Capítulo n°31: "El planeta fuego".
Pasado.
El nacimiento de las niñas trajo mucha felicidad a los habitantes de Loto. Todos se reunieron alrededor de Turman para darle las bendiciones correspondientes.
Mientras la reina Luna observaba a la multitud con molestia desde su ventana en la torre blanca lejos de su hijo, no podía asimilar que todos adoraban a las niñas y a ella la habían apartado de su lado.
-Esa inmunda de cabello de fuego se robó todo lo que tenía... - dijo con impotencia entre sollozos – pero no permitiré que te quedes con lo que me pertenece por derecho. Ese trono nunca será de tus hijas, nunca.
Sus murmuro se perdían entre las paredes de color ocre. Ese sitio se había convertido en su habitación luego de apoyar a su hijo menor, se reducía a soledad y tristeza.
Después de dar tantas vueltas sobre la alfombra roja que le hizo recordar a Marte, tomo un cuchillo de la charola de plata donde estaba su comida, de la cual no probo ni un bocado. Empezó a hacer tajos hasta deshilacharla quedando totalmente destrozada a causa de su ira por esa mujer.
Entre lágrimas se tendió sobre el bulto y gritando tan fuerte por la desesperación apareció su asistente, que la miraba con tanta lastima y el corazón adolorido al ver a su reina en esas condiciones.
- ¡Mi reina! – exclamo acercándose con pasos cautelosos. No se fiaba del deplorable estado de la que una vez fue reina.
Sus ojos se volvieron oscuros ya no eran más azules, respiraba como un animal cargado de ira sintiéndose amenazado por la presencia de Fena y estrujaba con una fuerza desconocida sus manos sobre los pedazos de ese manto rojo que ella misma destruyo.
-Fena – susurro - ¿Estarías dispuesta a hacer lo que sea para complacer a tu reina? – preguntó con voz gélida y con la cara en el piso. –Es el precio a pagar por continuar bajo mi protección.
Fena no sabía que responder. El rey Neptuno la dejo quedarse si a cambio le daba información de todo lo que su madre planeaba hacer. Necesitaba trabajar tenía un niño que alimentar y no podía traicionar la confianza de su rey ya que la ayudo siempre.
Además, su esposo nunca se lo perdonaría. Antón prefería mil veces dar su vida que deshonrar su apellido y familia, entonces, Fena se debatía entre su lealtad a la reina o a su hijo, pero decidió por el rey.
- ¿Cuál es el trabajo? – inquirió segura, sin embargo, temblaba por dentro ante la sonrisa macabra de la reina Luna.
-Matar a la reina Marte – los ojos desorbitados de Fena no pasaron inadvertidos para Luna, pero no dudaría de ella ahora porque jamás se atrevería a traicionarla. Es lo que quería creer. – Y debe ser esta noche cuando Neptuno salga a la plaza para presentar sus criaturas horrendas.
Poco a poco fue levantándose. Fena permanecía anclada en la entrada porque temía por su vida si daba un paso más. La reina no parecía estar en sus cincos sentidos, pero contradecirla sería un grave error.
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Por otra parte, el rey discutía los últimos detalles para ceremonia a la diosa Blanca.
Sus dos pequeñas ya vestían túnicas blancas mientras eran contempladas por Venus como lo más maravilloso que hayan visto en su vida. Quedo fascinada al verla y sus deseos por ser madre surgieron de la nada.
Aregon miraba con ceño fruncido a su esposa ya que la conocía demasiado como para saber que pensaba. Llevaban mucho tiempo deseando ser padres, sin embargo, Venus se negaba, aunque ya vio que esas niñas serian su milagro.
-Creo que alguien ya se decidió a tener un hijo ¿tú que crees? – el rey Neptuno interrumpió sus pensamientos haciéndolo sonreír.
-Esas niñas se convirtieran en mis favoritas si lo que insinúas es verdad – los dos rieron devolviendo la atención a Antón que hablaba sin parar.
La sala del trono estaba atiborrada de tantas personas que salían y entraban, algunos felicitaban a los reyes, otros disponían un banquete para los invitados a minutos de salir para compartir con su pueblo.
La alegría no podría empañarse, pero alguien tenía un plan para borrar la sonrisa de todos, aunque hablar a tiempo ahorraría muchos martirios.
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La reina Luna ya de pie bebiendo una copa de sangría lucia desmejorada. El cabello alborotado y desparramado, el rostro pálido y con pensamientos torturadores que implanto su hijo, el príncipe Mejías.
-Dígame ¿Cómo lo haremos? – su voz no vacilaba, pero su corazón quería salir huyendo arrepintiéndose de haber tenido una pizca de piedad por ella.
-Tú te encargaras de hacerlo – impuso con una voz que rozaba la locura – No quiero errores – saco de la gaveta al costado de su cama una pequeña botella que contenía un líquido verde.
Fena miraba el envase y a la reina, si estaba en lo correcto eso era hiedra del diablo y una sola gota podría matar a más de uno. Aunque podría estar mezclado con otra hierba venenosa.
- ¿Sabes que veneno es? No sentirá dolor solamente basta una gota para verla morir lentamente – sonreía con triunfo, aunque todavía era temprano para hacerlo – Debes verterlo en un vaso con jugo de durazno sino alguien te podría descubrir.
Su olor levantaría sospechas además debe ser vertido con sumo cuidado.
- ¿Quién le dio ese veneno? Es muy difícil de encontrar en este planeta – la pregunta estaba demás, sin embargo, no era tonta.
Conocía a la reina hace bastante tiempo como para darse cuenta que siempre conquisto lo que se propuso y alguien tan loco como ella era quien proporciono ese veneno. El príncipe Mejías seguía teniendo influencia sobre su madre que comenzaba a darle miedo.
-No hagas preguntas y haz lo que te dije.
Asintió y con una reverencia se retiró con el líquido entre sus manos. Los guardias apostados uno a cada lado de la puerta se asustaron al verla tan temblorosa, pero había suficiente tiempo para contarles lo que sucedía.
Solamente le dio indicaciones de que no se despegaran de la puerta y menos en la noche, después se lo explicaría y corrió por los pasillos en busca de su esposo.
Antón reía en complicidad con Aregon y el rey Neptuno cuando enfoco a Fena dejo su vaso para acercarse a ella. Debían apartarse para conversar ya que el murmullo de los invitados perturbaba por momentos.
Fena tenía en sus manos la vida de la reina también la condena de Luna, pero necesitaba deshacerse de ese mandado porque no era capaz de matar a nadie.
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Presente.
El rey Zodian estaba alterado nadie podía tranquilizarlo. Temía por la seguridad de su planeta y de los habitantes. No habían tomado en serio los rumores esparcidos de que los oscuros buscaban las esferas, pero al conocer el problema en persona cambio de opinión.
Los dragones de fuego que sobrevolaban el territorio y el castillo estaban listos para atacar a cualquiera que se presente a robar la esfera que protegía.
Las reglas para visitar el planeta habían cambiado. Nadie pasaba sino traían una bandera que indicara su lugar de origen e indicar la marca que los distinguía. Los oscuros eran marginados porque la ambición del rey Criptón despertó a enemigos, entonces, los que no estaban de acuerdo huían ya que no querían formar parte de la destrucción del universo.
Pero nadie se atrevía a darles refugios siendo considerados enemigos, aunque no estuvieran de acuerdo, eso no le importaba en lo más mínimo al rey. Sin embargo, Zodian necesitaba asegurar su pueblo y no correr riesgos.
La capital "Llamas" es el centro de atracción ya que se encuentra la torre gris, en el bosque Tiznes la cueva de los dragones que llama la atención de viajeros y extraños, el comercio es su forma de vivir y el misterio que envuelve, el laberinto de brasas al norte del planeta llama a la exploración.
Nadie puede ingresar a menos de que hagas un pago con sangre o entregar el alma, pero son muy cobardes para descubrir lo que esconde ese sitio tan tenebroso y misterioso.
El rey Zodian transita las calles con una guardia especial de soldados, acompañados de su consejero Minan, el capitán Padian y su hijo, el príncipe Torón. Sin embargo, su rostro preocupado no lo podía disimular.
-Padre podemos ir al embarcadero de Carbón – invito Torón, aunque el rey se negaba a salir de la capital por seguridad asintió – es un lindo sitio para explorar.
La ciudad Carbón que comparte frontera con Llamas siendo una de las más extensa en población y territorio, pero también sus amplias calles rodeadas por las montañas negras eran difíciles de atravesar. Solamente los valientes son capaces de morir en hacer el intento.
-Hijo, iremos en otra ocasión ahora no es muy conveniente salir de la ciudad – acaricia su cabellera dorada mientras sus ojos verdosos lo miraban con tristeza y decepción - ¡Lo siento Torón! Iremos cuando todo haya termino.
Pensar en que todo acabaría pronto es su única esperanza y la de muchos, sin embargo, no puede perderla ya que su pueblo espera y confía en que los protegerá.
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Rojo, Pluto y el lobo Miurse aterrizaron en un campo de arena cercano al arco de la prosperidad. Horón es el primero en levantarse ayudando a los demás porque pronto terminarían en hundiéndose.
-Rápido dame la mano – Rojo miraba su mano con desconfianza, aunque no tenía otra opción más que aceptarla – ¿Prefieres hundirte y que te coman las bestias?
-Miurse ayuda al chico que ya lleva medio cuerpo hacia abajo – la chica se encaminaba por un sendero de tierra mezclada con piedras dificultando su huida.
El lobo tiraba de su ropa rasgándola para sacarlo ya que su cuerpo perdía fuerzas para dar batalla, Pluto ya sentía que algo le mordía los tobillos arrastrándolo hacia el vacío, pero Miurse tiraba cuando Horón le dio una mano para sacarlo.
-Tira, tira, tira que falta poco...
El hueco empezó abrirse en un tamaño de un aro de dos centímetros aumentando su tamaño, entonces, Pluto salió de golpe quedando tendido en la arena junto a Horón y Miurse, tratando de recuperar la respiración cuando unas bestias de pelaje gris, ojos desorbitados y rojos salto a la superficie dispuesto a devorarlos.
-No se muevan – dijo Horón reteniendo el aire al hablar – Si se mueven los atacara, hay que salir antes de que lleguen más – no termino de hablar y otro ya avanzaba hacia ellos.
- ¿Qué clase de bestias son? – cuestiono al borde del pánico Pluto.
-Son Migrañas – trago en seco por el miedo Miurse – los guardianes de lago negro.
Y Pluto se dio cuenta a que refería cuando vio a unos metros de ellos un lago repleto de una sustancia negra sin movimiento. Rojo los esperaba en la cima de un empinado no tenía certezas de que pasaba, aunque presentía que no era nada bueno.
- ¿Por qué rayos no se mueven? – pensó y retrocedió regresando a ayudarlos.
Miurse tomo la determinación de distraerlos hasta que ellos pudieran llegar a donde se encontraba Rojo.
-Yo los entretengo y ustedes corran tanto como puedan, no volteen a ver y quedasen detrás del único árbol que está en lo más alto del hueco – Horón y Pluto concordaron llenos de miedo – Las migrañas no pueden salir de este reducido espacio así que no lo perseguirán más allá de lo que ellos protegen.
-Pero tu sobrevivirás ¿a un ataque de estas bestias? – Pluto sonaba afligido y asustado – Rojo viene hacia nosotros.
-Si ella llega no podré lograr mi cometido así que a la cuenta de tres se van.
-De acuerdo.
-Uno, dos...tres...
Horón y Pluto corrían sin mirar hacia atrás. Miurse se convirtió en lo que era, un lobo y sacando sus garras se enfrentó a las migrañas que eran el doble de su tamaño.
Pluto empezó a mermar su velocidad cojeando, ya que, en su pierna nuevamente una herida se abrió y dejando un rastro de sangre alcanzo a Rojo.
- ¿Ocurrió algo? ¿Por qué Miurse se quedó? – Horón trataba de explicarle, pero su respiración no se lo permitía.
-Pelea con mi...migrañas – ella fruncía sus cejas no comprendiendo de que hablaba – son unas bestias...carnívoras que por poco me tragan...
A la distancia que se encontraban solo veían dos bultos agarrados entre sí, cuando en realidad eran tres.
El lobo sangraba por todos lados. Sujetaba con sus dos manos la cabeza clavándole las garras para no dejarlo escapar, su vista se volvía borrosa producto de los golpes de la segunda bestia. Buscaba que lo soltara, pero con un último impulso logro asestarle una mordida en su cuello debilitándolo.
Todo su pelaje se llenó de una espesa sangre similar al azul, cayendo sin vida en el hueco que cada vez se hacía más enorme. Aun le quedaba una, sin embargo, ni aliento tenia.
La migraña lo embistió arrojándolo lejos estrellándose contra una enorme roca, Miurse ahogo un grito de dolor, pero jamás se daría por vencido. Todavía respiraba y utilizaría sus últimas fuerzas en matarlo.
Se puso de pie entre quejidos, la bestia corría a toda velocidad con la intención de rematarlo y comérselo. El lobo vio ramas con espinas con sus labios temblorosos las acomodo entre él y unas piedras.
El animal ni siquiera se detuvo, encaro con el deseo de comerlo y sus patas se pincharon haciéndolo retroceder con gritos, Miurse respiro y aprovechando la distracción mientras su enemigo se lamia las heridas salto las piedras tomando el sendero.
No parecía tan lejos, pero su carrera se sentía lenta y el aire se le acaba ya que había perdido mucha sangre.
Rojo, Horón y Pluto lo esperaba con el corazón en suspenso porque la bestia ya venía detrás suyo, sin embargo, Miurse se desmayó a unos pasos de la entrada al hueco de arena.
Ellos acudieron a su rescate lo más rápido posible. Por esta vez se salvaron, pero debía tener cuidado para la próxima.
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