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Capítulo n°46: "Lucerna bajo cenizas".

El bosque de las Luces en cuestión de instante quedo reducido a cenizas. El llanto del Cocotal anuncia el fin de una era y muchos han perdió más que una líder.

Escasas luciérnagas tratan de alzar vuelo, pero ya no iluminan. El cielo gris es de color rojizo como el reflejo de un ocaso, sin embargo, el polvillo todavía cae encima de sus cabezas.

Lagrimas caen de sus ojos. Quieren gritar, reclamar lo que por derecho les corresponde, no obstante, el príncipe Mejías es un ser de hielo. Su corazón no se derrite ante nada ni nadie. En vano seria luchar.

Llorar en silencio no es una opción, es un suplicio.

Mientras los habitantes de Lucena quieren y no pueden quedarse, Rojo desciende las colinas acompañada de su amigo Miurse, no han dado con el paradero de Pluto, pero tienen la esperanza de hallarlo en el pueblo.

El olor a quemado ya se percibe en el aire. La tormenta roja no ha despejado el firmamento por completo y al elevar sus ojos solo mira nubes rojas moviéndose ante una mínima brisa. El bosque de las Luces rodeaba al pequeño pueblo de escasos habitantes, allí vivían las familias de los soldados de la reina, pero sin su poder para protegerlos debían dejar sus casas.

Luego de refugiarse en la cascada Helada han considerado prudente salir a buscarlo.

─Ponte la capucha o te reconocerán. ─aconsejó Miurse a la chica caminando a pasos lentísimos.

Su motriz no estaba al cien por ciento y eso era la dificultad ventajosa para los seguidores de su tío.

─ ¿Por qué se van? ─quiso saber.

Las casas pequeñas de piedras, techos de musgos verdes y puertas de lianas cayendo por el mismo tejado le daban un toque pintoresco a la ciudad. Sin contar con los jardines sembrados de flores amarillas. Calles de piedras y arena cubiertas de tizne.

Lucena lucia apagada, triste y el silencio ensordecedor que tan solo podías oír los cascos de los caballos yendo calle abajo.

─Mejías ya debe haber tomado de rehén al castillo y esta gente no seguirá a un monstruo. ─respondió el lobo reacomodándose su capucha negra.

Rojo portaba una del mismo color cubriéndola hasta los pies, aunque su pelo es inconfundible a los ojos de los curiosos. Cualquiera reconocería a la chica de fuego.

Ante sus ojos las viviendas eran completamente iguales salvo por el apellido de cada familia escrito en la entrada con carbón. No sabía con exactitud a donde se dirigían, pero anhelaba encontrar a Pluto sano y vivo.

─ ¿Falta mucho? ─inquiero.

Su vista iba recorriendo los rincones más inhóspitos hasta caer en un grupo de hombres burlándose de un vendedor de manzanas.

─Ese es Nio. ─reconoció Miurse parándose en seco. ─Ven, tomaremos otro atajo.

Tiro de su brazo apurando el andar. El corazón de Rojo se precipito al bombear demasiado rápido alterando también su respirar.

Atravesaron la fuente junto al pozo de agua en el centro de Lucena para desviarse entre un sendero escondido de dos casas. Tomaron una escalinata llevándolos a un río de agua turbia.

Él comprobó varias veces de que nadie los siguiera insertándose en un puente de madera algo deteriorada. El sendero rodeado de matorrales conducía a una solitaria morada en lo más alto de una montaña.

Rojo flexionaba sus piernas para seguirle el ritmo, pero fallaban en hacerlo. El esfuerzo agoto sus energías debido a que estuvo dormida muchas horas sin tener conocimiento de lo ocurrido en su presencia.

─Miurse...

Balbuceo dejándose caer para tomar aire se sentó. El trayecto parecía interminable.

─Puedes quedarte aquí... ─respiro profundo. ─Iré por él y volveré.

─No. ─objeto. ─Dame unos minutos...para recuperarme.

─Bien, caminare lento.

Ella asintió viendo su espalda moverse. Observaba los árboles de curiosas hojas de un verde tan claro como una manzana, otras secas y otras grises, pero el pueblo sentía la amenaza en el aire.

Mejías tenía un propósito. Ser el amo del universo.

Al oír crujir las hojas secas entre los altos matorrales volvió a ponerse en pie y busco a Miurse con la mirada asustada, aunque su amigo ya no aparecía. Era un bulto pequeño moviéndose como una hormiga al llevar su comida.

Entonces, su alternativa es correr o matarlo con su propio fuego, pero había un problema. Su poder por alguna extraña razón pierde fuerza, ya no siente su sangre fluir igual a la lava, ahora es algo helado recorriendo su sistema y teme haber perdido lo que la hacía única. El fuego.

Pasaba saliva para remojar su tráquea al estar ya cerca el ruido. Inflaba y desinflaba su pecho ante el peligro presentado.

Pero lo que salió de esos matorrales fue un conejo gris. Quiso correr hasta el animal y asesinarlo por haberle dado semejante susto, puso su mano en el pecho tratando de calmar su pulso. El conejillo daba saltos pocos orientadores.

Pretendía tomar un camino saliendo en otra dirección. Eso llamo la atención de la chica y lo sujeto con sus manos, alzándolo noto el pelaje lleno de quemaduras, por lo que, soltaba chillidos. Aparentemente de un ojo veía poco y el otro estaba achucharrado.

Rojo sintió lastima por el conejo cargándolo en sus brazos hasta llegar a la cima.

─Tardaste mucho, niña. ─reclamo el lobo. ─Ahh un conejo.

Observo al animal, este al oír la fuerte voz se escogió más entre su ropa.

─Lo encontré en el camino. El fuego quemo su vista y parte de su diminuto cuerpo.

─Tan indefenso como los demás.

Rojo frunció su ceño sin comprender sus silabas, aunque no indago para no tener que discutir. Subieron el último tramo en un completo silencio.

El conejo de vez en cuando emitía bajo sonidos hasta dar con una posición cómoda para descansar.

Una hilera de árboles secos los recibió haciendo el ambiente opaco y carente de vida vegetal, era una delgada línea separadora entre el cumulo de cenizas y una choza ubicada a orillas de un risco.

Nubes destiñéndose se apreciaba a ver mientras el olor a madera impregnaba el sitio acompañado de una capa de humo. Miurse olfateo el ambiente proponiéndose golpear la puerta.

Rojo fue acercándose al risco. Desde allí vio un abultado manto de gris cubriendo lo que alguna vez fuera verde y fuente de energía para Lucerna. Una lágrima rodo por su mejilla cayendo hacia el abismo de ceniza.

Entre abrió sus labios para respirar tratando de hallar tranquilidad, pero lo único que encontraba es odio y rencor. Le arrebataron mucho más que una esperanza.

Le robaron la oportunidad de formar un vínculo con la única persona que conoció a su madre y Mejías sabía lo que eso causaría en el corazón de su sobrina.

─Rojo...

Miro por sobre su hombro. Parpadeo al tener las retinas brillosas y empañadas por el agua acumulada.

─Pluto. ─murmuro apenas audible comenzando su carrera para abrazarlo.

Su flujo sanguíneo calentaba como una olla de agua hirviendo a punto de secarse. Jamás en su corta vida sintió deseo de llorar a mares.

Y lo hizo. En su hombro sin importarle quien la viese.

Perdió lo poco que le quedaba sin contar que casi él también muere. Salían a borbotones sus lágrimas mojando el ropaje del chico tan conmovido como afligido, quería ser fuerte para ella. Ser su pilar, el sostén que nunca tuvo, no obstante, lo invadió la tristeza soltando algunas gotas.

Apretaba su fornido cuerpo con tanto ímpetu que le quitaba aire a sus pulmones y no se daba cuenta de ello, empuñaba la tela barrosa de su camisa como si estuviera a punto de explotar en miles de pedazos. Aun ni así su fuego encendía.

─Rojo...hazlo más suave...

─Ohh lo siento. ─se disculpó con voz acongojada y secando sus mejillas. ─Me alegra no haberte perdido a ti, también.

─Si lo puedo evitar eso no pasara.

Él sonrió al ir apartándose para sostenerla de los hombros mientras entrelaza sus ojos con los suyos, su sonrisa desprendía tanta ternura que enterneció el corazón de la chica. Sus murallas caían una a una cuando Pluto estaba cerca. Era como insertar una pizca de paz en la tormenta.

Un mínimo roce calentaba su pequeño órgano, que comenzaba a dar vueltas como loco sin despegar su mirada del él. Inmediatamente sus mejillas ardieron de calor sonrojándose ante la incomodidad de un amigo que ya no la veía como tal.

─ ¿Qué pasa? ─se atrevió a indagar quitando sus cuencas inquietas del rostro magullado del joven.

Pluto esbozo una sonrisa de oreja a oreja tratando de disimular sus nervios. E iba a contestar, pero Miurse los interrumpió. Sangre secaba cubría parte de su nariz, cara y dedos.

Ella intento detenerlo para curar sus heridas, pero Pluto se negó.

─Chicos hay que irnos. No es seguro permanecer en Lucerna.

Advirtió levantando su cabeza hacia el cielo rojizo. Pluto y Rojo se le quedaron viendo un tanto molestos. Deberían dejar su conversación pendiente para después.

Pluto cojeaba al querer caminar cansándose rápido e impidiendo el regreso a la cascada Helada. El ambiente caluroso comenzó a enfriarse a medida que descendían el camino de tierra seca. Rojo sujetaba la mano de su compañero para ayudarlo en el proceso sintiendo un escalofrió recorrerla entera.

Ese cambio abrupto detuvo sus pasos. El conejillo saco su cabeza de uno de sus bolsillos temblando y metiéndose en el fondo para tener calor y se quedó ahí, lejos del alcance de ojos atosigadores.

─ ¿Es un conejo? ─interrogo Pluto con claro asombro en sus facciones.

Una sonrisa genuina surco sus labios finos como respuesta.

─Lo encontré en el camino. Esta herido y ciego. ─al recordar el daño que le hizo la tormenta entristece porque no pudo hacer nada. ─A veces la culpa embarga mi alma si no nos hubiéramos detenido tantos días el bosque seguiría intacto y Andromena...viva.

Trago saliva imaginando su rostro mientras caminaban lado a lado.

─Los hechos no se pueden cambiar. Tampoco es tu culpa lo sucedido de una u otra forma lo habrían hecho y debes reunir fuerza para vencerlo.

─No es fácil. ─murmuro acariciando al conejillo para darle calor sobre la tela. ─Muchos inocentes murieron y el pueblo comienza a irse, ya que, su líder perdió la batalla mientras yo dormía.

Sus palabras sonaban impasibles. Por fuera no demostraba lo que, por dentro hacia ese recuerdo, su sangre hervía empuñando sus manos como si quisiera acabar ahora mismo con el causante de semejante daño.

─Entonces dale un motivo para quedarse. ─su cuello giro a él no comprendiendo su concejo. ─Si chica de fuego. ─ambos sonrieron cuando la llamo por ese mote que hace tanto no escuchaba. ─Lucerna busca venganza. Despojaron a muchos de sus hogares y lo más sensato sería pelear, dar batalla por lo suyo.

─Mejías ya tomo el castillo. Dudo mucho que un insignificante ejercito pelee contra sus poderes.

─El príncipe blanco puede congelar a todo aquel que se atreva a desafiarlo. ─comento acentuando en su mente las palabras de su abuelo. ─El fuego es el opuesto al hielo con una llama podrías derretirlo.

Opino entre una risa ladina en sus delgados labios rosados. Rojo arrugo la nariz brillándole sus ojitos ante la idea de Pluto, pero su plan no debía contener fallas y dar con aliados fieles es fundamental para llevarlo a cabo.

Los soldados de la reina Andromena son los ideales, sin embargo, su fuego parece haberse extinguido.

─El problema es que ─Miurse hace rato los había dejado atrás, ellos continuaban conversando sin percatarse de como el clima frío se intensificaba. ─mi poder está dormido, por más enojada que este o hierva de rabia no logro soltar ni una chispa. Suena preocupante y a la vez aterrador sin fuego no puedo defenderlos.

Pluto miro incrédulo a la chica junto a él. Escruto su cabellera rojiza corta con ligeros mechones blancos meciéndose a la tenue brisa, entonces agua helada cayo en su frente y miro al cielo.

Nubes blancas opacaban el firmamento. Solo en el centro ya no era rojo, pero alrededores ese color predominaba no queriéndose disipar.

─Rojo cae agua helada ¿Por qué?

─Mejías debe estar lejos. ─murmuro observando el sitio para encontrar un refugio. ─Ven, vámonos a escondernos.

─ ¿Y Miurse?

─Estará bien. ─zanjo tirando de su brazo adolorido metiéndose entre los escasos arbustos y los altísimos matorrales.

Guardaron silencio oyendo solamente sus respiraciones. Pluto tubo que sentarse porque sus piernas no soportaban estar en cuclillas, porque al caer de treinta metros de altura quedo sensible. Sus huesos se amortiguaban fácilmente y después no podría levantarse, entonces su viaje se demoraría más.

Rojo sentía el palpito contra su pecho pintándole en los oídos. Por primera vez el miedo caminaba como un gusano arrastrándose lentamente en su interior y el recordar el sueño con su madre junto a una hermana que odiaba y el universo temía alteraban su ritmo cardíaco.

Le gustaría no estar tan sola. Tener a su madre con ella ayudaría a despejar muchas de sus dudas, pero esas respuestas debería encontrarlas por su cuenta. El terror de cometer errores imperdonables la hacían replantearse si hizo lo correcto o no, lágrimas no tardaron en salir cuando escuchaban las goteras caer estrellándose en la sequedad del suelo.

─ ¿En qué piensas? ─investigo Pluto acercándose un poco más.

─Tengo miedo... ─balbuceo al tiempo en que sus brazos la atraían a su pecho para consolarla. ─Al estar sumida en un eterno sueño vi a mamá. Jugábamos en un bosque de árboles Llorones con mi hermana...ella tenía el cabello tan negro como la noche e igual eran sus ojos, aunque desprendían miedo y su mirada fría asustaba a cualquiera yo lucia bastante feliz teniéndola cerca mío...

─Es lógico. Extrañas a tu familia y soñarla es normal. ─dijo apretándola fuerte contra su cuerpo. ─Además hay secretos escondidos próximos a ser descubiertos ¿no lo crees? Es propio de las personas temer en algún punto de la vida, pero es como enfrentas ese miedo para liberarte de ataduras invisibles lo que te hace invencible.

─ ¿Crees tenga una hermana? ─quería oír su opinión y alzo un poco su cabeza buscando sus ojos. ─Si es verdad seria mi única pariente compartiendo lazo sanguíneo.

─Posiblemente este más cerca de lo que crees. ─respondió.

El aguacero fue esfumándose mientras esperaban bajo las ramas del único árbol intacto entre el matorral de espigas verdes y hojas secas. Su tupida copa los dejaba al resguardo de cualquier amenaza posible.

Rojo y Pluto chocaban sus frentes. Un manto desperdigado de pecas adornaba la cara del chico mientras sus labios rosados comenzaban a ser el deseo inapropiado de una amiga a su mejor amigo, pero evitarlo sería morir con cada puñalada asestada por la vida. Ella irguiéndose poso una de sus manos en su firme pectoral y la otra usaba como apoyo plantándola en la tierra.

Pluto inclino su cara para acortar la distancia. Su sangre fluía como un río de lava calentando cada musculo enviando correntadas de electricidad para hacer descarga en su corazón. Su palma fue a parar en su mejilla atrayéndola mientras con el pulgar delineaba sus labios, esos que había deseado tantas veces, pero nunca se propuso a cruzar ese delgado límite entre el amor y la amistad.

No habría vuelta atrás si obtenía una probada de su medicina. Rojo ante el mínimo contacto cerro los ojos dejándose llevar por esa sensación tan arrebatadora y a la misma vez, embriagadora de placer.

Rozando sus narices Pluto ya no pudo resistir las ganas de saborear sus labios. Estampando su boca con la suya se dejó llevar disfrutando de una calidad sensación mientras Rojo no respondía al beso. Ella se quedó sin aliento y sin saber exactamente qué hacer, después de unos minutos en transe fue acoplándose a los delicados movimientos de Pluto. Para darle profundidad al beso subió a su regazo entrelazando sus piernas en su cadera y alborotando su cabello.

Paso de un vaivén lento a uno voraz. Con la respiración hecha un desastre ella consiguió soltarlo para tomar aire.

─Por tanto tiempo he deseado hacerlo. ─confeso Pluto aun con los parpados pegados y temía abrirlos, ya que creía estar sumergido en un sueño.

─Nunca pensé que sucedería. ─en cambio contesto ella muriéndose de la vergüenza, escondió su rostro en su cuello y aspiro su olor. ─Tampoco imagine ser tu deseo hecho realidad.

Sus ojos sonrieron junto a las comisuras de sus labios mientras un fascinante brillo deslumbro sus orbes.

─Jamás me aparte de ti chica de fuego. Eres mi volcán más temido y el más precioso en todo el universo.

Entre abrió su boca para decirle algo, pero el chillido lastimero producente de su bolsillo la dejo con la palabra en su boca. Bajándose de su regazo busco el ruido, desde su bolsillo resurgió una cabecita gris gimiendo.

Ambos mostraron una sonrisa cómplice y explotaron en una carcajada, el tiempo suspendía en el aire mientras ellos exploraban las emociones del enamoramiento. Rojo saco al animal con cuidado de no golpearlo, más de lo que lo hicieron.

─Fue culpa de Pluto. ─dijo sin mirarlo.

Este abrió sus parpados dispuesto a darle pelea.

─No soy el único que lo quería. ─enarco una ceja, Rojo mira de reojo y un leve color empapo sus mejillas de rojizo. ─También lo has deseo ¿no?

Quedo muda. Acariciaba el pelaje gris para tranquilizarlo y calmar el furioso galope en su interior. Sentía absurda sintiéndose como lo hacía, esconderse para no mostrar el verdadero rostro de su alma o intimidad ante la mirada inquisidora del chico que le provocaba un vuelo de murciélagos en su estómago.

─ ¿Algún nombre de preferencia para este animalito?

Cambio drásticamente el tema de conversación. Pluto comprendió que no era momento para hablarlo a fondo. Se daría con el correr de los días y ahora lo preocupante era el pueblo Lucerna.

─Rory, es un lindo nombre...

─Y extraño, pero al conejo parece agradarle. ─dirigió su voz al pequeño asustado refugiándose en sus dedos. ─Rory. Me gusta.

Pluto asintió complacido.

Allí pasaron minutos en un absurdo silencio. Sin embargo, ninguno de los dos se atrevía a sostenerse el contacto visual por dos segundos corrido. Uno agachaba la cabeza al tiempo que el otro trataba de ser valiente y mirarlo.

Una escena digna de romance, pero la burbuja iba a explotarle en la cara. Nada dura eternamente y lo sabían.

Aunque la única revolución valida es amar y sentirse amado.

****

Miurse perdió a sus compañeros de viaje. Su olfato le advertía del peligro acechándolo y algo le impedía transformase en su verdadera esencia.

Una barrera protectora lo recluida a caminar en círculos. Dio una última vuelta topándose con una sonrisa triste o de mal humor, pero que por dentro revuelca de una risotada.

Nio toqueteaba su collar de perlas de madera y una gota de cristal al final, donde enredaba su dedo mirándolo con la cabeza ladeada.

─Mirón está impaciente por comer a su siguiente presa. ─mascullo sonriente, tanto que sus facciones estaban contraídas. ─Quiere saborear la sangre pura cortando tus venas una a una.

Miurse boqueaba por aire. Sus pulmones se vaciaban y caía de rodillas cuando sus órdenes directas no fueron cumplidas. Alguien asfixiaba su cuerpo, prensaba cada extremidad para que no hiciera ningún movimiento.

Nio engullía hojas de mentas mientras veía al lobo toser, gruñir y resistirse a dejarse dominar por esa fuerza invisible.

─El príncipe está ansioso por conocer a su sobrina ─comento acuclillase para ponerse a su altura. Aparto ciertas hebras blancas de su frente, este trataba de quitarse unas manos invisibles alrededor de su cuello, pero no tenía suficiente energía para hacerlo. ─Lucerna ya murió, Rojo debe entender que este planeta le pertenece a su tío ─sonrió de lado. Sus ojos eran una mezcla de azules y blanco. ─Y ya tengo a la carnada perfecta para atraerla.

─No...caerá...en tu sucio juego...

Apenas pudo articular su lengua para hablar. Por más que diera batalla ya empezaba ser atrapado como en una jaula invisible.

─Lo comprobare muy pronto. ─sentencio mascando y el aliento a menta llego a sus narices enviándolo a dormir.

Aunque resistió el sueño hasta poder exponer su pensamiento.

─El hielo y el fuego siempre serán opuesto, pero en el domino nadie tiene el poder absoluto. Porque tener dos poderes es la perdición uno del otro.

─Al Príncipe Blanco nadie puede vencerlo.

Miurse cayo rendido en un profundo abismo.

Dos seguidores de capa blanca lo cargaron con suma facilidad en el lomo de un caballo encaminándose al castillo.

Nio envió a unos de sus mensajeros a hacer correr la voz. Rojo no tardaría en caer en la trampa, pero nuevos dones despertarían el miedo.

El poder en manos equivocadas será el padecimiento de todo un pueblo.


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