la casa y ve que yo esté bien, luego cierra la puerta y duerme varias horas de corrido antes de irse al trabajo.
—Es precavido, me agrada.
Un sonido, que identifico como un tono de llamada, nos interrumpe. Nueve saca un celular de la bolsa trasera de sus pantalones, pero no contesta, mira la pantalla con una expresión fría que contrasta con la actitud burlona que mostraba hace unos segundos.
—Tengo que irme —dice poniéndose de pie—. Termina tu comida y no salgas de casa hasta que vuelva.
—Tengo que ir a la escuela o al menos pretenderlo —le recuerdo.
—Quédate en casa —ordena.
—Tengo que ir, si Vlad se entera de que he faltado...
—Dije: no. Y es lo que harás —la molestia en su voz y la autoridad con la que creer que puede ordenarme me hacen enojar.
—Puedo cuidarme sola.
Él toma su tenedor, rodea la mesa con tanta rapidez que apenas puedo procesar lo que hace. Con los dientes del cubierto atrapa el collar con dije de mariposa que llevo puesto y tira de la cadena obligándome a pegar mi rostro al suyo cuando se inclina.
—Ya te he dicho qué te pasará si Imperio te encuentra, pero no te he dicho qué voy a hacerte si continúas complicándome la vida. —Tira otro poco—. Ya lo escuchaste de Drei, no tengo mucha paciencia.
—¿Por qué te preocupas por mí? —suelto con sarcasmo.
Su mirada se muestra más fría que nunca.
—Es solo que he decidido que, si alguien ha de matarte... ese seré yo, no quiero que los bastardos de Imperio se me adelanten.
Cuando me suelta me llevo las manos a la parte trasera del cuello, sintiendo los surcos que la cadena dejó en mi piel. Una sensación fría me recorre la espalda cuando sus ojos se tornan rojos por un segundo. No me atrevo a mirarlo cuando sale por la puerta.
Drei dijo que Nueve me culpa por la muerte de pecas, y esta es la primera vez que lo demuestra. Que haya podido ocultar su rencor hasta ahora, me hace temblar.
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