Capítulo n°45: "Parte 2: Promesa de muerte".
Presente.
El crepitar de las hojas en la recesas copa de los árboles pusieron en alerta a la reina. El Equen estaba a punto de abrir sus puertas para desatar la peor de las batallas, el viento soplaba con ímpetu metiéndose entre su ropa sucia y rasgada.
Mientras Adén recitaba cerrando sus ojos y manos en alto, hasta el cansancio las palabras mágicas. Rápidamente las nubes comenzaron a formarse en el oscuro cielo amenazando con refulgentes rayos, una tormenta se desataba sobre el bosque.
Andromena tapa su cara para no ser azotada por el polvo, luchando al no dejarse llevar por sus fuertes ráfagas.
Equen es el sitio más remoto, custodiado y terrorífico del sistema planetario. Integra parte de un planeta que desapareció hace muchísimos años, pero el Equen es una prisión donde van todos los desertores. Pagan su condena exiliados volviéndose completamente locos solos. Sin embargo, un alma atormentada se quita la vida como promesa de no regresar jamás. Fue sellado con magia oscura y quien pretenda violar esa orden pagara muriéndose a diario lentamente, un castigo eficaz para lo que no le temen a nada.
El príncipe Mejías quiere venganza. No le basto ser incitador de una guerra que quedo en la memoria de todos en el universo, no obstante, no siente ni una pizca de remordimiento. Lleva viviendo en el Equen casi 50 años, aunque perdió lo único que lo hacía valioso como persona, la bondad.
Así es al atravesar las puertas invisibles se pierde todo sentimiento, pero la locura y el miedo lo acompañaran hasta su final.
De un momento a otro el viento ceso. Ahora era una suave caricia en el rostro de la reina, aunque los relámpagos en la lejanía aumentaban su intensidad.
─Encuentren la esfera ─ bramo, Adén volviéndose a sus aliados. ─La que trajeron se desvaneció con el hechizo, era falsa ¿de dónde la sacaron?
─Uno de los oscuros la encontró en el lago, el mismo envenenado para atrapar a la reina y su sobrina. ─ respondió sereno, Nio.
El brujo daba vueltas sin parar. En su cabeza no cabía la posibilidad de volver a equivocarse porque las consecuencias serían severas, sin embargo, unas gotas de sangre cayeron de su nariz, disimulando y sin mirarlos se enjuago en su sotana escondiéndolas a la mirada de todos.
─Traigan a la reina. Sacrificaremos su cabeza ya no hay tiempo, el Equel quiere beber sangre. ─ ordeno recomponiéndose de su pequeño problema.
Uno que se agravaría con el pasar de las horas. Equel necesita un pago por liberar a sus prisioneros, pero no muchos se atrevían a dárselo. Beber sangre es la más sangrada y vacía hasta la última vena para satisfacerse.
Andromena había escuchado con atención esa pequeña charla. Entre tanto, los demás se fueron ella se aproximó a pasos cautelosos procurando no hacer ruido. En su mano izquierda temblaba su cuchillo de brillante filo en plata con empuñadura dorada, es un regalo de su hermana y con la cual juro defender a su sobrina sin algún día corría peligro. ¿Había llegado el momento?
Para ella sí, también reivindicarse mediante acciones que palabras. Quizás de esa forma obtendría el su perdón y la liberación de su alma para partir a un mundo mejor.
Adén se deshacía en maldiciones para Pany de espaldas, pero sus finos sentidos intuían la presencia de alguien detrás de él. Dio una vuelta entera en su eje sonriendo con socarronería esquivando su ataque en un arte maestral doblando su brazo, la mujer emitió un gruñido lastimero, aunque no suplico para que la dejara ir.
─Sigues siendo tan astuta y tonta como en aquellos tiempos, reina. ─ murmuro en su oído complacido al tenerla en sus manos. ─Esta vez no seré tan piadoso morirás por querer salvar una causa que ya no le concierne a una niña ¿sí?
─Liberar al príncipe Mejías tampoco traerá la paz sino la muerte de inocentes ─ dijo aguantándose el dolor en el brazo mientras en su mano resbalo la navaja rebotando en la tierra en un golpe silencioso. ─ incluida tu propia muerte. ─ agrego.
─Es uno de los sacrificios al realizar la promesa de muerte. Sin embargo, tu sangre me hará favores de los cuales el príncipe nunca sabrá.
La reina dudo por un segundo. El estar sudando, el desconcierto por sus palabras y el ambiente tornándose furioso le hicieron absorber las ultimas energías disponibles en su sistema dispuesta a dar su vida para cumplir su promesa.
Loto sufría las primeras intrigas desde la asunción del rey Neptuno, su esposa afligida no encontraba la manera de sentirse tranquila cuando una idea cruzo en su mente. Andromena no se negaría, pero tampoco la aceptaría fácilmente.
En esos días disfrutaba de su compañía. Tenía miedo de su reacción al informarle que por su bien no debía regresar. El solo pensarlo le aprisionaba el corazón debatiéndose en pedírselo o no. Aunque hizo caso a su intuición.
Con el corazón palpitándole a mil en su pecho la sentó junto a ella para hablarle con toda la franqueza que la caracterizaba.
─El mundo se basa en promesas, aunque únicamente son palabras tiradas al aire sino tienes honor. ─ expuso Marte cuando su hermana la peinaba con delicadeza en su cama. ─Por eso para mí es importante mantener un juramento, Loto es un reino sólido y capaz de defendernos, pero tú eres sangre de mi sangre...
─ ¿Cuál es el punto? ─ pregunto ansiosa al interrumpirla.
─Júrame que mientras tengas vida y yo ya no, cuidaras, protegerás y sacrificaras tu vida para salvar a mis hijas. ¡Júramelo! ─ suplico la reina.
─Pero...tu no morirás. ─ replico y sabía que se equivocaba. ─Marte todavía no tienes hijos como quieres.... ─ lo pensó llegando a una sola conclusión. ─Serás mamá ¿verdad?
─Muy pronto. ─ susurro al borde de las lágrimas. ─Me encantaría que seas una tía ejemplar dando tu vida por ellas.
Entonces saco una navaja. Palpaba su mango viéndola con emoción y un brillo en sus ojos y tomando su mano la miro directo a sus lumbreras abiertas ampliamente.
─ ¿Lo juras?
─Juro... juro que daré mi vida por mis futuros sobrinos. ─ expreso en una voz temerosa sabiéndole agridulce. ─Lo juro por ti, hermana.
Y trazo un corte en X. Ardió sintiendo una pequeña molestia al clavarle la punta del cuchillo, cerro su mano para contener el líquido rojo mientras Marte traía una copa para llenarla y colocarla en su santuario de promesas.
Le sonrió tiernamente besando su frente fundiéndose en un abrazo que nunca olvidaría.
Ese fugaz recuerdo invadió su mente culpándose a sí misma por haber fallado una vez, aunque fue sin voluntad propia.
Adén la tiro bruscamente a sus pies. Meditaba sobre sus palabras que dieron en el blanco, instalo la duda y ahora no tenía conocimiento de cuan efectivo seria su contra hechizo para apartarse del príncipe.
─Una promesa de muerte jamás se rompe, tú lo hiciste una vez ─ revivió aquellos días donde el odio cegó su alma hasta su razón. ─ Rojo no despertara a menos que lo detenga y todo es a voluntad, la que tu perdiste un día ¿lo recuerdas?
─Como olvidar una traición con otra ¿no?
Andromena se puso de pie temblando. Nada le dolía más que haber fallado esa vez, pero una oportunidad estaba en su sobrina.
Algunas lágrimas brillaban en sus mejillas saliendo como una cascada furiosa, Adén no sabía cómo interpretar eso, sin embargo, no vio venir su mano incrustándose en su estómago. El brujo soltó un alarido ensordecedor abriendo rayos centellantes en el cielo.
─ ¿Qué hiciste? ─ cuestiono con dificultad en su voz.
─Traer de vuelta a mi sobrina y acabar con lo que nunca debió empezar.
Su sangre manchaba el gris de su ropa en rojo igual a sus quejidos. De rodillas se lamentaba, se arrastraba a los pies de la reina para implorar piedad, aunque salvarlo no estaba en sus manos.
Andromena disfrutaba verlo sufrir como cuando ella rogo y él no hizo nada al respeto.
─Matarme no impedirá...que...que Mejías regrese del Equel...
─Lo tengo más que claro, pero siempre hay dos opciones, Adén. ─ busco su rostro para mirar ese mal incrustado en sus pupilas frías y sujetando su barbilla de pelo blanco lo vio llorar. ─Yo hubiera querido llorar para que alguien me escuchara, pero sin voluntad eso fue imposible...Elijo la posibilidad de perder mi vida para que ella los arrastre de nuevo al Equel.
Ríe con ironía igual a como lo hizo él.
─Hay una única opción viable para ti. El que ella despierte y te perdone la vida sino morirás ─ puso entre su rostro y el del brujo el elemento cortante bañado en sangre para que lo observara detenidamente. ─ otra puñalada evaporaría tu miserable vida al mundo de los muertos.
─Tranquila la chica despertara, ya que, estoy perdiendo sangre. No obstante, no te puedo asegurar que salga ilesa de las profundidades de las tinieblas.
─Reza para que no sea así.
Andromena adoptaba una actitud segura y demasiado confiada. Saboreaba haberse desquitado del brujo de la misma manera en que lo hicieron ellos.
El lobo Miurse apareció de repente acezando llamando la atención de la reina que tan concentrada estaba en obtener su venganza. Distraer era su objetivo, pero los enemigos poseían poderes nunca antes visto.
Varios cortes, rasguños y arañazos vislumbraban en su cuero cabelludo. Olía a estiércol apenas exhalaba aire. Se apagaba lentamente, Andromena se colocó de rodillas junto a su cabeza comenzando a acariciar su pelaje.
─La chica todavía... no despierta... ─ susurro doliente. ─ Hay que darnos prisa puse una trampa, pero terminé siendo su diversión...
Soltó varios gemidos ahogándose con su propia tos al mutar a su verdadera esencia. Andromena sentía anudarse su garganta y la preocupación abatió su cansado cuerpo. Fluyeron sus lágrimas empañando sus ojos de cristales soltando la amargura que la carcomía por dentro.
─La escondí...dentro de un árbol sus raíces la protegerían si el fuego arrasa en su interior...─ sus heridas se curaban lentamente arrancándole algunos lamentos.
─Iremos por ella...─ se calló al escuchar pisadas.
Poco a poco la neblina se disipaba, pero el cielo aún continuaba furioso. La luz proveniente de los rayos iluminaba por instantes corto el bosque, Adén yacía tirado en las hojas secas quejándose. Se agotaba su energía al pelear por no dormirse. Le faltaba esa bendita esfera para lograr su misión de devolver a un demonio blanco al universo.
─Debemos movernos ¿puedes hacerlo? ─ pregunto al oír acercarse pasos desbocando su corazón de terror.
Ya no era la mujer fuerte que fingió frente a los ojos de Adén. Un escalofrió recorrió su espina dorsal cuando ayudaba a su amigo a pararse. Miurse contuvo el grito siendo espinas punzantes en sus huesos, ella paso su brazo por su nuca y sosteniéndolo de la cintura comenzaron a dar pasos lentos.
─Vamos resiste un poco más. ─ lo alentó moviéndose entre árboles de tallo gruesos, aunque en la oscuridad nada se distinguía.
Él ya no podía seguir avanzando así que debieron detenerse. Haciendo acopio de todas sus fuerzas se deslizo en uno de los troncos más gruesos para descansar. Ya estaban lejos del alcance de Adén, pero eso no minimizaba su intranquilidad.
Rojo era la más grande de sus preocupaciones también no morir al rescatarla.
Al escaparse robaron una antorcha, pero no les hacía falta ya que las luciérnagas iluminaban esa parte porque no fue infectada por los oscuros. Era como tener millones de focos encendidos en cada rincón mientras revoloteaban a su alrededor. Varias se posaron en su hombro desprendiendo algo caliente, sonreía ante ese inminente cosquilleo y su amigo apretaba sus heridas con fuerza para detener el sangrado.
Su melena oscura había crecido varios centímetros y al estar inclinado recargándose contra el árbol algunas hebras se resbalaban hacia el frente.
─Siento alivio también disfrute arrebatarle un poco de su sangre tan valiosa para su magia. ─ expuso viendo un animalito tan pequeño posarse en la palma de su mano. ─Y me dolió encontrarme con una versión de mí que salió desde el fondo...siento que he reprimido una parte de mi por miedo agregado al rencor que alguna vez profésese por mi padre al no quererme con él.
─Es cuestión de abrazar lo malo y bueno sin dejarte dominar por el bando que no quieres transmitir a otros. ─ opino el lobo castañeando los dientes.
La fase de recuperación pasaba por la ultima instancia. Sus huesos se quebraban de dolor, sudaba caliente y varias gotas se deslizan desde su frente hacia el vacío. Mientras sus ojos se volvieron dos profundos abismo carente de todo tipo de afecto, entonces la reina se percató de un error que no vio antes. La mutación del lobo era diferente a la de Miurse ¿en qué momento perdió a su amigo?
¿Cómo una bestia logro suplantarlo? No hay repuesta lógica que envuelve magia.
El lobo era negro de un petróleo acercándote a un profundo precipicio al cual no le ves el final, pero sediento de sangre. Sus piernas flaqueaban al querer ponerse de pie soltando atropelladamente a la luciérnaga en su mano aplastándose en la sequedad de la tierra y abrió en demasía sus pupilas asaltada por el pánico de haber caído nuevamente en la trampa.
Balbuceaba, entre abría sus labios sin lograr articular una palabra coherente. Torpemente tropezó en un tronco mientras veía a la bestia mostrar sus filosos dientes asediándola con unos ojos ocre saboreando saliva y oliendo su miedo.
─ ¿Quién...quién eres? ─ volteo a ver lo que tocaba retrocediendo a cada paso que la bestia daba.
─Un regalo del príncipe hermosa reina. ─ su voz impostada estremeció cada fibra en un escalofrió. ─Llegó el momento de cumplir tu promesa de muerte mi amada reina.
Andromena negaba, pero el fondo conocía su destino. Dar su vida para salvar otra fue su palabra y nada le daba más orgullo tener que enfrentarlo.
─Un pago por otro pago. ─ susurro el animal dando el primer manotazo cuando otro lobo de menor tamaño se interpuso entre la reina y él, empujándolo lejos, pero cayo de pie y arañando la tierra volvió a arremeter. ─Sera una pelea digna de apreciar.
─Mirón mátalo. ─ pido otra voz aburrida casi cansado saliendo de un sendero oscuro. ─Corre reina porque no habrá piedad para ti.
─Corre, corre y no te detengas. ─ grito Miurse asustándola hasta empezar a dar sus primeros pasos, Manus la dio una ventaja al mirarse las manos sin preocupación y una lacerante sonrisa.
Los gritos, aullidos y golpes secos se podían escuchar a kilómetros, Andromena ya no conseguía fuerzas para continuar corriendo. Dolían sus pies, sus huesos estaban agarrotados de tanto esfuerzo y acezaba peor que un animal a punto de perder el conocimiento.
Se fue dejando caer, ya que presentía estar caminando en círculos. El bosque es un laberinto que esconde sus verdaderos caminos cuando lo quieren atacar y ella lo sabía, sin embargo, importaba más su supervivencia que su vida. El pueblo lo necesitaba.
Arrastrándose continuo. Gimoteaba al estar cansada rodeada de oscuridad con el desbocado ritmo de su corazón anunciando el final. Ya no podía escapar, pero sentía tranquilidad al haber conocido a su única familia viva.
─Es tu hora de morir. ─ sentencio Manus encendiendo una luz en su mano. Brillaban sus pupilas de una excitación por matar. ─Sabes, el príncipe y yo tenemos el mismo poder seria curioso unir nuestras fuerzas para acabar dominando el universo.
─Desatarías la peor de las masacres ─ dijo tragando seco. ─Mejías traiciono a su familia ¿qué te hace pensar que no lo hará contigo?
─Tu corazón. ─ dijo lacónico.
Extendió sus manos al cuerpo de la reina congelando cada extremidad con su hielo, Andromena lo espero con paz, tranquilidad y alivio, eso no podría quitarle un alma podrida. Rodeándose de un humo espeso y blanco como nieve decorando el bosque. Ella vocifero un grito tan amargo hasta estar cubierta completamente acabando su vida por otra. La noche se volvió blanca igual a sus pupilas sonriendo macabramente al trazar círculos en el lado izquierdo de su pecho e ir introduciendo centímetro a centímetro su brazo y sustraer un órgano pequeño carente de latidos.
Esa era la prueba más cruel y viviente para el príncipe que no se atrevería a dudar de sus aliados. Ya no necesitaba su sangre basta con cobrar su promesa en un cuerpo inerte que yacía en las hojas secas de un gris tan oscuro como los vigilantes del Equel. El viento soplo en dirección contraria llevándose el polvo de la reina, esparciéndose en el cielo a medianoche.
Aún faltaba el lobo. Miurse no era fácil de vencer, pero Mirón lo aplasto con su enorme mano tantas veces que le produjo una hemorragia de sangre. Ya no respiraba le faltaba aliento para abrir sus parpados y la bestia negra iba a dar su golpe final.
─Tengo el corazón es suficiente por ahora. ─ dijo su amo triunfante.
─No, no... ─ lamento Miurse cubierto de su propia sangre. ─Rojo, Rojo ya despierta...
Suplicaba en murmuro cuando lo dejaron en paz. Apenas podía levantar su cabeza mientras nubes borrosas se esparcían en sus iris dejándolo sumergirse en un pardo de sus sueños.
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