Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

18. El Espejo del Poder

A medida que el hombre de negro se fue acercando Rodrigo pudo distinguir que su cara estaba cubierta por un yelmo que le daba un aspecto siniestro: a ambos lados tenía una especie de cuernos apuntando hacia atrás, sus ojos eran dos pequeñas rendijas y su boca estaba cubierta por unas púas negras que parecían los dientes de alguna criatura mostruosa. La voz que salió del interior del yelmo era tan fría que sólo de escucharla parecía que se le helaba el corazón.

—Vaya, vaya —dijo lentamente—. ¿Acaso pretendíais marcharos sin mostrar vuestros respetos al emperador?

Aunque no lo hubiera dicho, Rodrigo habría sabido al instante que se encontraban ante el mismísimo Arakaz. Su forma de hablar reflejaba toda la frialdad y la arrogancia de alguien que durante siglos ha manejado la vida y la muerte de los que le rodean, llegando a verlos como simples ratones dentro de su jaula. En ese mismo instante supo que todo había acabado. Este no era un hombre como Balkar, que asesinaba sólo a los que se interponían en su camino. Arakaz tenía todo lo que quería, y los mataría sólo por pura diversión.

—Tú —dijo, mirando fijamente a Óliver—. Ven aquí.

Rodrigo contempló aterrado como su amigo bajaba del simorg y dirigía sus pasos hacia Arakaz. Aunque temblaba de miedo, no era capaz de controlar sus pasos. Era tal como les habían contado: nadie podía desobedecer una orden del emperador.

—¡Yo tengo el Espejo del Poder! —gritó Rodrigo, en un desesperado intento por ayudar a su amigo.

Arakaz giró la cabeza y se le quedó mirando durante un par de segundos que parecieron eternos.

—¿Qué sabes tú del Espejo del Poder? —preguntó—. ¡Vamos, responde!

—Primero deje que mi amigo se marche —respondió él, haciendo acopio de todo el valor que le quedaba.

—¡He dicho que respondas! —bramó Arakaz, apuntándole directamente con su negra espada—. ¡Nadie osa desobedecerme a mí!

La voz de Arakaz resonó en todas las paredes de la ciudad derruida de Irdún, envolviendo a Rodrigo en un sinfín de ecos amenazantes. Inmediatamente, una especie de luz fantasmagórica surgió de la negra espada directamente hacia él, que instintivamente se agachó, cerró los ojos e intentó protegerse con los brazos. Un profundo silencio reinó a continuación. Rodrigo entreabrió los ojos para asegurarse de que realmente seguía vivo. Entonces comprobó que no le había pasado nada, aunque algo sí que había cambiado.

Arakaz había desaparecido.

Óliver empezó a levantarse lentamente. Sus ojos desorbitados miraron primero al lugar donde un momento antes había estado Arakaz y luego se encontraron con los de Rodrigo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó— ¿Qué has hecho?

—No tengo ni idea —respondió Rodrigo, igual de sorprendido—. Yo no he hecho nada. Será mejor que nos vayamos. ¡Corre!

Los dos chicos se apresuraron a subir a lomos del simorg, que esta vez sí que obedeció las órdenes de Óliver. En cuanto sus garras se separaron del suelo se acercó al lugar donde yacía Dónegan y lo levantó, cogido de la túnica. Un momento después pasaron por encima de la gran muralla y vieron bajo sus pies el enorme abismo por el que había caído Balkar. Poco a poco las ruinas del monte Irdún se fueron haciendo más pequeñas hasta que las perdieron de vista.

—¿Cómo has podido resistirte a él? —preguntó Óliver entonces—. Yo no pude negarme cuando me ordenó que me acercara. Era como si mis piernas hubieran dejado de obedecerme.

—¡No tengo ni idea! —respondió Rodrigo—. Ni siquiera me di cuenta de que me había dado una órden. Solamente intentaba distraerle. Entonces me atacó, pero no sé que pasó después. Cuando volví a abrir los ojos Arakaz había desaparecido.

—Yo sí que ví lo que pasó —dijo Óliver—. Su poder rebotó sobre tu cuerpo y se volvió contra él. Fue entonces cuando desapareció.

—No lo entiendo —dijo Rodrigo.

—Yo sí—dijo Óliver—. Creo que el niño sin don por fin lo ha encontrado.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que creo que has encontrado tu don, Rodrigo. Tú eres el Espejo del Poder.

—¿Pero qué dices?

—¿No te das cuenta? Se ha cumplido la premonición. El Espejo del Poder es tu don, y lo has encontrado justo en el momento y el lugar que la vidente predijo.

—Pero... si yo tengo el don de reflejar los poderes, ¿cómo es que no me he dado cuenta antes?

—Porque nadie te había atacado con magia hasta ahora —respondió Óliver—. Nadie había dirigido sus poderes directamente contra ti.

Rodrigo tuvo que agarrarse más fuerte para no caerse del simorg. La vorágine de pensamientos que ahora mismo giraba dentro de su cabeza lo estaba mareando. No podía negar que todo lo que decía Óliver tenía mucho sentido.

—Creo que el destino te trajo a Karintia para acabar con tu antepasado y todo el dolor que estaba causando, Rodrigo. Y el destino te otorgó el don que necesitabas para poder enfrentarte a él.

—¿Tú crees que está muerto? —preguntó Rodrigo.

—Eso espero —respondió Óliver—. Ha terminado recibiendo un poco de su propia medicina, igual que Mirena.

—Hablando de Mirena, creo que me debes tres turnos de limpieza —rió Rodrigo.

—De eso nada, que tú tampoco has acertado.

—¿Cómo pudimos ser tan estúpidos? —se preguntó Rodrigo—. Ni siquiera por un momento se me pasó por la cabeza que lo que querían Dónegan y Mirena era protegernos de Balkar.

—¿Y cómo íbamos a darnos cuenta? Todas las pruebas apuntaban hacia ellos.

—Mira —dijo Rodrigo—. Ya estamos llegando.

El simorg comenzó a descender en círculos hacia la desvencijada cabaña que servía de entrada secreta a la fortaleza de Gárador. A la mente de Rodrigo vinieron los recuerdos de la primera vez que llegaron a este lugar, también volando a lomos del simorg. Habían pasado tan solo unos meses, pero lo que entonces parecía salido de un cuento de fantasía ahora le resultaba completamente normal. Sabía que allí, en medio de las espumosas olas del mar había un enorme castillo, aunque sus ojos no pudieran verlo. Y sabía también que dentro de ese castillo estaban sus amigos, a salvo por fin...

—Oye —dijo de repente—. Todavía no me has contado cómo lograsteis escapar. Balkar me dijo que estabais encerrados en una cámara subterránea.

—Es cierto —respondió Óliver—. Y ahora estaríamos todos ahogados si no hubiera sido por Noa.

—¿Noa? Pero si ni siquiera estaba allí.

—Precisamente por eso. Aixa se puso en contacto con ella y le explicó lo que estaba pasando, sabiendo que ella era nuestra última esperanza. Una hora más tarde apareció un delfín en la caverna, que nos trajo un teleportador.

—¿Un delfín? ¿Lo llamaste tú?

—No. Era Adara. Afortunadamente Noa encontró la poción justo antes de que se despertara. Si no fuera por ella, Adara habría muerto minutos después, y nosotros también.

—¡Hurra por Noa! —dijo Rodrigo—. Menos mal que nunca te hizo caso y siguió confiando en Mirena.

—Claro, ahora es muy fácil decirlo —refunfuñó Óliver.

Su conversación fue interrumpida por un leve bamboleo que hizo el simorg al depositar sobre el cuerpo de Dónegan sobre el suelo, con toda la suavidad que le fue posible. Luego volvió a alzarse unos metros para terminar aterrizando un poco más adelante.

—¡Deprisa! —dijo Rodrigo—. Tenemos que pedir ayuda.

En cuanto sus nudillos golpearon la desvencijada puerta de la cabaña, la silueta de la fortaleza comenzó a aparecer una centena de metros mar adentro, como si estuviera emergiendo del mismo fondo del océano. Aunque ya sabía que esto iba a pasar, Rodrigo no pudo evitar sentirse impresionado por el poderoso sortilegio que protegía la fortaleza. En cuanto los portones comenzaron a abrirse al otro lado del largo puente, se puso a gritar pidiendo ayuda. Varias personas salieron corriendo hacia ellos, y enseguida pudo reconocerlos: eran Darion, Aixa y Vega, acompañados del caballero Toravik y la dama Porwena.

—¿Qué ocurre? —gritó Darion, todavía a mitad del puente—. ¿Estáis heridos?

—Es Dónegan —dijo Rodrigo—. Está muy grave.

Aunque lo cierto es que no sabía tan siquiera si seguía vivo. Su cuerpo estaba completamente inmóvil.

—¡Dejadme! —bramó Toravik—. Lo llevaré a la enfermería. Mirena sabrá qué hacer.

Y con una delicadeza sorprendente, el musculoso herrero deslizó sus brazos por debajo del cuerpo inerte de Dónegan y lo levantó como si fuera una almohada de plumas. Luego se dirigió al castillo a grandes zancadas.

—¿Vosotros estáis bien? —preguntó la dama Porwena.

—Sí, nosotros estamos perfectamente —respondió Rodrigo.

Entonces Aixa envolvió a Rodrigo en un fuerte abrazo.

—¡Estábamos tan preocupados! —dijo, entre risas y sollozos—. Teníamos miedo de que Balkar te llevara ante el emperador.

—Bueno, en realidad ha sido él el que se ha presentado ante nosotros —dijo Óliver, con tono casual.

—¿Cómo? Pero eso... no... ¡No puede ser!

—Chicos, no podemos quedarnos aquí —interrumpió la dama Porwena—, y menos hablando de esas cosas. Vamos, todos adentro.

Obedientes, los cinco muchachos corrieron hasta los portones de la fortaleza, mientras la dama Porwena los seguía un poco más atrás. En cuanto se encontraron dentro de las murallas, Aixa se detuvo.

—Vamos, tenéis que contárnoslo todo desde el principio —les exigió.

—Primero vamos a buscar a Noa —dijo Rodrigo—. Se merece estar presente cuanto os contemos toda la historia. Si no fuera por ella, el final habría sido muy diferente.

—Tienes razón —concedió Aixa—. Vamos. Está en la enfermería, ayudando a Mirena. Adara se quedó muy débil después de transformarse en delfín.

Los cinco siguieron corriendo a través del patio empedrado y subieron las escaleras de la enfermería con más energía que nunca, seguidos de lejos por la dama Porwena. Rodrigo llamó a la puerta, y un momento después la dama Mirena les abrió, recibiéndoles con una amplia sonrisa.

—Hola chicos —dijo—. Me alegro de veros sanos y salvos. Pasad, por favor. Tenéis mucho que contarnos.

Rodrigo entró por detrás de Óliver. A su izquierda, sobre una camilla con manchas de sangre reposaba Dónegan bajo la atenta mirada de Toravik. A su derecha, también tumbada sobre una camilla estaba Adara, que los miraba con una cálida pero débil sonrisa.

—¡Dama Adara! —dijo Óliver—. Me alegro de volverla a ver. Sin orejas peludas ni colmillos, quiero decir.

El comentario del chico consiguió hacer reír a Adara, a pesar de que a duras penas conseguía mantener los ojos abiertos. Incluso Toravik abandonó por un momento su semblante brusco y se unió a la risotada general.

—¿Está muy grave? —preguntó Rodrigo, acercándose al cuerpo inmóvil de Dónegan.

—Ha perdido mucha sangre, pero por suerte habéis llegado justo a tiempo —respondió la enfermera—. Unos minutos más y hubiera sido demasiado tarde.

—¿Fue Balkar quien lo hirió? —preguntó Toravik.

—Sí —respondió Rodrigo—, pero Dónegan consiguió arrojarlo al vacío justo después. Balkar está muerto.

—Me alegro. Espero que los buitres se coman sus entrañas —murmuró el herrero.

—¿Noa no está aquí? —preguntó Aixa.

—Volverá dentro de un momento —respondió Mirena—. Ha ido a buscarme unas hierbas.

Justo en ese momento la puerta se abrió y apareció la muchacha pelirroja. En cuanto los vió corrió a abrazar a Óliver y Rodrigo.

—¡Habéis vuelto! —les dijo—. ¡Cómo me alegro de veros! ¿Estáis bien?

—Estamos perfectamente, Noa —respondió Rodrigo, devolviéndole el abrazo—. Y todo gracias a ti.

—¡Qué dices! —protestó ella, sonrojándose—. Yo ni siquiera he salido de aquí en toda la noche, mientras vosotros...

—Tú tenías muy claro lo que tenías que hacer, y seguiste tu instinto —le dijo Rodrigo—. Si no fuera por ti, Adara habría muerto.

—Y entonces ella no habría podido salvarnos a nosotros —añadió Óliver—. Y yo no habría podido salvar a Rodrigo, y Rodrigo no habría podido matar a Arakaz, y Arakaz seguiría tocándonos las narices durante mucho tiempo.

—¿Arakaz está... muerto? —preguntó Mirena, con voz temblorosa—. ¿Hablas en serio?

—Bueno, yo creo que sí, aunque la verdad es que no le hemos visto estirar la pata —respondió Óliver, disfrutando claramente con el desconcierto de todos los que le rodeaban—. Simplemente se desvaneció.

—¡Bueno, ya está bien de haceros los misteriosos! —protestó Aixa—. Vais a contárnoslo todo desde el principio. Mejor cuéntalo tú, Rodrigo.

Rodrigo comenzó a relatar todo lo que había pasado desde que montó a la grupa del caballo de Balkar y salieron de la fortaleza en mitad de la noche. Óliver se levantó e hizo una reverencia cuando Rodrigo pasó a relatar su oportuna aparición justo cuando todo parecía perdido.

—... Óliver y yo montamos en el simorg para ir en ayuda de Dónegan, pero ya no estaban donde les habíamos dejado —prosiguió Rodrigo—. Entonces vimos su cuerpo tendido sobre el suelo, al borde de la muralla. Teníamos miedo de que estuviera muerto, pero al llegar junto a él todavía estaba consciente. Nos dijo que Balkar lo había herido pero que él había conseguido lanzarlo muralla abajo. Luego se desmayó y no pudo decirnos nada más.

—Nos montamos en el simorg y le pedí que nos trajera a los tres de vuelta a la fortaleza —continuó Óliver—, pero el animal no obedecía mis órdenes. Entonces nos dimos cuenta de que teníamos compañía.

Óliver se quedó en silencio, disfrutando de la expectación causada por sus palabras.

—¿Era Arakaz? —preguntó Darion.

—El mismo —confirmó Óliver—. Lo supimos nada más verlo. Me ordenó a mí que me acercara y mis piernas comenzaron a andar sin que yo pudiera controlarlas. Entonces Rodrigo le dijo que él tenía el Espejo del Poder.

—¿Y era cierto? —preguntó Mirena.

—No, o al menos yo no lo creía —respondió Rodrigo—. Pero fue lo único que se me ocurrió para detenerle.

—Arakaz se sorprendió y le preguntó qué sabía él sobre el Espejo —continuó Óliver—. Cuando Rodri se negó a contestarle, pareció enfadarse mucho.

—¿Que te negaste a contestarle? —se sorprendió Mirena —. Pero eso es... ¡Es imposible!

—No, no lo es —sonrió Óliver—. Rodri lo hizo, y Arakaz se enfadó tanto que lo atacó con su poder. Lo que no se imaginaba era que estaba a punto de tragar un poco de su propia medicina.

—¿Pero qué pasó? —estalló Aixa, exasperada— ¡Termina de una vez!

—Está bien —concedió Óliver por fin—. El poder de Arakaz rebotó sobre el cuerpo de nuestro amigo Rodri y se volvió contra su propio autor. Entonces Arakaz desapareció.

—¡Entonces era eso! —dijo Darion—. El Espejo del Poder no es un objeto. ¡Es tu don!

—Exacto —dijo Óliver—. Y lo encontró justo cuando la vidente predijo que lo haría.

—Entonces... —titubeó Noa— Arakaz se ha ido... ¿Para siempre?

—Eso espero —dijo Óliver.

—Me temo que no será así —intervino Adara, con una débil vocecilla—. No creo que el hechizo de Arakaz pretendiera matar a Rodrigo. Nunca antes alguien se había resistido al poder de sus palabras. Seguro que antes de matarte quería averiguar cómo lo habías conseguido. Apuesto a que su hechizo solo pretendía enviarte a una de sus mazmorras.

—¿Y eso es lo que le pasó a él? —preguntó Óliver, decepcionado—. ¿Por eso desapareció?

—Mucho me temo que sí —respondió Adara.

—La próxima vez tendrás que provocarle un poco más, Rodri —dijo Óliver—. Tal vez si le llamas Carapán le entren ganas de matarte.

—Bueno chicos —concluyó Mirena, tras las risas de los muchachos—. Es hora de que vayáis a descansar. Ha sido una noche muy larga. Tú también, Noa —añadió, viendo que la pelirroja miraba hacia Dónegan con preocupación—. Cuando hayas dormido suficiente podrás seguir ayudándome.

Siguiendo las indicaciones de Mirena, los seis amigos se encaminaron hacia la salida de la enfermería, aunque ninguno de ellos sentía la más mínima gana de acostarse. Estaban demasiado emocionados por todo lo que había pasado.

—Ah, una cosa más —dijo Mirena—. Espero que me perdonéis por haberos provocado vuestra enfermedad. Solamente quería manteneros lejos de Balkar. Dónegan y yo habíamos empezado a sospechar de él.

—Eso podemos perdonárselo, dama Mirena —dijo Óliver—. Lo que es imperdonable es que eligiera una poción tan repugnante para conseguirlo.

Cuando los seis amigos salieron al patio de la fortaleza, muchos de los escuderos ya iban de aquí para allá, dedicándose a sus tareas diarias sin saber nada de lo que había ocurrido. Por un momento pareció como si acabaran de despertarse de un mal sueño y todo hubiera vuelto a la normalidad, pero ellos sabían que todo había cambiado. Seguramente todos los que ahora caminaban hacia los establos, la herrería o la lavandería todavía no se imaginaban que su maestre les había traicionado y que Dónegan y Mirena eran completamente inocentes.

—Eh, listillos —dijo una voz detrás de ellos—. Sé que no habéis estado en los dormitorios esta noche. Tengo testigos y se lo pienso decir a Balkar.

Rodrigo y sus amigos no se sorprendieron en absoluto al darse la vuelta y ver que era Kail quien les hablaba.

—Muy bien—respondió Óliver—. Vete a buscarle y déjanos en paz. Ah, y si lo encuentras, dile también de mi parte que es un asqueroso traidor y que espero que se lo coman los gusanos.

Kail lo miró estupefacto, con los ojos saliéndose de sus órbitas. Luego miró a ambos lados, como buscando a alguien que pudiera corroborar lo que acababa de oír, pero estaba solo. Después de quedarse como petrificado durante un par de segundos por fin reaccionó y se marchó corriendo en dirección hacia los despachos, sin duda dispuesto a contárselo todo a Balkar.

—Aún me cuesta creerlo —dijo Noa—. Balkar parecía tan noble... Nunca me hubiera imaginado que podría traicionar a los Caballeros de Gárador.

—Cualquiera de nosotros lo haría, si cayera bajo el hechizo de Arakaz —dijo Darion.

—Cualquiera menos Rodrigo —puntualizó Vega.

—Es cierto —rectificó Darion—. Por fin hay alguien en Karintia que puede resistirse a su poder.

—¿Y ahora qué vais a hacer? —le preguntó Aixa a Rodrigo, mirándole directamente a los ojos. Esa era la pregunta que llevaba merodeando por su cabeza desde que salieron de la enfermería, aunque había intentado alejarla de sus pensamientos. Ahora no podía evitarla más. Tenía que tomar una decisión. ¿Buscaría el camino de vuelta a casa y abandonaría a sus amigos a su suerte, o se uniría a ellos en la lucha contra Arakaz?

—Eres nuestra única esperanza —dijo Darion—. Solamente tú puedes enfrentarte al maldito emperador.

—¿Enfrentarse a Arakaz? —protestó Noa— ¡Pero si sólo tiene doce años!

—Y con solo doce años ha sido el único que jamás ha sobrevivido a uno de sus ataques—dijo Darion.

—Por supuesto que nos quedamos, ¿verdad Rodri? —dijo Óliver—. Está claro que para eso hemos venido a Karintia. Tú estás destinado a acabar con tu... con Arakaz y yo estoy destinado a perderme todas las clases hasta fin de curso. ¿Acaso no haremos ese sacrificio por nuestros amigos?

—Claro que sí, Óliver. Claro que sí —respondió él, contento de poder contar con su inseparable compañero. Con Óliver a su lado, sus futuras aventuras en Karintia podrían ser cualquier cosa menos aburridas.



_________________________________________________________________________

MUCHAS GRACIAS POR ACOMPAÑARME HASTA EL FINAL DE ESTA AVENTURA.

PRONTO COMENZARÉ A PUBLICAR EL SIGUIENTE LIBRO DE RODRIGO ZACARA. SI NO TE LO QUIERES PERDER, SÍGUEME EN WATTPAD, FACEBOOK O TWITTER.

https://truyen247.pro/tac-gia/victorgayol

https://www.facebook.com/rodrigozacara

https://twitter.com/VictorGayol

http://www.rodrigozacara.com

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro