Capítulo n°45: "Parte 3: Tormenta roja".
El castillo de las Tres Torres era el más alto del planeta Lotto. Ubicado en una colina y rodeado de un claro de árboles Llorones es custodiado por guardias dispuesto a dar su vida para mantener sus puertas selladas.
Por un camino de tierra cabalgaban una comitiva escoltando a la reina Marte y a sus hijas mientras el rey las despedía con la mano en alto, parado en la puerta cuando el puente elevadizo iba cerrándose.
─ ¿Por qué papá no quiere pasar el día con nosotras? ─pregunto una de las niñas.
─Papá es el rey y debe resolver los problemas de su pueblo. ─dijo su madre tratando de tranquilizarla. ─Otro día vendrá, ahora aprovechemos el sol que pronto el invierno llegará y todo se cubrirá de nieve.
─Sera fantástico. ─chillo Rojo retorciéndose su melena de fuego.
─Aburrido. ─canturreo Critonita recargando su mentón en su mano.
Marte río por su pequeña pelea. Era así todo el día, discernían en gusto y opiniones, pero se querían.
Detuvieron su andar en el bosque Lloroso, ya que, el rey no quería que se alejaran tanto del castillo por seguridad.
Las ramas de los árboles caían como cortinas creando una especie de protección ideal para esconderse, sus hojas tienen forma ovalada y pequeñas. Tallo grueso con una altura de cinco metros de alto, mientras recibe su nombre al dejar caer gotas de agua como si lloviera todo el día. Pero suele intensificarse cuando el invierno se acerca.
─Mamá estos árboles lloran sin cesar. ─se quejó Critonita. ─No podremos jugar sin mojarnos.
─Encontraremos un sitio donde acomodarnos.
Mientras tanto Rojo se envolvía entre sus ramas para asustar a su hermana. Eran tan distintas una de la otra, que hasta ellas misma se sorprendían.
Critonita camino en círculos llamándola, pero se mantuvo callada y conteniendo la risa escondida frente a sus narices.
─ ¡Vuh! ─grito Rojo y su hermana dio un brinco.
─Te matare ─siseo entre dientes y comenzó a corretearla. ─Ven acá fénix.
Para Rojo su hermana era igual a la noche por su cabello. Y Critonita comparaba a la chica de fuego con esa ave de plumaje naranja pareciéndole tan maravilloso el color de su cabello.
Marte divertida con la escena tendió una manta a la orilla del camino. Venus le ayudo a sacar las cosas de la canasta sonriendo ampliamente.
─Fue una buena idea traerlas a respirar aire puro. ─comento su amiga.
─Si. Neptuno tiene muchos conflictos y teme que nos pase algo por eso no nos quiere dejar ir lejos.
─Pronto acabaran.
Marte le agradeció con una sonrisa.
Las niñas no paraban de correr entre las ramas hasta darse cuenta que se hallaban perdidas. Sondearon el sitio y volvieron al camino principal.
─Ven no tengas miedo yo te cuidare. ─dijo la niña de cabello negro tomando la mano de Rojo.
Juntas encontraron el camino. Sintieron alivio al ver a su madre y Venus sentadas en la manta.
─Mira cae nieve. ─susurro Rojo reteniendo en la palma de sus manos unos pequeños copos de nieve. ─Todavía falta para que acabe el verano.
─Es cierto.
Jalándola del brazo llegaron hasta donde estaba su madre. Ellos también apreciaban las gotas blancas cayendo encima de sus cabezas, pero un guardia alerto a las mujeres.
─Reina. ─llamo mirando fijamente los muros lejanos del castillo. ─Sale humo de una de las torres.
─ ¿Qué?
De inmediato se arrodillo para ponerse de pie. El pánico se adueñó de su corazón alterándose y con desespero busco a las niñas, a quienes sus ojos se aguaron.
─Venus cuida de las niñas. Iré a ver lo que sucede ─ordeno en un atropello de palabras mientras su pulso perdía el control. ─Si es necesario huyan, pero no dejen que las atrapen.
─ ¡Mamá! ─gritaron al unísono.
Marte volteo a verlas y les lanzo un beso al aire siendo la última imagen de ella antes de correr al castillo plagado de llamas.
Una de las torres exploto. Las niñas lloraron aferrada a Venus suplicando que nada le ocurriese a su madre.
─ ¡Mamá!
Mamá.
Mamá vuelve por nosotras.
─Rojo despierta. Vamos ya es hora de hacerlo.
El eco de esa voz suplicante era lejano. Como si perteneciese a otra dimensión, algo le impedía abrir sus ojos.
Sentía pesado sus parpados. Su boca clamaba por un sorbo de agua y sus extremidades parecían no ser suyas, remojo sus labios con un poco de saliva para infundirse ánimo.
─Rojo. Rojo. Rojo. ─pronuncia una voz rota de pura angustia.
Movió sus brazos sin ganas. Le faltaba energía y su cuerpo no recibías las ordenes por más esfuerzo que hiciera no le respondía.
─Vamos abre tus ojos. ─insistió sujetando su mano.
La chica apretó su mano para hacerle saber que estaba despierta, pero sin poder despegar sus parpados sellados.
El viento hacia aullar a los pocos árboles vivos a su alrededor. Era una clara señal de que el Equel ya había abierto sus puertas y si no aprovechaban en huir quedarían encerrados al volver a cerrarse.
Miurse recordó su bota de agua atada a su cintura. Se la desengancho con dedos temblorosos y destapándola puso por detrás de su cabeza su mano para hacerla beber, Rojo no se negó. Bebió hasta haber saciado su sed.
Entonces empezó a despegar sus parpados lentamente. Parpadeo igual al aleteo de las mariposas aturdida por la tormenta encima de sus cabezas y lo negro que se encontraba el cielo. Mientras el color rojo se adueñaba del cielo.
─ ¿Qué...que paso? ─interrogo con boca aun pastosa luego de haber sufrido una fiebre casi mortal.
─No hay tiempo de explicártelo. Debemos salir ya de aquí o nos atraparan en el Equel.
Rojo quiso investigar, sin embargo, Miurse no estaba predispuesto a resolver sus dudas, no ahora mismo.
Volviendo a su esencia natural dio paso al lobo Gris.
─Date prisa. Debemos encontrar un refugio para no ser llevados por la tormenta.
El bosque de las Luces agonizaba y lloraba entre el murmullo del viento. Rojo sujetándose de un par de lianas tomo impulso para levantarse y salir del hueco del árbol protegiéndola. Todavía sentía un hormigueo en sus huesos teniendo las piernas agarrotadas y cansadas, su necesidad por beber agua no se había ido.
─Tengo...tengo mucha sed...
Balbuceo dando pasos lentos al lomo del animal y casi cae al suelo. Una explosión de llamas consumía el centro del bosque, Rojo tapo sus ojos ante la intensidad del calor quemando sus retinas.
─Apresúrate. ─vocifero el lobo soportando el ambiente asfixiante en su pelaje.
Sin indagar sobre lo que estaba ocurriendo monto a Miurse. Rodeo su cuello con ambos brazos, oyendo a lo lejos el crepitar de las llamas y el cegador color naranja esparciéndose en las copas de los árboles.
El lobo movía ágilmente sus patas por el camino de tierra sin mirar atrás. Caían ramas que esquivaba y el crujido de vástago al avanzar lo hacían moverse más rápido. Casi le faltaba el aire, pero no se detenía.
Si se quedaban serian alcanzados por las llamas. Rojo nadaba en preguntas sin ninguna respuesta clara, tampoco lograba entender lo que sucedía encima de ellos.
Miraba las hojas caer y convertirse en lluvia de cenizas. Algunas luciérnagas escapaban, pero ya no eran capaces de iluminar. La muerte era letal y el caos incontrolable.
"Si el bosque muere. El pueblo le tocara el mismo destino" Recordó las palabras de su tía, Andromena.
Entonces ato los cabos sueltos. Andromena no se encontraba con ellos.
─ ¿Dónde está Andromena? ─inquirió poniéndose recta en el lomo del animal, pero Miurse no se detuvo. ─ ¡Habla!
Rojo trato de frenarlo, aunque su amigo puso todo su autocontrol para no ceder a su insistencia detenía su huida. Haber visto el destino de la reina le causaba un dolor imposible de olvidar.
Abandono a su pueblo para cumplir su promesa. Cumplió su palabra y salvo a su sobrina de un monstruo a punto de revivir.
─Miurse ─llamo crispándoseles los nervios. ─DETENTE.
Acezando el animal freno derrapando en las hojas secas. Se alejaron tanto como pudo, pero el fuego no se detendría.
─Necesitamos volver por la Reina. ─dijo viéndolo a los ojos. El azul oscuro a la falta de luz no lograba sostenerle la mirada. Él se encogió de hombros y con la lengua afuera se sentó en dos patas tratando de recuperar el aliento.
Ante su silencio Rojo comenzó a dar vueltas. La noche parecía más un día gris con destellos naranjas sombreando el sitio de un ocaso eterno, escucho el vuelo de los animales huyendo en dirección norte.
─Hay que ir al norte, ahí encontraremos una cascada cubierta de hielo. Sera el refugio ideal hasta que pase la tormenta roja. Estamos en el sur.
Miurse alzo su cabeza descubriéndola de espalda y callada. Contemplaba a las luciérnagas quemadas sus alas sin poder volar, subiéndola a sus manos las levanto a las escasas hojas de un árbol de moras.
─Es inevitable serán destruidas en un segundo y nosotros igual si nos vamos.
─No me moveré a menos que sepa la verdad. ─advirtió en tono firme.
Aunque su cuerpo estuvo dormido por muchas horas empezaba a recuperar la sensibilidad, por su espalda corría agua de sudor y su cabello era rojizo corto a la altura de sus hombros como si alguien lo hubiera cortado. No obstante, recuerda el sueño donde vio a su madre y hermana, pero todo es confuso.
Fue como recuperar una memoria perdida, pero Rojo nunca vio el rostro de su madre tampoco a su hermana.
─Fuimos atacado en el aire cuando nos dirigíamos al bosque de las Luces, Pluto y yo caímos al norte, ustedes fueron emboscada ─Rojo evocaba esa parte. ─Adén les tendió una trampa pensado que Andromena tenía la esfera con ella para salvarte sacrifico su vida, Nio le arranco el corazón y así poder abrir el Equel, el príncipe Mejías ya está de vuelta.
Ella abría su boca buscando algo que decir. Sus orbes furiosos se tornaron rojos y empuño sus manos hasta volver blancos sus nudillos, percibió su sangre helándose y sus cuencas tomar un color blanco y azul. Apretó sus dientes y dejando fluir un grito ensordecedor, dio paso a su desahogo.
Cayo de rodillas soltando un grito lastimero convirtiéndose en un mar de agua. Dolía su corazón al conocer cómo murió su única familia de sangre.
─ ¡Ahhhhhh! ─salió del fondo de su garganta volviéndose un torbellino de emociones difícil de poner en orden. ─ ¿Por qué todos a los que quiero se van cuando no estoy? ─pregunto en un hilo de voz.
Miurse no puso interpretar su dolor. Conocía a la reina, sin embargo, no eran amigos cercanos solo conocidos.
─Andromena luchaba por tu perdón y eligió morir para obtenerlo, también honrar la memoria de Marte, a quien lastimo traicionándola.
─No es justo... ─balbuceo entre jadeos de dolor. ─No es justo...quería conocerla más a fondo, pero el rencor...se hizo fuerte y mi corazón la consideraba culpable.
En la tierra seca ya había un charco de agua saliente de su lagrimal.
─En parte si lo fue. No obstante, ella escribió su destino dando su vida en lazo a ti para acabar con el verdadero mal que se avecina.
Rojo negó tirada en el suelo apretando sus manos.
Tratando de asimilar lo que el lobo conto, sin embargo, no pudo contener el llanto. Las puntas de su cabello de fuego se teñían en blanco y exhalo aire blanco, eso confundió su mente.
─Andromena hizo una promesa de muerte a su hermana. ─continuo el lobo. ─Quería reparar el daño en el pasado, por su traición perdió a su hija y evito una tragedia, aunque Mejías correrá detrás de ti para eliminarte de su camino.
─Pensé que había muerto en esa guerra... ─hipo aun arrodillada. ─Tampoco imagine su regreso ¿Qué busca?
─El poder absoluto de gobernar. El enemigo jamás descansa ni duerme y si pudo matar a su hermano es capaz hasta de condenar su alma para dominar al universo.
─No, si puedo evitarlo.
─Sera difícil, pero no imposible.
La chica de fuego no sabía cómo sentirse al respeto. Procesaba la información al paso de una tortuga porque odio a Andromena por lo que hizo, aunque su muerte no resarcía el daño, no deseo su mal.
Nuevamente arriba del lomo del lobo emprendieron el resto del trayecto a la Cascada Helada. Allí iban todos, ya que, el bosque seria extinguido por el fuego.
Percibía un vacío inmenso en su corazón. De solo haber oído ese nombre su rencor reavivaba como una llama dispuesta a incinerar todo a su paso y el odio era el único sentimiento vivo en su interior.
Empuño con fiereza el pelo del animal que este se retorció al ser dañado por sus manos cubierta de flamas, Rojo no se daba cuenta lo que su odio generaba en su interior, perdida en sus divagaciones reacciono cuando él soltó un quejido.
─Lo siento.
Se disculpó viendo las pequeñas manchas negras a la altura del cuello de Miurse, él desacelero para respirar y volver a tomar impulso, pero las molestas quemaduras requerían ser curadas.
─Ni lo intentes. El agua está contaminada. ─hablo pasando por una pequeña laguna estancada.
Rojo pretendía ayudarlo, no obstante, él no quiso.
─Es mejor irnos o seremos calcinados. ─dijo mirando hacia atrás ya percibiendo el calor emanar desde unos metros.
Las llamas pisaban sus talones. Miurse no lo pensó dos veces al saltar un tronco enorme atravesado en el camino, ella se aferró y cerro sus ojos.
─Para el amanecer ya no habrá nada vivo. Ni siquiera una luciérnaga. ─comento el animal siguiendo en su tarea de esquivar los obstáculos.
─Andromena menciono que si el bosque muere también lo hará su pueblo.
Grita al ver un árbol yéndose sobre ellos.
─ ¡Cuidado! ─advierte, pero el palo queda atascado entre enredaderas sosteniendo su peso para darle el paso. ─Parece que el bosque quiere darnos una mano.
Miurse no le responde porque su concentración esta puesta en el camino. Cae cenizas, chispas haciendo dificultoso no encontrar una trampa y la llamarada va rodeándolos en un círculo sin salida.
El lobo hace lo mismo, pero el fuego es rápido y sus patas están cansadas, además suda ante el acolaramiento en el ambiente.
─Por allí. ─instruye Rojo señalando un sendero de tierra y libre de fuego.
No lo piensa ni dos veces corriendo hacia el camino. El lobo utiliza sus patas delanteras para frenar cuando ve un risco y encara por un puente colgante de madera.
─Hay que cruzar. ─avisa sintiendo el crepitar de las llamas cerca y el sonido de los árboles al caer. ─Después de esa claro de pinos llegaremos a la cascada Helada, si lo rodeamos.
Rojo envolvió sus brazos alrededor de su cuello para aferrarse y no salir volando al vacío, debajo del puente se apreciaban piedras con una escasa corriente de agua.
Cerro sus ojos ante el leve balanceo del mismo por el peso de ambos. Miurse daba pasos cautelosos, pisando aquí y allá para comprobar el estado de la madera.
Logro avanzar más de la mitad. El fuego no tardo en alcanzarlos y empezar a quemar la madera podrida que se consumió en un instante. Rojo mantenía firme su agarre, pero tuvo la mala idea de voltear a mirar hacia atrás y vio cortarse la soga por unas manos totalmente negras.
─Miurse.
─ ¿Qué? ─protesto el lobo exasperado por distraerlo.
─Alguien corto la soga del puente y va a caer. Corre.
Alerto y sus ojos azules se desorbitaron volteando a ver. Entonces, dio un salto depositándolos en la otra punta.
Respiro de alivio. Rojo descendió de su lomo mientras se dieron tiempo de contemplar el desplomamiento del puente.
Ambos vieron tres sombras al otro lado en medio de las flamas, pero sin convertirse en cenizas. Intercambiaron miradas desconcertados y ellos se introdujeron en el bosque ya hecho cenizas.
─ ¿Quiénes son?
─No tengo ni idea. Aunque su misión era matarnos, pues fallaron.
─Por ahora.
Rojo siguió al animal insertándose entre los pinos. El aire caliente desapareció luego de haber andado a pie un kilómetro pasando a ser frío total.
El viento soplaba pequeñísimos copos de nieve dando indicio que estaban cerca.
La tormenta roja no dejo absolutamente nada del bosque de Luces siendo cenizas y destrucción su destino fatal.
Mejías observaba el desastre que produjo su regreso. Suspiraba y sonreía con suficiencia parado con su capa impoluta de blanca igual a su cabello.
Inhalaba y exhalaba el aire contaminado de residuo gris. Poco a poco el humo iba disipándose en el cielo siendo arrastrado por el viento.
─Otra vez de nuevo en el universo. ─suspiro con una sonrisa llena de maldad. ─Lastima, Adén no estarás para verlo.
El brujo yacía herido en el suelo. Suplicaba ser levantado tomándose su vientre, pero ya había acabado la reserva de sus energías. Exhalo sus últimos minutos de vida.
─El fuego quema y el hielo congela, juntos son la perdición. ─dijo Adén en un susurro audible, pero Mejías no le prestó atención.
Adén quedo inerte luego de esas palabras. Sus ojos permanecieron abiertos hasta que Nio cerro sus parpados y dejándolo descansar.
─Pobre, el Equel lo reclama y él acude a su llamado. ─se burló y su hermano entorno sus ojos en disgusto.
─La tormenta roja acabara en dos días. ─comento pasando por encima del cuerpo de Adén, Nio sonreía mientras sus hermanos no le agradaban la arrogancia del príncipe. ─Comiencen a reunir a los aliados. Tomaremos el castillo de la reina Andromena, a cierto ella prefirió morir en honor a su sobrina y hermana.
Ríe a carcajadas. Los demás se acoplaron a su nefasto triunfo.
Aun las columnas de humo decoraban el cielo y el fuego al no tener nada que extinguir iba apagándose.
Los soldados lloraban la muerte de su reina y el bosque, sin luces no pueden ver. Sin reina no tienen guía prefiriendo morir antes que servirle a un tirano sin corona.
El castillo se preparaba para no ser tomado por Mejías. El príncipe blanco avanzaba dando pasos certeros y tarareando una melodía desconocida para sus seguidores. En el tiempo encerrado en el Equel no había envejecido, su piel tersa sin una arruga enmarcaba su rostro, aunque una cicatriz adornaba su pómulo derecho atravesando su parpado hacia arriba.
Su poder todavía no ha despertado, pero esa no era su preocupación sino su sobrina. El hielo jamás se fundirá con el fuego, porque el fuego mata y el hielo se derrite.
Una batalla donde dos elementos chocaran o tal vez dos en uno solo sobrevivirá.
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