Parte 2: "La guerra de los cosmos".
Neptuno vio caer a sus pies a los hombres que lo defendían. Otros cayeron al vacío congelados, mientras la pena y la culpa lo invadían protegería con su vida el legado de su padre.
La familia Nieblan guardaba un poderoso secreto. Mejías era la verdad que nunca quiso asimilar. Antón también noto el miedo de su rey.
─Domina el hielo ¿cierto? Ese es el motivo por el cual tu padre lo obligo a irse, pero apareció muerto... ─Neptuno cerro sus ojos cansado de esta lucha sin sentido. ─Posiblemente él lo mato.
Antón confirmo lo que el rey se negaba a creer. Permaneció en silencio porque le dolía ver la destrucción a manos de su hermano.
─Mi madre fue la primera en presenciar su poder. Tenía apenas ocho años, aunque dudo que Mejías lo recuerde. Era un niño inocente fue corrompiéndose por el odio.
─Te olvidas de la ambición y el poder. Se convirtió en un monstruo que no supo diferenciar sus valores como la familia y el amor.
Neptuno volteo a mirarlo cuando un estallido los desestabilizo. Lluvia de fuego caía sobre sus cabezas mientras el castillo comenzaba a partirse.
Antón sujeto a su majestad de su brazo para buscar refugio. Corrieron pasillo arriba esquivando los pedazos cayendo del techo al desmoronarse, la fortaleza no resistiría por mucho tiempo el ataque.
─Debemos buscar a Marte y Venus... ─propuso el rey resollando.
─Te tienes que ir. ─objeto su mejor amigo y pararon su andar en los pasillos todavía intactos. ─Si te salvas tu linaje perdurara, contra eso no puede nadie.
─Ellas se irán. Yo me quedare.
Ambos sabían lo que Mejías más deseaba. Verlo derrotado, pero su hija continuaría su legado y preservaría su nombre en lo más alto del universo.
Antón comprendió con una simple mirada lo que quería. Entonces, se encaminaron lado a lado en los corredores para meterse en un pasaje secreto de la biblioteca.
El fuego no cesaba. Una tormenta amenazaba con partir el cielo en refulgentes rayos azotando en el domo, a donde Antón lo llevaba.
110 escalones subieron sin detenerse a inhalar aire. Neptuno se sostuvo de las paredes grises al finalizar la escalona para recuperar su aliento, Antón hizo lo propio sentado en el piso de madera. Compartieron carcajadas que podían ser las ultimas de su existencia.
─Ya estamos viejo mi querido amigo. ─comento el hombre de cabello ya canoso y arrugas en la comisura de sus ojos, el rojizo iba desapareciendo con la edad.
Se esfumaba como la vida misma.
─Ni que lo digas.
Rieron. Su concejero vestía traje de combate en negro, capa blanca y armadura dorada. Las espadas siempre tuvieron significado para los Lotianos.
Neptuno escruto la bóveda en forma de media esfera traslucida. Alcanzaba a ver bolas deslizarse por encima con destino a sus bosques mientras nubes negras cargadas amenazaban con desatar el infierno.
─Jamás me atreví a venir aquí. ─dijo girando en su propio eje para contemplar las espadas colgando de las vigas. ─Papá adoraba pasar tiempo en este sitio. Era...como un santuario para él y mamá siempre lo reprendía por eso.
Antón lo escucho atentamente.
─Cuando asumí el poder de ser tu concejero, Badud Nieblan me proporciono la información necesaria y la llave para ser un guardián del Domo Dorado. Todas las espadas utilizadas en las batallas más importantes de Loto están colgadas y ordenadas por nombres en las paredes.
Su rey acaricia con cierta tristeza cada filo dorado reluciente que no sufrieron el paso del tiempo, su concejero recostó su cadera contra la mesa circular en el centro a la espera de algún comentario.
─ ¿Cuántas son en total? ─investigo deteniéndose en una especial.
Tauron Baerler Nieblan decía el gravado en letra legible y elegante. Su bisabuelo comandante del ejército Luz Blanca, una sucesión antigua con una historia precedente en el planeta.
─Dicen que el comodante Tauron fue el mejor guerrero en combate. Nadie se olvida de su espada cargada de veneno y traicionera. ─sus labios dibujaron una sonrisa que ni le llego a los ojos ─En total son 350, pero la de tu padre preside el...
Miro en lo alto. Por un agujero vacío caía cenizas tiñendo de gris la mesa y el pánico fue una ola incinirante.
─ ¿Qué ocurre?
Neptuno llego hasta él preocupado.
─Su espada...la espada de tu padre desapareció. ─ambos alzaron la mirada, efectivamente no estaba. ─El mango sobre salía a la superficie, pero absolutamente nadie conocía ese secreto. Nadie conocía de su existencia salvo yo, tú y...
─Mejías. ─confirmo el rey.
Salieron disparatado porque esa poderosa arma acabaría con su planeta.
Mejías no necesitaba agotar sus energías utilizando su don porque había encontrado el arma mortal, la que acabaría con su propio hermano.
─Alba. ─llamo en tono fuerte esbozando una radiante sonrisa. ─Necesito que hagas algo especial por mí.
Parado al borde de la torre más alta del castillo miraba el Monopolio entre la arboleda de pinos, alzo su espada y sus seguidores murmuraron. El rey Sol sonrió macabramente mientras la princesa Alba desconfiaba de sus acciones.
─Mi príncipe estoy a su disposición.
Obediente porque le convenía tenerlo de su lado dio un paso adelante.
─Busca a Marte. Llévala ante mí.
Ni volteo a mirarla solamente dio la orden como un verdadero rey. Eso es lo que pretendía ser, un rey malvado.
─ ¿Qué harás con la espada de Oasis? ─cuestiono Sol temiendo al vacío frente a sus ojos.
Manteniéndose cinco pasos atrás el viento azotaba en su cara y su vestimenta, mientras el fuego no cesaba. Mejías soltó un suspiro antes de encararlo.
─Aparte de hablar mucho eres inservible. ─dijo volteándose, puso sus manos en la espalda y avanzo al hombre de barriga prominente, calvo que miraba su acercamiento con sus cuencas bien abiertas. ─Dime, Sol ¿tu ejercito es realmente fiel?
Su pregunta lo confundió. Les prometió a sus aliados darles la cabeza de Neptuno a cambio de su lealtad, pero la ambición es un perfume muy tentador que hace caer a cualquiera.
Y Mejías lo sabía. Sol sopesaba sus pensamientos retrocediendo un paso ante la amenaza que implicaba estar en el abismo de un precipicio. Su amigo no dudaría en arrojarlo.
Miraba el vacío luego a Mejías, quien no quitaba de su rostro esa sonrisa malévola empuñando la espada.
─Hice un juramento y lo cumpliré. ─ratifico trastabillando. Giro el cuello para ver lo que piso, rompió una teja y este cayo en caída libre sin verse donde se estrelló. Sol paso saliva, Mejías rio de lado, ya que su cometido no estaba lejos de llevarse a cabo.
─Pero yo no jure nada. Yo les permití obtenerlo por sus propias manos. ─aseguro cerrando el espacio entre ambos y sus ojos se desorbitaron cuando vieron la espada. ─Fuiste un aliado importante, sin embargo, ya no me sirves para mi nuevo reinado.
Una carcajada broto de su garganta antes de pasar el filo de la dorada espada en su cuello grasoso.
Fue derrumbándose hasta quedar hincado de rodillas boqueando por respirar. En un suspiro vio cometer su peor error, confiar en un verdadero monstruo.
─La maldición te atrapara en el Equel... ─hablo desangrándose en el intento por sobrevivir.
Dio su último suspiro antes de caer inerte y rodar por el tejado bañado en sangre.
La tierra será su tumba porque nadie recordará a un traidor.
Mejías ni se inmuto por su advertencia. Impulso su cuerpo hacia el viento volando al Monopolio o mejor conocido como el Palacio de Reyes. Aterrizo dando giros en el aire mientras elevaba la hojarasca seca y ramas teñidas de negro.
El fuego no consumió totalmente el bosque de pinos, pero tampoco se salvaron de su oído. Puso un pie en el primer escalón de los tres, columnas blancas franqueaban la propiedad dándole forma redonda y amplias puertas marrones custodiadas por dos hombres del Ejercito Flor de Loto.
Ensancho su sonrisa cuando los guardianes le apuntaron con sus espadas, en guardia pretendía impedirle el paso, pero pagarían con creces su osadía de enfrentarlo.
Ambos intercambiaron miradas casi aterradoras por la insolencia del príncipe, dio un chasquido de dedos y el viento cargado de humo blanco los envolvió quitándoles el poco calor de sus cuerpos. Un grito atroz lleno el desolado bosque, el eco se escuchó a kilómetros y el frio empezó a calar hasta sus huesos. Soltaron sus espadas de plata perfectamente pulida que brillaba bajo los rayos del sol rojizo mientras se retorcían en su propia miseria sin nadie que los pueda ayudar.
Contento con su hazaña marcho directo al interior del Monopolio haciendo a la orilla los cuerpos congelados ya sin vida. Ni su conciencia le pesaba tanto como la espada que portaba en su mano enguantada.
Marte corría desesperada por los estrechos pasillos del castillo. Pedazos de piedras caían entorpeciendo su camino, también su cometido de encontrar a su esposo. Su amiga sostenía entre sus brazos a la niña de cabello rojo dormida que no tenía ni noción de la batalla que estaban librando sus padres.
Agarrando su vestido iba encaminándose hacia el salón del trono. Es el sitio más seguro y el que Mejías intentaría tomar a la fuerza, Neptuno lo defendería con su vida de ser necesario, aunque su afligido corazón anuncia la tragedia.
Le costaba inhalar aire. Sus pulmones se vaciaban y cerraban ante el polvillo que le dificultaba su visión demorando su llegada.
─Marte. ─grito Venus a su espalda. ─Marte, Marte ven.
Nublado veía. No podía enfocar claramente a Venus, pero vio al encapuchado sonreírle siniestramente como si saboreara entre sus labios su anticipada victoria.
─Obtendré el listón dorado o seré el nuevo concejero del rey Mejías al matarte maldita mujer de fuego. ─proclamo envainando su espada a las dos mujeres indefensas.
El pecho de Marte subía y baja, sin embargo, no dejaría que matasen a su única heredera. En sus pensamientos rogaba que la niña tuviera un futuro prometedor, viviera y enorgulleciera a sus padres en la vida en la que ellos ya no estarían.
─Corre, Venus. No te detengas a mirar. ─hablo tan segura como sus fuerzas se lo permitieron. ─Corre. ─repitió teniendo al enemigo en sus narices.
Su amenaza encendió su enojo. Encendió el fuego provocando lo que muchos no se atrevían a hacer, desafiarla.
Flamas comenzaron a avivarse en su largo cabello. Sus lumbreras fueron dilatándose dejando ver sus iris naranjas mientras sus manos iban cubriéndose de fuego.
Ella era fuego puro.
─Jamás amenaces si no sabes a lo que te enfrentas. ─escupió con tanto odio que el individuo no espero su ataque.
Rozo su cabeza, pero al ser un experto en combate logro esquivar la bola. El ambiente intensifico su calor, el fénix en su máxima expresión se reflejaba en sus ojos negros tan turbios como en una noche del huracán más temido.
Los ojos de Marte llameaban de repulsión, odio y rabia. Solo necesitaba un golpe maestro para deshacerse del rival e ir por su hija, ya era hora de escapar.
─Recuerda este nombre cuando estés agonizando. ─dijo girando y moviendo su espada. ─Gaden Rojas, el próximo héroe y responsable de la independencia de este planeta.
─ ¿Independencia? ─rio irónicamente. ─Sigues ordenes de un nefasto príncipe obsesionado con una mujer que no era para él. Lo único que tendrán es oscuridad, ¿acaso sabes del preciado don del que es poseedor?
Su pregunta lo desconcertó. Fue su ventaja para asestarle un certero golpe en su pecho, quemo su ropaje negro, no obstante, encontró un muro duro. Un escudo de madera que no pudo destrozar.
─Ingenioso. ─alago con un atisbo de sonrisa en sus labios.
─ ¡Sorprendida reina de fuego! ─exclamo.
Garden la tomo desprevenida y le dio un puñetazo lanzándola a un par de metros, camino soltando su espada para tomarla del cuello y empotrarla contra la pared.
Gruñidos salían de su garganta en un intento vano por defenderse. Le escaseaba el aire, manoteaba para zafarse mientras sus cuencas iban abriéndose enormente, pero nada conseguía. Sus manos aun conservaban calor, por lo que, utilizo su último aliento y sujeto su rostro algo descubierto, manchas rojas fueron extendiéndose por su piel clara quemándolo.
Su alarido aturdió a Marte y así consiguió soltarse. Recostada en la pared se recuperaba, aunque le prescindía matarlo para liberarse de su amenaza. Aun resollando mientras se tomaba su garganta que dolía por la presión ejercida en esa zona fue parándose usando como apoyo la pared.
─La madera siempre será consumida por el fuego.
Fueron sus palabras al incinerarlo en llamas y verlo quemarse cada extremidad entre quejidos alarmantes acompañado del dolor.
Dolor que ella misma sintió al perder a su hija. Ahora debía proteger a la indefensa niña enviándola lejos, porque ellos no vivirían para verla crecer.
Cojeando volvió a emprender su camino. Personas lloraban, gritaban, se quejaban buscando ayuda sumergidos en el infierno, sin embargo, Marte no se la proporcionaría. Rozaba a la misma multitud que un día coreo su nombre como reina para ignorarlas, que rogaban y suplicaban ser salvados, pero el destino ya dio su sentencia final.
Muchos morirán. Otros perecerán, otros lloran el abandono a su pueblo, a su hogar. Hogar que nunca verán de nuevo porque las cenizas consumirán todo lo que alguna vez fue vida.
La reina no se detenía por nadie en particular. Oía sus llantos desconsolados, su silencio apabullante, miradas perdidas de niños que prometían ser el honor de sus familias, pero no habría poder en el mundo que le diera redención.
Detuvo su andar para respirar. Ya le faltaba menos para llegar a la cueva por donde envió a su fiel amiga, no encontraba las fuerzas suficientes para continuar. Recostó su cuerpo en la pared agachando la cabeza para que nadie la reconociera, aunque con el alboroto y las heridas causadas por el derrumbe nadie se percataría de su presencia.
Inhalo aire tantas veces como pudo. Una molestia ardía en su pantorrilla, al levantarse el vestido mugriento vio una herida sangrando.
Por eso no podía andar sin cansarse tanto en el proceso. Corto un pedazo del vestido e hizo un vendaje para cubrirla y que no se infecte.
Después de un largo sendero liso en caracol escondido detrás de la biblioteca llego a su destino. Su corazón latió de alivio al ver a Venus con la niña contra su pecho. Sus lumbreras iluminadas por una mezcla de tristeza y alegría sonrieron.
Pero nunca vio a las dos personas esperándola pacientemente.
Alba rameando su vestido rodeo la columna de madera que servía para sostener el techo de la cueva, el auge del agua correr se oía detrás de la joven hamaqueando a la niña y una pequeña canoa lista para ser abordada.
La cara de terror de Venus le dio la señal del peligro. Mariposas negras recorrían el sitio cálido y luminoso, alguien más le impedirá largarse. Pensó.
─ ¿Quién eres? ─pregunto queriendo dar pasos hacia su amiga.
Alba impuso su presencia deteniendo sus movimientos. Había agotado su energía al pelear con Gaden sintiéndose absolutamente cansada para pelear una vez más.
─Mejías sí que está loco por ti. ─comento en tono airoso. ─La belleza es nuestra arma más poderosa con la que podemos contar, pero hay que saber usarla a nuestro favor querida Marte.
Paso sus dedos de uñas largas en verde opaco por sus hebras rojizas. Giro a su alrededor observando su aspecto nada limpio e inmovilizo su cuerpo con un simple toque en su hombre.
─ ¿Qué has hecho? ─inquirió.
─Eres fuego, niña. Explotas con un simple arrebato y no permitiré que acabes conmigo, no antes de matar a alguien primero. ─miro a Venus, quien temblaba de miedo parada ahí, en el mismo lugar. ─Este día serán viudas señoras.
Una sonrisa maligna tiro de sus labios. Disfrutaba haber encontrado diversión.
─Deja que se vaya. Te lo suplico. ─rogo con su voz entrecortada ─No la quieres a ellas. Me quieres a mí.
─Cierto. Aunque la diversión extra es mi platillo favorito.
─Puedo quitarme la vida yo misma si me das tu palabra que la dejaras irse. ─sollozo tirando de cadenas invisibles en su cuerpo. Lagrimas brotaron como cascada y su corazón había albergado esperanzas, sin embargo, ver a Alba segura de asesinarla solo pudo mirar a su amiga.
─Si te entrego a Mejías será tu sentencia de muerte. Lo sabes ¿cierto?
─Aceptare mi destino sin luchar. ─dijo alzando sus ojos a la princesa Alba. ─Muerta ya no le sirvo...
Venus negó acurrucando el pequeño cuerpo de la niña contra el suyo. En medio del llanto comprendió que era la última vez que vería a Marte.
─Una pelea mas es un sacrificio. ─expreso Alba. ─Puedes darle lo que tanto a desea, lo que su negro corazón ha querido toda su vida y así salvar a un planeta de su tiranía.
Marte lo medito viendo a Venus. Uso el mismo método de adormecimiento de las funciones motrices en ella, por lo que, no se movería. Aun le quedaba un último recurso.
Alba es experta en engañar, manipular. Su técnica más fascinante es crear ilusión en las personas creando momentos que no han sucedido en la realidad.
La reina en su decline no logra apartarle sus orbes. Alba comienza su proceso de hipnotización, Marte parpadea aturdida porque creer ver el techo caerse encima suyo.
─ ¿Qué está pasando? ─pregunta en un hilo de voz.
Venus ahoga un sollozo lastimero.
─El proceso de ilusión es algo...inestable cuando ingresa en tu mente. ─explica viendo las pupilas de Marte volverse negras, Alba apretar su rostro dejando marcas rojas al tomarla entre sus dedos. ─Vas a delirar hasta que entres en un sueño profundo, veras líneas, flores, gritos o el llamado de un ser querido. No te resistas porque la muerte es un trágico final que no querrás obtener.
─ ¡Ahhhhh...!
Agua bañaba su cara. Agua caliente mojaba su vestido consumiéndose a una lentitud apabullante, Alba lucia entre perpleja y deslumbrada con el alcance de su poder.
Marte cerro sus parpados al sentir sonar sus huesos. Tac, tac, tac hicieron al caer dormida en el suelo.
Venus quiso correr para rescatarla, pero Alba fue más rápida. Dio la orden para que la sacaran.
Vio desaparecer su melena roja y no aguanto las ganas de llorar. Es un río caudaloso fluyendo con fuerza propia. Perdió a su amiga y hermana, pero aún le queda un tesoro al cual aferrarse.
─Antón es tu marido ¿verdad? ─quiso saber yendo a ella. Asintió con un enorme nudo atorado en la garganta, pego a la niña más a su cuerpo como si así no le pudieran hacer daño.
─ ¿Por... por qué?
Su mandíbula tembló al percibir el miedo ir tomando fuerza.
─Que curioso ¿no? ─sonrió cruzando sus manos en la espalda. ─Él me prometió amor eterno...juro amarme hasta que su valentía fue cobardía. Se marchó como los cobardes, como un Tarion abandona a su alma gemela cuando es prohibido. Mato y partió en muchos pedazos mi corazón. ─escupió con una amargura que hasta ella le sabia podrida.
─Lo siento... ─vacilo encarándola. ─Por eso te uniste a Mejías...para vengarte y acabar con él.
─Ha sido una buena satisfacción tener un motivo para vivir bajo el odio. ─miro la barca detrás y Rojo se removió. ─Pero sé que Mejías planea eliminarme y yo a él...
─ ¿Qué quieres?
─Vete. ─lacónico fue su mensaje.
─Y Antón ¿Qué le harás?
Venus no quería pensar la crueldad que podía sufrir su amado esposo. Ni siquiera se despidieron, aunque ya no hay tiempo solo queda recordar.
El recuerdo de cuanto fueron felices.
─Me cobrare su falta a su compromiso. No esperes por él que no volverá.
Una solitaria lagrima rodo desde su cuenca mojando la cobija de la beba y un alivio invadió sus cansados músculos, podía moverse.
Al dar vuelta acomodo a Roja en la barca. Sin mirarla subió y remo saliendo de la cueva a cielo abierto.
Deteniéndose unos minutos. Lloro en silencio su desdicha de perder a las personas que más quería.
Antón marco su corazón en el sentirse amado uno al otro. Cobijarse las almas bajo el yugo del amor es la mayor lección aprendida.
El frío no los mato. Dejo una marca imborrable que vivirá en la memoria y en la historia.
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