III
“Todos la veían como un peligro; quizás y sí tenían razón.”
Pocas veces iba al pueblo, y todas habían sido en compañía de su abuela. No le agradaba la idea de ir sola, no temía atravesar el bosque; les temía a las personas que la miraban con repulsión, como si fuera un monstruo el cuál no debería de existir.
En su adolescencia le parecía cómodo hacer las tareas diarias de la cabaña —las que no podía hacer su abuela—, como cargar agua al lago, cortar leña y asear la cabaña. Pero ir al pueblo en busca de víveres, era otro tema a tratar.
Prefería quedarse en las montañas, allí todo era tranquilo y pacífico. A diferencia de aquel ruidoso lugar.
Ya había perdido la cuenta de cuantas personas la habían empujado intencionalmente; casi logrando que tropezara y cayera. Siempre llevaba consigo su capucha roja, aquella que su abuela le había regalado con tanto cariño en su decimosexto cumpleaños, sólo para ocultarse cobardemente.
Ya el invierno se acercaba y debía comprar alimento, en tiempos de frío era muy poco probable conseguir comida —ya que el pueblo vivía de la caza, la pesca y la cosecha—, y para entonces los animales estarían hibernando y las plantas no se darían a causa del frío. No traía mucho dinero consigo, ya que el poco que ganaba su abuela era vendiendo medicina natural, hechas con las yerbas que crecían en la montaña.
El olor a sangre era evidente en cada parte de aquel lugar, le asqueaba sentir ese repugnante hedor. La asfixiaba.
Compró todo lo que pudo —bajo la atenta y penetrante mirada de cada vendedor—. No comprendía ese odio hacia ella, no les había hecho absolutamente nada; pero estaba segura, había algo que ellos sabían que ella no. Podría proponerse a averiguarlo o lo más sencillo: vivir con ello.
En realidad poco le importaba que sintieran odio hacia ella, pero le carcomía la duda, la curiosidad de saber el porqué. Hasta que no supiera, ese sería un odio injustificado.
Pero había muchas cosas que ella no sabía. Cómo, quién había sido su madre y el paradero de su padre, en realidad no sabía absolutamente nada de su vida.
Entre divagues y pensamientos se distrajo, sin darse cuenta ya estaba en el suelo. El dolor la alertó, obligándola a tocar la zona herida; la palma de su mano se había raspado y para colmo había caído de lleno sobre ella, la cuál dolía mucho —quizá su muñeca se había torcido—, su trasero también dolía, el frío suelo la había recibido gustosamente.
—Lo siento mucho, discúlpame no vi por dónde iba.
No había reparado en que una persona se encontraba frente a ella —o más bien la persona causante de su dolor en aquel momento—; seguramente lo había hecho intencionalmente para burlarse de ella, como todos los pueblerinos de allí. Subió la mirada, se trataba de un muchacho mucho más alto que ella, en verdad veía culpa en su mirada, quizá sí había sido un accidente, él estaba en su misma situación, él también había caído.
—No te preocupes, yo tampoco presté atención hacia dónde iba —respondió aceptando las disculpas del muchacho. El olor insufrible llenó de nuevo sus fosas nasales, el hedor a óxido provenía justo detrás de él, miró detrás de su hombro.
Se trataba de un venado muerto, seguramente lo habría cazado en el bosque, podía notar que hacía poco, ya que la sangre se veía fresca y el olor era intenso.
Efectivamente el muchacho venía de su primera cacería, una nueva experiencia obtenida con la ayuda de su padre —por sus sabios consejos—, era como una ley sagrada aprender el antiguo arte de la cacería a los dieciséis años de edad, ya que era la etapa de comienzo de la adultes —al menos así pensaban ellos—. Caminaba feliz y triunfante por el pueblo, las felicitaciones de las personas no se hicieron a esperar; estaba ansioso por llegar a casa y mostrarle a su padre la gran presa que había cazado.
Iba caminando tranquilamente, hasta que ese rojo intenso lo distrajo, se trataba de la muchacha de la que todos en el pueblo mencionaban, había escuchado rumores sobre que estaba completamente loca. Pero esos solo eran rumores que había escuchado, su padre le había contado un poco sobre el asunto; ella cargaba con una maldición, y representaba un peligro para el pueblo.
En realidad no lo comprendía, no podía creer qué, aquella muchacha representara una amenaza. No podía observar su rostro con claridad —ya que éste se encontraba cubierto casi por completo por la capucha color carmesí—. Se concentró tanto en observar inútilmente su rostro que no prestó atención por donde iba, sin querer tropezó; llevándose consigo a la muchacha de la capucha roja.
Había golpeado levemente sus rodillas, pero vio a la chica haciendo un par de muecas de dolor, lo cual causó que se sintiera culpable, rápidamente se disculpó, levantándose y tendiendo su mano para así lograr ayudarla y enmendar su error.
Ella parecía no tener intención de tomarla y no lo hizo, pero al menos había aceptado sus disculpas, pudo ver un poco más su rostro, pero quería apreciarlo más. Notó como su rostro se tornaba en una mueca de asco, ella miraba detrás de él, siguió su mirada inconsistente consiguiendo el animal que había cazado. Estaba a punto de hablar, pero ella se adelantó.
—Lo siento tengo que irme —con ello se retiró, él estaba un poco confundido, ella al parecer había notado el hedor del venado fresco, eso le sorprendió; estando fresco su olor no era fuerte, solo perceptible para él quien lo cargaba consigo.
Ella por otro lado, prefirió retirarse; odiaba la idea de asesinar a un animal inocente, simplemente lo repudiaba y más a los cazadores que lo hacían a diario, algunos por gusto.
Cruzó el bosque de manera lenta y perezosa, rato después llegó a la cabaña donde su abuela la esperaba. Amelia notó algo raro en ella —estaba seria—, y no de buena manera.
La muchacha tomó asiento frente a su abuela, era hora de hablar con ella, de poder preguntarle lo que tanto ansiaba saber, Amelia adoptó su misma postura...: firme y rígida. Esperando pacientemente a que su nieta hablara.
—¿¡Quién soy!? —preguntó de manera exigente, al ver que su abuela no articulaba ninguna palabra, insistió—. Dímelo.
“Pero lejos de aquella realidad, ella sería su salvación.”
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Junio, 10 de 2018.
Kenny P.
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